martes, 21 de febrero de 2012

Un tipo con suerte

Sí, ese del título soy yo: Guapo, atractivo, inteligente, oscuro, sexy,  peligroso, alto de estatura media con unos pies grandes. Y encima, con suerte.

Probablemente no estéis acostumbrados a que destile azúcar por los cuatro costados pero, sí, es cierto que soy un tipo con suerte. Debo de serlo porque creo que he tenido la mayor suerte del mundo por cruzarme en la vida con la gente con la que me he cruzado. Con mis amigos, vamos.

No sé cómo lo he hecho ni si es mérito mío (que, probablemente, no lo sea) pero creo que tengo a los amigos con más talento del mundo. Me enriquecen, me llenan, me inspiran y me hacen seguir adelante. No sería quien soy, no llegaría a donde he llegado si no fuera por ellos, por lo que he aprendido y aprendo diariamente a su lado. Y hoy, que me he pasado el fin de semana escribiendo como si no hubiera un mañana y que he contado con su compañía en todo momento, no puedo evitar sentirme eso, afortunado. Y también muy agradecido.

Gracias.

lunes, 20 de febrero de 2012

Escribir a cuatro manos 1

Bueno, está clara la tendencia y yo me alegro por que así sea. Bueno, imagino que vosotros no os habréis dado cuenta pero yo sí: mis posts en el blog son directamente proporcionales a la cantidad de tiempo que le dedico a la escritura. Es decir, si escribo, posteo. Si no escribo, no posteo. Eso no es que me resulte sorprendente porque la razón por la que no he publicado tantas entradas el año pasado fue precisamente esa: no escribí, publiqué. Y, para qué vamos a engañarnos, escribir es mucho más interesante que publicar.

Así que, sí, estoy escribiendo. Pero no como siempre sino de una manera completamente diferente que me está haciendo sentir como un niño con pañales nuevos. Estoy escribiendo a cuatro manos. Y, sí, ya sé que lo he dicho en alguna entrada anterior, pero acostumbraos, este es mi blog y me cago cuando quiero y escribo y me repito cuanto quiero.

Escribir a cuatro manos es una experiencia increíble porque le arrebata al oficio de escritor esa soledad que tiene impregnada por defecto. Ahora mismo no sé cómo empezar porque me gustaría ir desgranando el proceso poco a poco en varias entradas, pero sí que tengo clara una cosa: esto de escribir con otra persona hace que no decaigas y que la motivación esté siempre al 100%. Si te caes, tienes una mano que te ayuda a levantarte. Si se cae la otra persona, te pones la capa de Superman y después de hacer un par de loops con doble efecto por el cielo (porque soy así de exhibicionista) vas y le tiendes tú la mano para que se levante. Si tienes dudas, solo tienes que gritar. Si las tiene la otra persona, va y te grita y tú respondes.

Evidentemente, no es algo fácil. Al menos al principio. Sobre todo porque no cualquier historia puede escribirse a cuatro manos. Al menos en mi caso. Pero es que esta historia ya existe. Está escrita de algún modo y, la verdad, no se escribió a cuatro manos. Se escribió, grosso modo, más o menos a ¿dieciséis?. Así que si quería embarcarme en este proyecto, estaba claro que no podía hacerlo solo y que solo podía hacerlo con ella, porque creo que tenemos exactamente la misma visión de la historia aunque llegamos a ella desde lugares muy diferentes y nos complementamos. Donde ella no ve, yo sí lo hago. Donde yo no llego, ella ha ido y ha vuelto doscientas veces, por lo menos.

Ya hablaré de cómo hacer que encajen los estilos, las escenas, de cómo nos estamos organizando, de los miles de problemas, de las miles de soluciones, de lo divertido que es, solo que hoy no lo voy a hacer porque es mejor empezar por el principio. Y el principio es muy claro y, al mismo tiempo, es contradictorio ya que el principio es la conclusión a la que llegamos el otro día, tratando de organizar la segunda parte de la novela:
Ella: Entonces tú tienes la mente organizada como un listado de cosas a escribir, ¿no?
yo: Exacto.
Ella: Pues mi cabeza es una página de wikipedia con miles de enlaces de hipertexto.
 Está claro que, por comentarios como ese, hay que quererla. Pero no solo eso, porque es que dio con la razón por la que nos complementamos tan bien. Es que pensamos de maneras tan diferentes que, al final, cuando trabajamos juntos (y creedme cuando os digo que trabajamos duro, muy duro) la novela alcanza una tridimensionalidad (sujeta a cambios, miles de cambios, millones de cambios, infinitas horas de revisión) que yo jamás sería capaz de lograr por mí mismo.

