miércoles, 24 de diciembre de 2008

Existo.

Doy fe. Doy fe de que existo porque he sobrevivido a tres cenas seguidas. El cerebro todavía me sigue chillando y gimiendo y pidiendo agua porque todas mis energías deben de estar trabajando para eliminar los restos de alcohol de mi cuerpo pero, en fin, alguien me dijo una vez que si no bebía, no fumaba, no salía ni follaba para qué quería ser escritor si de esa manera me perdía lo más importante. Así que, qué queréis que os diga, desde entonces hago todo lo posible por seguir alimentando la leyenda. No me miréis mal. Lo hago única y exclusivamente por el oficio.

Que paséis unas estupendas vacaciones de navidad. Tengo cosas que contaros (buenas) pero me temo que tendrán que esperar hasta el año 2009.

Antes, aunque quisiera, tengo que seguir alimentando al monstruo de escritor que llevo dentro (ja) y tengo que continuar poniendo en práctica ese sabio consejo que me dieron hace un tiempo y que yo os he transmitido gratuitamente y sin hipotecar.

Un abrazo a todos.

domingo, 7 de diciembre de 2008

Después de un año

Cuando alguien tiene algo que contar y no puede hacerlo da la sensación de que, entonces, no tiene nada que contar. O al menos eso me pasa a mí ahora, que no me siento nada interesante ni divertido pero al mismo tiempo, después de pasarme un mes donde la única obsesión permitida ha sido la escritura, me siguen picando los dedos y siento una punzada en el estómago que me indica que, a cada hora que pasa, me falta algo.

Pero de todos modos, quería celebrar con vosotros que este blog cumple un año y de que, mira, después de todo este tiempo no me arrepiento en absoluto de haberlo abierto. Al principio tuve mis reticencias. Suelo ser una persona muy exigente y sabía, sabía, que en cuanto tuviera cierta trayectoria me iba a obligar a hacer entradas sesudas y de contenidos. contundentes Afortunadamente no ha sido así y después de un año sigo ratificándome en eso de que yo no he nacido para ser culto.

Y cada día me ratifico más.

La cultura no tiene que estar en manos de unos pocos para que se alcen con ella como únicos estandartes de la misma. No, me niego a que sea así, porque los guetos no me han gustado nunca por mucho que esté de acuerdo con el contenido (que no el continente). Yo nunca habría podido nacer para ser culto porque lo de pensar y buscarle las tres patas al gato siempre me ha aburrido soberanamente y desde luego que pienso que la cultura tiene que hacer cualquier cosa menos aburrir (eso tampoco quiere decir que cualquier cosa que divierta sea cultura, no nos pasemos) pero comprendedme que hoy sea domingo, que mi cerebro ande de puente, que mis neuronas sigan cansadas por el NaNoWriMo y que a mí no me apetezca desarrollar esta idea.

Solo quería desearme un feliz cumpleaños. O lo que sea esto.

domingo, 30 de noviembre de 2008

¡¡He escrito más que tú!! (y seguramente mucho peor pero no me importa)


Bueno, ya está hecho. Cuando mis neuronas vuelvan de las vacaciones a las que pienso enviarlas ya hablaré del tema. Pero, como siempre, más que divertida la experiencia.

lunes, 24 de noviembre de 2008

Tenía que ser en noviembre

Acaba de pasar algo de lo que todavía no puedo hablar pero quería dejar constancia de eso que he puesto ahí arriba: De todos los meses del año, precisamente tenía que ser en noviembre. Me gusta que sea así.

jueves, 20 de noviembre de 2008

Toda historia tiene un origen

El campo está plagado de hormigas y de avispas. Esa fue una de las primeras cosas que aprendí una de aquellas mañanas (por llamarlas de alguna manera, porque hasta aquel entonces, para mí, las mañanas siempre habían empezado, al menos, cuando se hacía de día) en las que mi padre me sacaba de la cama casi por los pies para llevarme a una, como él mismo las llamaba, de sus apasionantes sesiones de caza, pesca o lo que fuera. Entendiendo lo que fuera como cualquier actividad al aire libre, preferiblemente lejos de la civilización, muy tempranera y que, además, conllevara calzarse unas botas altas e impermeables, un gorro verde calado hasta las orejas y cinco capas de ropa interior que, aparte de evitar que se te colara aquel frío traicionero por entre los huesos, hacía que tu agilidad quedara mermada hasta los mínimos y que parecieras más un tonelete andante incapaz de saltar aquellas verjas y matojos que mi padre emocionado, me instaba con toda su pasión ardorosa a que yo trepara de un salto sin que acabara rodando por la ladera como un tronco hueco.

Cuando lograba dar el salto –siempre después del segundo o tercer intento– y sentía que las cataratas del Niágara, solo que más viscosas, más molestas y un poco más calientes comenzaban a correrme por la espalda después de todo el esfuerzo, mi padre me cogía de la mano y me contaba la lección del día. Que si así se utilizaba una caña; que si los espárragos se cortaban por la base y nunca por el centro; y que de un jabalí se aprovechaba todo, hasta los colmillos. Yo asentía pacientemente a todas sus indicaciones mientras me palpaba con mucho disimulo lo que llevaba guardado en el pecho, preocupado por si lo que allí escondía se hubiera perdido en uno de mis saltos o lo hubiera dejado olvidado sobre la mesilla de noche por haberme levantado aún casi inconsciente y a la fuerza aquella mañana.

Y es que el campo estaba plagado de hormigas y de avispas. El suelo no era tan verde como decían y, si acaso tenía suerte y efectivamente era así, estaba tan húmedo y resultaba tan incómodo sentarse sobre él, que era preferible quedarse de pie y no hacerlo. Las hormigas se te subían por el brazo y había veces que se te metían por los calzoncillos. Una vez, incluso me mordió una en una parte bastante innombrable de mi honroso cuerpo. Por no hablar de las arañas.

Por eso tenía que hacerlo, tenía que llevarme escondido el libro en el que apareciera el campo tal y como yo me figuraba. Aquellas campiñas verdes sobre las que se sentaba Alicia sin que nadale produjera ronchas ni picaduras; aquellos bosques frondosos donde se guarecía Robin Hood y luchaba por el bien y la justicia sin que le aparecieran sabañones al día siguiente, los acantilados, los castillos, los riscos, los sauces, las montañas… El campo me gustaba mucho más en aquellos libros y con ellos digería mucho mejor aquellas mañanas de frío húmedo y cabeza dormida a las que me aventuraba mi padre.
Nunca se lo dije. Al fin y al cabo, aprendí a pescar y uno nunca sabe si como nos contaba Richard Matheson, habremos de necesitar esos conocimientos algún día. Pero que no se sorprenda, todo lo que él sabía ya lo había descubierto yo en los libros. Y si no, habían hecho que acabara inventándomelo. Porque todos terminamos eligiendo nuestro propio campo.

sábado, 15 de noviembre de 2008

ack!

Querido dios (dos puntos)

¿Por qué no hiciste que las casas se limpiaran solas?

Gracias.

Atentamente, viviendo en la inmundicia,

Fer

domingo, 9 de noviembre de 2008

Qué bien dicho

Puesto que al escribir una novela creamos ficción y quienes aman, sufren y sienten no somos nosotros sino unos personajes de papel, veo muy bien que rompamos el mar helado que llevamos dentro. A fin de cuentas, nosotros seguiremos vivos. Habremos entregado una ofrenda al dios de la literatura, y a cambio salvamos nuestra vida. Un escritor tiene que ser, ante todo, auténtico. Me refiero a que ha de poner el alma en lo que hace. Ha de perder el miedo, ser él.

José Antonio Garriga Vela a tenor de una cita de Kafka que dice: "Un libro tiene que ser el hacha para el mar helado que llevamos dentro".

Esta cita me hizo sentir mucho mejor ayer, en el que mi status quo habitual se vio amenazado por ciertas gilipolleces que no vienen a cuento.

(La novela va viento en popa)

(No me olvido de vosotros)

viernes, 31 de octubre de 2008

Preparados, listos.. ¡ya!

No debería poner títulos tan genéricos a mis entradas porque luego pasa eso de que entra alguien a mi blog buscando maneras de matar a su suegra (verídico). Y también sé que no debería tardar tanto en escribir pero, ah, señoras y señores, ha vuelto.

¿Quién ha vuelto? Pues esa señora (porque yo me la imagino como una señora) que me trae moquitos, y fiebre, y malestar general y que se combate con pastillitas que hacen que Fer entre en un estado semi-catatónico en el que ve elefantes de colores.

(¿Dar clase a la ESO con afonía y dolor de garganta? Lo más bonito que me ha pasado nunca. Os lo recomiendo a todos. Sobre todo a aquellos a los que odio con pasión)

Pero no puedo permitirme estar enfermo. No. Mañana es uno de noviembre y desde el 2004 el uno de noviembre --aparte de por el atracón de buñuelos de crema y de huesos de santo-- se lleva caracterizando por ese cosquilleo de anticipación en el momento en el que comienzas una nueva novela, que es casi como comenzar una nueva vida.

Aí que, al final, después de muchas disquisiciones, agobios, dudas y demás, empezaré El traficante de recuerdos, que va muy en consonancia con la última novela que he escrito en cuanto a temática y creo que, así, me será más fácil.

No me esperéis levantados, nos vemos el día treinta de noviembre.

(Aunque seguramente será antes, porque durante este mes se pasa por tantos estados psicológicos, emocionales y viscerales, que en algún sitio aparte del wc tendré que venir a descargarme).

lunes, 20 de octubre de 2008

Atención, pregunta!

¿Cómo puede ser que un premio de novela bastante grande (por difusión de convocatoria, vamos, no por promoción final, que uno investiga y todo) que cerró la convocatoria hace un mes escaso haya publicado ya el fallo? ¿Tienen a lectores robots?

Ah, las preguntas sin respuesta, qué berraquito que me ponen.

(sigo actualizando -un poco con cuentagotas, para qué nos vamos a engañar- mi página de textos, a la que quiero cambiar el título porque, no sé, la que tengo me parece demasiado "tengo demasiadas historias que bullen en mi interior que necesito escribir y oh, dios mío, me encanta escribir y leer frente a la ventana mientras restalla la tormenta y llueve en el exterior, por dios qué megainteresante y superespecial que soy". ¿Alguna sugerencia?)

jueves, 16 de octubre de 2008

Incipit dramático que luego no llega a tanto

El otro día se me jodió el PC.

¡¡Drama!! ¡Drama!! ¡¡Tensión!! ¡Tensión!! ¡¡Contractura!! ¡¡Contractura!!

Esa fue exactamente mi reacción cerebral, emocional y física ante ese hecho catastrófico que, por unos segundos, amenazó con robarme la cordura y hacer que me lanzara al vacío desde mi ventana (obviando el hecho de que vivo en un bajo y que mi ventana tiene barrotes). ¿Por qué?

Pensé que, a dos días de presentar mi última novela al premio al que, por casualidad, y más porque me había dado tiempo a terminarla que porque realmente la hubiera escrito "para", había perdido el último manuscrito con las últimas correcciones.

Pero no, señoras y señores, uno tiene cola de zorro (interprétese como buenamente quiera cada uno) y recordó que tenía guardada esa última copia en la cuenta de correo. Cuenta de correo a la que no abrazó porque todavía no ha aprendido cómo abrazar a los entes no físicos, que si no, hasta le habría plantado un morreo que ni en una comedia romántica en su final de fade out.

Así que, sí, he mandado mi última novela a un premio. La verdad es que parto sin esperanza niguna, no porque no crea en la novela, porque no es así. De hecho, creo que es la primera novela de las que he escrito que ha acabado siendo la novela que yo tenía en la cabeza, la novela que quería escribir desde el principio y en la que no ha tenido lugar el desmadre habitual que suele reinar entre mis personajes cuando, de pronto, se me rebelan y dejan de ser lo que yo quiero que sean para ser la consecuencia de lo que yo he escrito que están siendo.

La novela ha tenido cierto éxito entre los círculos donde la he movido (qué interesante suena decir esto cuando lo que realmente quiero decir es que les ha gustado mucho a mis amigos, a mi novia y a mi agente) y, no sé, la quiero mucho (pensé en dormir todas las noches con una copia abrazada al pecho hasta que recordé mi propensión innata a cortarme con los folios y deseché la idea) y, sí, voy a arriesgarme a decir que creo que es una novela que cumple con los objetivos y con la premisa que me planteé al principio y que el tratamiento del tema es original y poco tratado (cosa fruto de una investigación -aquí viene Fer alardeando- de unos cuantos meses en los que disfruté casi tanto como escribiéndola).

