domingo, 20 de diciembre de 2009

El del ego!



O también aquel en el que la palabra divertido es la única que recuerdas del diccionario.

O en el que la palabra "emblemático" quería decir "enciclopédico".

Es decir, podríamos titular esta entrada como "el arte de quedarse en blanco delante de una cámara" porque el día que el programa Conecta-t de Canal Extremadura se puso en contacto conmigo para hacerme una entrevista acerca de mi blog, me pareció algo tan surrealista que nunca pensé en mi pánico escénico hasta que no estuve delante de la cámara.

Pero, en fin, el ego es el ego y a pesar de la vergüenza que me dio verme ayer en la tele, aquí os la dejo. No os perdáis alguna aparición estelar de algunos de vosotros!!

sábado, 19 de diciembre de 2009

Enganchado

Cualquiera al que le diga que estoy enganchado al libro de Navokob, Curso de literatura europea, seguramente piense que soy un friki de las letras y que no merezco vivir o algo. Que, vale, puede que ambas cosas sean ciertas pero es que, joe, página a página el libro me va emocionando. Solo la introducción ya merece la pena.

Me da rabia. Me da rabia porque yo hice filología inglesa por la literatura, por Dickens, por Stoker y por Cumbres borrascosas, que era lo que conocía de literatura inglesa cuando la empecé. Y cuando la terminé, sí, conocía muchos más libros y autores y los había leído pero no encontré ni pizca de la pasión, el talento didáctico y la emoción que me han transmitido las pocas páginas que llevo del libro de marras.

Vale que ninguno de mis profesores de la facultad era Vladimir Navokob (ya me habría gustado a mí y, supongo, ya les habría gustado a ellos) pero es que, no sé, no hubo ni una pizca de eso, de pasión, en ninguna de las putas clases de la carrera. En ninguna.

Las asignaturas de literatura (y sin haberlo pensado he hecho un pareado) (bueno, dos, pero este está más manido que cierta parte de mi anatomía) parecían un mero trámite por el que había que pasar. Y cuanto más rápido, mejor. Jamás vi a uno solo de mis profesores en ninguna de las obras de teatro de su idolatrado Shakespeare que cada año venían al festival de teatro clásico de Cáceres. Curioso, ¿verdad?

Así que no puedo evitar cabrearme al estar leyendo este libro y encontrar lo que yo había estado buscando cuando me inscribí en la carrera que después iba a acabar dándome de comer. Una mierda, la verdad. Tengo la sensación de haber estado perdiendo mi tiempo allí, de no haber aprendido nada (hay salvedades, por supuesto, pero pocas y las asignaturas que son, son prácticamente de los dos únicos profesores que llegaron a llegarme).

En fin, el autodidactismo (¿esto existe?) nunca ha estado más de moda que ahora.

(otro pareado, estoy hoy que parto la pana)

A seguir con el libro.

(Si las pelusas que rondan mi casa me dejan)

PD: No pongo ninguna cita del libro porque si tuviera que elegir, elegiría un par de cada página y no tengo espíritu ni ganas ni filantropía para copiar tanto.

jueves, 3 de diciembre de 2009

Fracaso absoluto

Pues sí, a veces hay que reconocerlo. El NaNo ha sido un total fail (se escucha un abucheo por toda la sala). Fue un fracaso total en cuanto a palabras escritas. Me he quedado en 27.987 de 50.000, poco más de la mitad, seguramente mi adorado Chris Baty haya pegado una foto mía delante de una diana y esté ensayando con sus dardos. Porque sí, ya que uno decide seguir una religión y decide hacerse con un gurú, lo que no puede hacer es no dedicarle el tiempo, ni la razón, ni el corazón ni la pasión suficientes. Es como si... no sé, un católico empedernido se olvidara de la Semana Santa o como si un ferviente musulmán pasara del Ramadán o como si, no sé, como si Tom Cruise no se comiera la placenta de su siguiente hijo.

Así que se lo permito. Se lo permito a ustedes también, señores. Fustíguenme, escúpanme cuando vaya por la calle, díganselo a sus amigos, a sus familiares, díganlo en la tele. Me lo merezco, merezco caminar por la calle y que me señalen con el dedo, merezco los cuchicheos, las miraditas de soslayo, las risas y las carcajadas a mis espaldas. Me lo merezco y acepto con orgullo mi penitencia.

No se puede seguir una religión y no practicarla.

Eso sí, pienso resarcirme dedicándole más tiempo a esta novela. Pero resarcirme de verdad, a conciencia, porque hay divertimentos que solo se pueden disfrutar a través de la literatura, mucho más cuando estás escribiendo una novela erótica, mucho más cuando esa novela erótica la está escribiendo una mente tan perversa como la mía. O ¿qué coño? Si no hay nada mejor para comprender lo que uno está escribiendo que ponerlo en práctica. Definitivamente, el mejor modo de hacer penitencia.

¿Qué pasa? Cada uno elige la religión que quiere...

lunes, 23 de noviembre de 2009

No-vedades

Vamos, que no tengo nada nuevo que contar sobre el horizonte y de ahí la laguna de entradas últimamente.

Estoy intentando el NaNo, sí. Con trampas, pero sí. Pero no creo que este año lo consiga. No me importa, porque para mí este año el objetivo era simplemente volver a sentarme frente al ordenador para escribir porque sí.

Y como me era difícil hacerlo con El árbol de los secretos, al final me decanté por una novela erótica de la que los primeros capítulos ya pululaban (sin pulir) por la red bajo seudónimo.

Sí, es trampa, pero yo siempre he sido un tramposo y nunca me he avergonzado por ello. No es que no me apeteciera escribir, de hecho, no hay nada que me apetezca más, pero uno es humano y por mucho que mi adorado Chris Baty diga, hay momentos en la vida en la que no es posible dedicarse a algo al 100%. Pero no desisto, seguiré con ella. De hecho, he avanzado bastante en la trama (¿trama?), los personajes se han perfilado (¿personajes redondos en una novela erótica? ¿Es eso posible? Parece que sí, que mis personajes también piensan y sienten -como pa no lo de sentir, oiga, con la cantidad de perversiones que les hago hacer-. Y ellos, tan felices. ¡Como pa no!).

