Llevo unos días bastante ocupado, lo que no es una excusa para haberos abandonado de esta manera. Lo que sí es excusa es que lo que me ha tenido ocupado es la emoción de haber terminado (¡por fin!) la segunda parte de
Equilátero y que, para celebrarlo, decidiera empezar la novela juvenil que tenía pensada para el verano y que, de pronto, se haya convertido en una obsesión y esté disfrutando tanto y me lo esté pasando tan bien que todo lo demás haya pasado a un segundo plano y me levante y me acueste pensando en continuar la historia y saber hacia dónde van mis personajes. Si esto sigue así no sé si llegaré a verano, porque teóricamente la novela es corta y voy a un ritmo del que no me creía capaz. Claro que mucho tiene que ver que desde la semana pasada, entre semanas culturales, excursiones varias a las que no pude acudir porque soy un alérgico sin posibilidad de cura y que hemos tenido este gran acueducto que le agradezco en el alma a las altas autoridades educativas, he tenido un tiempo precioso que he aprovechado como dios manda.
Pero no os confundáis, señores, que no voy a convertirme en el señor Umbral ni voy a venir aquí a hablar de mi libro (por ahora). Hoy voy a suplantar a la señorita
Maritornes y voy a desgañitarme un poco con un tema que me horroriza y del que si no hablo, la bilis es capaz de supurarme por todos los poros del cuerpo y no creo que me favorezca ese brillo amarillo y amargo esta mañana tan bonita de domingo.
Veréis, hace un tiempo que sigo el blog de una
escritora extremeña. Sí, pongo escritora en cursiva, no ha sido un error de dislexia dactilar. Lo empecé a seguir por el obvio interés de la cercanía. Siempre es bueno tener localizados a los compañeros en la batalla. Después mi interés a secas empezó a decaer y dio paso a un interés malvado, ese que hace que sigas a alguien o que te interese la trayectoria de alguien por la mera manía que le estás cogiendo. Vamos, el
interés hijoputa.
Una de las cosas que me planteé al empezar este blog, y ya no solo el blog, sino cualquier cosa que emprendo, era ir con la humildad por delante. Ojo, no quiero confundir humildad con falsa modestia, que hoy en día tanto estos dos términos como el de sinceridad andan un poco desequilibradillos, todo sea dicho. Sé que soy muy claro y directo y que a veces mi cerebro parece no funcionar cuando hablo o escribo y suelto lo primero que me sube desde el estómago (o desde el hígado, rebozaditas mis palabras en bilis), pero tengo muy claro que no soy nadie, al menos en este mundillo literario, que como yo hay cientos, si no miles y que, a veces, es mejor callar que hablar, porque igual que yo critico, hay veinte mil cosas de mí mismo que también son susceptibles de ser criticadas y estoy más guapo callado (pero guapo guapo, que salgo en las fotos que ni Brad Pitt, oiga).
Pero es que hay veces, hay veces que la bilis se desborda, me inunda y la tengo que vomitar so pena de morir ahogado. Veréis, yo siempre he defendido que cualquiera puede escribir. Sí, cualquiera puede hacerlo, ahí están las herramientas, los diccionarios, los libros... Ahora bien, cualquiera que se ponga a escribir no tiene por qué ser escritor (esta palabra hay días que siento que me queda grande y otros días a los que no le encuentro un significado claro). Creo que para ser escritor (utilicemos esta nomenclatura, aunque ahora mismo no me haga gracia) hay que empezar bajo una premisa muy importante: el
respeto. El respeto hacia uno mismo y, sobre todo, hacia los demás, hacia los que te leen.
¿Y cómo, desde mi punto de vista, se parte desde el respeto para ser escritor? Yo creo que está claro, para empezar hay que hacerlo bien. Y, ojo, que no estoy diciendo que haya que ser un buen escritor, quizá a esto de hacerlo bien me esté refiriendo a ser un buen
redactor. Para mí son términos diferentes. Un buen redactor escribe bien en términos puramente lingüísticos, ortográficos y estilísticos, lo que no quiere decir que cuente buenas historias.