El año pasado envié otra de mis novelas al mismo premio y, si bien no ganó, recibió críticas muy positivas por parte de la editora de la editorial (valga la redundancia, cómo odio hablar en claroscuros), a la que gustó mucho pero que desestimó por tratarse de una obra muy clásica.

Cosa que era, además.

Así que esa es la razón por la que he enviado la novela a ese premio, para ver si le gusta a esa buena señora que siempre forma parte del jurado. No tengo esperanzas, sobre todo, porque en ese premio abundan las obras realistas con un trasfondo social, y mi novela tiene cualquier cosa menos esas dos. Pero ¿quién sabe? A lo mejor eso es lo que la diferencia del resto...

miércoles, 15 de octubre de 2008

Bilis

Escribo por la ingente cantidad de historias que bullen en mi cerebro y que tengo la necesidad de contar

Únase a esa expresión un gesto de victoriana delicadeza y un suspiro de falsa modestia en absoluto disimulada y ya tenéis a Fer echando bilis por la boca (en un aparte, claro, que uno siempre ha sido muy pudoroso para según qué cosas, como, por ejemplo, lo de expulsar jugos y líquidos del cuerpo de uno).

Muy a menudo (por no decir siempre, que suena así como muy apocalíptico y grande, SIEMPRE) he escuchado esta expresión de gente a la que se le preguntaba por qué escribía y, cada vez que la he escuchado de sus bocas, no he podido evitar hacer rodar los ojos y ponerlos en blanco.

Pues qué suerte tienes, hija (o hijo, o abuelo, o abuela) porque a mí me cuesta un huevo parir el germen de una novela o relato y, siempre, siempre (aquí sí que lo utilizo, que estoy metido de lleno en el drama) estoy acojonado por que no se me vayan a ocurrir más y me quede tan blanco como un nabo (en mi cabeza los nabos son blancos, ¿son blancos? Porque los que son rosas son los rábanos, ¿no? Fijaos lo que pasa cuando uno está aburrido en el instituto y se pone a hacer comparaciones originales, que acaba dudando. Si es que nos complicamos la vida demasiado...).

Así que, nada, moza, ya que tienes tantas historias que contar, pues regálame unas cuantas y a ver qué hacemos, que ya veo que a ti (insértese aquí un suspiro de falsa admiración, que a falsedades no me gana nadie) te sobran (y un sexy parpadeo también lo insertamos).

Pero qué morro tiene la gente a veces...

domingo, 12 de octubre de 2008

Noviembre

Recuerdo la primera vez que participé en el NaNoWriMo (obligado por Adhara) allá por el año 2004. Recuerdo que, a pesar de mis reticencias, el asunto parecía hecho para mí: un mes, solo un mes, para conseguir una meta concreta: un borrador de unas 50.000 palabras. Parecía fácil. No por la meta a conseguir, que, para qué engañarnos, se me antojaba como un Everest o algo parecido. No. Sino por el hecho de que fuera un mes.

Yo no creía que pudiera hacerlo. Escribir había sido algo así como un sueño, una imagen mental de un yo mismo ideal que quería ser escritor, pero que no hacía lo único que había que hacer para serlo: escribir.

Escribir me proporcionaba tanto placer y era tan feliz haciéndolo que me hacía sentir culpable. No sabría explicarlo, pero para alguien que siempre había antepuesto sus obligaciones al ocio, dedicarme 100% a ello era algo así como ir en contra de mis principios. Extraño, lo sé. No era capaz de anteponerlo a cualquier otra cosa y siempre ocurría algo, cualquier acontecimiento, que lo retrasaba. Por eso nunca terminaba lo que empezaba y, si lo terminaba, era porque era corto. No disfrutaba escribiendo cosas cortas. Todavía sigo sin disfrutarlo. Yo quería escribir una novela, pero claro, eso requería mucho tiempo y dedicación que, aunque tenía, no me veía capaz de dar.

Así que, qué narices, un mes dedicado a eso parecía la opción perfecta. Podía inventar excusas durante un mes, incluso desaparecer del mapa para no ser encontrado. Así que lo hice.

Todavía recuerdo noviembre del 2004 como el mes más feliz de mi vida.

No me costó nada meterme. Es cierto que seguía sintiéndome culpable por dejar de lado esas otras obligaciones que parecían mucho más importantes. Era extraño dedicarme a escribir sobre cualquier otra cosa, indulgirme de aquella manera (se me ha metido ultimamente en la cabeza esa palabra y todos sus derivados: indulgencia. ¿Será el subconsciente?), llevarlo casi en secreto, escribir en clase mientras los demás tomaban apuntes (estaba haciendo el horrible CAP) y no sentirme mal. Es más, sentirme hasta rebelde y transgresor por hacerlo. Disfrutar de la historia, de aquella historia que yo mismo estaba creando. Hasta cuando solo escribía un par de párrafos me sentía pletórico y feliz. Fue como engancharse a una serie de televisión, estaba deseando que llegara el momento de escribir para saber qué pasaba. No sabría explicarlo, pero para mí fue como tocar el cielo con las manos.

No logré el NaNoWriMo, claro. Pero conseguí 30.000 palabras del borrador de mi primera novela (obviemos el hecho de que escribí un truño de novela a los 16 años) y jamás en la vida me había sentido tan bien conmigo mismo.

Entonces llegó diciembre y yo no estaba dispuesto a dejarlo. Descubrí cómo, por aquel entonces, debían sentirse los toxicómanos a los que se les obliga a dejar las drogas. Así que seguí escribiendo, seguí en mi nube.

No fue hasta que olvidé dos citas importantísimas porque me obsesionaba la idea de seguir escribiendo cuando me di cuenta de lo que estaba haciendo y de lo culpable que me hacía sentir eso. Sin embargo, una conversación con mi chica de estas profundas, serias e importantes fue el detonante para que yo me ratificara en aquella idea: ¿Se había convertido escribir en algo importante? Sí. ¿Entonces por qué cojones yo era el único que no lo veía así? Dependía de mí que los demás lo vieran de esa manera.

Así que eso fue lo que hice.

Tardé otro año y pico en terminar la novela, porque se metió la oposición por medio (y eso lo veía igual de importante, porque la estabilidad laboral, de tiempo libre y económica que me iba a proporcionar ayudaría a que yo pudiera escribir) y porque, para qué engañarnos, me costó darle a la escritura el lugar que quería darle en mi vida.

Pero lo hice, acabé la novela y todo el mundo que ocupaba mi día a día, mientras tanto, se fue acostumbrando a que yo tenía menos tiempo para dedicarles. Todavía hay gente en mi vida que no lo entiende, pero para mí no es objeto de enfado ni de frusración. Vamos, dicho en plata, paso como de la mierda de que para ellos no sea más que una excusa, porque, para mí, decir: "No puedo, tengo que escribir" es más que eso. Es realmente un No Puedo sumado a un No Quiero. No disfruto más saliendo una noche entera de juerga que escribiendo, sobre todo si la noche de juerga va a robarme la larga mañana de domingo en la que puedo estar escribiendo. ¿Es una droga? Sonará romántico à la Coleridge, pero lo es.

Y estamos a mediados de octubre y se aproxima noviembre. Afortunadamente, ya no necesito un NaNoWriMo para poder escribir. Pero, para qué vamos a engañarnos, uno lo hace porque es, ante todo, un pobre sentimental...

jueves, 25 de septiembre de 2008

Hablando solo y asustándome a mí mismo

"Joder. Qué perdido estoy cuando no escribo!"


(reflexión en voz alta que me ha sorprendido hasta a mí después de limpiar mi casa a fondo, poner dos lavadoras -mi armario es la envidia del de Isabel Preysler, lo menos, solo que en masculino-, tener puesta la tele de fondo, el itunes también, y dar vueltas y vueltas a mis 35 metros cuadrados sin saber qué hacer.

No.

El deporte no es una alternativa, gracias)

domingo, 21 de septiembre de 2008

y aquí va otra entrada poco interesante fruto del egocentrismo de una mañana de domingo

Lo sé, lo sé, lo sé y lo sé. Hace semanas que debería haberme pasado, si no por aquí, al menos por vuestros blogs porque les he echado un vistazo y me estoy perdiendo cosas tan geniales como la novela de Enrique Páez, la reciente mudanza de Maritornes a Soledad entretenida, o la vuelta de Care al mundo de los blogs después de un verano deleitándonos con preciosas fotografías.

Pero tengo una excusa, una bien gorda, además. Y es que, desde que volví de Centroeuropa (aparte de comenzar el curso en un centro donde los alumnos son muy buenos y yo lo estoy flipando en colores fluorescentes y cruzando los dedos en la espera de que no sea solo un sueño), no he dejado de escribir. Eché muchísimo de menos mi novela por esas tierras y cuando llegué de vuelta la cogí con muchas ganas. No tenía pensado terminarla, pero la cosa ha ido tan natural y tenía tan (sorprendentemente) bien hilvanados los hilos (o eso me parecía a mí) que ha salido sola y estoy bastante contento con el resultado. Han sido siete meses intensos, la verdad. Me metí de lleno en ese universo y creo haber acertado con la forma y el planteamiento. A ver qué piensan mi agente y mis incondicionales (son incondicionales porque les amenazo con el látigo si no me sacan de mi eterno mar de dudas y me dicen los fallos que cometo al escribir después de que les acose con mis textos por toda la faz de la tierra pero con una sonrisa. No hay nada que no se consiga con una sonrisa. ni con un strip-tease.

Tengo delante de mí un período largo de correcciones, pero se nota lo mal que lo pasé con Equilátero (y lo que me queda por pasar, ¿verdad, Leo?) y he cogido mucha más soltura. De todas maneras, no pienso volver a escribir de gente que tiene sentimientos tan pasionales no necesariamente buenos. Joe, me meto tanto que lo paso hasta físicamente mal, en serio. Prefiero escribir algo como esta última, mucho más ligera.

No sé si será buena o no, pero el caso es que creo que es la primera vez que tengo la sensación de haber escrito la novela que quería escribir. No en este momento, sino también la sensación de que esta es una novela que a mí me habría gustado leer en su momento. Ya lo explicaré más despacio, con detalles, cuando le dé el repaso y comprenda qué son esos elementos que yo he añadido que he echado en falta en muchas otras novelas y que me han dejado con una sensación de vacío existencial y decepción profunda a pesar de haberme gustado su lectura.

Ahora bien, una amiga después de leérsela dijo que echaba en falta más descripciones de los personajes, que le habría gustado leer cómo eran aparte de los detalles que yo daba, que, es cierto, son pocos. Pero es que, a mí como lector, no me han gustado nunca las descripciones. Son necesarias, eso no lo niego, pero en mi narrativa prefiero dar solo aquellas necesarias para la trama e incluírlas en la propia narración. Al leer una novela, por muy bien descrito que estuviera físicamente un personaje, he solido pasar de lo que me contaba el autor (no conscientemente, la verdad, pero es que mi imaginación siempre va por libre) y me los he imaginado como me ha dado la gana (a excepción de aquellos personajes que tenían un rasgo característico, claro, fundamental para la trama. Hola, Tyrion Lannister!!).

Además, gracias a la excelvillosa Adhara, antes de comenzar mis novelas hago un proceso de casting que me ayuda mucho a la hora de definir personajes e incluso personalidades de los mismos. No sé qué viene antes, si la personalidad o el físico, aunque a mí me da la sensación de que vienen parejos. Y, de todas maneras, no soy yo quien tiene que hablar de castings novelescos, esa es la tarea de Adhara (¿te gusta esta indirecta tan directa, Adhs?), la mejor para este trabajo que he visto nunca. Spielberg, si la vieras no la dejarías escapar.

Antes de comenzar a escribir una novela me gusta imaginar el físico de mis personajes y siempre se lo doy de actores o actrices. Supongo que esto deriva un poco de que, al fin y al cabo, mi educación como contador de historias (por llamarlo de alguna manera) tiene más influencia audiovisual que narrativa. De hecho, mal que me pese, en CarPa creo que se nota demasiado, pero no puedo evitarlo, muchas veces me imagino más las novelas como películas que como novelas en sí, no sé expresarlo (tiene cojones que no sepa) pero es así.

