jueves, 21 de agosto de 2008

Perdidos en el Bosque

Es la grandeza de la literatura, que nos permite reinventar la memoria y que nadie vea las cosas con los mismos ojos, un libro es muy diferente dependiendo de quién lo lea... se consigue que el lector u oídor escriba contigo el libro.

No es un secreto que Ana María Matute es mi escritora preferida. Quizá ahora más por el cariño que le tengo al personaje que por el conjunto de sus obras (Dickens ha subido puestos desde que decidí que era mi escritora) pero es que no puedo evitarlo. Cada vez que leo una entrevista suya, cada vez que me acerco a su visión de la literatura, cada vez que escucho o leo sus palabras hay algo en mí que se enternece y que la devuelve al puesto que se merece en mi corazón.

Leí Olvidado Rey Gudú con dieciséis años. Recuerdo que por aquel entonces mi abuela todavía nos preguntaba antes de pedir los regalos de los Reyes Magos : "¿Qué libro vamos a pedirnos este año?"

Desde que tengo recuerdos mi abuela siempre me regalaba un libro por Reyes, pero no creáis, que todo esto tiene una explicación muy terrenal. Veréis, yo de pequeño comía muy mal. Pero mal mal mal de tirarme cinco horas comiendo. Y yo comía siempre en casa de mis abuelos porque estaba cerca del colegio y mi abuelo, que era el que se encargaba de darme de comer, se desesperaba porque luego nunca llegaba puntual al cole por la tarde (sí, yo todavía soy de esa generación que sufría las clases de historia a las tres y media de la tarde. Una tortura).

Lo que ocurre es que un día descubrieron que, si me daban un cuento o un cómic de Disney, me metía tanto en la lectura que ellos podían darme de comer sin que yo apenas me quejara o me enterara. Tenía cinco años y mi abuela siempre fue una mujer muy práctica, de ahí que, cuando llegué a la época del Barco de Vapor, cambiáramos los cómics (gracias a ella tengo una colección enorme de cómics de Disney y me llegó a tocar una bicicleta) por los libros. Recuerdo que en Navidad me cayeron Los Mifenses, Danko, el Caballo que conocía las estrellas y muchos más.

Aquel año yo estaba dudoso entre el Capitán Alatriste y Olvidado Rey Gudú, de los que había leído las reseñas y los que me moría por catar. Al final, ganó Olvidado Rey Gudú y lo pedí en mi carta.

Lo que pasa es que algo debió de ocurrir (lo que ocurrió es que mi abuela enfermó de alzheimer aquel año y supongo que las cosas se salieron un poco de madre y los reyes dejaron de ser lo que eran) y no me cayó ningún libro.

Pero no pasó nada, ahorré y me lo compré. Todavía recuerdo cuándo, dónde y cómo hacía el día que fui a la librería y lo cogí. La dependienta me dijo que si no era un libro muy gordo para alguien de mi edad y yo tuve que aguantarme la risa. No era el primer tocho que me leía y por supuesto que no iba a ser el último.

Tardé cerca de cinco meses en terminármelo (ah, la adolescencia, cuántas distracciones disfrazadas de falda de tablas, piernas largas y sujetadores intuídos) y tengo que reconocer que me quedé en su superficie, que no leí más que la historia en sí. Pero a pesar de todo lo que no entendí, me encantó. Tal y como apunté al final, el día que me lo terminé (puse la fecha y todo, 19 de agosto del 96) fue "una experiencia increíble". Me costó mucho entrar en su universo, eso sí, pero cuando lo hice (exactamente cuando Volodioso conoce a Lauria y Ardid entra en escena) ya no pude dejarlo.

Tengo que hacer un alto en el camino para decir que, de pequeño, igual que me gustaban los cómics, estaba obsesionado con los cuentos clásicos. Tenía miles de colecciones, me sabía los diálogos Disney de memoria (aunque me cabreaba que no respetara las versiones originales de las historias, no lo comprendía. Pero, bueno, tampoco comprendía cómo era posible que Ana Torroja cantara canciones hablando en masculino). Me encantaba dibujar de pequeño (aunque mi hermano me supera con creces en ese arte) y cuando aprendí a escribir, mis dibujos sin contexto pasaron a ser cuentos. Quería dibujar tan bien como María Pascual, que ilustraba muchos de mis libros, y ya era fan de ella. Tengo guardadas mis mil y una versión del comienzo del Mago de Oz (todavía me sigue alucinando todo el asunto del tornado) y, cuando llegaban las Navidades, me sentaba delante de la pantalla de la tele para ver aquellos cuentos y superproducciones europeas (los primeros estaban presentados por Shelley Duvall. ¿Es que nadie se acuerda?) y, dependiendo del cuento que fuera, yo, por la tarde lo intentaba reproducir con dibujos y cómics y tal. También recuerdo que a los siete años me regalaron un walkman con grabadora y mi hermano y yo nos dedicamos a grabar nuestras propias versiones de los cuentos (mi abuelo me regalaba cada sábado una cinta con varios cuentos grabados y ¡todavía las tengo! En algún sitio que no recuerdo, vale, pero sé que las tengo). Famosas son en mi casa nuestras versiónes del Mago de Oz, como aquella en la que yo hacía de narrador pero en la que mi hermano, con su voz gangosilla y siempre resfriada de cuatro años, me interrumpe con una aparición estelar que dice "y vio a la carroza y a una bruja espantacional" de la que todavía no hemos sabido interpretar qué quería decir. O nuestra versión de Blancanieves en la que los enanitos cantan una canción de Bananarama.

