Odio escribir poesia. Me hace sentir vulnerable, débil, frágil. Cuando me han hecho escribir un poema, o cuando he experimentado escribiéndolo yo, he acabado con una sensación muy desagradable. Es como un desnudo literario (y eso que yo, por lo general, soy bastante exhibicionista). No me gusta. Con la poesía, por mucho que lo intente, acabo siendo yo mismo, incluso aunque el sujeto lírico sea otro (o los demás piensan que cuando escribes poesía, hablas de ti mismo, así que me da igual, si ellos lo creen, cuanto más haga por contradecirles, más lo creerán).
La poesía me deja desnudo, me drena mucho más que la prosa, donde me siento más libre e impersonal. No tengo alma de poeta, qué le vamos a hacer. Y, sí, soy muy consciente de que haciendo esta afirmación, la legión de fans del Fer oscuro, misterioso, poeta y sexy se borrarán de la lista. C'est la vie...
Si puedo evitar escribir poesía, lo hago. Se produce una reacción tan de rechazo entre el papel y yo que acabo rechinando los dientes hasta tal punto que luego pierdo esmalte y, veréis, no está la economía como para que yo vaya gastándome el sueldo en dentistas...
Supongo que todo esto tiene que ver con las razones por las que escribo. No sé. He escuchado infinidad de veces que hay gente que escribe para encontrarse a sí mismo, que a través de la escritura acaba conociéndose mejor. Yo no (aunque ese sea un efecto colateral). Creo que escribo por todo lo contrario: Escribo para escapar de mí.
¡Que no cunda el pánico, señores!
No es que me odie y no me guste, ni ntengo ningún complejo ni nada por el estilo, no. Simplemente uno, que es así de egoísta y le fastidia tener solo una vida. Hubo un tiempo en el que quise ser actor. Más o menos por las mismas razones. Yo era de los que estaba en el grupo de teatro del instituto y disfrutaba horrores. No sé por qué no continué por ese camino, supongo que tuvo que influir que como uno, que además de egoista es ambicioso, descubrió que con su metro y medio (centímetro arriba, centímetro abajo, no vamos a ponernos exquisitos ahora) poco iba a hacer en Hollywood y, bueno, intentar algo para estar abocado al fracaso desde el principio, pues como que no merecía la pena tanto desgaste emocional.
Estar sobre un escenario me hacía sentir grande, importante. Adoraba (y sigo adorando) la explosión de adrenalina, el pitido de la sangre en los oídos, la transformación a la que me sometía cada vez que interpretaba un papel (otra cosa que tengo que reconocer es que los aplausos me ponen, ¿qué le vamos a hacer?). Pero no fue suficiente. Yo quería más. Llegó un momento en el que descubrí que, una vez que ya me había aprendido el papel de memoria y había automatizado la representación, la sensación perdía intensidad y me convertía en un mero reproductor, alguien que decía las palabras y hacía los gestos que había escrito otro o que le decían que hiciera.
Yo quería más.
Supongo que, de alguna manera, fue así como llegué a la escritura. Entre mis múltiples vocaciones (durante la adolescencia, ya sabéis, pasé de profesor a astronauta, de músico a matemático y de científico a médico, pasando por actor porno, que ya sabéis que todo adolescente que se precie ha querido serlo unas cuantas veces) está la de ser dios. Sí, señores, uno también es así de poco exigente consigo mismo.
Es electrizante, como una droga, esa sensación que uno tiene cuando parece que la historia se escribe sola, que te la están dictando desde algún sitio invisible y que tú simplemente tienes que limitarte a cerrar los ojos y dejarte llevar. Creo que, junto a la del orgasmo y la del buen desayuno, es la sensación que más me gusta en el mundo. No la cambio por nada. Porque además luego está lo que viene detrás, lo de ser Creador, lo de ser tú mismo el que vas tejiendo los hilos, el de ser el que toma las últimas decisiones, el de ser el ejectutor, el juez, el fiscal y el abogado al mismo tiempo y tener en tus manos el destino de personajes a los que les ha llegado un momento en que han dejado de serlo, transofrmándose en verdaderas personas para ti.
Quiero vivir millones de vidas. No me conformo solo con una. No hay día que pase que no me encapiche con una personalidad, con un estatus, con una situación, con un detalle. Quiero hacerlo mío, quiero vivirlo, experimentarlo, sentirlo, palparlo. Quiero hacerlo todo, absolutamente todo. Hay veces que incluso me agobio porque soy consciente de que no podré ir nunca a la Luna (incluso a pesar de quedarme todo el planeta tierra por visitar). Es una sensación frustrante, porque sé positivamente que no tendré tiempo para ser todo lo que quiero ser.