Así que ahí sigo, dándole.

Y no interpretéis mal esa última palabra que os conozco bien.

Luego estuvieron los problemas de la mudanza, que para mí son muchos pero resumidos en uno. Uno de los principales motivos por los que me he mudado de mi cuchitril de 35 metros cuadrados a una casa más grande era que tenía demasiados libros. Sí, mis padres casi me obligan a llevarlos al trastero y uno tiene mucha dignidad y se hacía el hara-kiri antes de bajarlos a ese húmedo y oscuro sótano lleno de arañas. Conociéndome, ahí se iban a quedar. Porque sito en el que hay arañas, sitio al que Fer no va.

Libros y ropa, es lo único que tengo. Son mis debilidades.

Así que tengo todos mis libros metidos en cajas. Eso ya no es un problema porque ya he vuelto a caer y ya hay nuevos ejemplares en la mesilla.

pero hubo problema. El problema existió en el tiempo en el que volví a casa de mis padres mientras montaba la casa. No tenía libros. Y está comprobado que yo no soy capaz de dormir si antes no he leído algo (o, en su defecto, he hecho otras cosas igualmente placenteras que en casa de mis padres, evidentemente, era imposible hacer) así que no tuve más remedio que acudir a la biblioteca de mi hermano.

De esa biblioteca había leído la mayoría. Por no decir todos. Menos uno. Y ya se sabe que cuando el hambre aprieta hasta un mendrugo de pan duro con algo de paté caducado satisface.

No es que no hubiera intentado leerlo antes, que lo hice. Su estilo era el ideal para una de esas tardes de piscina veraniegas. Su trama se relacionaba con una de mis novelas preferidas, la que yo considero la primera "novela seria" que leí después de tanto Barco de vapor, tantas aventuras de los cinco y demás libros de la sala infantil de la biblioteca de Cáceres: Drácula. Sin embargo, no pude leer mucho. Era simplemente infumable.

Y no, no es Crepúsculo. Gracias. Esa la intenté por curiosidad antes de todo el boom mediático y me quedé por la parte en la que la insulsa y estúpida protagonista casi muere. Decidí dejarlo ahí porque no pude avanzar más. En mi mente, el mundo era mucho menos imperfecto si moría. Era el final perfecto.

(Así como me encanta Harry Potter, no puedo con Stephenie Meyer y su ineptitud escritora. Simplemente me es imposible. Me entristece, me amarga, me agobia tanta estupidez concentrada, me agobia tanta letra mal escrita, me genera ansiedad, me da rabia, me repugna. Me ocurre igual que con esa pseudoescritora extremeña que se cree la George Martin española)

El libro que tuve que coger so pena de no dormir en dos meses era, tachán tachán, La historiadora.

Por Alanis Morrisette, menuda mierda de libro. O de traducción. O de lo que sea. Pero, joder, no os podéis hacer una idea de la tortura que es no tener tiempo para ir a la biblioteca, no tener un puto duro para comprarte un libro y tener eso en la mesilla y tener que leerlo. Uno tiene que dormir, que si no no es persona.

Los ojos me sangraron cuando leí TODABÍA. Con todas las letras, incluso con esa B tan bonita y barrigona. TODABÍA.

Los ojos me están sangrando ahora al leérmelo a mí mismo.

Por no hablar del pus que despedían mis orejas por cada una de las perífrasis de deber con sentido de duda en la que no había un solo "de". "Debía ser de noche cuando llegamos", "Debía estar muy salido cuando le pillamos haciéndose pajas en el baño". "Debía ser una inculta cuando escribió -o tradujo- eso" "Debía haberse pegado un tiro antes de coger el libro".

No he podido terminármelo.

Pero ahora sufro de sangrado continuo de ojos.

¿Algún doctor en la sala?


domingo, 25 de octubre de 2009

Se acerca ese momento del año en que...

El otro día tuvimos en el instituto (idea de un compañero profesor de lengua y literatura) una iniciativa que me encantó y que, para qué engañarnos, acabó resultando todo un éxito (y una desgracia para mi agujereado bolsillo que últimamente sufre más que nunca).

Realizamos la feria del libro económico. Veréis, es la primera vez que estoy en un instituto rural y, la verdad, se diferencia en muchos aspectos de los institutos de ciudad, en la que enseñas a niños que lo tienen todo al alcance de la mano.

El instituto en el que estoy da cobijo a niños de varios pueblos de alrededor, pueblos algunos de poco más de mil habitantes. Todo esto supone un lío enorme, por ejemplo, a la hora de mandar las lecturas obligatorias (como dice mi amiga Pilar Galán, qué poco me gusta el adjetivo "obligatorio" después de la palabra "lectura". Es un oxímoron en toda regla) porque los niños no saben (o no tienen) dónde comprarlo.

Así que, en principio, debido a esa tesitura, decidimos que el pasado jueves (día, además, en el que hacíamos las reuniones con los padres) celebráramos en el instituto la feria del libro, con lo que los alumnos (y nosotros, y los padres, y todo el que quisiera) podía conseguir hasta un 25% de descuento en los libros que compraran, ayudados por el centro y por la única librería-papelería-bazar del pueblo.

Es increíble lo que cambian las cosas cuando cambias el contexto. Colocamos el stand en el rellano del centro y fuimos sacando, una a una, a las clases para que lo visitaran y se llevaran los libros que habían encargado a través de sus tutores. Pero no ocurrió solo eso. De pronto, al ver los libros (porque también había libros de lectura, de animales, de pasatiempos, de cocina... en fin, lo que comúnmente llamamos una librería, coño. También había un par de libros de sexo, que se vendieron. Uno de ellos lo compró un niño de 1º de ESO. Yo no soy nadie para meterme en las motivaciones extrínsecas, así que no hice ningún comentario. Los libros están para leerse, ¿no? Aunque no sea a dos manos) empezaron a mostrar curiosidad y, de hecho, muchos alumnos se llevaron libros "no obligatorios" e incluso se acercaban a la feria en los recreos para comprar, para ojear y hojear los libros y sugerirnos a los profesores que les mandáramos tal o cual libro para leer al año siguiente porque les había gustado o bien la portada, o la sinopsis o porque sí.