Además, para qué nos vamos a engañar, conocer realmente el físico de tus personajes de antemano ayuda mucho a la hora de narrar, porque ya los tienes en tu cabeza, sabes cómo se mueven, sabes cómo hablan (aunque luego modifiques a tu antojo lo que te dé la gana) y te ahorras muchos comederos de cabeza.

Amén de esas engorrosas narraciones. Claro, que a lo mejor yo peco de exceso y debería poner más. No lo sé. Creo que pongo las justas, las que son fundamentales para la narración. Luego, que cada cual se imagine al personaje como quiera, que para eso es una novela y no una película, hay que darle al coco un poco, ¿no? ¿Qué pensáis? ¿Qué preferís vosotros?

De todos modos, yo llevo esto al extremo y, para motivarme y recordarme siempre que me siente que tengo entre manos un proyecto, suelo hacer uso de los cuatro trucos que sé de Photoshop y me hago un fondo de escritorio relacionado con la novela y sus personajes para que, cada vez que encienda la pantalla, me grite desde lo más profundo que soy un vagazo y que debería ponerme a escribir.


CarPa, 2006


Equilátero, 2008



Ne Obliviscaris (No me olvides), 2008

Estoy deseando ver cómo queda el casting de la próxima novela. Realizarlo suele significar que, pronto, me embarcaré en un nuevo proyecto y no hay sensación que más me guste que esa. La de tener una nueva historia que contar.

Lo que me recuerda que: Noviembre se acerca.

viernes, 12 de septiembre de 2008

Opinar acerca de todo

Dice mi querida escritora Pilar Galán (que ayer le dedicó su columna a Ana María Matute y me hizo mucha ilusión) que existe esta conciencia generalizada de que un escritor puede opinar sobre cualquier cosa. Es más, no es que pueda opinar (porque opinar podemos todos, aunque nuestras opiniones sean nefastas y, contrario a lo que se estile ahora, no deban tener todas el mismo valor mal que nos pese porque nos encanta escucharnos a nosotros mismos. ¡Maldita democratización de la opinión -sin acritud, sin acritud-!), sino que se espera su opinión como la de un experto cuando, precisamente por ser escritores, de expertos tienen poco o nada.

No tengo ni idea de dónde viene esto pero antes de que ella le diera forma a aquella idea con palabras lo que es cierto es que, de un modo u otro, estaba ya en mi cabeza y yo también lo creía. Es estupendo cómo, cuando te dicen bien las cosas, se caen los andamios de las ideas mal formadas y te puedes crear otra mucho más sólida y estable. A lo mejor eso también es crecer, no lo sé. Cuando se me quite el complejo de Peter Pan y empiece a hacerlo, pues ya os lo diré.

Esta entrada viene a que, últimamente, he bajado la cantidad de colaboraciones que desde el año pasado iba haciendo en el periódico y me he dado cuenta de que es precisamente porque, de los temas que yo suelo opinar, muy pocos han saltado a la palestra durante la época estival y, claro, pues opinar de lo que no tengo ni idea, pues no me ha gustado nunca. De hecho, siempre he sido mejor "escuchador" que orador (aunque cuando a mí me dan un micro suele ponerse a temblar el mundo). De todos modos, había uno acerca del que no podía evitar opinar.

Tengo la sensación de que los temas de los que yo opino son muy pocos y muy limitados y, de alguna manera, aunque lo considere lógico e, incluso, justo, no puedo evitar que me dé rabia porque soy así de ansioso y yo quiero saberlo todo y opinar de todo. Pero no opinar tontamente, no. Quiero ser experto en todo. Es algo que me ha pasado desde siempre y, sinceramente, creo que es un problema porque muchas, muchísimas veces me ha impedido centrarme en una sola cosa por miedo a abandonar otras que, igualmente, me resultaban igual de interesantes. Y, claro, he acabado haciéndolo todo al mismo tiempo con el consiguiente agotamiento y el posterior abandono de todo lo que había comenzado. Soy un desastre.

Y llega septiembre, nuevas alternativas, nuevos planes, nuevas motivaciones que, a bien seguro, si no me centro y elijo en condiciones no llegarán a buen puerto. Así que, mejor voy con calma, entro en septiembre con el pie derecho y no me dejo aturullar por este tiempo loco y sin cabeza que hace que lo mismo te pongas una camiseta que necesites una sudadera bien gordita a los cinco minutos.

Qué difícil es ser yo.

PD: Os debo visitas, comentarios, entradas acerca del viaje, de mi búsqueda y posterior desayuno con Antonia Romero en Praga, de mi genial encuentro online con Leo, de Peso Cero, y de mil cosas que ahora no me acuerdo, pero debéis perdonarme porque, aprendiendo de errores pasados, no quiero perderme en miles de cosas. Estoy completamente cegado por la novela (no me queda nada para llegar al final pero quiero saborearlo, que soy consciente de que siempre los precipito), me da la sensación de que era una idea que tenía desde siempre y que, de alguna manera, siempre había querido escribir esa historia que no sabía que existía. Y como soy así de egoísta me apetece disfrutarlo yo solito. No me odiéis mucho.

jueves, 21 de agosto de 2008

Perdidos en el Bosque

Es la grandeza de la literatura, que nos permite reinventar la memoria y que nadie vea las cosas con los mismos ojos, un libro es muy diferente dependiendo de quién lo lea... se consigue que el lector u oídor escriba contigo el libro.

No es un secreto que Ana María Matute es mi escritora preferida. Quizá ahora más por el cariño que le tengo al personaje que por el conjunto de sus obras (Dickens ha subido puestos desde que decidí que era mi escritora) pero es que no puedo evitarlo. Cada vez que leo una entrevista suya, cada vez que me acerco a su visión de la literatura, cada vez que escucho o leo sus palabras hay algo en mí que se enternece y que la devuelve al puesto que se merece en mi corazón.

Leí Olvidado Rey Gudú con dieciséis años. Recuerdo que por aquel entonces mi abuela todavía nos preguntaba antes de pedir los regalos de los Reyes Magos : "¿Qué libro vamos a pedirnos este año?"

Desde que tengo recuerdos mi abuela siempre me regalaba un libro por Reyes, pero no creáis, que todo esto tiene una explicación muy terrenal. Veréis, yo de pequeño comía muy mal. Pero mal mal mal de tirarme cinco horas comiendo. Y yo comía siempre en casa de mis abuelos porque estaba cerca del colegio y mi abuelo, que era el que se encargaba de darme de comer, se desesperaba porque luego nunca llegaba puntual al cole por la tarde (sí, yo todavía soy de esa generación que sufría las clases de historia a las tres y media de la tarde. Una tortura).

Lo que ocurre es que un día descubrieron que, si me daban un cuento o un cómic de Disney, me metía tanto en la lectura que ellos podían darme de comer sin que yo apenas me quejara o me enterara. Tenía cinco años y mi abuela siempre fue una mujer muy práctica, de ahí que, cuando llegué a la época del Barco de Vapor, cambiáramos los cómics (gracias a ella tengo una colección enorme de cómics de Disney y me llegó a tocar una bicicleta) por los libros. Recuerdo que en Navidad me cayeron Los Mifenses, Danko, el Caballo que conocía las estrellas y muchos más.

Aquel año yo estaba dudoso entre el Capitán Alatriste y Olvidado Rey Gudú, de los que había leído las reseñas y los que me moría por catar. Al final, ganó Olvidado Rey Gudú y lo pedí en mi carta.

Lo que pasa es que algo debió de ocurrir (lo que ocurrió es que mi abuela enfermó de alzheimer aquel año y supongo que las cosas se salieron un poco de madre y los reyes dejaron de ser lo que eran) y no me cayó ningún libro.

Pero no pasó nada, ahorré y me lo compré. Todavía recuerdo cuándo, dónde y cómo hacía el día que fui a la librería y lo cogí. La dependienta me dijo que si no era un libro muy gordo para alguien de mi edad y yo tuve que aguantarme la risa. No era el primer tocho que me leía y por supuesto que no iba a ser el último.

Tardé cerca de cinco meses en terminármelo (ah, la adolescencia, cuántas distracciones disfrazadas de falda de tablas, piernas largas y sujetadores intuídos) y tengo que reconocer que me quedé en su superficie, que no leí más que la historia en sí. Pero a pesar de todo lo que no entendí, me encantó. Tal y como apunté al final, el día que me lo terminé (puse la fecha y todo, 19 de agosto del 96) fue "una experiencia increíble". Me costó mucho entrar en su universo, eso sí, pero cuando lo hice (exactamente cuando Volodioso conoce a Lauria y Ardid entra en escena) ya no pude dejarlo.

Tengo que hacer un alto en el camino para decir que, de pequeño, igual que me gustaban los cómics, estaba obsesionado con los cuentos clásicos. Tenía miles de colecciones, me sabía los diálogos Disney de memoria (aunque me cabreaba que no respetara las versiones originales de las historias, no lo comprendía. Pero, bueno, tampoco comprendía cómo era posible que Ana Torroja cantara canciones hablando en masculino). Me encantaba dibujar de pequeño (aunque mi hermano me supera con creces en ese arte) y cuando aprendí a escribir, mis dibujos sin contexto pasaron a ser cuentos. Quería dibujar tan bien como María Pascual, que ilustraba muchos de mis libros, y ya era fan de ella. Tengo guardadas mis mil y una versión del comienzo del Mago de Oz (todavía me sigue alucinando todo el asunto del tornado) y, cuando llegaban las Navidades, me sentaba delante de la pantalla de la tele para ver aquellos cuentos y superproducciones europeas (los primeros estaban presentados por Shelley Duvall. ¿Es que nadie se acuerda?) y, dependiendo del cuento que fuera, yo, por la tarde lo intentaba reproducir con dibujos y cómics y tal. También recuerdo que a los siete años me regalaron un walkman con grabadora y mi hermano y yo nos dedicamos a grabar nuestras propias versiones de los cuentos (mi abuelo me regalaba cada sábado una cinta con varios cuentos grabados y ¡todavía las tengo! En algún sitio que no recuerdo, vale, pero sé que las tengo). Famosas son en mi casa nuestras versiónes del Mago de Oz, como aquella en la que yo hacía de narrador pero en la que mi hermano, con su voz gangosilla y siempre resfriada de cuatro años, me interrumpe con una aparición estelar que dice "y vio a la carroza y a una bruja espantacional" de la que todavía no hemos sabido interpretar qué quería decir. O nuestra versión de Blancanieves en la que los enanitos cantan una canción de Bananarama.

Cuando iba a hacer la comunión estaba convencido con que me iban a regalar una cámara de vídeo (sí, lo de soñar despierto cosas imposibles ya se me daba bien desde aquel entonces) y ya tenía planeada mi propia versión del Mago de Oz. Había escrito un guión y todo que repartí a los amigos y primos que había elegido para los papeles, había pensado en las localizaciones e incluso tenía mis truquitos de efectos especiales, no os creáis. Lo que pasa es que al final no me la regalaron y no os podéis imaginar, con todo esto, lo identificado que me he llegado a sentir con el personaje de Briony al leer Expiación hace un par de meses.

Así que no es muy sorprendente que, en cuanto abriera Olvidado Rey Gudú y viera que muchos de mis personajes preferidos de los cuentos tenían su aparición estelar, quedara inmediatamente rendido a los pies de Ana María. Había sabido coger a los personajes tal y como yo me los imaginaba, en su esencia más pura, recogidos de los verdaderos cuentos, de los que yo me creía uno de los pocos conocedores.

No sabría explicar con palabras las sensaciones que me produjo la lectura de ese libro. Mi parte preferida es la segunda, con todo el asunto Tontina-Predilecto-Ondina. Aunque la tercera también es apotéosica, con esa inclinación hacia la nostalgia más desnuda, para llevarnos a ese final memorable e increíble y perfecto. Ardid es y siempre será para mí el mejor personaje (femenino y no femenino) de la literatura y la considero como mía. Y el trasgo del Sur, y el anciano, y todos los personajes de la Corte de Olar siempre tendrán un sitio en mí. Y el Olvido. Ese maravilloso y espeluznante aviso de que nada es eterno.

