viernes, 31 de octubre de 2008

Preparados, listos.. ¡ya!

No debería poner títulos tan genéricos a mis entradas porque luego pasa eso de que entra alguien a mi blog buscando maneras de matar a su suegra (verídico). Y también sé que no debería tardar tanto en escribir pero, ah, señoras y señores, ha vuelto.

¿Quién ha vuelto? Pues esa señora (porque yo me la imagino como una señora) que me trae moquitos, y fiebre, y malestar general y que se combate con pastillitas que hacen que Fer entre en un estado semi-catatónico en el que ve elefantes de colores.

(¿Dar clase a la ESO con afonía y dolor de garganta? Lo más bonito que me ha pasado nunca. Os lo recomiendo a todos. Sobre todo a aquellos a los que odio con pasión)

Pero no puedo permitirme estar enfermo. No. Mañana es uno de noviembre y desde el 2004 el uno de noviembre --aparte de por el atracón de buñuelos de crema y de huesos de santo-- se lleva caracterizando por ese cosquilleo de anticipación en el momento en el que comienzas una nueva novela, que es casi como comenzar una nueva vida.

Aí que, al final, después de muchas disquisiciones, agobios, dudas y demás, empezaré El traficante de recuerdos, que va muy en consonancia con la última novela que he escrito en cuanto a temática y creo que, así, me será más fácil.

No me esperéis levantados, nos vemos el día treinta de noviembre.

(Aunque seguramente será antes, porque durante este mes se pasa por tantos estados psicológicos, emocionales y viscerales, que en algún sitio aparte del wc tendré que venir a descargarme).

lunes, 20 de octubre de 2008

Atención, pregunta!

¿Cómo puede ser que un premio de novela bastante grande (por difusión de convocatoria, vamos, no por promoción final, que uno investiga y todo) que cerró la convocatoria hace un mes escaso haya publicado ya el fallo? ¿Tienen a lectores robots?

Ah, las preguntas sin respuesta, qué berraquito que me ponen.

(sigo actualizando -un poco con cuentagotas, para qué nos vamos a engañar- mi página de textos, a la que quiero cambiar el título porque, no sé, la que tengo me parece demasiado "tengo demasiadas historias que bullen en mi interior que necesito escribir y oh, dios mío, me encanta escribir y leer frente a la ventana mientras restalla la tormenta y llueve en el exterior, por dios qué megainteresante y superespecial que soy". ¿Alguna sugerencia?)

jueves, 16 de octubre de 2008

Incipit dramático que luego no llega a tanto

El otro día se me jodió el PC.

¡¡Drama!! ¡Drama!! ¡¡Tensión!! ¡Tensión!! ¡¡Contractura!! ¡¡Contractura!!

Esa fue exactamente mi reacción cerebral, emocional y física ante ese hecho catastrófico que, por unos segundos, amenazó con robarme la cordura y hacer que me lanzara al vacío desde mi ventana (obviando el hecho de que vivo en un bajo y que mi ventana tiene barrotes). ¿Por qué?

Pensé que, a dos días de presentar mi última novela al premio al que, por casualidad, y más porque me había dado tiempo a terminarla que porque realmente la hubiera escrito "para", había perdido el último manuscrito con las últimas correcciones.

Pero no, señoras y señores, uno tiene cola de zorro (interprétese como buenamente quiera cada uno) y recordó que tenía guardada esa última copia en la cuenta de correo. Cuenta de correo a la que no abrazó porque todavía no ha aprendido cómo abrazar a los entes no físicos, que si no, hasta le habría plantado un morreo que ni en una comedia romántica en su final de fade out.

Así que, sí, he mandado mi última novela a un premio. La verdad es que parto sin esperanza niguna, no porque no crea en la novela, porque no es así. De hecho, creo que es la primera novela de las que he escrito que ha acabado siendo la novela que yo tenía en la cabeza, la novela que quería escribir desde el principio y en la que no ha tenido lugar el desmadre habitual que suele reinar entre mis personajes cuando, de pronto, se me rebelan y dejan de ser lo que yo quiero que sean para ser la consecuencia de lo que yo he escrito que están siendo.