Decía Santo Tomás que uno no puede amar aquello que no conoce y creo que ese día se demostró su teoría. Ver a los niños emocionados y cogiendo los libros y curioseando e incluso comprándoselos fue, sin duda, de lo mejor que me ha pasado desde que llevo dando clase. Poco a poco, voy recuperando mi desgastada fe en la juventud.

Y voy recuperándome, y voy asentándome y voy colocando cajas y cuadros y estanterías y gastándome los cuartos, pero no me importa. Queda una semana y, un año más, lo pienso conseguir. Esta vez con la primera parte de El árbol de los secretos.

Se acerca el NaNoWriMo, señoras y señores (Ruth, pienso vigilarte de cerca y picarme contigo y lanzarte pullitas para que no decaigas). Pero ya hablaré de eso más adelante durante esta semana. Ahora hay que organizar, hacer esquemas, emocionarse y aplaudir de anticipación.

Me encanta noviembre.

domingo, 27 de septiembre de 2009

Y más o menos estoy por aquí

Que me mudé, es un decir. Es un decir porque, sí, el banco me dio la hipoteca. Sí, trasladé todas mis cosas al piso. Pero mis cosas eran miles de cajas con libros y ropa. Y por muy romántico e idealista que pueda parecer, no se puede vivir solo con eso. Así que ahí sigo, sacando mi lado más estiloso y tratando de ajustarme al presupuesto mientras compro muebles y pinto y empapelo y limpio. Sobre todo eso, limpio.

Pero volveré cuando me estabilice (que será pronto, más me vale, porque el NaNo se acerca).

Y cuando los 200 km que me hago al día dejen de pasarme factura. Cojones, lo que cansa el coche.

Os echo de menos!

martes, 4 de agosto de 2009

Demasiado perezoso para ponerle un título

Lo primero, y más importante, infinitamente más importante que cualquier cosa: ¿Quién narices ha entrado en mi blog buscando chicas lozanas? ¿Eh? ¿Eh? ¡Que confiese! Sobre todo para que me digan dónde están, que el verano aprieta y mi novia trabaja demasiadas horas mientras yo me derrito en minutos de tedio y ensoñación pensando en nuestras vacaciones a Malta. Sí. A Malta. No tengo un duro pero no importa, ¡me voy a Malta!

Ahem...

Por fin he terminado El Traficante de recuerdos y ya fui a registrarlo y ya me hice la copia pertinente para su corrección y reescritura. Porque, sí, lo que he terminado es el borrador y además lo he terminado con tantas prisas que, sí, sé que me esperan horribles horas de reescritura y revisión. Pero no importa... ¡seguro que bajo el sol de Malta se corrige bien! O no, porque a lo mejor es demasiado pronto para corregirla (o no, porque de lo que hace poco tiempo es del final, lo anterior hace casi un año que lo escribí y hace eones que ni lo leo. Ahora que lo pienso: a lo mejor por eso me ha costado tanto el final, porque como sabía que si releía lo anterior me iba a poner a corregirlo, no lo he leído y, claro, después del año como que uno pierde el hilo...)

Pero no importa, porque me llevaré un libro. No un libro cualquiera no, porque...

(carraspea de nuevo)

He caído. Fue así, de casualidad, yo estaba en casa de mis padres, me estaba haciendo popó, no había ningún libro que llevarme (Nota mental: poner estantería en el cuarto de baño en cuanto me den mi casa) y... lo cogí. ¿A quién? Está claro, a Larsson. Bueno, no a él, que está muerto, sino al primero de Millenium.

Así que me puse a hacer popó con él y no dejé de popear hasta media hora después a pesar del hedor (sí, soy muy simple, decís caca, decís peo y Fer se parte de la risa. Tengo incluso una sudadera que pone caca culo pedo pís. True story)

(Solo de pensar en las búsquedas a través de las que entrará la gente en mi blog después de esta entrada me meo)

Pues lo dicho, anoche me tuve que quedar hasta las cuatro de la mañana para terminármelo. ¡Y eso que ya me sabía el final, que había ido a ver la película! Pero no me importa. Nunca me ha importado, de hecho, porque hay un placer culpable en leer un libro después de saber qué pasa, puedes hacerlo más despacio y fijarte en los detalles.

Ya sabéis que no tengo nada en contra de los best-sellers, pero, no sé, había algo en estos libros que me echaba para atrás (¿sus portadas en español? Nadie puede negar que no son artísticas o, no sé, bonitas, pero quizá esa belleza era un poco repulsiva, me echaban para atrás). Tampoco soportaba que me los recomendara todo el mundo como si supieran que me fueran a gustar sí o sí.

Era eso, sí. Que no tiene por qué gustarme porque a todo el mundo le guste. De hecho, me gustan muchas cosas que no le gustan a mucha gente y estoy acostumbrado a que pongan esa cara rara. Sí, esa en la que se tuercen los labios y se arruga la nariz. Sí. Esa. Y no, no lo digo en plan poniéndome la boina francesa y las gafas de pasta y la camiseta esa de Threadless que dice que escucho grupos de música que todavía ni se han inventado, no.

A mí me gusta que las cosas que me gustan a mí les gusten a los demás y soy el primero que cuando lee, escucha, ve algo bueno (o que, simplemente, le gusta) lo proclama a los cuatro vientos, así que no es que no quisiera leer la trilogía por pedantería (acabo de hacer una rima interna pero no pienso corregir la entrada) sino, no sé, ¿por pereza? La pereza suena como un buen motivo, sí. Pereza: adjudicado.

Aunque al final el primer libro me ha gustado y ya me he comprado el segundo. No sé si es literatura (¿Qué coño es la literatura? Después de cinco años de filología estudiando unas cuantas, cada día tengo menos claro qué es y qué no es) pero sé que me entretiene, que es una historia bien contada y que me gusta. Yo creo que eso es suficiente para ser un best-seller, ¿no? A fin de cuentas esas son tres de las generalidades que deben tener como mínimo, ¿no?