No puedo evitarlo. He leído el libro otras dos veces (una a los veintitrés y otra el año pasado) y siento que el libro crece conmigo, cada vez que lo leo descubro nuevos matices, nuevas sensaciones de las que no me había percatado antes. Y todavía tengo la sensación de que me quedan muchas por descubrir.

Por eso decidí hace mucho que le dedicaría mi cuarta novela (Ne Obliviscaris (No me olvides), la que estoy escribiendo ahora y de la que ya he superado el ecuador) a Ana María Matute. Creo que, en parte, que yo quiera ser escritor se lo debo un poco a ella. Me di cuenta cuando hace unos años leí su biografía por Marie Luise Gazarian-Gautier y vi que Ana María Matute y yo compartíamos una visión muy, muy parecida de la infancia y del mundo que nos rodeaba (que ella hubiera nacido con toneladas de talento y sensibilidad era lo que nos separaba).

Así que, cuando iba el otro día a la piscina y pasé por un kiosko y vi su imagen (pero qué tierna me parece) en la portada de una revista, tuve que comprármela irremediablemente. En la entrevista celebraban que le habían dado el Premio Extremadura a la Creación y yo, desde aquí, quiero hacerle mi particular homenaje y compartir mi alegría por ese reconocimiento.

Gracias, Ana María, por perderme en el Bosque.

PD: Parto mañana hacia tierras centroeuropeas, donde, por lo visto, las casualidades existen.

miércoles, 6 de agosto de 2008

Perdona si estoy mal escrito y traducido y editado pero me publica Planeta

El otro día andábamos buscando un libro para que mi chica leyera en la piscina y como más o menos sé sus gustos, le dije que por qué no se llevaba el de Perdona si te llamo amor de Federico Moccia. Había escuchado hablar de él en el telediario y más o menos me sabía de qué iba, pensaba que le iba a gustar.

Al día siguiente, se quedó dormida y lo cogí yo para echarle un vistazo. La verdad es que lo flipé bastante con lo que pueden hacer la publicidad y la promoción (como si me sorprendiera, vaya, pero es que, qué queréis que os diga, uno es un poco inocente y cree siempre primero en la bondad y en la buena intención de las personas y que todo es rosa y bonito y dulce y de caramelo y de supernovas, chiste privado que no vais a entender).

El libro (todavía no llevo mucho, pero me da un poco de pudor llamarlo "novela") parecía más un guión cinematográfico lleno de diálogos insulsos llenos de onomatopeyas y notas a pie de página (que se supone que es la narración. La narración, me parto) que más bien parecen las acotaciones de un director de teatro que fragmentos de narración.

Vamos a ver, yo no sé mucho de técnicas literarias actuales ni nada, pero, no sé. A mí no me parece que el libro esté tan bien escrito ni que sea tan la hostia. Sí, puede que el tema tenga tirón, pero no sé.

Para empezar, la voz narrativa es muy particular. Se entremezcla sin ningún tipo de criterio la voz de un narrador en tercera persona con los pensamientos del personaje que está bajo la focalización en ese momento.

No, Alessandro deja la nota sobre la mesa, no han entrado los ladrones. Ha sido ella. Me ha robado la vida, el corazón. Ella dice que siempre ha respetado mis decisiones, pero ¿qué decisiones? Deambula por la casa. Los armarios están vacíos. Conque decisiones, ¿eh? Si ni mi casa era mía.


A mí esto no me parece ni original ni, ni mucho menos, algo bien escrito. De hecho, desde mi punto de vista, se salta más de dos lógicas de escritura porque sí, no le veo justificación ninguna a ese tipo de narrador, no me encaja en esta novela (si estuviéramos hablando de Virginia Woolf y esto fuera una novela literaria en sí misma o experimental, pues me callaría) y me parece metido con calzador, como si el autor no hubiera querido meterse en los berenjenales de escribir en primera persona cada punto de vista. O incluso parece vagancia y dejadez. Queda artificioso, sí, pero no en un sentido positivo, al menos en mi opinión.

(Prefiero pensar eso a que el autor -o, yo qué sé, el traductor- no tenga ni idea de las normas formales y de estilo que, seguramente habría pensado yo si fuera un informador de Planeta y este manuscrito me hubiera llegado de manos de un escritor novel, para qué vamos a engañarnos. El tipo este ya viene precedido por su fama en italia, así que supongo que es mejor no pensar que no tiene ni idea. Supongo, claro)

Y, bueno, yo no es que sea un purista precisamente (de hecho, CarPa también ha sido a veces tildada de "guión cinematográfico" más que de novela, pero bueno, sé por qué es así y no me preocupa. Más que nada porque hay fragmentos en que está hecho a conciencia -la novela quiere imitar la forma de una telecomedia- y porque esas "acotaciones" son más que acotaciones, vamos, que no son solo "Allesia (u otro nombre italiano) coge dos vasos. punto y aparte, seguimos con el diálogo lleno de onomatopeyas digno de redacción infantil"), pero creo que sé reconocer cuándo algo está bien escrito o cuándo el escritor que hay detrás no tiene muchas luces (no me parece un escritor inteligente el que hay detrás de la novela, lo siento) y trata de ser, cómo decirlo, ¿efectista?.

—¡Naomi!
—Se me da bien, ¿eh? —Sonríe Niki.
Diletta bebe un sorbo de cerveza.
—Deberías dedicarte en serio a lo de ser modelo.
—Pasa el tiempo, un año, una se engorda...
—¡Olly, eres una envidiosa! Te fastidia que desfile tan bien, ¿o
qué? Pero sabes de sobra que esta..., es la hostia. ¿Cómo se llama?
—Alexz Johnson.
—¡Eh, aquí todas somos profesionales! Mira, mírame a mí. —Y Olly se planta en el otro extremo de la acera, se apoya la mano en la cadera derecha, dobla un poco la pierna y se detiene, mirando fijamente al frente. Después da media vuelta, se echa la melena hacia atrás con un rápido movimiento de cabeza y regresa.
—¡Pareces una modelo de verdad! –Y todas le aplauden.

Odio el efectismo en las novelas. O al menos, el efectismo mal llevado. Queda bien en las pelis de Silvester Stallone, no te digo yo que no, pero, yo qué sé. Es que efectismo acaba llevando a teatralidad y la teatralidad es imposible de creer, todavía menos en una historia que se vende como "historia de amor de verdad blablablaqué bonito".

Y encima, no llevo mucho, apenas ochenta páginas y ya he visto docenas de gazapos, traducciones mal hechas y errores de edición.

¿No se supone que Planeta tiene que cuidar esas cosas? Lo admito de una editorial pequeña, a lo mejor, que no dispone de muchos medios, pero, ¿de Planeta? Sinceramente, si yo fuera el autor a lo mejor me cabreaba un poco por la falta de respeto a mi texto.

Yo, como lector, me he cabreado porque para mí eso entra también dentro del campo del respeto. Sobre todo porque un libro de Planeta no es barato precisamente. Puede ser malo, sí, como en nuestro caso, pero tiene que estar impoluto y cuidado al máximo. Con mucho énfasis en lo de tiene, del verbo tener utilizado como perífrasis de OBLIGACIÓN.

Qué rabia me dan estas cosas.

jueves, 31 de julio de 2008

Atención: pregunta.

Anoche volví de Venecia con mi contractura muscular igual de jodida (por la mochila y otras actividades no contables en un blog para todos los públicos) y el cansancio no curado, pero correctamente desconectado, que es lo que importa. No hay nada como eso, como cortar unos días con la rutina para volver a ella y abrazarla sin reparos, no porque antes hubiera estado mal, no, sino porque, fiel al tópico, ¡joder qué bien sienta un soplo de aire fresco! (tanto más sabiendo que a finales de mes me hago otro viajecito a tres ciudades que llevo mucho tiempo deseando visitar: Praga, Viena y Budapest).

Y que conste que antes de comenzar con el tema que quería tratar en la entrada de hoy quiero decir que el nivel de mi instinto paternal es indirectamente proporcional al nivel de mi líbido, que luego sacamos conclusiones erróneas; pero es que en el aeropuerto de Venecia, mientras estábamos esperando a que el equipaje saliera de las profundidades (y mientras cruzábamos todos los dedos de nuestros cuerpos para que Iberia no hubiera mandado nuestras maletas a Tumbuctú) vi a una bebita de poco menos de ocho meses. Vio que estábamos abriendo una bolsa de Pandilla Drakis (ñam ñam) y dijo claramente: "patata patata". La miré sorprendido y la madre se encogió de hombros y se rió. La niña siguió diciendo "patata patata" y yo le pregunté a la madre si le podía dar una. Ella dijo que no había problema y cuando le di una patata a la niña ella sonrió y dijo "rica". Así, claramente. Después me los quedé mirando un rato (las maletas tardaron bastante en salir pero, en fin, no me sorprendió. Acababa de llegar a Italia, es lo que se espera de ese país) y la niña hablaba claramente. Muy claramente.

Después, en el avión de vuelta, coincidí sentado detrás de un padre británico con tres niños. El mayor no tenía más de cinco años. Pues bien, en cuanto despegamos (venga, reconocedlo, a que os gusta tanto como a mí la sensación del despegue. Es algo que me gusta tanto que monto en el avión solo por sentirla. Y no, no hay ironía en esta frase aunque pueda parecerlo) abrió un libro y se puso a leer. Era La isla del tesoro. Y no era una versión abreviada ni nada por el estilo, no. La isla del tesoro tal y como me la leí yo años ha. Cuando se aburrió, cogió un cuaderno y se puso a escribir con su caligrafía irregular de lápiz casi sin punta. Empezó poniendo al principio de la página: "Chapter 2" y yo ya no pude fliparlo más y me puse a darle codazos a mi chica, que dormitaba a mi lado. Joder, el niño estaba escribiendo un cuento. ¡Un cuento! Le cotilleé entero y, aunque ponía faltas (no tiene que ser muy fácil para un niño de cinco años la diferencia entre fonemas ingleses por muy nativo que seas) estaba bien escrito. ¡Y estaba escribiendo más letras que todos mis alumnos juntos en dos años!

Y en el autobús de vuelta a Cáceres coincidí de nuevo con una familia anglo-germánica. Era impresionante escuchar a la abuela hablar en alemán, que los niños le respondieran en inglés, que hablaran entre ellos en ambos idiomas... Y a mí, que no hay cosa que más me guste que hablar en inglés con niños británicos porque, no sé, supone un reto y me encanta, pues me puse a jugar con ellos a un juego de cartas (en realidad primero empecé haciéndole cucamonas al hermanito pequeño y luego la hermana mediana me dijo que el pequeño quería preguntarme si quería jugar a las cartas con ellos pero que le daba vergüenza preguntármelo y yo no pude negarme) y nos pusimos a jugar. Las cartas eran de Harry Potter y la hermana mayor me contó que se había presentado al casting de Luna Lovegood y estuvimos hablando de los libros. No sabéis el ataque de frikismo que me dio. Hablar de Harry Potter en inglés con niños británicos. Frikismo total y Fer encantado.

Pues bien, a lo que voy, lo que me ha sorprendido de estas anécdotas es precisamente la capacidad que tenemos los humanos (y especialmente los niños) para el aprendizaje de las lenguas y, bueno, para el aprendizaje en general. Soy un apasionado tanto de las lenguas como del lenguaje, entendiéndolo como la capacidad que tenemos los humanos para comunicarnos con signos lingüísticos y a mí todos estos temas me dan orgasmos intelectuales, vamos. Por tanto yo me pregunto lo siguiente: ¿cómo es posible que, teniendo en cuenta esta evidente capacidad del ser humano, haya psicólogos que hace unos años decidieran que para la enseñanza reglada en España lo lógico era bajar contenidos e igualar a todos los niños por debajo en lugar de proponerles retos y darles unos contenidos acorde a sus capacidades?

Es algo que no logro comprender. Pero, igualmente, teniéndolo en cuenta, sí que comprendo que nos vaya como nos vaya.

jueves, 24 de julio de 2008

Como un viaje

Hace unos días le hicieron una pregunta al gran George RR Martin acerca de cómo organizaba él las complejas estructuras de sus novelas (o de su novela, según se mire, que la Canción de hielo y fuego puede ser considerada una novela en sí misma dividida en varios grandes tochos) y me gustó mucho su respuesta.

