viernes, 19 de junio de 2009

Y a ver cómo titula uno una entrada después de casi mil años sin escribir

Porque, no, no es que os haya olvidado ni que me haya olvidado del blog, pero sí es cierto que desde que regresé de Finlandia (entrada pendiente porque Finlandia lo merece) los acontecimientos se han precipitado un poco y no he parado -literalmente- un segundo entre exámenes, correcciones, informes, evaluaciones y disfrute del final de curso con unos alumnos estupendos a los que echaré de menos.

¿Escribir? Pues no, no he escrito lo que se dice nada. Pero nada. He corregido, eso sí. Y me he desesperado, eso todavía más. Hasta el punto de hartarme porque desesperarse por las cosas que no dependen de uno pues es una chorrada. Pero estresan. Y mucho. Así que decidí darme un tiempo de descanso porque mi salud mental lo necesitaba. Espero retomarlo todo ahora que comienzan las vacaciones.

El camino empezó ayer, cuando leí esta columna de mi querida Pilar Galán que me recordó muchas cosas que había olvidado y que quiero compartir con vosotros:

El tiempo circular

Hace ya tiempo que terminé el instituto. Entonces parecía mentira que el curso hubiera acabado y, sobre todo, parecía mentira que alguna vez la vida me hiciera regresar. El tiempo, que pone todo en su sitio, me hizo volver muchas veces, primero como profesora y luego como antigua alumna para la graduación de bachillerato, así que creo que el círculo ya se ha cerrado. Por eso, cuando me preguntan por qué escribo siempre contesto lo mismo. Escribo porque el tiempo es circular. Escribir no es otra cosa que volver, una y otra vez, para atrapar una caricia, un primer amor, un último desamor, o el verano eterno de la infancia, esa sucesión interminable de sol y agua. Ya decían los griegos que el tiempo era como uno de esos veranos, circular e inagotable, un eterno retorno aunque el río en el que te bañaras no fuera el mismo. Decía Anaximandro que el pasado vuelve indefinidamente, y Platón que el tiempo es una imagen móvil de la eternidad. Los estoicos dicen que todos existiremos de nuevo, y sufriremos o gozaremos las mismas cosas. Y Nietzsche nos avisa de que la vida es un reloj de arena. Estamos condenados a repetirnos, pero el lenguaje y la reflexión sobre él nos liberan de la caverna. Todo fluye y nada permanece, pero la memoria y sobre todo las palabras nos permiten fijar un punto desde el que partir, un instante al que volver. Por eso escribo, para que nada se pierda en el torbellino del tiempo circular, en esa espiral que si nos descuidamos acaba por convertirnos en páramo y no en humus, territorio fértil para recordar los días en que todo parecía posible y la vida era un regalo envuelto en papel brillante.

¡Volveré!, que Terminator ahora está de moda y yo siempre sigo las tendencias.