Y todos sabemos que los best-sellers son un género en sí mismo, ¿verdad?

¿O no?

Demasiado calor como para pensar en gilipolleces como esa.

Me voy a leer.

(Aunque si alguien encuentra a las chicas lozanas esas que pululan por aquí sin que yo me haya enterado que me avise, ¿eh? Que uno tiene sus prioridades)

lunes, 27 de julio de 2009

En guiones

- Retraso tanto como puedo ponerle el punto final al borrador del Traficante de recuerdos. Voy por el último capítulo desde hace... ¡meses! Escribo una línea o un párrafo diario y me agoto, me da la ansiedad, me dan ganas de tirarlo, pienso en el trabajo horrendo de revisión y reescritura que me queda por hacer en cuanto lo termine y me entra la pereza. El verano es sinónimo de pereza. Y de calor. Joder, qué calor.

-En verano leo más. Es un hecho. Ya no solo tengo las horas libres de la sala de profesores o los pocos minutos por la noche (a veces solo leo una línea, pero es suficiente, no puedo dormir si no leo algo). Me ha vuelto a dar por la literatura juvenil (por muy en contra que esté de esta nomenclatura). Uno tiene que saber a qué se enfrenta y, por otro lado, disfruto tanto retrotrayéndome a la infancia y adolescencia que en la piscina soy un cangrejo que se convierte en Peter Pan. ¿La última? Los juegos del hambre (gracias, Uschtu, me ha encantado). Os la recomiendo. Ahora estoy con Estirpe salvaje de la amiga Montse de Paz. Ya hablaré de ella cuando la termine, no me gusta hablar de novelas que no he terminado porque las opiniones cambian a medida que uno avanza en las páginas.

-Me da por recordar demasiado a menudo aquel verano en el pueblo con mis padres, asqueado por tener que estar con ellos mientras leía Mort en la piscina con el walkman (¡todavía existían las cintas TDK de 90!) y Sheryl Crow de fondo. Lo odiaba y ahora no me importaría irme de vacaciones a esos recuerdos durante un par de días.

-Quiero escribir. Cosas nuevas. Pero hasta que no acabe El traficante de recuerdos no lo voy a hacer. No quiero mezclar estilos, que luego me hago la picha un lío. Y en verano no estamos para desliarla, que hay que usarla.

-Tampoco puedo escribir porque antes tengo que hacerle los cambios pertinentes a la novelita en manos del editor. Ya sé cómo hacerlos, pero tengo que ponerme. Qué pereza. Yo veo la escritura algo así como el arado de un campo. Cuando empiezas ves los resultados mucho más fácilmente. Una vez te metes en materia, parece que no avanzas nunca. Soy impaciente. Nadie es perfecto.

-Creo que me voy a ir a la piscina. Ea! A disfrutar!

martes, 14 de julio de 2009

Verano...

Que no postee no significa que no esté trabajando. De hecho, hace meses que quería comentaros algo pero soy demasiado supersticioso y me contaron tantas veces de pequeño el famoso cuento de la lechera que se me quedó enquistado, ahí, justo en la boca del estómago, donde las emociones se sienten mucho más intensamente y desde donde cumple su función, impidiendo que me eleve por encima de los edificios cual Peter Pan moderno y me mantenga con los pies sobre la tierra. Cosa que agradezco, porque tiendo demasiado a volar.

Pero, de todos modos, me he dado cuenta de que no puedo seguir así, con esta incomunicación excesiva. Mis miedos y reticencias me impiden hacer público cualquier avance, cualquier chorrada, por miedo a que se gafe y de ahí también el silencio.

El silencio, creo que es una de las cosas que me dan más miedo.

Pero, bueno, podemos hacer trampas al señor Murphy, esposo de la señora Gafe y contar un poquito, ¿no? Todo se solucionará con que yo olvide haber escrito esto y con que vosotros olvidéis haberlo leído. Fácil, ¿no?

Porque, sí, como ya os avanzaba en noviembre, parece que hay una editorial interesada en una de mis novelas. Y, sí, digo parece porque no me atrevo a decir nada hasta que no tenga nada firmado y sellado con cera.

La cosa se está alargando más de lo previsto debido a asuntos que dependen de mí y a asuntos que no son tanto de mi incumbencia: la fastidiosa crisis, las ventanas editoriales, que a fin de cuentas soy un desconocido y una editorial grande no deja de ser un negocio y debido a las circunstancias en las que nos encontramos, es mejor apostar por lo seguro... pero seguimos avanzando.

En enero hablé con el editor y me hizo varias sugerencias para la novela. Tengo que decir que acertó de pleno. La novela en cuestión era la primera infantil que escribía (y ya voy dando pistas) y no sabía muy bien cómo encajarla en un principio, qué podía poner, qué no, hasta dónde podía llegar y, la verdad, echando la vista atrás, puede que quedara un poco descafeinada. Así que las sugerencias del editor me vinieron de perlas para seguir trabajando en ella con un poco más de libertad.

Al par de meses creo que logré darle el enfoque que pedían y volvimos a enviársela cruzando los dedos, saltando a la pata coja con el pie derecho y cruzando los ojos también por si las moscas (con el consiguiente dolor de cabeza que da lo de ser bizco por un rato para un hipermetrópico -¿se dice así?- como yo).

Y volvieron a hacer un informe y volvieron a notar faltas, capítulos sobrantes y algo de incoherencia en dos personajes que, claro, con los cambios anteriores habían quedado un poco cojos.

La verdad es que lejos de incordiarme, que me hayan hecho nuevas sugerencias me ha motivado. Quiero decir, no sé, es un modo de trabajar diferente al que yo he llevado siempre, que me guío sobre todo por la intuición. Estoy aprendiendo muchísimo y le agradezco mucho al editor la paciencia, los consejos, el tacto... en fin, que sí, que sigo trabajando, que espero llegar a buen puerto y que, joe, estoy deseando poder deciros con letras de neón (para cuando eso ocurra seguro que hay una opción de blogger que permite ponerlas) que, por fin, la novelita se publica.

