martes, 27 de abril de 2010

Coloured Earth

Con esta canción escribí los últimos capítulos de Ne Obliviscaris y ahora que he terminado la primera fase de las correcciones, no puedo dejar de escucharla y de recordar lo que me emocioné escribiéndola:



Otro día más acerca de bandas sonoras, esto solo es un pequeño adelanto porque estaba aquí recordando mis momentos épicos con los finales que salen.

Y con los que no salen porque, a su manera, también son épicos.

Jodidamente épicos.

lunes, 26 de abril de 2010

El mecanismo del reloj (II)

En el episodio anterior...

A Fer le habían invitado a participar en el comité de lectura de un certamen internacional de novela y aceptó. Fer se reunió con los miembros del comité y fueron seleccionando una a una qué novelas cumplían las bases y qué novelas no las cumplían, después las numeraron e hicieron varios bloques (cada bloque acabó formado por diez novelas). Finalmente, se dividieron en grupos (tres personas para cada bloque de diez novelas) y se llevaron los manuscritos a sus casas para leerlos...

Bueno, después de este resumen, cuando me vi delante de las novelas, la verdad es que me agobié mucho porque no me sentía, no capacitado intelectualmente para decidir, sino quizá, moralmente. Supongo que detrás de esto está mi deformación profesional: me paso casi diez horas al día siendo profesor y evaluando a alumnos que pueden, o no pueden, llegar al diez y dándoles todas las oportunidades posibles para que, al menos, lleguen al cinco.

Sin embargo, esto era diferente. No valía con un cinco, porque de mis diez novelas, yo tenía que decidir qué par era el que, en mi opinión, merecía el diez.

Finalmente, y a pesar de que suelo ser conocido por mi alto índice de aprobados, ninguna de las novelas que tuve que leer llegaron al diez. E incluso me atrevería a decir que ni llegaron al cinco.

Tuve que cambiar el chip, claro está. De todas las novelas se puede sacar algo bueno, por supuesto, no voy a ser yo quien diga lo contrario. Pero como lector, yo quiero leer lo mejor. Y mucho más, como lector de un comité de lectura: no solo quería leer lo mejor, sino que era responsabilidad mía que la novela que se publicase fuera la mejor, estuviera impoluta y no tuviera ningún fallo.

Ni siquiera me conformaba con hacer reina a la tuerta de las novelas. No me daba la gana, no me parecía justo que, de la muestra que yo tenía, eligiera una que no se adaptara a lo que yo querría leer en un libro publicado.