Lo que ocurre es que hay gente a las que esta premisa, la de ser un buen redactor, le es suficiente para considerarse escritor. Bueno, discrepo totalmente, pero si son felices así, allá ellos. No basta con cumplir las reglas ortográficas. Pero sí es condición
sinequanon se puede ser escritor. Aunque sea uno un escritor mediocre, malo u horrendo.
Escribir técnicamente bien, aunque tu técnica sea de redacción de COU, es lo mínimo que se puede consentir si te quieres llamar escritor. Saber usar las palabras, el diccionario, las tildes y ya no digamos las bes y las uves (por cierto, tengo un problema con la palabra
absorber que no es ni medio normal. ¿Por qué narices se escribe con dos bes y en mi cerebro aparece siempre la primera con be y la segunda con uve? ¿Algún psicólogo en la sala que me saque algún trauma?). Conozco por la red a escritores terribles que se consideran tal pero que, al menos, redactan bien y se preocupan por pulir sus textos. Aunque sean más planos y aburridos que, no sé, Helen Lindes antes de pasar por el quirófano, por poner un ejemplo evidente y placentero (aunque me da en la nariz que lo de aburrido lo sigue teniendo por muchas tetas que se haya puesto. Qué pena).
Después están
Los Otros, los que se erigen además como escritores con mayúsculas (¿el ego está reñido con las faltas de ortografía y expresión? ¿Algún otro psicólogo en la sala?) que acaban por destrozarme el hígado (si ya me lo destrozo yo solito los sábados por la noche, ¿no podríais tener un poco de compasión conmigo?) y hacer que vomite este tipo de entradas aunque en un principio (valga la redundandia) fueran en contra de mis principios porque
otra gente lo hace
mucho mejor y con más motivos que yo.
Pero es que no puedo evitarlo. A esta señorita en cuestión, de la que hablaba en el principio de mi entrada, la han publicado en unas cuantas editoriales (una de ellas es
Entrelíneas, con lo cual su credibilidad, desde mi punto de vista, está bajo tierra) y se pasea por colegios e institutos dando charlas. Yo, mientras tanto, al principio, cuando comenzaba a seguirla le escribí un educado e-mail en el que le sugería que cuidara la ortografía y la gramática de su blog, no por nada en concreto, sino porque con una mala ortografía (¿tan difícil es poner tildes?) se desprestigiaba tanto a sí misma, como al género en el que publica así como al resto de escritores (o pseudoescritores. O gente a la que le da por escribir) de Extremadura.
Pues bien, la señorita en cuestión me respondió diciendo que no tenía tiempo para revisar sus entradas, que escribía por las noches (en medio de un drama terrible, todo sea dicho) y que no podía pararse a revisar lo que había escrito.
¿Pero qué coño...?
A eso es a lo que yo me refería con respeto, narices. No sé si sabe, y si no lo sabe y algún día se pasa por aquí, se lo digo, ya que el email que me envió me dejó tan estupefacto que decidí no responder: Que lo que escribes y lo que publicas se lee. Da igual que lo lean quince, que solo lo lea tu tía Ramona la del pueblo o que solo lo leas tú. Se lee. Y como se lee y te estás autoproclamando escritora, lo mínimo, minimísimo, que puedes hacer es revisar tus textos, coño. Aunque sea un texto para anunciar tus próximas presentaciones. Que te estás llamando escritora, tía, que te estás dejando a la altura del betún, joder, que no me da la puta gana de que encima seas extremeña y si ya los extremeños tenemos fama de paletos, vengas tú a dárte ínfulas y no sepas poner una puta tilde. Y que encima hayas ido por los colegios haciendo talleres y dando charlas por "la fomentación" de la lectura.
¿Sabes? Se dice FOMENTO, tía. Fomento. Efe o eme e ene te o. Fomento.
Y tú vas y me escribes "fomentación" cinco veces en tu entrada de hoy. No puedo contigo.
Ala, qué a gusto me he
quedao.
¿Me pones un gintónic, por favor? Puestos a destrozarnos el hígado, que al menos disfrutemos con ello.