Mientras tanto, seguiremos trabajando porque es lo único que evita que la incertidumbre me coma las entrañas y mi futura hipoteca (si el banco dice que sí y el promotor inmobiliario no me ha engañado) se zampe mi hígado.

viernes, 19 de junio de 2009

Y a ver cómo titula uno una entrada después de casi mil años sin escribir

Porque, no, no es que os haya olvidado ni que me haya olvidado del blog, pero sí es cierto que desde que regresé de Finlandia (entrada pendiente porque Finlandia lo merece) los acontecimientos se han precipitado un poco y no he parado -literalmente- un segundo entre exámenes, correcciones, informes, evaluaciones y disfrute del final de curso con unos alumnos estupendos a los que echaré de menos.

¿Escribir? Pues no, no he escrito lo que se dice nada. Pero nada. He corregido, eso sí. Y me he desesperado, eso todavía más. Hasta el punto de hartarme porque desesperarse por las cosas que no dependen de uno pues es una chorrada. Pero estresan. Y mucho. Así que decidí darme un tiempo de descanso porque mi salud mental lo necesitaba. Espero retomarlo todo ahora que comienzan las vacaciones.

El camino empezó ayer, cuando leí esta columna de mi querida Pilar Galán que me recordó muchas cosas que había olvidado y que quiero compartir con vosotros:

El tiempo circular

Hace ya tiempo que terminé el instituto. Entonces parecía mentira que el curso hubiera acabado y, sobre todo, parecía mentira que alguna vez la vida me hiciera regresar. El tiempo, que pone todo en su sitio, me hizo volver muchas veces, primero como profesora y luego como antigua alumna para la graduación de bachillerato, así que creo que el círculo ya se ha cerrado. Por eso, cuando me preguntan por qué escribo siempre contesto lo mismo. Escribo porque el tiempo es circular. Escribir no es otra cosa que volver, una y otra vez, para atrapar una caricia, un primer amor, un último desamor, o el verano eterno de la infancia, esa sucesión interminable de sol y agua. Ya decían los griegos que el tiempo era como uno de esos veranos, circular e inagotable, un eterno retorno aunque el río en el que te bañaras no fuera el mismo. Decía Anaximandro que el pasado vuelve indefinidamente, y Platón que el tiempo es una imagen móvil de la eternidad. Los estoicos dicen que todos existiremos de nuevo, y sufriremos o gozaremos las mismas cosas. Y Nietzsche nos avisa de que la vida es un reloj de arena. Estamos condenados a repetirnos, pero el lenguaje y la reflexión sobre él nos liberan de la caverna. Todo fluye y nada permanece, pero la memoria y sobre todo las palabras nos permiten fijar un punto desde el que partir, un instante al que volver. Por eso escribo, para que nada se pierda en el torbellino del tiempo circular, en esa espiral que si nos descuidamos acaba por convertirnos en páramo y no en humus, territorio fértil para recordar los días en que todo parecía posible y la vida era un regalo envuelto en papel brillante.

¡Volveré!, que Terminator ahora está de moda y yo siempre sigo las tendencias.

lunes, 4 de mayo de 2009

Una bocanada de aire con sabor a lágrimas

Yo tenía siete u ocho años, no lo recuerdo bien. Había sido el cumpleaños de mi hermano y le habían regalado dos libros del Barco de vapor de la serie blanca: El Jajilé azul y Kiricosas Quisicosas. Yo los miraba con los ojos entrecerrados cuando estaban encima de la mesa y alargaba la mano para cogerlos de donde estaban arrepintiéndome al instante en que los tocaba.

¡Es que eran de la serie blanca! Que yo ya era de la serie azul, por Alanis, que había leído ya Rabicún.

Pero un día los cogí. Me tragué el orgullo y decidí que tenía que leer uno de aquellos dos libros. Escogí Kiricosas Quisicosas.

No sabría expresar cómo me sentí al leer aquella novelita, pero la historia de aquella niña que quería comprarse una goma de borrar que bostezaba al fondo del cajón y se desperezaba me encantó. Yo quería también una goma como esa.

Sin embargo, ahí no quedó todo porque en aquel libro estaba La Frase. Sí, la frase: "una bocanada de aire con sabor a lágrimas". No sé qué me pasó exactamente cuando la leí, pero sé que fue algo especial. La releí. La volví a leer. Una bocanada de aire con sabor a lágrimas. Me pareció increíble, estupenda, algo que expresaba perfectamente cómo me sentía yo muchas veces.

Pasó algo. Un cortocircuito. Algo. Pero esa frase cambió muchas cosas. Tenía siete u ocho años, me creía muy mayor por haber pasado a la serie azul del barco de vapor y, de pronto, una pequeña frase de una novela de la serie blanca hizo que quisiera ser escritor aunque yo exactamente en aquel momento no supiera cómo identificar aquel latido más fuerte del corazón y aquella sensación inmensa.

Una bocanada de aire con sabor a lágrimas.

(siempre que puedo, la incluyo en mis novelas. Es mi homenaje)

Y por mucho que he buscado al autor de la novela en internet, no lo he encontrado y me encantaría saber quién escribió aquella frase. Porque le haría un monumento. ¿Alguien lo sabe?

Gracias, Deira, ahora ya sé que la autora es Pilar Mateos.

Hay muchas cosas que contar y mayo se presenta como un mes de respuestas, pero ahora lo más urgente es hacer la maleta porque mañana me voy a Finlandia. Es estupendo, me voy de embajador del instituto con otra compañera y dos alumnos a conocer el colegio con el que trabajamos en el programa Comenius y a que nos traten bien y a estar a ochenta kilómetros por debajo del Círculo Polar. Algo que me alucina y me emociona porque mi película preferida es Los amantes del Círculo Polar.