La novela ha tenido cierto éxito entre los círculos donde la he movido (qué interesante suena decir esto cuando lo que realmente quiero decir es que les ha gustado mucho a mis amigos, a mi novia y a mi agente) y, no sé, la quiero mucho (pensé en dormir todas las noches con una copia abrazada al pecho hasta que recordé mi propensión innata a cortarme con los folios y deseché la idea) y, sí, voy a arriesgarme a decir que creo que es una novela que cumple con los objetivos y con la premisa que me planteé al principio y que el tratamiento del tema es original y poco tratado (cosa fruto de una investigación -aquí viene Fer alardeando- de unos cuantos meses en los que disfruté casi tanto como escribiéndola).

El año pasado envié otra de mis novelas al mismo premio y, si bien no ganó, recibió críticas muy positivas por parte de la editora de la editorial (valga la redundancia, cómo odio hablar en claroscuros), a la que gustó mucho pero que desestimó por tratarse de una obra muy clásica.

Cosa que era, además.

Así que esa es la razón por la que he enviado la novela a ese premio, para ver si le gusta a esa buena señora que siempre forma parte del jurado. No tengo esperanzas, sobre todo, porque en ese premio abundan las obras realistas con un trasfondo social, y mi novela tiene cualquier cosa menos esas dos. Pero ¿quién sabe? A lo mejor eso es lo que la diferencia del resto...

miércoles, 15 de octubre de 2008

Bilis

Escribo por la ingente cantidad de historias que bullen en mi cerebro y que tengo la necesidad de contar

Únase a esa expresión un gesto de victoriana delicadeza y un suspiro de falsa modestia en absoluto disimulada y ya tenéis a Fer echando bilis por la boca (en un aparte, claro, que uno siempre ha sido muy pudoroso para según qué cosas, como, por ejemplo, lo de expulsar jugos y líquidos del cuerpo de uno).

Muy a menudo (por no decir siempre, que suena así como muy apocalíptico y grande, SIEMPRE) he escuchado esta expresión de gente a la que se le preguntaba por qué escribía y, cada vez que la he escuchado de sus bocas, no he podido evitar hacer rodar los ojos y ponerlos en blanco.

Pues qué suerte tienes, hija (o hijo, o abuelo, o abuela) porque a mí me cuesta un huevo parir el germen de una novela o relato y, siempre, siempre (aquí sí que lo utilizo, que estoy metido de lleno en el drama) estoy acojonado por que no se me vayan a ocurrir más y me quede tan blanco como un nabo (en mi cabeza los nabos son blancos, ¿son blancos? Porque los que son rosas son los rábanos, ¿no? Fijaos lo que pasa cuando uno está aburrido en el instituto y se pone a hacer comparaciones originales, que acaba dudando. Si es que nos complicamos la vida demasiado...).

Así que, nada, moza, ya que tienes tantas historias que contar, pues regálame unas cuantas y a ver qué hacemos, que ya veo que a ti (insértese aquí un suspiro de falsa admiración, que a falsedades no me gana nadie) te sobran (y un sexy parpadeo también lo insertamos).

Pero qué morro tiene la gente a veces...

domingo, 12 de octubre de 2008

Noviembre

Recuerdo la primera vez que participé en el NaNoWriMo (obligado por Adhara) allá por el año 2004. Recuerdo que, a pesar de mis reticencias, el asunto parecía hecho para mí: un mes, solo un mes, para conseguir una meta concreta: un borrador de unas 50.000 palabras. Parecía fácil. No por la meta a conseguir, que, para qué engañarnos, se me antojaba como un Everest o algo parecido. No. Sino por el hecho de que fuera un mes.

Yo no creía que pudiera hacerlo. Escribir había sido algo así como un sueño, una imagen mental de un yo mismo ideal que quería ser escritor, pero que no hacía lo único que había que hacer para serlo: escribir.