Cuando, a veces, ha surgido la discusión de si somos escritores de mapa o escritores de brújula yo nunca he sabido en cuál de los dos grupos encuadrarme, así que la respuesta que dio Martin me encantó porque creo que es ahí donde me encuadro. Vamos a ver, yo necesito saber hacia dónde voy, antes de ponerme a escribir una novela me compro un cuaderno pequeño de cuartillas y me pongo a hacer esquemas, resúmenes de capítulos, guiones, fichas de personajes... en fin, podría decirse que, siendo fieles al símil, me pongo a dibujar un mapa. Lo que ocurre es que llega un punto siempre en el que me atasco, suele ser a la mitad de la novela, cuando las bases están más o menos sentadas y ya sé desde donde estoy partiendo y hacia dónde quiero ir. Para continuar con el esquema suelo necesitar ponerme a escribir y llegar a ese punto para, a partir de ese momento, continuar con mi mapa.

Así que, sí, podría decirse que soy un escritor de mapa.

Lo que ocurre es que normalmente nunca sé cómo va a acabar una novela. Con Equilátero, por ejemplo, me ha pasado. No ha sido hasta que casi tenía terminada la segunda parte (de tres) que no he sabido exactamente el final que necesitaba. Bien es cierto que tenía una selección de finales diferentes (ah, los poderes de la combinatoria. Nunca pensé que aquellas horribles matemáticas de COU fueran a servirme para algo) pero no tenía ni idea de cuál iba a elegir. De alguna manera, podríamos decir que el final lo eligieron los propios personajes. O el propio personaje catalizador del final. Y lo más fuerte es que, mientras releía la novela para su corrección (tediosa y desesperante a más no poder y que, supongo, que requerirá de una nueva incursión por mi parte en ese mar de letras que tanto me ha costado y sobre el que tantas dudas tengo) más me iba sorprendiendo de las pistas que iba dando acerca del final que había elegido. Sé precisamente que ese es el final correspondiente porque todo lo escrito apunta hacia ahí. A veces no puedo dejar de sorprenderme por la fuerza del subconsciente.

Así que ahí me teníais hasta la entrevista de Martin, sin saber decidirme, sin tener ni idea de si uno era un escritor de mapa o de brújula. Supongo que queda mucho mejor decir lo segundo, que uno no sabe a dónde va a llegar, que es mucho más divertido ver hacia dónde te llevan los personajes, que si uno sabe de antemano qué es lo que va a pasar, pues la tarea de escribir pierde gracia... Pero, no sé, no acaba de convencerme esa visión del asunto.

Para mí, escribir es una cosa un poco metódica. Necesita de preparación, organización y mucho trabajo previo a la propia escritura. Por eso no acabo de creérmelo, no acabo de creerme a los escritores que se dicen con brújula. De alguna manera es imposible que sin un pequeño mapa trazado salga una historia coherente. Adoro atar cabos, adoro dar pistas, adoro dar pequeñas pinceladas a lo largo de toda la novela que, para mí, sería imposible dar de no caminar con un mapa bajo los ojos. A mí, por ejemplo, no hay cosa que más me guste que cogerme el Ipod y ponerme a caminar mientras dibujo una y otra vez en mi cabeza las escenas que tengo que escribir. Pero no, no penséis que uno se pone a caminar porque sí, que uno no es tan... ¿cómo llamarlo? ¿bohemio? Cuando me refiero a caminar, me refiero a ir de un sitio a otro porque tengo la necesidad de hacerlo. Se llama optimización de tiempo.

Por eso me gustó lo que dijo Martin acerca de este proceso. Dijo que, para él, escribir era como un viaje. Sabía de dónde partía, sabía hacia dónde tenía que ir y por dónde tenía que pasar y a dónde quería llegar al final, pero lo que no sabía eran las anécdotas que iban a ocurrir durante ese viaje.

Me encanta la afirmación. Define a la perfección el concepto que yo tengo de todo este asunto. Precisamente porque esas anécdotas son las que me gusta escribir. Bueno, no nos engañemos, es cierto que cuando me planteo una novela hay una serie de escenas (dos, tres, cuatro a lo sumo) que me muero por escribir y que son el eje central de la misma, las que tengo claras desde el principio y casi la razón principal por la que quiera escribir esa historia, más que nada, bueno, porque esas escenas son la historia en sí. Lo que ocurre es que, luego, al final, esas escenas nunca quedan tal cual las habías pintado en tu cabeza. Unas veces porque en tu cabeza son tan geniales y quedan tan de puta madre que cualquier cosa que tú escribas no va a ser capaz de estar a la altura ni de coña, otras porque ya no pegan y quedan como un pegote que, al final, tienes que quitar en la revisión (me ha pasado, una pena, aunque luego me he guardado esas escenas para futuras novelas. ¿Quién sabe?)...

Así que, sí, me encanta escribir esas anécdotas del viaje de las que habla Martin. Son las que me ayudan a conocer a los personajes, a darles vida. Son esas pequeñas cosas cotidianas que, quizá no son importantes a la hora de la trama principal, pero que son fundamentales en el dibujo del personaje y sus relaciones con los otros personajes.

Además me encanta la metáfora: Escribir una novela es como un viaje. Nunca mejor dicho, señor Martin.

Y hablando de viajes, mañana me marcho a Venecia. No me esperéis levantados.

miércoles, 16 de julio de 2008

¡Vaya!

¿Que cómo ha llegado mi nombre ahí? No tengo la menor idea.


En la sección de Cultura del diario Expansión, el sábado 28 de Junio de 2008.

sábado, 12 de julio de 2008

Ya se terminó

Bueno, desde ayer estoy oficialmente de vacaciones. No veía el momento en que llegara este momento y ahora es como si no fuera capaz de asumirlo. Comprendo perfectamente que es mucho más duro ser opositor que tribunal de oposición (no hace tanto que estuve del "otro lado") pero desde luego esta ha sido una experiencia más que agotadora mental, física, emocional y psicológicamente. Lo que está en juego para todos (un puesto de trabajo, credibilidad profesional, la inclusión de buenos profesionales en el sistema educativo...) es demasiado grande. El futuro, en definitiva.

Así que, sí, es duro. Por eso, porque sé que es duro y que una de las partes más duras para el opositor que no tiene éxito es no saber qué ha hecho mal y por qué ha fallado (es frustrante que uno se haya esforzado al máximo y acabe sin saber qué parte de ese esfuerzo ha dado sus frutos y qué no) y porque en este tiempo que ha durado el proceso las visitas a este blog han aumentado considerablemente a través de búsquedas en google de mi nombre desde Extremadura y porque muchos de los candidatos han incluído partes de literatura en sus exposiciones, intuyo que más de uno se ha pasado por aquí para conocer quién era el que tenía delante y cómo tenía que enfrentarse a él, invito a todo aquel a quien haya examinado y no sepa en qué ha fallado a que, cuando acabe finalmente todo el proceso y se sepan los resultados de forma oficial, me escriba un correo para preguntarme. Estaré encantado de ayudar, porque considero que esa es la continuación de mi labor. Al fin y al cabo, dedico una gran parte de las horas de mi día a la docencia y puede que esa experiencia ayude a otros que quieran dedicarse a lo mismo. Mi correo está en el perfil. Muchos me conocéis y habéis visto cómo nos hemos portado, así que no dudéis en preguntarme, estaré encantado de poder echaros una mano en la medida en que me sea posible.

He dicho.

Y ahora, al trapo. No he escrito nada. Pero nada con mayúsculas. Así: NADA. Y dudo que en los próximos días pueda hacerlo debido al cansancio mental del que estoy haciendo gala últimamente. Además, estoy enganchadísimo a Festín de cuervos del magnífico, maravilloso, genial, increíble y poco valorado fuera de su círculo (como muchos genios) George Martin (novela que ya empecé en inglés precisamente en el año de las oposiciones pero que, por el mismo tipo de agotamiento, preferí dejar porque estaba de inglés hasta las mismísimas pelotas. Así que no veo la hora de que llegue el momento piscina y yo pueda tumbarme a la bartola con mi librito y marcharme a Asshai o a Lannisport.

Espero volver a ponerme a la tarea en breve. Tengo una novela juvenil que me está encantando escribir a medias. Bueno, a medias es un decir, llevo poco más de la cuarta parte, pero estoy disfrutando tanto, tantísimo con ella, que quiero que se me quite el cansancio ya (para eso, he decidido darme un capricho y esta tarde voy a que me den un masaje oriental que acabe con todas mis jodidas contracturas de la espalda. La de sacrificios que tiene que hacer uno por la escritura...). Y como os he tenido muy abandonados, aquí va un pequeño avance de la novela.


...

...

El título. ¿Acaso pensáis que os iba a dar más? No, señores, que uno sigue siendo un poco pudoroso a pesar de toda la bilis que suelta en este blog. La novela se titulará Ne Obliviscaris (No me olvides) y ya tengo registrada la mitad en el registro intelectual, que como he mandado lo que llevo a algunas personas y uno, aparte de pudoroso, es desconfiado por naturaleza, pues no se fía mucho de la circulación de archivos por estas ondas y estos cables interneteros.

Y también le he mandado a mi agente la versión corregida (bueno, la primera versión corregida, que imagino que no se habrá terminado el proceso porque me conozco) de Equilátero y estoy que me muerdo las uñas porque hay días que sigo pensando que la novela es buena, que dice cosas interesantes y que tiene personajes apasionantes (¡cómo me quiero!) y días que pienso que he escrito un truño infumable de casi trescientas cincuenta páginas. En fin, qué dura es la vida del bipolar.

¡He vuelto!

domingo, 29 de junio de 2008

Me muero

Me muero por muchos motivos. El primero: El cansancio (el físico, el psicológico y el emocional). El segundo, pues luego os lo digo.

Me ha tocado ser tribunal de la Oposición de este año. No hace más de dos que me la saqué y ya me ha tocado evaluar cómo lo hacen algunos de mis compañeros de clase. Es agotador, no solo por la carrera a contrarreloj que los señores de las administraciones públicas nos imponen llevar (cobrando una mierda, todo sea dicho) sino porque, perfectito y pefeccionista que es uno, intenta hacer su labor lo más profesional posible y eso conlleva un desgaste de calcio, potasio y azúcares y demás nutrientes cerebrales que me deja turulato para el resto del día.

Pero, ¡oh, condena!, no puedo permitirme estar turulato porque mi chica también está opositando (de otra especialidad, no me seais malpensados) así que, como uno ya tiene experiencia en estas lides, pues le toca ayudar en el proceso. Y sostener en el momento de los bajones. Y animar y llevar la voz cantante cuando toca.

Agotador. No recordaba estar tan cansado desde mi propia oposición. Y lo que me queda. Estoy triste. Animadme.

Porque me muero. Sobre todo eso: me muero.

Me muero porque lo que más me apetece en el mundo es escribir y no puedo ni tengo la estabilidad mental para hacerlo.

Todo un drama, señores.

domingo, 22 de junio de 2008

Moralinas estúpidas

Estoy un poco hasta las narices (iba a decir cojones, pero los cojones están muy abajo y la nariz está más arriba. Además, la nariz es el órgano por el que se huele la mierda) de la falsa moral de la que hace gala todo el mundo. Me resulta tan estúpida que me cabrea. Y cualquiera que me conozca (en persona, que el personaje de este blog tiene menos paciencia que yo) sabe que odio cabrearme y que es una sensación que detesto hasta tal punto que hago un ejercicio de reflexión previa a todo cabreo que suele racionalizar los sentimientos negativos para así evitar la explosión.

Veréis, hace un par de días escribí un artículo en el periódico con el que de vez en cuando colaboro que, dependiendo del círculo, ha tenido una acogida mejor u otra acogida peor. No me sorprende ni me afecta. Una de las cosas a las que he tenido que acostumbrarme a lo largo de los años es a las críticas. Soy alguien muy perfeccionista y antes me afectaban mucho porque no consideraba mi criterio como absolutamente válido si había una persona en el mundo que no estaba de acuerdo con él, así que cualquier crítica era una bomba directa hacia los cimientos de mi epistemología y acababa derrumbándome y teniendo que construir una nueva después.

Luego maduré y aprendí (mal que bien) a comprenderlas y a aceptarlas y a valorarlas en su justa medida. Lo siento pero hay críticas y críticas y no valen lo mismo ni emocional ni intelectualmente. Puedo sonar prepotente, pero no lo es. Y si lo es, no me importa porque creo que este sentimiento es el que quiero reivindicar en esta entrada.