Así que estoy histérico, eléctrico y nervioso. Porque encima tengo mocos. Todavía no me dejan subir al avión, ya veréis. Y tengo menos de veinticuatro horas para aprender a estornudar como la gente educada y no como una explosión nuclear.

Tantas cosas y tan poco tiempo.

Una bocanada de aire con sabor a lágrimas.

jueves, 23 de abril de 2009

¡Mierda!

El mes pasado ha sido una mierda.

Pero antes de entrar en pormenores definamos el verdadero significado de la palabra mierda y todos sus matices.

Según el RAE, una mierda es:

1. f. Excremento humano.

2.
f. Excremento de algunos animales.

3.
f. coloq. Grasa, suciedad o porquería que se pega a la ropa o a otra cosa.

4.
f. coloq. Cosa sin valor o mal hecha.

5. com. coloq. Persona sin cualidades ni méritos.


Como podéis comprobar, a pesar de tener cinco acepciones, los significados a los que apela la palabra mierda van mucho más allá de eso que expulsamos los seres humanos por abajo (y a veces por arriba). A mí es que, qué queréis que os diga, la palabrita con esos significados se me queda corta. Se me queda corta porque es eso, esa sensación tan vibrante que te sube por el estómago cada vez que la pronuncias con todas tus fuerzas. Y si lo haces en francés como Sigourney Weaver en su película de los monos, pues también hasta te sientes cosmopolita y todo.

Porque mierda es tener mil exámenes que corregir y dejarlos para última hora.

Porque mierda es tener alergia y que los jodidos antihistamínicos no te hagan el suficiente efecto pero sí que te dejen medio atontado y dormido.

Porque mierda es estar esperando un par de emails que no llegan y ser un confeso intolerante a la incertidumbre.

Porque mierda es no tener tiempo para hacer lo que más te gusta.

Porque mierda es pasarse un mes entero de trámites bancarios que te dejan tan exhausto que te quitan las ganas del punto anterior. Y de otros.

Porque mierda es comprarte un coche y rayarlo a los tres días y encima ir tan tenso en él que más que conducir parece que te estás aferrando al volante con todas tus fuerzas porque no quieres hundirte cual Titanic en el océano del tráfico (donde, por cierto, la palabra mierda es de las más flojitas que puedes escuchar y yo tengo unos oídos muy sensibles, sobre todo, cuando esas palabras se dirigen a mi ineptitud conductora) (1)

Porque mierda es enterarte de que el año siguiente consigues tu destino definitivo y resulta que te exilian al orto del mundo (por ponernos finos, que esta entrada ya es un poco malsonante de hecho)

Y mierda son muchas cosas más pero que, afortunadamente, mi cabeza no recuerda debido a ese mecanismo tan maravilloso que es la memoria selectiva.

Pero, en fin, afortunadamente, parece que la primavera se está abriendo paso y yo tengo más tiempo, así que si pensabais que os habíais librado de mí con esa pasmosa facilidad, podéis daros con un canto en los dientes.

¡¡feRliz día del libro!!

(1) Lo de rayar el coche jode sobremanera sobre todo cuando lo que te has comprado es un maravilloso y flamante MINI Cooper D. Porque, si os habéis dado cuenta viendo alguno por la calle, ¿acaso habéis visto alguno que esté rayado? No, en absoluto. Rayar un mini es sacrilegio y a mí ya me han expulsado del club por herejía. Pero a que es bonito:



viernes, 27 de febrero de 2009

Y cayó una piedra y los mató

El otro día, haciendo limpieza en el cuarto que ocupaba en casa de mis padres y que ahora me sirve un poco de trastero de libros (en mis 35 metros cuadrados, pocos caben) encontré algo que pensaba que había perdido para siempre.

¡Mi primera novela!

A los dieciséis años, Javier, mi profesor de literatura, nos mandó como trabajo de curso escribir una novela. Aquella tarea suscitó todo tipo de comentarios (¿veis la cantidad de vocabulario que manejo? ¡He dicho suscitó! Eso no lo puedo decir en clase, que seguro que lo transforman en algo guarrete. El otro día una compañera dijo "nabo" y no veáis la que se lió, pero, claro, nabo, pues como que ya es erótico de hecho) pero yo no los escuché, porque me quedé helado.

Era lo que necesitaba, porque si me obligaban a hacerlo para aprobar (empollón que era uno) pues lo tenía que hacer y se convertía en una obligación y no podía evitarlo.

Hubo polémica, claro, porque un amigo mío decidió que mi trama era un plagio de la suya cuando, en realidad, yo había acabado sugiriéndole la suya y el problema es que no sabía cómo escribirla (terminé casi escribiéndosela yo por completo, de desagradecidos está el mundo lleno) pero me dio igual, iba a escribir ese bombazo: un grupo de amigos (casualmente parecido al mío) que se quedaba encerrado en un centro comercial debido a un terremoto la noche de fin de año.

La novela, por supuesto, llevaría el tan sorprendente nombre de Temblor de tierra.

Original que era yo.

El problema vino a la hora de elegir al grupo de chicas que quería que acompañara a mis amigos a los protagonistas de la novela. Por una parte me debatía entre meter a mis verdaderas amigas (una de las cuales es mi actual novia, por cierto) o meter a la chica que me gustaba por aquel entonces y a sus amigas para ver si así conseguía un poquito de atención.

Obviamente, eso fue lo que elegí (el corazón de un adolescente se encuentra por debajo del estómago) y, como se esperaba, no conseguí ni un parpadeo sexy ni una sonrisita cómplice al hacerlo.

A la tierna edad de dieciséis años fue cuando descubrí que lo de la literatura no iba a servirme para ligar.

Eso sí que fue un descubrimiento (atroz y desolador, porque escribir era lo único que se me daba más o menos bien y ya se sabe que si a los dieciséis no eres capaz ni de hacer la voltereta ni de darle una sola patada al balón o, mucho peor, cubrirte la cabeza con las manos cada vez que la pelota se acerca a ti vertiginosamente, poco tienes que hacer con el sexo opuesto).

