Me debato, me estreso, me cuestiono, me pregunto, me indigno, me cabreo, me obligo, me doy leches... hago miles de cosas al mismo tiempo, pero conmigo, siempre conmigo, memememememe, yoyoyoyoyoyoyo...
En estas semanas en blanco de literatura por corrección de exámenes, por espera de galeradas, por alergia mortal, por ferias y demás, de pronto se ha encendido la mecha.
Yo tenía planeado un verano muy tranquilo sumergido en las correcciones de El traficante de recuerdos (que falta le hacen) pero llevo una semana con un cuaderno en la mano (lo juro, fue casualidad, ni siquiera recuerdo haber metido ese cuaderno en la bandolera del instituto) haciendo esquemas, nombrando personajes y peleándome con estructuras.
Supongo que el espíritu del NaNo ha vuelto.
Es inevitable, el buen tiempo siempre logra que me den ganas de escribir. Pero es que esta vez son gordas. No me meto en ninguna novela desde El Traficante (bueno, La encrucijada del cuentista fue y sigue siendo un proyecto a medias que me gustaría terminar) y tengo ganas de hacerlo. Estoy empezando a querer a los personajes y eso me gusta. En mi cabeza ya les están pasando cosas.
Pero no todo son algodones de azúcar, manzanas de caramelo y supernovas brillantes: he tenido una idea. Y cuando Fer tiene ideas, a veces tiembla el mundo.
La idea es acerca de la estructura de la novela y, aunque tiene muchas ganas de ponerla en práctica, Fer no se ve capaz de llevarla a cabo. Y al mismo tiempo piensa que sin esa estructura, Fer no sería capaz de escribirla...
Ah, dudas, nervios, ansias, tensión, emoción, letras.
Llega el verano.
¿Logrará Fer no sucumbir a la tentación y corregir El traficante de recuerdos antes de comenzar la otra novela?
¡Permanezcan atentos a sus pantallas!
(Pero, antes, junto a la mejor de las compañías, Fer parte hacia las tierras del norte para presenciar esto el día de su cumpleaños. Tengo tantas ganas que cada vez que pienso en ello me meo del gusto como mi perrita)
En estas semanas en blanco de literatura por corrección de exámenes, por espera de galeradas, por alergia mortal, por ferias y demás, de pronto se ha encendido la mecha.
Yo tenía planeado un verano muy tranquilo sumergido en las correcciones de El traficante de recuerdos (que falta le hacen) pero llevo una semana con un cuaderno en la mano (lo juro, fue casualidad, ni siquiera recuerdo haber metido ese cuaderno en la bandolera del instituto) haciendo esquemas, nombrando personajes y peleándome con estructuras.
Supongo que el espíritu del NaNo ha vuelto.
Es inevitable, el buen tiempo siempre logra que me den ganas de escribir. Pero es que esta vez son gordas. No me meto en ninguna novela desde El Traficante (bueno, La encrucijada del cuentista fue y sigue siendo un proyecto a medias que me gustaría terminar) y tengo ganas de hacerlo. Estoy empezando a querer a los personajes y eso me gusta. En mi cabeza ya les están pasando cosas.
Pero no todo son algodones de azúcar, manzanas de caramelo y supernovas brillantes: he tenido una idea. Y cuando Fer tiene ideas, a veces tiembla el mundo.
La idea es acerca de la estructura de la novela y, aunque tiene muchas ganas de ponerla en práctica, Fer no se ve capaz de llevarla a cabo. Y al mismo tiempo piensa que sin esa estructura, Fer no sería capaz de escribirla...
Ah, dudas, nervios, ansias, tensión, emoción, letras.
Llega el verano.
¿Logrará Fer no sucumbir a la tentación y corregir El traficante de recuerdos antes de comenzar la otra novela?
¡Permanezcan atentos a sus pantallas!
(Pero, antes, junto a la mejor de las compañías, Fer parte hacia las tierras del norte para presenciar esto el día de su cumpleaños. Tengo tantas ganas que cada vez que pienso en ello me meo del gusto como mi perrita)