Por tanto, con mucha pena, no seleccioné ninguna. Y creo que fue lo más justo que hice. ¿por qué? Ahí van mis razones:
  • Los fallos en la forma: Cuando presentas una novela a un premio, no puede tener fallos. Y ahora no estoy hablando de fallos en su estructura interna o en la narración o en vaya usted a saber qué. No. Estoy hablando de cosas mucho más prácticas y casi pueriles: no puede haber errores en su puntuación, no debe haber faltas de ortografía, por favor (es deperogrullo, pero me las encontré). Tiene que estar impoluta. No puede ni debe faltar nada. ¿Por qué? Muy fácil. Cuando presentas una novela a un premio, no hay lugar para la edición porque suele pasar poco tiempo (si acaso lo hay) entre el fallo del premio y la publicación de la obra. Una novela premiable debe ser perfecta en su concepción, en su construcción y en su consecución. Tiene que ser efectiva. El propio autor ha de ser el editor y hacerse las mismas preguntas que le haría un editor. No puede ser condescendiente consigo mismo, tiene que ser muy consciente de que lo que entregue tiene que estar perfecto. O al menos, lo más cercano a ese punto.
Está claro que hay muchas obras que se presentan a los premios. Cuando lo hacemos, está claro también que tenemos que intentar que nuestra obra destaque, no por las florecillas que le pongamos (error garrafal) ni porque nuestra fuente y nuestra portada sean las más bonitas (error por dos, la discreción es sinónimo de elegancia y buen gusto. Lo que ha de primar es el texto por encima de todo). No. Tiene que destacar, como mínimo, en su compostura. Ni una errata, por favor. Al menos, intenta parecer lo más profesional posible.
  • El principio: Si no tienes un buen principio, no te molestes. No voy a seguir leyendo. ¿Por qué? ¿Porque soy un talibán de las letras? ¿porque soy un nazi empedernido? No. Muy fácil. No voy a seguir leyendo porque si no tienes un buen principio, para empezar, por muy buena que sea tu historia, no me va a apetecer seguir leyendo. Si tienes un mal principio, tu novela no está perfecta, seguramente le sobren cosas (o le falten). Por tanto, no será merecedora de un premio.
  • La narración: Ya puede ser genial tu historia, que si la narración es enreversada, no es clara, o está llena de errores de concordancia, o no tienes clara la voz del narrador, o tus puntos de vista no están bien focalizados, o demás... pues tampoco voy a seguir leyendo porque, directamente, no creeré a esa novela merecedora de un premio. Falta técnica.
  • La historia: Y aquí es donde yo diferencio entre escritor y redactor. Puedes escribir de puta madre, puedes ser el único que sacó una media de diez en los ejercicios de redacción del colegio, del instituto y de la universidad, pero como lo que cuentes no me interese o me aburra aunque solo sea un poco, no voy a seguir leyendo. Si me aburre, no me gusta. Si no me gusta, como lector, no voy a leerlo y ahora mismo lo que soy es un lector de un comité de lectura, es decir, UN MERO LECTOR como otro cualquiera. Por tanto, llegamos a la conclusión siguiente: de ser publicada, yo no me compraría tu novela; por tanto, en mi opinión, tu novela no merece ese premio para el que estoy trabajando por mucho que su factura sea impecable.
¿Que es injusto? Probablemente. A lo mejor si tu novela hubiese caido en otro comité con gustos diferentes a los míos, habría sido seleccionada. No tengo la menor idea. Por mucho que me pese, no soy dios (y lo que me gustaría serlo y lo que os gustaría a vosotros tener un dios tan sexy, oscuro y misterioso como yo) y no tengo todas las claves de la vida ni tengo el don de la clarividencia ni el de la sapiencia supina (qué bien hablo, por dios! es decir, por mí mismo!) simplemente tengo una opinión y, desgraciadamente, es con mi opinión con la que estás jugándote las cartas.

Porque, precisamente, es aquí donde entra la parte optimista de todo esto. Quizá no has ganado este premio, quizá no has entrado dentro de mis gustos y por eso no has sido seleccionado, quizá tu obra estaba genialmente escrita pero yo soy un tiquismiquis de cojones y he acabado amargándote el mes en el que tenías puestas tantas ilusiones porque no me interesaba lo que me estabas contando. Pero, ¿sabes qué? Hay gente con opiniones diferentes a las mías a las que puede gustarles lo que haces. Si es así, ¿qué haces leyendo este rollo? ¡Corre a preparar tu novela! ¡Hay mil premios ahí fuera que están esperando una obra digna! ¿Por qué no va a serlo la tuya?

jueves, 22 de abril de 2010

Diario de progresos

Cuando te dicen por primera vez que van a publicarte una novela, no os voy a engañar, la ilusión sube hasta el décimo piso y se queda allí durante un buen rato. Un rato tan largo que puede durar siglos. Te levantas y cuando recuperas la conciencia y lo recuerdas, te sube desde el estómago un calor agradable que hace que lo coloque todo, como si, de pronto, el mundo fuera perfecto y todas las piezas encajasen.

Yo no os voy a engañar. Escribo para ser leído. Incluso cuando escribo para mí, escribo precisamente para ser leído por mí.

Está claro que la escritura tiene varias fases. Y está claro que uno tiene que escribir lo que quiera escribir, cualquier aproximación a este acto que no responda a estos intereses suele terminar de mala manera: o con desmotivación, o con malas críticas (si son sinceras) o con, lo más importante, un resultado carente de vida.

Sin embargo, una vez que decido lo que quiero escribir, para mí es inevitable pensar en quién va a leerme. La verdad es que yo no suelo tener en la cabeza un tipo de lector concreto. Más bien, me planteo un lector ideal que se parece mucho a mí pero con la distancia suficiente para hacerme preguntas acerca de mi proceso de escritura: si tengo que dar más información, si tengo que dar menos, si he explicado lo suficiente, si he pintado bien a los personajes, si no lo he hecho, si gustará lo que he escrito, si no gustará...

Es inevitable y supongo que alguien superidealista que tenga un concepto de literatura estricto, académico, clásico y culterano, probablemente dirá que estas preguntas no son más que manchas que ensucian el proceso.