Recuerdo que en el colegio donde trabajaba mi madre acababan de instalar unos cuantos ordenadores y ella se trajo a casa algo que sabía que iba a hacerme ilusión: la máquina de escribir. Me advertían de que no iba a aguantar, de que era mejor que escribiera la novela a mano y le pidiera a alguien que me la pasara a ordenador, pero yo me resistía.

Me senté en la mesa de la cocina con la máquina delante, un tocho grueso de folios blancos y, después de dar un largo suspiro de expectación, escribí la primera palabra.

Y ahí me quedé.

Es que me llamaron por teléfono y hablar por teléfono era prioritario por aquel entonces. Hablar por teléfono, salir, ir al Burger King, ver la tele, ver el porno codificado de canal plus intentando vislumbrar alguna teta, y demás tareas enriquecedoras.

Así que llegó Abril, yo no había escrito nada más que un par de páginas (resultó que mis padres tenían razón en que escribir a máquina era un coñazo, pero a mí como siempre me había vencido la estética) y me quedaban apenas tres semanas para entregar la novela.

Al menos iba mejor que Javi, mi mejor amigo, que solo tenía escrita la primera línea. En la que se repetía la misma palabra unas cuantas veces, así que tampoco era una línea línea (la palabra era "curvas". Era algo así como "curvas, curvas, curvas. Curvas que te hacen sentir..." Y no, no eran las mismas curvas que se anunciaban en la publicidad de la DGT).

Tuve que escribir la novela al final a todo correr, pero no quedó mal del todo. Mi padre es profesor de ciclos formativos y tenía una imprenta en su instituto, así que después de que yo se la entregara a una chica para que me la pasara a ordenador, me hizo dos copias y me la encuadernó como si se tratara de un libro (yo dibujaba por aquel entonces e incluso había hecho ilustraciones, a ver si un día las escaneo porque si Freud estuviera vivo, tendría mucho que decir acerca del tamaño de los pechos de las chicas que dibujé) y yo me sentí el tipo más grande de la tierra a pesar de que la chica que me gustaba no me hiciera caso, siguiera huyendo despavorido cada vez que la pelota se cruzaba conmigo (o contra mí) en el campo de fútbol y que, por falta de tiempo, hubiera tenido que matar al final a todos los personajes. Además, en la última línea, sin anestesia ni nada. ¡Olé mis huevos!

viernes, 6 de febrero de 2009

Tenía que pasar

Algún día tenía que ser el que acabara participando en uno de esos certámenes literarios que proliferan por estas fechas por la proximidad de San Valentín en nuestros calendarios.

Eso hice, participé en el certamen "Del amor y otros relatos" de Almendralejo y resulta que he ganado uno de los Accésits que concedían. 150 euros en talones de bancotel que no me van a venir nada mal dado que en un par de semanas vuelvo a embarcar hacia tierras escocesas con la mejor de las compañías.

La verdad, no me lo esperaba. No suelo encajar en este tipo de certámenes porque no suelo escribir sobre, digamos, algo así tan etéreo como "el amor". No me sale. Me acaba venciendo mi vena irónica y sarcástica y, claro, suelo cargarme la atmósfera. ¿Qué le vamos a hacer? Al final, va a ser que es cierto, para lo único para lo que sirvo es para escribir porno (o un relato semierótico, como el caso que nos ocupa). En fin, sea por las razones que sean, que me den una noticia así un viernes me parece la mejor manera de empezar el fin de semana y pienso celebrarlo a vuestra salud y a la mía (o eso haría si no estuviera con una especie de virus estomacal que me tiene jodidillo, pero esa es otra historia y, como diría el gran Ende, será contada en otra ocasión. O mejor nunca, que no creo que os haga ilusión saber el color de mis vómitos. ¿O sí? Ya se sabe, hay gente muy rara por Internet...)

Os lo dejo por aquí, por si os apetece leerlo.

viernes, 30 de enero de 2009

Lo bueno

Siempre he dicho que algo me parece bueno cuando me inspira. No es una sorpresa para nadie el hecho de que admita que me gustan los videojuegos (ahora es cuando la mitad de la audiencia se levanta horrorizada y apaga el ordenador). Aunque, bueno, no los videojuegos en general, sino un tipo de videojuego: Los difamados juegos de rol. Y no todos. Solo algunos. Los buenos. Que suelen ser japoneses.

Bueno, pues ya está hecha la confesión del día.

La verdad es que llevo jugando a ese tipo de juegos desde hace más de quince años y, aunque ya uno tiene una edad y no se deja sorprender por cualquier cosa, tengo que admitir que hacía mucho tiempo que no me encontraba con juegos de calidad tan sorprendente como los Persona.

Y cuando hablo de calidad, me refiero, sobre todo, a su calidad narrativa. Porque, sí, estos juegos podrían considerarse, para que nos entendiéramos todos, películas o libros interactivos. Una historia que descubrir, muchos planos de lectura y un desarrollo de personajes que ya lo quisieran para sí muchos libros.

Este tipo de videojuegos está pensado especificamente para que el jugador se siente y pese a que, evidentemente, tenga que dedicar un tiempo a matar bichejos y demás, se meta (literalmente) en el papel del protagonista para que, a través de sí mismo y su relación con el resto del elenco, se vaya descubriendo la historia que hay detrás de cada personaje y que envuelve y da sentido a todo lo demás (mucho mejor explicado aquí, aunque en inglés).

Hacía mucho tiempo que no me encontraba con una historia que daba tanto de sí y que tenía unos personajes tan bien escritos, con un diálogo perfecto y unas caracterizaciones tan estupendamente hechas.

Me ha hecho pasar unos ratos increíbles de diversión, he reído mucho con sus personajes y sus diálogos, me he emocionado, he llorado con ellos. Han sido capaces de llevarme de la mano e introducirme de lleno en sus vidas.

Si el guión, si la historia, si los personajes no estuvieran tan bien escritos, si no hubiera un desarrollo tan pulcro detrás, estoy seguro de que no me habría pasado. Y lo mejor de todo es que, igual que ocurrió con su antecesor (el Persona 3) este juego que acabo de terminar hace una hora escasa y del que todavía conservo la congoja de la certeza por la segura nostalgia de echarles de menos, ha inspirado muchas de las claves de la que será mi próxima novela.