Escribir me proporcionaba tanto placer y era tan feliz haciéndolo que me hacía sentir culpable. No sabría explicarlo, pero para alguien que siempre había antepuesto sus obligaciones al ocio, dedicarme 100% a ello era algo así como ir en contra de mis principios. Extraño, lo sé. No era capaz de anteponerlo a cualquier otra cosa y siempre ocurría algo, cualquier acontecimiento, que lo retrasaba. Por eso nunca terminaba lo que empezaba y, si lo terminaba, era porque era corto. No disfrutaba escribiendo cosas cortas. Todavía sigo sin disfrutarlo. Yo quería escribir una novela, pero claro, eso requería mucho tiempo y dedicación que, aunque tenía, no me veía capaz de dar.

Así que, qué narices, un mes dedicado a eso parecía la opción perfecta. Podía inventar excusas durante un mes, incluso desaparecer del mapa para no ser encontrado. Así que lo hice.

Todavía recuerdo noviembre del 2004 como el mes más feliz de mi vida.

No me costó nada meterme. Es cierto que seguía sintiéndome culpable por dejar de lado esas otras obligaciones que parecían mucho más importantes. Era extraño dedicarme a escribir sobre cualquier otra cosa, indulgirme de aquella manera (se me ha metido ultimamente en la cabeza esa palabra y todos sus derivados: indulgencia. ¿Será el subconsciente?), llevarlo casi en secreto, escribir en clase mientras los demás tomaban apuntes (estaba haciendo el horrible CAP) y no sentirme mal. Es más, sentirme hasta rebelde y transgresor por hacerlo. Disfrutar de la historia, de aquella historia que yo mismo estaba creando. Hasta cuando solo escribía un par de párrafos me sentía pletórico y feliz. Fue como engancharse a una serie de televisión, estaba deseando que llegara el momento de escribir para saber qué pasaba. No sabría explicarlo, pero para mí fue como tocar el cielo con las manos.

No logré el NaNoWriMo, claro. Pero conseguí 30.000 palabras del borrador de mi primera novela (obviemos el hecho de que escribí un truño de novela a los 16 años) y jamás en la vida me había sentido tan bien conmigo mismo.

Entonces llegó diciembre y yo no estaba dispuesto a dejarlo. Descubrí cómo, por aquel entonces, debían sentirse los toxicómanos a los que se les obliga a dejar las drogas. Así que seguí escribiendo, seguí en mi nube.

No fue hasta que olvidé dos citas importantísimas porque me obsesionaba la idea de seguir escribiendo cuando me di cuenta de lo que estaba haciendo y de lo culpable que me hacía sentir eso. Sin embargo, una conversación con mi chica de estas profundas, serias e importantes fue el detonante para que yo me ratificara en aquella idea: ¿Se había convertido escribir en algo importante? Sí. ¿Entonces por qué cojones yo era el único que no lo veía así? Dependía de mí que los demás lo vieran de esa manera.

Así que eso fue lo que hice.

Tardé otro año y pico en terminar la novela, porque se metió la oposición por medio (y eso lo veía igual de importante, porque la estabilidad laboral, de tiempo libre y económica que me iba a proporcionar ayudaría a que yo pudiera escribir) y porque, para qué engañarnos, me costó darle a la escritura el lugar que quería darle en mi vida.

Pero lo hice, acabé la novela y todo el mundo que ocupaba mi día a día, mientras tanto, se fue acostumbrando a que yo tenía menos tiempo para dedicarles. Todavía hay gente en mi vida que no lo entiende, pero para mí no es objeto de enfado ni de frusración. Vamos, dicho en plata, paso como de la mierda de que para ellos no sea más que una excusa, porque, para mí, decir: "No puedo, tengo que escribir" es más que eso. Es realmente un No Puedo sumado a un No Quiero. No disfruto más saliendo una noche entera de juerga que escribiendo, sobre todo si la noche de juerga va a robarme la larga mañana de domingo en la que puedo estar escribiendo. ¿Es una droga? Sonará romántico à la Coleridge, pero lo es.

Y estamos a mediados de octubre y se aproxima noviembre. Afortunadamente, ya no necesito un NaNoWriMo para poder escribir. Pero, para qué vamos a engañarnos, uno lo hace porque es, ante todo, un pobre sentimental...