Por eso solo me queda escribirlo.
Y aun a pesar de todo eso, hay veces que me da por hacer de poeta.
(Pero, ojo, casi siempre bajo prescripción médica, que en mi caso se resume a prescripción de Pilar Galán, escritora, Maestra y amiga)
La poesía me deja desnudo, me drena mucho más que la prosa, donde me siento más libre e impersonal. No tengo alma de poeta, qué le vamos a hacer. Y, sí, soy muy consciente de que haciendo esta afirmación, la legión de fans del Fer oscuro, misterioso, poeta y sexy se borrarán de la lista. C'est la vie...
Si puedo evitar escribir poesía, lo hago. Se produce una reacción tan de rechazo entre el papel y yo que acabo rechinando los dientes hasta tal punto que luego pierdo esmalte y, veréis, no está la economía como para que yo vaya gastándome el sueldo en dentistas...
Supongo que todo esto tiene que ver con las razones por las que escribo. No sé. He escuchado infinidad de veces que hay gente que escribe para encontrarse a sí mismo, que a través de la escritura acaba conociéndose mejor. Yo no (aunque ese sea un efecto colateral). Creo que escribo por todo lo contrario: Escribo para escapar de mí.
¡Que no cunda el pánico, señores!
No es que me odie y no me guste, ni ntengo ningún complejo ni nada por el estilo, no. Simplemente uno, que es así de egoísta y le fastidia tener solo una vida. Hubo un tiempo en el que quise ser actor. Más o menos por las mismas razones. Yo era de los que estaba en el grupo de teatro del instituto y disfrutaba horrores. No sé por qué no continué por ese camino, supongo que tuvo que influir que como uno, que además de egoista es ambicioso, descubrió que con su metro y medio (centímetro arriba, centímetro abajo, no vamos a ponernos exquisitos ahora) poco iba a hacer en Hollywood y, bueno, intentar algo para estar abocado al fracaso desde el principio, pues como que no merecía la pena tanto desgaste emocional.
Estar sobre un escenario me hacía sentir grande, importante. Adoraba (y sigo adorando) la explosión de adrenalina, el pitido de la sangre en los oídos, la transformación a la que me sometía cada vez que interpretaba un papel (otra cosa que tengo que reconocer es que los aplausos me ponen, ¿qué le vamos a hacer?). Pero no fue suficiente. Yo quería más. Llegó un momento en el que descubrí que, una vez que ya me había aprendido el papel de memoria y había automatizado la representación, la sensación perdía intensidad y me convertía en un mero reproductor, alguien que decía las palabras y hacía los gestos que había escrito otro o que le decían que hiciera.
Yo quería más.
Supongo que, de alguna manera, fue así como llegué a la escritura. Entre mis múltiples vocaciones (durante la adolescencia, ya sabéis, pasé de profesor a astronauta, de músico a matemático y de científico a médico, pasando por actor porno, que ya sabéis que todo adolescente que se precie ha querido serlo unas cuantas veces) está la de ser dios. Sí, señores, uno también es así de poco exigente consigo mismo.
Es electrizante, como una droga, esa sensación que uno tiene cuando parece que la historia se escribe sola, que te la están dictando desde algún sitio invisible y que tú simplemente tienes que limitarte a cerrar los ojos y dejarte llevar. Creo que, junto a la del orgasmo y la del buen desayuno, es la sensación que más me gusta en el mundo. No la cambio por nada. Porque además luego está lo que viene detrás, lo de ser Creador, lo de ser tú mismo el que vas tejiendo los hilos, el de ser el que toma las últimas decisiones, el de ser el ejectutor, el juez, el fiscal y el abogado al mismo tiempo y tener en tus manos el destino de personajes a los que les ha llegado un momento en que han dejado de serlo, transofrmándose en verdaderas personas para ti.
Quiero vivir millones de vidas. No me conformo solo con una. No hay día que pase que no me encapiche con una personalidad, con un estatus, con una situación, con un detalle. Quiero hacerlo mío, quiero vivirlo, experimentarlo, sentirlo, palparlo. Quiero hacerlo todo, absolutamente todo. Hay veces que incluso me agobio porque soy consciente de que no podré ir nunca a la Luna (incluso a pesar de quedarme todo el planeta tierra por visitar). Es una sensación frustrante, porque sé positivamente que no tendré tiempo para ser todo lo que quiero ser.
Por eso solo me queda escribirlo.
Y aun a pesar de todo eso, hay veces que me da por hacer de poeta.
(Pero, ojo, casi siempre bajo prescripción médica, que en mi caso se resume a prescripción de Pilar Galán, escritora, Maestra y amiga)