Me gusta eso. Que lo bueno acabe inspirándote y seas capaz de crear algo con ello. Esa capacidad, la de ser tan maleable que alguien sea capaz de crear algo con lo que tú has hecho es, para mí, sin duda, una de las características que definen la calidad cuando nos referimos a una obra creativa (ya sea literaria o audiovisual).

Por eso, ahora que viene el tema a colación, jamás podría estar en contra de la Fan Ficción.

Tema que daría para otra entrada.

Porque ahora quiero seguir disfrutando de esta sensación algo masoquista de saber que unos personajes te han llevado por sus caminos y que ahora te queda viajar solo.

Me encanta que eso ocurra por muy doloroso que a veces resulte.

viernes, 23 de enero de 2009

Cuando otros lo dicen mejor que tú

Últimamente me ha dado por la lectura. Acabé tan agotado del NaNoWriMo que, salvo correcciones y modificaciones, lo que es escribir-escribir, no he vuelto a hacerlo desde que terminé. No me viene mal, estaba bastante cansado, pero eso no quita que lo eche de menos y que, a veces, no sepa por qué me siento nostálgico o melancólico o apagado y la única razón sea esa: que no escribo. Pero no os preocupéis, que tengo un plan.

Mientras tanto, el tiempo que antes le robaba a la lectura con la escritura, lo estoy aprovechando bien. También para deprimirme un poco, porque cuando lees algo tan bueno como lo que estoy leyendo ahora, pues, qué queréis que os diga, me da por pensar que a veces no estoy más que jugando a algo que nunca voy a llegar a dominar.

Pero como uno es optimista por naturaleza, pues se consuela pensando que ya llegará algún día a decir lo que quiere decir de manera tan clara como lo hacen los demás. Y es que el libro de Chandler, El simple arte de escribir, puede ser uno de los que más esté subrayando de todos los tiempos. Y Paraiso inhabitado de mi querida Ana María Matute ha hecho que recuerde por qué es mi escritora preferida y que vuelva a sentirme tan identificado con sus palabras como he hecho siempre. Qué envidia, señores. Pero, claro, es de Chandler y de Matute de quien estoy hablando.

Igual que cuando hablo de mi amiga y escritora Pilar Galán, con cuya columna de ayer en el periódico Extremadura no puedo estar más de acuerdo:

Probablemente algunos no tienen ni idea de que al principio la literatura era oral, anónima y pertenecía al pueblo, porque estaba hecha de palabras de pueblo, retazos de cosecha, versos de simiente y ritmo de siega. Y anónima porque mucho más que el autor importaba lo que este decía. No tienen ni idea porque no se han preocupado nunca. El arcipreste de Hita o las jarchas no están de moda y no se escribieron en inglés, mal que les pese. Y tampoco los Cohen van a hacer una película sobre juglares, ya saben, esos señores que se dedicaban a cantar por las aldeas hermosísimos cantares de gesta. No les apetece ponerse al día de esas cosas, para qué. Son propias de académicos, dicen, como si conocer nuestra tradición literaria no fuera obligación de cualquiera, o peor aún, como si ser académico no fuera el sueño de todos los que desprecian la pompa sobre todo si es ajena. Un poco de humildad, hombre. Nadie innova en una corriente que lleva arrastrando palabras hace siglos. Les guste o no, somos gotas en el río inmenso de los que escriben en español. A veces hay que remontar ese río y volver a las fuentes para saber que nuestra tarea consiste en urdir historias para otros, historias que fueron antes orales, anónimas y pertenecían al pueblo. O sea, hablar de literatura adaptándose a quienes te escuchan no es trivializarla, sino devolverla a su origen, a esa época en que el autor no era nadie y el público, todo. Lo importante son las palabras y quien las lee o escucha. Creerse por encima va contra la historia y además es estúpido. Los lectores y el auditorio son lo importante. Y no pueden ser despreciados. Un respeto.

Si es que es un rollo que otros digan las cosas mejor que tú.

Pero, bueno, te indica hacia dónde quieres llegar, que ya es algo.

martes, 13 de enero de 2009

Calendario de la lectura 2009

Hace un par de meses se pusieron en contacto conmigo desde la Fundación Alonso Quijano por si me interesaba participar en una de sus iniciativas. En este caso se trataba del calendario de animación a la lectura, un proyecto que llevan realizando varios años y con el que han contado, entre otros, con escritores como Gustavo Martín Garzo, Soledad Puértolas, o Juan Manuel de Prada. No podía decir que no.

Ni quería, porque la iniciativa del calendario de la lectura me parece preciosa. Como objeto en sí (y yo siempre he sido un poco fetichista) y como fin en sí mismo, el calendario es un objeto tan bonito y está tan cuidado y detallado que no puede más que inspirar tu curiosidad y, bueno, si la curiosidad por la lectura no sirve para fomentarla, pues que venga alguien y me dé una colleja, la verdad.

Tuve que escribir un texto acerca de lo que me inspirara una fotografía relacionada con la lectura, o con el hecho de leer y los libros, previamente seleccioinada a través de un concurso fotográfico. Todo un ejercicio de contención (porque, claro, la extensión es reducida). A mí me ha tocado el mes de Febrero.

Así que, este año, acompañado de escritores como Miguel Sandín (cuyo texto es uno de los que más me han gustado), Cristina Tchicourel, o Alejandro Jodorowski (que sí, que vale, que sus teorías sobre la psicomagia no pueden sino sacarme una sonrisa sarcástica, tengo que reconocer que su poemario sobre el tarot me gustó), hay un texto mío en ese calendario de 50.000 ejemplares de tirada y que, además, se repartirá con un periódico nacional.

Qué queréis que os diga, pero me hace una ilusión increíble.

Y, por cierto, si queréis conseguir el calendario (es precioso) solo tenéis que poneros en contacto con la Fundación Alonso Quijano. El calendario es gratuito, solo hay que pagar los gastos de envío.