Cuando iba a hacer la comunión estaba convencido con que me iban a regalar una cámara de vídeo (sí, lo de soñar despierto cosas imposibles ya se me daba bien desde aquel entonces) y ya tenía planeada mi propia versión del Mago de Oz. Había escrito un guión y todo que repartí a los amigos y primos que había elegido para los papeles, había pensado en las localizaciones e incluso tenía mis truquitos de efectos especiales, no os creáis. Lo que pasa es que al final no me la regalaron y no os podéis imaginar, con todo esto, lo identificado que me he llegado a sentir con el personaje de Briony al leer Expiación hace un par de meses.

Así que no es muy sorprendente que, en cuanto abriera Olvidado Rey Gudú y viera que muchos de mis personajes preferidos de los cuentos tenían su aparición estelar, quedara inmediatamente rendido a los pies de Ana María. Había sabido coger a los personajes tal y como yo me los imaginaba, en su esencia más pura, recogidos de los verdaderos cuentos, de los que yo me creía uno de los pocos conocedores.

No sabría explicar con palabras las sensaciones que me produjo la lectura de ese libro. Mi parte preferida es la segunda, con todo el asunto Tontina-Predilecto-Ondina. Aunque la tercera también es apotéosica, con esa inclinación hacia la nostalgia más desnuda, para llevarnos a ese final memorable e increíble y perfecto. Ardid es y siempre será para mí el mejor personaje (femenino y no femenino) de la literatura y la considero como mía. Y el trasgo del Sur, y el anciano, y todos los personajes de la Corte de Olar siempre tendrán un sitio en mí. Y el Olvido. Ese maravilloso y espeluznante aviso de que nada es eterno.

No puedo evitarlo. He leído el libro otras dos veces (una a los veintitrés y otra el año pasado) y siento que el libro crece conmigo, cada vez que lo leo descubro nuevos matices, nuevas sensaciones de las que no me había percatado antes. Y todavía tengo la sensación de que me quedan muchas por descubrir.

Por eso decidí hace mucho que le dedicaría mi cuarta novela (Ne Obliviscaris (No me olvides), la que estoy escribiendo ahora y de la que ya he superado el ecuador) a Ana María Matute. Creo que, en parte, que yo quiera ser escritor se lo debo un poco a ella. Me di cuenta cuando hace unos años leí su biografía por Marie Luise Gazarian-Gautier y vi que Ana María Matute y yo compartíamos una visión muy, muy parecida de la infancia y del mundo que nos rodeaba (que ella hubiera nacido con toneladas de talento y sensibilidad era lo que nos separaba).

Así que, cuando iba el otro día a la piscina y pasé por un kiosko y vi su imagen (pero qué tierna me parece) en la portada de una revista, tuve que comprármela irremediablemente. En la entrevista celebraban que le habían dado el Premio Extremadura a la Creación y yo, desde aquí, quiero hacerle mi particular homenaje y compartir mi alegría por ese reconocimiento.

Gracias, Ana María, por perderme en el Bosque.

PD: Parto mañana hacia tierras centroeuropeas, donde, por lo visto, las casualidades existen.

miércoles, 6 de agosto de 2008

Perdona si estoy mal escrito y traducido y editado pero me publica Planeta

El otro día andábamos buscando un libro para que mi chica leyera en la piscina y como más o menos sé sus gustos, le dije que por qué no se llevaba el de Perdona si te llamo amor de Federico Moccia. Había escuchado hablar de él en el telediario y más o menos me sabía de qué iba, pensaba que le iba a gustar.

Al día siguiente, se quedó dormida y lo cogí yo para echarle un vistazo. La verdad es que lo flipé bastante con lo que pueden hacer la publicidad y la promoción (como si me sorprendiera, vaya, pero es que, qué queréis que os diga, uno es un poco inocente y cree siempre primero en la bondad y en la buena intención de las personas y que todo es rosa y bonito y dulce y de caramelo y de supernovas, chiste privado que no vais a entender).