Ya estoy harto da la falsa moral, de la falsa modestia que se valora actualmente. No puedo soportarla, parece que solo pueden triunfar los mediocres y que si crees que vales ya estás siendo prepotente y creído y, solo por eso, hay que ponerte una cruz. Pues miren, señores, yo creo que no. Me he hartado. Nunca saqué menos de un sobresaliente en el instituto y me avergonzaba por ello. No por tener las notas, no. Al contrario, creía que eran fruto de mi trabajo y, además, como me enseñaron mis padres, era mi única obligación, así que obtener un sobresaliente, era el justo premio. Lo que me avergonzaba era tener que decir las notas, es decir, no saber qué tono emplear para decirlas en voz alta sin parecer un estúpido prepotente y orgulloso. Fui la nota más alta de selectividad en mi comunidad autónoma el año que la hice e, igualmente, acabé avergonzándome porque pensaba que si me alegraba un poco egoístamente por ello, lo que hacía era regodearme en ello y corría el riesgo de parecer (ojo, que no de ser) un egocéntrico, así que lo he llevado más o menos en secreto hasta hace poco que me ha dado por culo tanta mediocridad absurda y me ha dado por reivindicara a la gente que se lo curra y que vale. Lo mismo pasa con la carrera y cuando me saqué las oposiciones. Perdón a los señores interinos por haber ido bien preparado y valer para esto y habérmelas sacado a la primera, lo sé, señoras y señores, no tengo perdón de dios, me pudriré en el infierno (pero que vengan a mi lado todas las ligeras de cascos y, ya que nos quemamos en el fuego de la eternidad, pues hagámoslo disfrutando de ello).

Y, sí, supongo que esto puede parecer precisamente lo que no quiero que parezca pero como estoy cabreado y esto es un vómito, pues permitídmelo.

Es que no puedo, de verdad que no puedo con la falsa moralina de las palabras. Del no hay que serlo sino parecerlo y de que nos escandalicen ciertas cosas pero que no lo hagan otras.

Porque, sí, hay gente que se ha escandalizado con la comparación que establezco en el artículo. La verdad es que me ha sorprendido mucho. Como he dicho antes no me afecta la crítica, puede haber sido más o menos desafortunada la comparación, pero, en fin, me toca mucho las narices.

El caso es que alguien ha colgado este artículo y lo ha puesto en un foro de profesores con, imagino, la intención de compartirlo y hay gente que ha pedido que se retirara de dicho foro porque le resultaba ofensivo. Como dirían los ingleses: What the fuck? ¿Ofensivo? En fin...

Si yo sé que debería estar contento, porque si hice una comparación tan exagerada era para que se viera con claridad de lo que estaba hablando, para despertar a las conciencias, para afectar al lector de alguna manera. Así que, sí, he cumplido mi objetivo y debería estar contento. La gente ha reaccionado ante él, ¿que no ha sido como a mí me gustaría? Además, la ironía no la comprende todo el mundo. Bueno, qué le vamos a hacer, ya sé que nadie es perfecto. Pero, no sé, es que es estúpido que la gente se haya quedado ahí, en la forma.

Y la estupidez sí que me cabrea.

Hace mucho tiempo que me dejé de gilipolleces y decidí decir, con la máxima educación posible que mis órganos, mis vísceras y todo lo que controla mi mala leche me lo permitiera, lo que opinaba. Que tampoco quiero decir que haga gala de esa """sinceridad""" (entre mil comillas más) que tan de moda han puesto los realities del "yo digo lo que me sale del coño cuando me sale del coño porque soy súpersincera, tía, y te lo digo y te lo vomito aquí, en la cara, y delante de todos porque soy súpersincera, tía y de paso te meto una hostia". No. Eso no es sinceridad. La sinceridad no está reñida con la falta de tacto ni con la cortesía ni con la falta de educación, joder. La sinceridad es otra cosa, es una reflexión previa acerca de lo que vas a decir, es un ejercicio de empatía por cómo va a recibir la otra persona lo que vas a decirle, es un elegir la mejor forma de decir lo que vas a decir... la sinceridad no es lo que ahora todo el mundo cree, joder.

Y por eso me cabrea que haya gente que se haya escandalizado con mi artículo. Que sí, que sí, que si quiero ser escritor, pues la que me espera si esta nimiedad llega a cabrearme, pero es que supongo que no es más que la gota que colma el vaso. No soporto las chorradas ni las medias tintas. Se me acusa de no tener sensibilidad. En fin, sé que no debo darle más vueltas al asunto, porque distingo muy, pero que muy bien, entre moral y moralina. Pero es eso, no puedo evitar no cabrearme por la estupidez humana.

Y ahora tachadme de prepotente, anda.

sábado, 14 de junio de 2008

Insertar título inteligente aquí. La resaca me lo impide.

Ayer, día de mi cumpleaños (toma sutil sutileza), recibí un regalo estupendo (nótense mi falta de adjetivos y mi narración ramplona. Nunca te tomes más de tres mojitos pasada la medianoche. Son como los gremlins):

Me han concedido por Equilátero la beca a la creación literaria que concede la Consejería de Cultura de Extremadura (con esto me sale un poema, que es imposible evitar la rima interna). Ya la había conseguido por CarPa, así que en ningún momento, desde que la solicité en Enero casi por casualidad y porque estaba aburrido una tarde y no sabía qué hacer, me había vuelto a acordar de ella. Era muy difícil que me la concedieran por segunda vez. Pero, en fin, ahí está doña Beca. Dos mil euritos más para la saca que vienen muy bien para las vacaciones (por ahora nos vamos a Venecia, que a mí me encantó pero mi chica no la conoce y además también vislumbramos Turquía en el horizonte).

No quiero sonar prepotente, pero desde luego que no me ha hecho la misma ilusión que recibirla por CarPa. Cuando la recibí por CarPa, acababa de terminar la novela y, la verdad sea dicha, no tenía ni idea de qué hacer con ella. Si merecía la pena, si a mí me lo parecía porque como no había leído mucho (bueno, mucho sí, pero no todo, que uno es muy avaricioso) pues no tenía con qué comparar... Así que el hecho de que me la dieran al menos me dijo que había gente externa a mí que no me conocía y que no tenía por qué ser pelota ni condescendiente ni educada valorara algo que yo había escrito y considerara que merecía la pena. Supongo que ese fue el momento en que empecé a creérmelo.

Además, la beca es un aval al fin y al cabo. No todos los días te dan dinero por una obra que no está terminada. Y encima te dan dinero por escribir. O sea, no sé cómo será recibir dinero por los derechos de autor y todo eso, pero ¿que te paguen por hacer lo que más te gusta en el mundo? Pues digno de un anuncio de Master Card, ¿no?

Lo que pasa es que a mí no me pueden pagar ya por escribir Equilátero. ¿Qué? ¿Que por qué no? Pues porque precisamente la terminé una semana antes de recibir la beca (se escuchan aplausos, ovaciones y gritos de "¡tío bueno!" en la sala). Es lo que ocurre cuando se convoca seis meses antes de que se publiquen los resultados. Que uno tiene la firme convicción de terminar lo que empieza le paguen o no.

Y con esto también explico la ausencia de entradas de un tiempo a esta parte, que necesitaba terminar la novela, sacármela de encima, antes de que llegara el verano, en el que quería ponerme con la novela juvenil, de la que tengo muchas ganas y con la que, a decir verdad, estoy disfrutando mucho más que con la que acabo de terminar. ¡Mi tercera novela! No puedo creérmelo, que yo había pensado siempre que no iba a terminar nada en la vida. Supongo que es lo que tiene crecer y hacerse mayor (y que tu novia ande de oposiciones).

No sé qué pensar de Equilátero, la verdad. Pasado el subidón de ponerle punto y final, me han entrado las dudas. Imaginaos si me están entrando que dudo de hasta mandársela a mi agente porque no quiero que se me ponga la cara roja de la vergüenza...

Es que, no sé, pero es una novela que me deja hecho polvo. Creo que me he centrado tanto en los sentimientos, llamémosles, negativos, que al final, dios, qué depresión. Sé que los personajes son interesantes, a mí por lo menos me gustan, pero no sé si algún lector podría acabar interesado en alguno de ellos, por eso precisamente que he comentado, creo que me he cebado demasiado en la parte negativa. Pero es que quería hacer algo tan diferente a CarPa o Tormenta que no se me ocurría otra cosa más que esta novela (¡drama! ¡drama! ¡he usado la palabra cosa!).

Y no todo es negativo, no. Creo que la segunda y la tercera parte (que componen la mitad de la novela) son bastante mejores que la primera, lenta hasta el sufrimiento pero necesaria hasta la saciedad. Necesaria precisamente así, lenta, para que se note el contraste. Me gusta el final. Creo que, dadas las circunstancias, no podía haber sido otro. No estoy muy seguro de la evolución del personaje que acaba siendo catalizador de ese final, precisamente, pero no sé si es porque yo todavía estoy muy metido en la historia. Tampoco estoy seguro de dos o tres puntos de la novela donde he dejado los acontecimientos muy en el campo de la casualidad y quizá eso denota un poco de vagancia por mi parte. No estoy seguro de que se distinga una de las tres voces narrativas. Dos de ellas están claras, pero hay una tercera que está oscura, que se mueve por entre las otras dos (claro, que a lo mejor es necesario que sea así, opaquilla). El narrador de la segunda parte, aunque me encanta haberlo utilizado, puede dar lugar a demasiados interrogantes por parte del lector...

Soy un mar de dudas andantes. Ya he corregido la primera y la segunda parte, que al fin y al cabo fueron escritas hace casi un año y creo que dejaré pasar un tiempo antes de ponerme con la tercera, aunque tengo la sensación de que me ha salido mucho más fluída y directa (en cuanto tuve claro el final, me salió rodada). Así que no sé qué hacer. Como le dije el otro día a mi agente, me daba mucho miedo que la novela fuera un truño y que toda la confianza que la agencia había puesto en mí se fuera al garete. Aquí entre nosotros, ahora que no nos escucha nadie, desde que tengo uso de razón, mi miedo más atroz ha sido el de decepcionar a los demás, así que lo llevo claro si me quiero dedicar a esto porque siempre decepcionarás a alguien, pero, bueno, os hacéis una idea.

Así que, no sé, hoy me dedicaré a dormitar por este dolor de cabeza punzante y cabronazo y mañana será otro día (esta noche voy al Mercader de Venecia, que estamos en pleno Festival de Teatro Clásico de Cáceres y siempre es estupendo ver una comedia de Shakesperare en medio del entorno medieval de mi ciudad. Aunque los muy cabrones me han hecho tener que elegir entre esa y Mucho ruido y pocas nueces. Qué poca vista a la hora de poner las fechas de las obras, narices).

Y, bueno, ahora que lo pienso, mañana no será un día cualquiera , porque es día 15 y ese es el día que Adhara y yo nos hemos propuesto para comenzar nuestro NaNo deVerano. 20.000 palabras en un mes. ¿Alguien se apunta?

PD: En otro orden de cosas, he empezado a leer La Puerta Oscura para ver qué tal estaba y ¿soy yo, que tengo al cerebro con déficit neuronal, o la gramática es un poco oscura -por hacer un homenaje al título de la novela- y enreversada?

martes, 10 de junio de 2008

Vagancia 2 (cuando los demás lo dicen mejor que tú)

Historias transparentes que se leen en unos minutos pueden tener profundidades y matices que no agota ninguna lectura; otras parece que solo se nos entregan después de un largo asedio, exigiéndonos una atención obstinada y ferviente, revelándose de pronto en su intensidad cegadora. Los muertos se lee en un viaje corto con una placidez estremecida de melancolía: El ruido y la furia solo empieza a penetrarse después de leerla dos veces. Una requiere claridad y sugerencia: la otra tinieblas, arrebato y delirio. Que una obra de arte tenga mucho éxito dice tan poco sobre ella como que no tenga ninguno. John Coltrane urdió algunas de sus improvisaciones más desaforadas sobre un vals tan inmensamente popular como My favorite things. Bajo el volcán estuvo una o dos semanas en la lista de los lisbros más vendidos del New York York Times.