Ojalá todo esto salga bien y podáis leer el resultado. Yo ahora os dejo porque, jo, la ilusión que me hace decirlo: ME VOY A ESCRIBIR.

viernes, 17 de febrero de 2012

Recuperando el tiempo

No falla. De pronto, sin avisar (o con avisos a los que uno prefiere ignorar), uno se libera de todas las obligaciones superfluas que le han tenido ocupado la mayor parte del tiempo durante los últimos meses y, así, sin comerlo ni beberlo, al día siguiente se pone malo. Con gripe. Con fiebre. Y sin mami en casa a la que quejarse.

Definitivamente, estar malo sin tener a una madre a la que quejarse (al menos, le lloraba por teléfono) no mola.

Pues eso, no falla. Cada vez que mi cuerpo se relaja, las defensas deben de cogerse vacaciones y acabo enfermo; ya sea gripe, gastrointeritis, faringitis o cualquier cosa terminada en itis. Soy de esa gente tonta que se pone malo en vacaciones o en fin de semana. Desde luego, debo de ser el primer funcionario disfuncional.

En fin, que la semana pasada fue mi primera semana libre en varios meses (entendiendo por "libre" el seguir trabajando a cien kilómetros de casa, el tener una pila interminable de redacciones y de exámenes que corregir y demás obligaciones varias) y voy yo y, como soy así de inteligente, pues me cojo la gripe y me la paso envuelto en una manta viendo a Ana Rosa y sucedáneos por la tele.

Si ya estaba gilipollas, probablemente mi gilipollez habrá aumentado en un doscientos por cien.

Pero, eso sí, me dio tiempo a leerme las cartas de amor del certamen del que soy jurado y quedar satisfecho con el resultado. Recogí las novelas del certamen del que soy comité de lectura. Di una charla sobre literatura juvenil a profesores y bibliotecarios que disfruté muchísimo y, sí, también me ha dado tiempo a desesperarme con la nueva novela.

Porque, no sé si os pasa a vosotros, pero ahora que tengo tiempo para dedicarme a ello, me da ansiedad. Es como una sensación que empieza en la boca del estómago y que sube a la garganta y que hace que el corazón lata más rápido; que te da vértigo y terror y que te hace pensar: "madre mía, madre mía, madre mía, que voy a escribir. ¡Qué nervios!". Así que luego vas y como es un pensamiento que te supera, te pones a hacer cualquier otra cosa.

Siempre me pasa cuando llego a cierto punto en cada proyecto. No es miedo a la página en blanco, no sé exactamente qué es pero se parece a pensar que ahora que puedes dedicarte a ello, a lo mejor no das la talla.

Pero no os preocupéis porque suele durarme solo los primeros días.

Eso espero.

Porque si no, significará, que la ración doble de Ana Rosa y sucedáneos varios me dejó definitivamente (más) gilipollas.

jueves, 19 de enero de 2012

De prejuicios y otras yerbas

Hoy vengo reivindicativo. Sí, señoras y señores (por cierto, ¿estáis ahí todavía? Si seguís aquí, de verdad, ¡hay que tener valor!), porque pululando hoy en mi hora libre de clase por ciertos blogs me he encontrado con algún que otro comentario que, la verdad, no es que no me haya hecho gracia, que ya sabéis que uno tiene un humor muy sui géneris y se ríe por todo, sino que me ha dejado un poco confuso... confuso porque, vamos a ser sinceros, yo también tuve mi época de pensar igual que la persona que hizo ese "algún que otro comentario".

¿Y qué comentario es ese? Os preguntaréis (probablemente no, pero es que es para darle efecto a la cosa). Pues en realidad es una tontería, pero a mí me ha dejado pensando. Veréis, una persona ha dicho que tiene unos prejuicios muy asentados contra los escritores españoles porque no le atrae una historia cercana a sí misma, que prefiere leer historias que suceden en lugares lejanos...

No sé, yo me he quedado así, con los ojos y la boca muy abiertos hasta que me ha entrado una mosca, he estado a punto de atragantarme y de morirme de asco y entonces he cerrado la boca y la mosca se me ha quedado dentro del cerebro y, probablemente, dentro de nada ponga huevos y yo pase a ser el protagonista involuntario de una película malísima de serie B por lo menos. Una película de serie B sin presupuesto, para más INRI.