El libro (todavía no llevo mucho, pero me da un poco de pudor llamarlo "novela") parecía más un guión cinematográfico lleno de diálogos insulsos llenos de onomatopeyas y notas a pie de página (que se supone que es la narración. La narración, me parto) que más bien parecen las acotaciones de un director de teatro que fragmentos de narración.

Vamos a ver, yo no sé mucho de técnicas literarias actuales ni nada, pero, no sé. A mí no me parece que el libro esté tan bien escrito ni que sea tan la hostia. Sí, puede que el tema tenga tirón, pero no sé.

Para empezar, la voz narrativa es muy particular. Se entremezcla sin ningún tipo de criterio la voz de un narrador en tercera persona con los pensamientos del personaje que está bajo la focalización en ese momento.

No, Alessandro deja la nota sobre la mesa, no han entrado los ladrones. Ha sido ella. Me ha robado la vida, el corazón. Ella dice que siempre ha respetado mis decisiones, pero ¿qué decisiones? Deambula por la casa. Los armarios están vacíos. Conque decisiones, ¿eh? Si ni mi casa era mía.


A mí esto no me parece ni original ni, ni mucho menos, algo bien escrito. De hecho, desde mi punto de vista, se salta más de dos lógicas de escritura porque sí, no le veo justificación ninguna a ese tipo de narrador, no me encaja en esta novela (si estuviéramos hablando de Virginia Woolf y esto fuera una novela literaria en sí misma o experimental, pues me callaría) y me parece metido con calzador, como si el autor no hubiera querido meterse en los berenjenales de escribir en primera persona cada punto de vista. O incluso parece vagancia y dejadez. Queda artificioso, sí, pero no en un sentido positivo, al menos en mi opinión.

(Prefiero pensar eso a que el autor -o, yo qué sé, el traductor- no tenga ni idea de las normas formales y de estilo que, seguramente habría pensado yo si fuera un informador de Planeta y este manuscrito me hubiera llegado de manos de un escritor novel, para qué vamos a engañarnos. El tipo este ya viene precedido por su fama en italia, así que supongo que es mejor no pensar que no tiene ni idea. Supongo, claro)

Y, bueno, yo no es que sea un purista precisamente (de hecho, CarPa también ha sido a veces tildada de "guión cinematográfico" más que de novela, pero bueno, sé por qué es así y no me preocupa. Más que nada porque hay fragmentos en que está hecho a conciencia -la novela quiere imitar la forma de una telecomedia- y porque esas "acotaciones" son más que acotaciones, vamos, que no son solo "Allesia (u otro nombre italiano) coge dos vasos. punto y aparte, seguimos con el diálogo lleno de onomatopeyas digno de redacción infantil"), pero creo que sé reconocer cuándo algo está bien escrito o cuándo el escritor que hay detrás no tiene muchas luces (no me parece un escritor inteligente el que hay detrás de la novela, lo siento) y trata de ser, cómo decirlo, ¿efectista?.

—¡Naomi!
—Se me da bien, ¿eh? —Sonríe Niki.
Diletta bebe un sorbo de cerveza.
—Deberías dedicarte en serio a lo de ser modelo.
—Pasa el tiempo, un año, una se engorda...
—¡Olly, eres una envidiosa! Te fastidia que desfile tan bien, ¿o
qué? Pero sabes de sobra que esta..., es la hostia. ¿Cómo se llama?
—Alexz Johnson.
—¡Eh, aquí todas somos profesionales! Mira, mírame a mí. —Y Olly se planta en el otro extremo de la acera, se apoya la mano en la cadera derecha, dobla un poco la pierna y se detiene, mirando fijamente al frente. Después da media vuelta, se echa la melena hacia atrás con un rápido movimiento de cabeza y regresa.
—¡Pareces una modelo de verdad! –Y todas le aplauden.

Odio el efectismo en las novelas. O al menos, el efectismo mal llevado. Queda bien en las pelis de Silvester Stallone, no te digo yo que no, pero, yo qué sé. Es que efectismo acaba llevando a teatralidad y la teatralidad es imposible de creer, todavía menos en una historia que se vende como "historia de amor de verdad blablablaqué bonito".

Y encima, no llevo mucho, apenas ochenta páginas y ya he visto docenas de gazapos, traducciones mal hechas y errores de edición.

¿No se supone que Planeta tiene que cuidar esas cosas? Lo admito de una editorial pequeña, a lo mejor, que no dispone de muchos medios, pero, ¿de Planeta? Sinceramente, si yo fuera el autor a lo mejor me cabreaba un poco por la falta de respeto a mi texto.

Yo, como lector, me he cabreado porque para mí eso entra también dentro del campo del respeto. Sobre todo porque un libro de Planeta no es barato precisamente. Puede ser malo, sí, como en nuestro caso, pero tiene que estar impoluto y cuidado al máximo. Con mucho énfasis en lo de tiene, del verbo tener utilizado como perífrasis de OBLIGACIÓN.

Qué rabia me dan estas cosas.