Que cada uno haga su trabajo, puies, según pedía Camus, como sepa o como pueda, porque más allá de la página y del gusto o el desaliento de escribir no hay nada seguro, ni la calidad de lo que hacemos, ni la resonancia que tendrá. Solo dos cosas son ciertas para casi todos los que nos dedicamos a este oficio: nunca venderemos ni una ínfima parte de lo que vende Ruiz Zafón; nunca nos consagrarán tantas tesis doctorales, congresos, homenajes, como a Juan Goytisolo.

Sobra todo lo que yo pueda decir cuando leo algo y me pongo tan absolutamente feliz como cuando leí este artículo de Antonio Muñoz Molina en el Babelia del Sábado. A veces es que hasta pienso que el mundo no está acabado si exixten opiniones como esta.

O como cuando leí el de Javier Marías el domingo (gracias a Adhara) y descansé. Era domingo, ¿acaso esperabais que hiciera otra cosa?


domingo, 8 de junio de 2008

Me gustan los talleres, que sí.

Se me acumulan los temas, señores, se me acumulan. Así que no se asusten, que tengo cuerda para rato (¿y lo que mola hablaros de usted? Hace que nos subamos, ustedes y yo, a una especie de pedestal desde el que podamos mirar lo de abajo con desdén y prepotencia, así, con los ojos entrecerrados y una copa de Chardonnay entre los dedos).

Bueno, a lo que iba. No sé dónde leí exactamente que había algunos autores que denostaban los talleres literarios. Todavía no llego a entender por qué, la verdad. Bueno, vale, sí que se me ocurren un par de cosas, como, por ejemplo, que en los talleres se nos den formulitas matemáticas y recetas de cocina que seguir para crear nuestros textos. No lo niego, la verdad. Una de las razones por las que se va a los talleres literarios es precisamente para que te den eso y parezca que escribir es más fácil. Por eso a veces quedan textos un poco vacíos y fríos, pero sirven, técnicamente están bien, porque el talento y la pasión vienen de serie y eso no te lo dan en un taller, pero sí que te dan, y esto lo hacen gratis, la paciencia y, sobre todo, la creación de una rutina diaria para la escritura, que fue lo que en mi caso encendió la mecha.

Pues sí, a mí me gustan los talleres. Lo que ocurre es que cuando yo fui a un taller por primera vez ya llevaba a medias mi primera novela y siempre he sido un poco autodidacta. Además, ya había tenido contacto con el libro Escribir de Enrique Páez y muchos de los juegos ya me los sabía. La razón por la que yo fui a un taller fue para tener a un escritor delante, no sé, siempre he sido un poco fetichista y el hecho de ver con mis propios ojos que ese tipo de personas existían, que me hablarían, que se aprenderían mi nombre... uy, ¡qué subidón me daba! Así que en el año 2005 me di un descanso de mi trabajo de becario y me fui a Jarandilla de la Vera, a un taller-convivencia con los escritores Pilar Galán y Eugenio Fuentes que tenía las vistas de ser alucinante.

Y alucinante fue, no lo dudéis. Porque en él estábamos solo tres alumnos. Tres. Tres alumnos para dos escritores con los que conviviríamos un par de días y con los que nos iríamos de cañeo y de copeo hasta altas horas de la madrugada. Tres alumnos. De los cuales, dos solo habíamos pagado la matrícula. ¿Y el tercero? Bueno, en palabras textuales, el tercero dijo: "yo tenía cita con el psiquiatra de Plasencia, pero preferí venir aquí".

Y ese fue el momento en el que descubrí esa fauna extraña e interesante que también acude a los talleres: Las Señoras Desocupadas que Escriben Compulsivamente Una y Otra Vez de Lo Mismo y Que No Están Muy Bien de la Cabeza. Este es el espécimen más raro que me he encontrado, pero ha habido otros.

Al principio me tomaba coincidir con este tipo de personas muy mal, porque ya que iba al taller quería embeberme absolutamente de todo lo que decía el escritor en cuestión y me jodía sobremanera que estas señoras interrumpieran constantemente para contar sus batallitas como si lo que ellas tuvieran que decir fuera más importante que lo que decía el escritor que nos estaba honrando con su presencia.

Pero no había manera, taller al que me apuntaba, taller en el que esta fauna estaba presente. Así que solo me quedaban dos cosas: o unirme a ellas (no en el sentido carnal, cojones, que ya os estoy viendo las caras) o separarme de ellas. Y a mí los separatismos como que no me han ido nunca mucho, así que, pues eso, compré un poco de cola blanca, me la eché en los hombros y, ale, a unirse, a pegarse.

La verdad es que ha sido una decisión que me ha traído muchas alegrías. Y, sobre todo, unas carcajadas del tamaño de Tokio. Es cierto que estas señoras están un poco mal de la cabeza, se sienten un poco solas y necesitan su espacio diario de atención, pero, en el fondo, ¿no escribimos un poco para eso, al menos al principio? Así que comencé a escucharlas con más atención. Y me divertían. Quizá no fueran tan interesantes como el escritor que teníamos delante, pero a su propia manera, lo eran. Había que mirar un poco detrás para descubrir por qué te querían contar lo que te querían contar. Eran verdaderos personajes. Y, la verdad sea dicha, ¿no son esos personajes los que hacen interesantes las historias?

Y eso pasó ayer, que acudí a un seminario literario que nos ofreció nuestra querida Care Santos. Para qué nos vamos a engañar, a mí lo que me hacía ilusión era ver a Care, conocerla, tenerla delante y escucharla de otra manera que no fuera solo a través de sus palabras escritas. Y, tampoco os sorprenderéis, por supuesto, pero Care no decepcionó. Hizo que el tiempo se nos pasara volando y aprendí un par de cosas que creo que me van a venir muy bien.

Y además de eso, también tuvimos nuestra ración de señoras mayores. Esta vez a mogollón. Y creo que acabaré escribiendo un cuento sobre un grupo de estas mujeres, que desde que empecé a escucharlas, he aprendido mucho. Quizá no de literatura, pero sí de otras muchas cosas que nunca me había parado a pensar ni me habían interesado lo más mínimo.

¿Me estaré haciendo mayor? ¡Qué miedo!

domingo, 25 de mayo de 2008

Anuncio urgente

He perdido una voz narrativa. ¿Alguien sabe dónde está?

Si alguien la encuentra, por favor, póngase en contacto conmigo. Será recompensado con un beso con lengua.

Gracias

sábado, 24 de mayo de 2008

De concursos, premios y ciudades

Primero, lo importante. A día de hoy, vamos, quiero decir que me ha pasado esta mañana, Equilátero es lo más largo que he escrito nunca, superando en mil palabras la longitud de CarPa. Qué curiosidad me da saber hasta dónde voy a llegar. Al menos ya sé dónde voy a llegar porque hasta hace escasamente unas semanas no tenía la menor idea de cómo iba a ser el final. Al fin y al cabo, la novela trata de un triángulo, si hacemos uso de la combinatoria aquella que di en matemáticas de BUP nos salen infinidad de posibilidades, así que por fin, tal y como me había salido la segunda parte y el lugar hacia el que habían derivado los personajes lo he tenido claro: ese tiene que ser el final y no puede ser otro (cómo me doy ínfulas de misterio, ¿eh?). Ahora bien, cómo llegue a ese final, esa es otra historia e imagino que me dará ganas de tirarlo todo a tomar por culo y quedarme más ancho que Pancho (Pancho, ¿lo recordáis? Mi gorila, que ya ha crecido).

Además, mientras tanto y sin darme cuenta, la novela juvenil ha ido creciendo y ya he escrito la primera parte de un total de cuatro. Me está pasando algo con esta novela que no me pasaba desde CarPa y es que estoy realmente enganchado. Me gustan los personajes, me gusta la ambientación me gusta la sensación que me está dando de estar escribiendo exactamente lo que quiero decir y que apenas me cueste y estoy deseando seguir para saber qué pasa, igual que si la estuviera leyendo. Cómo se nota que esta sí que la tengo clara. Al menos su estructura interna. No sé cuál acabaré antes si sigo a este ritmo. Y me encanta no saberlo. Claro que no sé dónde leí hace poco que alguien dijo que pobres lectores que leyeran algo que había hecho disfrutar al escritor... y no sé si estar de acuerdo o completamente en contra. Supongo que me abstendré. Por ahora.

Y ahora vayamos al grano porque la verdad es que el tema es gracioso pero desagradable. Vamos, no desagradable en sí, sino por lo que me ha hecho sentir. Veréis, en noviembre gané el primer premio de jóvenes artistas de la ciudad de Cáceres. Fue un premio para empezar que no esperaba y que, por otra parte, me hizo mucha ilusión porque eso de ser profeta en tu propia tierra no es algo fácil.

Pero claro, ahí está el tema: mi propia tierra. Y mi propia tierra no se ha caracterizado nunca por funcionar a la perfección. Para empezar no hubo entrega de premios. Primero nos convocaron para un día y después nos llamaron para cancelarlo hasta nuevo aviso. Aviso que todavía no ha llegado y me consta que, evidentemente, no se realizará porque está a punto de salir la convocatoria del certamen del 2008 y sería un poco ridículo que ambas celebraciones coincidieran en el tiempo. Y qué queréis que os diga, los aplausos me ponen. Quería mi ración de aplausos. Cada uno tiene su fetiche, ¿no?

Y luego está el premio. Premio que todavía no he cobrado. Aunque pueda parecer lo contrario, el dinero del premio no es algo que me importe. Afortunadamente no escribo para sobrevivir económicamente (sino que lo hago para sobrevivir de otras maneras) y todo dinero extra que venga a través de la escritura es eso, extra e inesperado, así que, no sé, no me ha preocupado (y sigue sin preocuparme) el no haber cobrado el premio (tanto mejor, que si lo tengo me lo gasto ipso facto, dios, no tengo un duro ahorrado y llevo dos años de furcionario).

El caso es que en marzo estaba por la concejalía de juventud de mi ciudad para hacerme carnets y ese tipo de cosas que hace uno antes de salir de viaje y me dio por preguntarle al responsable. El responsable de la concejalía, muy azorado y servicial, todo sea dicho, llamó inmediatamente a quien tuviera que llamar para informarse del tema. Le dijeron que cobraríamos la semana siguiente y yo me dije: "mira que bien, dinero extra para Escocia" y me fui de allí tan contento.

Evidentemente no cobré.

El otro día fui de nuevo al ayuntamiento porque gracias a mi hermano resulta que era un moroso que llevaba dos años sin pagar el impuesto de circulación (nunca le encarguéis nada a vuestro hermano pequeño) y como yo entregué toda la documentación que me requerían para el premio en el mismo sitio donde tenía que pagar mi deuda, pues aproveché y pregunté. Je.

Nadie sabía dónde estaba mi expediente.

Me enviaron a otro departamento (no pude evitar recordar la película de Asterix y las doce pruebas) y allí que me presenté yo con mi cara de niño bueno (experto en ponerla después de ensayar doce horas diarias delante del espejo) y una señora me atiende diciéndome: "buenos días, que sepas que no tengo un buen día". Me encantó, la verdad, agradecí mucho su sinceridad.

Si queréis que os diga la verdad, yo me caliento enseguida y me pongo bastante borde y ácido. pero eso me pasa con las cosas que realmente me importan, como en el instituto, por ejemplo, o yo qué sé, cuando tengo que levantarme temprano y no me apetece ir a clase, que solo me falta escupirle a mi reflejo en el espejo después de las parrafadas de odio eterno y deseo de destrucción que le echo.

Así que me comporté muy tranquilamente y cordial. Es un premio. No iba a hacer un drama ni montar un pollo en el ayuntamiento porque llevarme un sofocón por un premio que encima he ganado pues como que me da cortocircuitos cerebrales, la verdad. Total, que me mandaron otra vez a la planta de abajo, desde la que me enviaron a la cuarta planta y de ahí vuelta a empezar a la primera. Evidentemente, yo ya me reía, pero no estaba dispuesto a seguir perdiendo el tiempo, que es lo más valioso que tengo.

Llamé a la concejalía y pregunté si el responsable sabía algo. De nuevo se mostró muy sorprendido y blablablabaquevergüenzablablabla y tal. En fin, que yo no voy a perder mi tiempo ni voy a montar un drama por algo que se supone que tiene que ser agradable.