En fin, lo dicho, al principio me ha dado por cabrearme ante el comentario porque, no sé, pensemos, de cinco novelas que he escrito yo, tan solo dos, la primera y la segunda, transcurren en un entorno, llamémosle, familiar. El resto... pues el resto, la verdad, entre lugares inexistentes, Londres, París y Venecia y más lugares inexistentes, pues la verdad es que creo que tengo cubierto el cupo de escribir acerca de historias que suceden en lugares lejanos... Y luego está lo de acordarme de otros compañeros escritores que, no sé, vamos, que tampoco escriben sobre lugares cercanos y, ¡oh, dios mío! incluso escriben acerca de gente con otra nacionalidad (¡PERO QUÉ SACRILEGIO!) o, peor aún, acerca de (es que esto, en serio, es que esto me parece tal atropello que no sé si decirlo...) GENTE DE OTRO TIEMPO Y DE OTRAS REALIDADES Y DE OTROS PAÍSES QUE AHORA NI SIQUIERA EXISTEN.

¡Dios mío! ¡Que alguien llame a la policía literaria, por favor! ¡YA!

Bien. Es que estoy un poco hartito de que muchos lectores se piensen que los escritores españoles (por cierto, todavía sigue dándome mucho pudor incluírme en este grupo, pero mi loquero terapeuta me ha dicho que si no quiero sufrir un desdoble de la personalidad, que mejor comience a hacerlo para ver si, así, en un par de siglos acabo por creérmelo) solo escribimos de realidad en España o, peor aún, solo escribimos de la Guerra Civil.

Claro que yo tengo una teoría que dice que en España nadie te considera escritor o cineasta hasta que no has escrito una novela o has hecho una película sobre la Guerra Civil, pero eso es otra historia.

No sé, poniéndome benevolente, pues imagino que esta persona solo ha leído los libros en español que le mandaban en el instituto. Porque, seamos un poco serios. ¡Cuánto daño ha hecho la asignatura de literatura española para la literatura española! Porque, no sé, al menos a mí es que solo me mandaban leer novelas realistas del tipo La Colmena, La Familia de Pascual Duarte y ese tipo de cosas y, claro, acabas por creer que la literatura española es, sobre todo, terruñera, realista, deprimente y postguerrera (¿existe esta palabra? ¿No? Pues debería. ¡Señoras y señores de la RAE, pásense por aquí!).

Porque, sí, sé de lo que hablo, que yo estudié filología inglesa por su literatura, porque no me gustaba nada de nada pero nada de nada de nada de nada de nada (y podría seguir así siglos, pero se me cansa la mano) la literatura española gracias a los libros que me obligaban a leer en clase.

Así que creo comprender a esa persona que ha hecho el comentario porque, bueno, a fin de cuentas ha admitido que se trata de un prejuicio.

Pero qué pena, los prejuicios hacen tanto daño. Esta persona, por poner un ejemplo, jamás se atreverá a leer Mitología de Nueva York de Vanessa Montfort, por ejemplo. O tampoco leerá El Mapa del tiempo o El Mapa del cielo de Félix J. Palma. O tampoco querrá leer, no sé, El Ciclo de la luna roja de Cotrina... como si, no sé, los que escribimos en español y encima somos españoles no pudiéramos conocer otras culturas y escribir acerca de ellas.

Incluso de las que no existen y nada tienen que ver con nosotros.

¿Sabéis? Hoy llevo cinco cafés en el cuerpo y creo que he escrito esta entrada en cinco minutos. ¿Se me nota? Ahora os dejo, que voy a tirarme por el balcón. Seguro que vuelo.

domingo, 8 de enero de 2012

Cosas (¿Estamos ya en enero? ¡Coño!)

Hay una historia.

Nació hace muchos años, en el 2006. No era una historia mía, de hecho. Que sí que lo era (en parte) porque lo bueno de esta historia es que era compartida. Iba creándose poco a poco, día a día (literalmente). La creábamos juntos, cada uno con su personaje (o personajes, porque gracias a esta historia muchos de nosotros llegamos a adquirir rasgos esquizoides -muy esquizoides). Vivió intensamente cuatro años más. Cuatro años en los que nuestros personajes vivieron y crecieron junto a nosotros. Día a día. Sí, repito lo de "día a día" porque eso es literal. Todos los días encontrábamos un hueco para regresar a ellos. No sé exactamente con quién habíamos establecido el vínculo, si con nosotros o con ellos, nuestros personajes, que ahora no solo formaban parte de nosotros sino que, de alguna manera, éramos nosotros mismos o nosotros ellos mismos. Ya os digo, esquizofrénicos perdidos (o, en nuestro argot, que nadie comprenderá, COMO LOCOS).