Pero no creáis, que lo que me preocupa no es esto. Es que mi ciudad se presenta a Ciudad Europea de la cultura para el año 2016 y la gente está convencida de que vamos a conseguirlo. Sí, claro, seguro (dicho con toda la ironía del mundo). Solo hay que ver la importancia que le dan a los artistas de la ciudad, al premio que lleva su nombre y a demás cosas que ahora mismo no vienen a cuento pero que dejan a mi ciudad a la altura del betún (como, por ejemplo, el escaso presupuesto de la feria de libros, por poner un ejemplo que no se salga del tema). Es una pena, pero así es la ciudad en la que vivo.

Qué entrada más descafeinada me ha salido, ¿no? ¿Será que estoy nervioso por Eurovisión? O porque hoy es Sábado y me merezco el gintónic que pedía dos entradas más abajo y que compartiré con Joaquín por hacer que saliera de dudas y me ratificara en mi petición desesperada por el uso de la palabra fomento en lugar de fomentación (a no ser que quiera utilizar los libros a modo de paños mojados cuando entra la fiebre, que todo es posible, oiga).

martes, 20 de mayo de 2008

Cuando las palabras no son suficientes

Cuando hace unos meses Pilar Galán en el taller al que acudo nos pidió que hiciéramos una poética o declaración de intenciones yo me puse fino y escribí esto sin ser realmente consciente de la verdad tan grande que estaba poniendo en palabras.

Entre otras razones, no han sido unas semanas fáciles y de ahí el parón del blog. Esto no deja de ser una ventana al público y cuando las coasa van mal yo me cierro en banda y nadie se entera, así que mucho menos lo iba a dejar por escrito. Para que os hagáis una idea borro inmediatamente los mensajes al móvil que llevan malas noticias o que están relacionados con ellas. Tengo cierta fobia a la palabra escrita, como si esta fuera más real que la palabra hablada. Cuando no se dicen las cosas es mucho más fácil ignorarlas.

Y esto es curioso que me esté pasando en estos momentos porque en la novela juvenil que estoy trabajando ahora mientras me doy las vacaciones de Equilátero trato precisamente ese tema entre otros. De la realidad de las palabras (dándole un tono un poco fantástico que me encanta, todo sea dicho), de cómo las palabras tienen el poder de transformar la realidad que nos rodea como si fueran seres vivos. Una paranoia, sí. Pero a mí me encanta (hasta tal punto que no paro de escribir y llevo la cuarta parte del borrador).

Y es entonces en estos momentos nada fáciles cuando he vivido en mis propias carnes las cursilerías que ponía en la poética. Escribir me ayuda a que lo que haya a mi alrededor tenga sentido y, sobre todo, me proporciona el equilibrio que me falta cuando la vida se precipita. Hay gente que necesita estar en compañía cuando las cosas van mal. No es que yo no lo necesite, tendría que tener un ego como un globo aerostático de grande para hacer una afirmación tan rotunda, pero sí es cierto que yo suelo tomar el rol de líder y hacerme con la situación así que no es tan descabellado imaginarme en un rincón a solas meditando cuando no puedo controlarla hasta que mi cabeza deja de echar humo y, o encuentro una solución al problema o asumo que no la tiene.

¿Y qué hago cuando llego a esta conclusión?

Escribo. Me entra una necesidad irrefrenable de estar a solas y ponerme a escribir. Pero no, no os asustéis que no me pongo a hacer odas al dolor cual romántico hasta arriba de opio ni nada por el estilo. Necesito escribir lo que sea que esté escribiendo en ese momento. No sé si lo he dicho ya (que creo que sí) pero para mí la escritura es una especie de escapismo, así que ¿qué mejor momento para escapar de la realidad que cuando esta no va bien?

(Y, sinceramente, para mí, creo que es lo más terapéutico. Pero no se lo digáis a mi novia, que es psicóloga y no quiero que piense que le quito la clientela.)

Y, sin embargo, a pesar de todo lo anterior, en la semana en la que descubres los resultados de la palabra más fea del castellano (empieza por c, acaba por r y tiene la misma forma de la palabra que designa a un signo del zodíaco) y sientes que a tu alrededor se desmoronan pilares importantes, por mucho que valore las palabras y lo que me hacen sentir y el lugar tan importante que tienen en mi vida, simplemente, a veces no son suficientes.

(Disculpad el tono de la entrada de hoy, prometo volver a mis orígenes en breve, que si no saco la mala leche a flote, ya sabéis que se me enquista y luego me salen granos. Y gracias a Joaquín por el abrazo)

domingo, 4 de mayo de 2008

Malito del hígado, de verdad

Llevo unos días bastante ocupado, lo que no es una excusa para haberos abandonado de esta manera. Lo que sí es excusa es que lo que me ha tenido ocupado es la emoción de haber terminado (¡por fin!) la segunda parte de Equilátero y que, para celebrarlo, decidiera empezar la novela juvenil que tenía pensada para el verano y que, de pronto, se haya convertido en una obsesión y esté disfrutando tanto y me lo esté pasando tan bien que todo lo demás haya pasado a un segundo plano y me levante y me acueste pensando en continuar la historia y saber hacia dónde van mis personajes. Si esto sigue así no sé si llegaré a verano, porque teóricamente la novela es corta y voy a un ritmo del que no me creía capaz. Claro que mucho tiene que ver que desde la semana pasada, entre semanas culturales, excursiones varias a las que no pude acudir porque soy un alérgico sin posibilidad de cura y que hemos tenido este gran acueducto que le agradezco en el alma a las altas autoridades educativas, he tenido un tiempo precioso que he aprovechado como dios manda.

Pero no os confundáis, señores, que no voy a convertirme en el señor Umbral ni voy a venir aquí a hablar de mi libro (por ahora). Hoy voy a suplantar a la señorita Maritornes y voy a desgañitarme un poco con un tema que me horroriza y del que si no hablo, la bilis es capaz de supurarme por todos los poros del cuerpo y no creo que me favorezca ese brillo amarillo y amargo esta mañana tan bonita de domingo.

Veréis, hace un tiempo que sigo el blog de una escritora extremeña. Sí, pongo escritora en cursiva, no ha sido un error de dislexia dactilar. Lo empecé a seguir por el obvio interés de la cercanía. Siempre es bueno tener localizados a los compañeros en la batalla. Después mi interés a secas empezó a decaer y dio paso a un interés malvado, ese que hace que sigas a alguien o que te interese la trayectoria de alguien por la mera manía que le estás cogiendo. Vamos, el interés hijoputa.

Una de las cosas que me planteé al empezar este blog, y ya no solo el blog, sino cualquier cosa que emprendo, era ir con la humildad por delante. Ojo, no quiero confundir humildad con falsa modestia, que hoy en día tanto estos dos términos como el de sinceridad andan un poco desequilibradillos, todo sea dicho. Sé que soy muy claro y directo y que a veces mi cerebro parece no funcionar cuando hablo o escribo y suelto lo primero que me sube desde el estómago (o desde el hígado, rebozaditas mis palabras en bilis), pero tengo muy claro que no soy nadie, al menos en este mundillo literario, que como yo hay cientos, si no miles y que, a veces, es mejor callar que hablar, porque igual que yo critico, hay veinte mil cosas de mí mismo que también son susceptibles de ser criticadas y estoy más guapo callado (pero guapo guapo, que salgo en las fotos que ni Brad Pitt, oiga).

Pero es que hay veces, hay veces que la bilis se desborda, me inunda y la tengo que vomitar so pena de morir ahogado. Veréis, yo siempre he defendido que cualquiera puede escribir. Sí, cualquiera puede hacerlo, ahí están las herramientas, los diccionarios, los libros... Ahora bien, cualquiera que se ponga a escribir no tiene por qué ser escritor (esta palabra hay días que siento que me queda grande y otros días a los que no le encuentro un significado claro). Creo que para ser escritor (utilicemos esta nomenclatura, aunque ahora mismo no me haga gracia) hay que empezar bajo una premisa muy importante: el respeto. El respeto hacia uno mismo y, sobre todo, hacia los demás, hacia los que te leen.

¿Y cómo, desde mi punto de vista, se parte desde el respeto para ser escritor? Yo creo que está claro, para empezar hay que hacerlo bien. Y, ojo, que no estoy diciendo que haya que ser un buen escritor, quizá a esto de hacerlo bien me esté refiriendo a ser un buen redactor. Para mí son términos diferentes. Un buen redactor escribe bien en términos puramente lingüísticos, ortográficos y estilísticos, lo que no quiere decir que cuente buenas historias.

Lo que ocurre es que hay gente a las que esta premisa, la de ser un buen redactor, le es suficiente para considerarse escritor. Bueno, discrepo totalmente, pero si son felices así, allá ellos. No basta con cumplir las reglas ortográficas. Pero sí es condición sinequanon se puede ser escritor. Aunque sea uno un escritor mediocre, malo u horrendo.

Escribir técnicamente bien, aunque tu técnica sea de redacción de COU, es lo mínimo que se puede consentir si te quieres llamar escritor. Saber usar las palabras, el diccionario, las tildes y ya no digamos las bes y las uves (por cierto, tengo un problema con la palabra absorber que no es ni medio normal. ¿Por qué narices se escribe con dos bes y en mi cerebro aparece siempre la primera con be y la segunda con uve? ¿Algún psicólogo en la sala que me saque algún trauma?). Conozco por la red a escritores terribles que se consideran tal pero que, al menos, redactan bien y se preocupan por pulir sus textos. Aunque sean más planos y aburridos que, no sé, Helen Lindes antes de pasar por el quirófano, por poner un ejemplo evidente y placentero (aunque me da en la nariz que lo de aburrido lo sigue teniendo por muchas tetas que se haya puesto. Qué pena).

Después están Los Otros, los que se erigen además como escritores con mayúsculas (¿el ego está reñido con las faltas de ortografía y expresión? ¿Algún otro psicólogo en la sala?) que acaban por destrozarme el hígado (si ya me lo destrozo yo solito los sábados por la noche, ¿no podríais tener un poco de compasión conmigo?) y hacer que vomite este tipo de entradas aunque en un principio (valga la redundandia) fueran en contra de mis principios porque otra gente lo hace mucho mejor y con más motivos que yo.

Pero es que no puedo evitarlo. A esta señorita en cuestión, de la que hablaba en el principio de mi entrada, la han publicado en unas cuantas editoriales (una de ellas es Entrelíneas, con lo cual su credibilidad, desde mi punto de vista, está bajo tierra) y se pasea por colegios e institutos dando charlas. Yo, mientras tanto, al principio, cuando comenzaba a seguirla le escribí un educado e-mail en el que le sugería que cuidara la ortografía y la gramática de su blog, no por nada en concreto, sino porque con una mala ortografía (¿tan difícil es poner tildes?) se desprestigiaba tanto a sí misma, como al género en el que publica así como al resto de escritores (o pseudoescritores. O gente a la que le da por escribir) de Extremadura.

Pues bien, la señorita en cuestión me respondió diciendo que no tenía tiempo para revisar sus entradas, que escribía por las noches (en medio de un drama terrible, todo sea dicho) y que no podía pararse a revisar lo que había escrito.

¿Pero qué coño...?

A eso es a lo que yo me refería con respeto, narices. No sé si sabe, y si no lo sabe y algún día se pasa por aquí, se lo digo, ya que el email que me envió me dejó tan estupefacto que decidí no responder: Que lo que escribes y lo que publicas se lee. Da igual que lo lean quince, que solo lo lea tu tía Ramona la del pueblo o que solo lo leas tú. Se lee. Y como se lee y te estás autoproclamando escritora, lo mínimo, minimísimo, que puedes hacer es revisar tus textos, coño. Aunque sea un texto para anunciar tus próximas presentaciones. Que te estás llamando escritora, tía, que te estás dejando a la altura del betún, joder, que no me da la puta gana de que encima seas extremeña y si ya los extremeños tenemos fama de paletos, vengas tú a dárte ínfulas y no sepas poner una puta tilde. Y que encima hayas ido por los colegios haciendo talleres y dando charlas por "la fomentación" de la lectura.

¿Sabes? Se dice FOMENTO, tía. Fomento. Efe o eme e ene te o. Fomento.

Y tú vas y me escribes "fomentación" cinco veces en tu entrada de hoy. No puedo contigo.

Ala, qué a gusto me he quedao.

¿Me pones un gintónic, por favor? Puestos a destrozarnos el hígado, que al menos disfrutemos con ello.