En el 2008 no es que muriera, porque morir, lo que se dice morir, no ha muerto nunca, pero sí que fue diluyéndose y quedó a medias (en esa parte de ciertas historias en las que te dan ganas de arrancarte el corazón y de sacarte las vísceras para no sufrir y eso).

No murió, pero, no sé, después de todo este tiempo tampoco es que formara parte de nuestras conversaciones diarias, pero sí que estaba ahí. Blyd siempre estuvo ahí.

Y entonces, en septiembre, durante un viaje de autobús, se me ocurrió. Probablemente estos últimos tres meses del 2011 hayan sido los más ocupados de mi vida. Miles de cosas, miles de proyectos sin importancia pero sumamente urgentes que me robaban todo el tiempo del mundo. Pero da igual, porque ese día se me ocurrió y tuve que mandar un mensaje a la única persona que sabía que compartiría la misma emoción que yo tenía ante la ocurrencia. Ante la locura, más bien.

¿Por qué no transformar esa historia en novela? Podía ser fácil, ¿no? Yo iba de culo, pero el NaNoWriMo se acercaba y yo tengo un vínculo emocional demasiado arraigado con el NaNoWriMo como para, ni siquiera, intentarlo. Si se trataba de escribir una novela de 50.000 palabras en un mes, compartiendo esas 50.000 palabras entre dos, pues si hacemos las matemáticas bien, se quedaban en 25.000. Que es, para los de letras, su mitad. Y la historia nos la conocíamos al dedillo. Y sus personajes, a fin de cuentas, seguían habitando dentro de nosotros. No parecía difícil.

Como era de esperar, recibí la respuesta que esperaba. Y así fue cómo en noviembre de 2011, como ya he dicho antes, el Año Más Jodidamente Ocupado de la Historia Vital de Fer El Guapo, comencé a escribir esta novela junto a la única persona con la que sabía que podía lograr el reto: Geòrgia Costa.

A fecha de hoy, la novela tiene más de cien mil palabras y creemos que va por la mitad. O no. No sabemos. Lo único que sé es que estos dos últimos meses he vuelto a recuperar la ilusión por escribir y que he vuelto a encontrarme a mí mismo gracias a la escritura.

Y es que, está muy claro, creo que ya sé por qué no he escrito en el blog tan asiduamente (¡toma eufemismo!) estos últimos meses. Es que yo creo que no soporto escribir acerca de lo que me han publicado. A mí, lo que me gusta realmente, es contaros acerca de lo que escribo. Eso es lo realmente importante.

Y es eso, quizá siga sin escribir mucho por aquí, porque, en serio, cuando hablo de falta de tiempo no estoy utilizando ningún eufemismo. El pluriempleo es malo, colegas. Las dobles o triples vidas (la del profesor que viaja, la del hijo perfecto, la del preparador de oposiciones, la del tipo sexy, la del escritor, la del señor de su casa, la del novio aceptable, la del que presenta libros...) tampoco son buenas. Pero, en fin, ya os lo he dicho, soy un poco esquizofrénico. Por eso espero que me disculpéis si no escribo tanto (prometo escribir más, en serio) o que no os responda al teléfono o que no quede con vosotros o que no presente los exámenes corregidos a tiempo o que no haga las miles de cosas que sé que tengo que hacer. Simplemente pensad que es porque estoy escribiendo.

Y eso me hace inmensamente feliz. Una felicidad que no recordaba hasta que comencé la novela junto a Geòrgia el pasado 1 de noviembre.

Y que me han vuelto a recordar este pasado cinco de enero, porque solo aquel que haya leído CarPa, sabrá lo importante, lo especial, lo maravilloso que es para mí haber recibido este regalo:


Lo vi por primera vez en Granada, después creo que fue en Edimburgo, luego en Venecia, también en Roma y en Praga... y no recuerdo en cuántos sitios más. Siempre lo he querido porque es un símbolo demasiado importante en mi vida. Y, por supuesto, al final, cuando menos lo esperaba, ha sido mío.

¿A que soy ultracríptico pero eso me hace mucho más intereante, sexy, atractivo, seductor y oscuro? ¿Verdad? ¿Verdad, Adhara, que ya no me odias?

viernes, 2 de septiembre de 2011

¿Cómo coño es que ya estamos en septiembre?

¡Ah! ¡Hola! ¿Qué hacéis por aquí? No, normalmente no llevo estas pintas, pero es que estoy barriendo las telarañas. Y, sí, ya sabemos todos que yo soy un aracnofóbico y que en la vida real jamás osaría limpiarlas no sea que alguna de sus habitantes se me cayera encima pero este es mi blog, todo lo que cuento aquí es mentira y hago lo que me da la gana.

El verano ha pasado por mí como si no hubiera existido. Hoy he ido por primera vez al intsituto y resulta que me ha dado la impresión de que había ido el día anterior y no sé si pensar que es algo triste o alegre.

Como podéis comprobar por la ausencia de entradas y por lo insulso de mi escritura hoy, no he parado. Eso está bien, pero para mí el verano siempre ha sido una época larga, infinítamente larga, en la que me daba tiempo a aburrirme. Así que supongo que el aburrimiento era algo que me podía permitir antes, porque si algo ha pasado este verano es precisamente eso: no me he aburrido.

Así que, por la parte literaria, que es la que nos interesa porque dudo que os interese saber el estado de mi herida en la pierna, fruto de un cirujano malvado que se empeñó en quitarme un lunar y que me ha tenido cual vampiro sin poder ponerme bajo el sol (aunque, todo sea dicho, yo huya del sol...).O tampoco creo que os interese saber lo mal que comí en Irlanda y los kilos que engordé durante el crucero por el Adriático.O que sigo sin un euro.

O que, durante la boda de unos amigos, perdí los pantalones. Literalmente, no en sentido figurado ni sexual que aquí nos conocemos todos. Es decir, que cuando fui a abrir la funda del traje a doscientos kilómetros de mi casa y a una hora escasa de la boda, resulta que los pantalones ya no estaban allí (y yo lo había revisado a conciencia antes de salir de casa). No llevaba más que unas calzonas hawaianas así que, como era de esperar, cundió el pánico. Mucho. Pero hete aquí que las tiendas de pueblo todavía abren los sábados por la tarde y yo no puedo estarle más agradecido al señor Marcelo, de Modas Marcelo, por que también entrara en pánico (según sus palabras: «¡Dios mío! ¡Un pantalón! Para ti y yo sin modista y con tu metro y medio habrá que cogerte el bajo!» a lo que yo le respondí si realmente creía que a mí me importaba que los pantalones me quedaran largos) y por que, finalmente, junto a veinte alfileres por pernera, yo pudiera ir a la boda dignamente vestido.

O que durante mi viaje a Irlanda, la alarma de incendios del hotel sonara a las dos de la mañana y comenzáramos a gritar como damiselas en el vestuario femenino ante la visita de un mirón a pesar de que fuera una falsa alarma y que, después del susto,a mi novia le dio por darme ideas para cuentos de terror que nos dejó a os dos sin pegar ojo durante toda la noche. Jamás un hotel dio más miedo que en sus palabras.

Supongo que no os interesará nada de eso y que lo que os interesa es lo que he escrito durante este verano y las conclusiones (seguramente absurdas) a las que habré llegado. Pero, dado que probablemente hayáis perdido el hábito de pasaros por este blog, y dado que estoy leyendo a George Martin, el maestro del cliff-hanger por excelencia y estoy aprendiendo mucho de él y de sus maneras de putear a sus lectores, mejor os cuento todo eso en la próxima entrada.

Que será en breve.

(la audiencia se ríe y se atraganta y se asfixia y se muere)

La entrada de hoy está dedicada, por supuesto, a Adhara, cuyas preguntas capciosas siempre dan donde más duele, como nuestra conversación de ayer:

Adhara: ¿Por qué no posteas?
Un compungido Fer: Porque no tengo cerebro.
Adhara: ¿Desde cuándo eso es una excusa para no postear?

Y me pilló. Vaya si me pilló. Si ella supiera que tuve que empeñar mi cerebro este verano para poder viajar...

sábado, 11 de junio de 2011

Atención: pregunta

Tengo una novela (vestida de azul) que me trae por la calle de la amargura. Y no es una frase hecha. Es, literalmente, lo que me produce cada vez que me planteo retomarla.

Probablemente, de las seis que he escrito, es el trabajo que más me ha costado. Por su profundidad, por las cosas que quiero decir con ella, por sus personajes, complejos, difíciles, diferentes a mí y entre sí... creo que nunca me había enfrentado a algo tan difícil. Y, claro, por eso me amarga, porque no sé si es que no tengo la suficiente experiencia o el talento como para contarla bien. Es raro, porque creo que la solución está ahí, detrás de mi cabeza, en algún sitio al que no puedo acceder y me enerva pensar que no voy a encontrarla nunca o que voy a encontrarla cuando ya sea demasiado tarde.

Evidentemente, estoy hablando de Equilátero.

Creo que no es un problema de estilo, creo que no es un problema de trama (al menos, no ahora que creo saber lo que falla al respecto). No sé qué es pero me aterra pensar que su problema sea la narración porque eso significa no solo tener que planteármela desde el principio, sino plantear toda (absolutamente toda) su estructura narrativa desde el principio. Lo que significaría que entonces la novela no sería Equilátero sino otra.

Ya sabéis la importancia que le doy yo a los cimientos literarios, vaya.

Hace poco me he planteado reorganizarla y creo saber por dónde tienen que ir los tiros. Todavía tengo que hacer un serio trabajo de redacción y de pulido. He tratado de reducirla a su núcleo y de tener cerca de 350 páginas, ahora mismo tiene 180 (con cosas por añadir todavía pero que han cambiado de punto de vista). Y yo tengo un vértigo gigante porque, ahora mismo, no sé por dónde tirar.

Y este es el momento donde entráis vosotros, mis queridos lectores (toma peloteo, más adelante os ofreceré caramelos si el peloteo no os convence. O sexo. Ofrecer sexo siempre logra que consigas todo lo que te propones. Sobre todo si te inventas capacidades amatorias que realmente no tienes... pero, bueno, no vengo yo aquí a desvelar mis trucos de seducción. O, al menos, no ahora, claro) porque la duda me asalta, me corroe, me pudre por dentro. Y no es bueno dejarla ahí porque entonces te envejece la piel y yo, por ahora, soy muy feliz aparentando menos edad de la que tengo (y que se verá aumentada en un año el próximo lunes).

Claro, que como mi meta en la vida es ser un madurito canoso interesante, pues tampoco me importa tanto.

En fin, a lo que voy. Para mí es muy importante la adolescencia en la novela. Y en la vida. No en vano, me gano las habichuelas siendo profesor de secundaria y pervirtiendo mentes para llevarlas por el buen camino. Creo que es la época del Cambio, la época en la que se sientan las bases para todo lo que vendrá después. Quizá no somos conscientes muchas veces pero yo creo que lo que te ocurre durante esa época marca de una manera muy definitiva lo que te ocurrirá en los años venideros.

Y hay una parte fundamental de la novela que transcurre durante la época de adolescencia de los personajes. En principio no es un problema porque todos conocemos novelas "para adultos" que transcurren durante la adolescencia de los protagonistas (El camino de Delibes, Soria Moria de Espido Freire, por poner un par de ejemplos) y no pasa nada.

Sin embargo, mucha gente ve en esto un escollo. Como si el hecho de que durante en el principio de la novela (concretamente, toda su primera parte) uno de los personajes narrara desde su presente rememorando ese pasado (me explico?) la convirtiera inmediatamente en "novela juvenil" solo porque la edad de sus protagonistas es de diecisiete años.

Me exaspera. Me cabrea. Me frustra y me hace darme cabezazos contra la pared que esto ocurra porque mi intención con Equilátero fue, precisamente, escribir algo diferente a lo que había escrito hasta ese momento y alejarme del "público juvenil" (o quizá, mejor expresado, alejarme del para todos los públicos).

(odio estas etiquetas. Para mí, como "escritor" no tienen sentido. Pero imagino que para las editoriales y librerías, sí)

Así que, no sé, según vosotros ¿qué debe tener una novela "adulta" con sus protagonistas pasando por la adolescencia al principio de la misma para que no sea considerada juvenil y sí adulta? El estilo sé que lo tiene, porque no es en absoluto el estilo que yo le doy a mis novelas juveniles o infantiles. Es otro tipo de narración, mucho más sosegada y profunda. Con otro ritmo. El sexo también lo tiene. De hecho, la novela está plagada de erotismo desde la primera hasta la última página. Y otras cosas también. Pero, no sé, necesito caminar sobre seguro y sé que solo vosotros, oh grandes gurús de la literatura, podéis ayudarme.

Y os daré caramelos a cambio.

¡Y sexo!