Yo no soy así. Soy una persona bastante práctica. Quizá soy tan práctico que, a veces, este sentido práctico mío, en vez de una virtud, acaba siendo un defecto porque me vuelvo demasiado racional y ciertas cosas pierden su sentido místico y emocional.

Qué le vamos a hacer, soy un tío. No esperes dobles sentidos por mi parte, cariño. Je suis simple, mon amour.

Sin embargo, es cierto que con esto de la publicación, a uno le entra un cosquilleo por el estómago que hace que le den ganas de trabajar desde otra perspectiva, con otro fin.

Me hace especial ilusión que Ne Obliviscaris sea mi primera novela publicada (en cuanto a novelas escritas, es la cuarta) porque tengo la sensación de haber escrito lo que quería escribir.

No sé cómo ocurrió, pero era una novela que tenía pensada para mucho más adelante, pero hubo un día en que se me metió en la cabeza la historia y, desde entonces, no pude quitármela. Inconscientemente se me iba la cabeza y yo ya estaba en su universo.

Entonces, a pesar de tener otros proyectos pendientes, una mañana me puse a escribirla. Y no pude parar. Tardé poco, unos seis meses más o menos, en tener terminado el primer borrador. Después de corregir ese borrador una vez, quedó una novela un poco más decente. Y volví a corregirla. Y después volví a ella una vez más.

Todo esto en el plazo de dos años.

Es inevitable, pero cuanto más lees y escribes, más consciente te vuelves de tus propios vicios y errores. Puede parecer de perogrullo pero a veces alucina comprobar en tus propias carnes lo inconsciente que has sido al escribir tal o cual cosa y darte cuenta del error tan garrafal de, por ejemplo, coherencia textual o subtextual que habías cometido.

Y ahora acabo de terminar la tercera corrección. Pero esta vez con compañía, siguiendo las directrices dadas por el editor (pero siempre dejándome capacidad de elección). No os podéis hacer una idea de lo intenso y agotador que ha sido este proceso. Pero, al mismo tiempo, quizá por su intensidad y por la ilusión que hace, ha sido un proceso del que he aprendido muchísimo y gracias al que me he vuelto mucho más consciente de mis palabras.

Esto es bueno, porque quizá me convierta en mejor escritor, pero desde luego me hace un lector mucho menos inocente. Y eso es un poco triste. Pero nadie dijo que de esto no obtuviéramos consecuencias. Algunas buenas. Otras, no tanto.

A veces echo de menos leer con la inocencia con la leía antes, caer en los juegos de luces y humo del mago escritor de turno y caer irremediablemente ante sus encantos sin darme cuenta de los andamios. Hace mucho que perdí esa inocencia y aunque me dé pena, no debo arrepentirme porque fue mi decisión. Una decisión de la que me he arrepentido muchas veces pero una decisión, al fin y al cabo, a la que acabaría volviendo todos los días.

Porque hace que, muchos de esos días, todo parezca haber encontrado su sitio.

martes, 20 de abril de 2010

Qué difícil es ser guapa

Y para certificar que los cuentos pueden leerse de muchas maneras, aquí va una versión de uno muy clásico que escribí allá por el 2006:

En los tiempos que corren, ser guapa no es una bendición como todos creen, es más, tía, yo creo que es algo así como una pesadilla, como si transformaran los Cuarenta Polifónicos en otra cosa, no sé, algo así como Dial Gregoriano. ¡El Canto Gregoriano está tan pasado! Y yo se lo dije, claro que se lo dije. ¿Qué? ¿A quién? Pues eso, tía, que yo le dije al Grimm ese; que yo sabía que era guapa, pero que serlo no era tan bonito como parecía, aunque una, todo sea dicho, esté estupenda pese a su edad. Que ya van para ciento cuatro años. Y yo fui y se lo conté, porque yo soy muy mía para mis cosas y tengo que contarlo todo, ya me conoces.

Entonces resulta que cuando se lo conté, fue y me dijo que seguro que estaría estupenda para el papel, porque cumplía con todos los requisitos. Porque, sí, mira, resulta que cuando yo nací a mis padres les dio por invitar a toda la peña del palacio, que si a las damas, que si a los caballeros y a los condes y a las condesas y a todo el mundo, tía, que digo yo que menos mal que era un bebé porque si llego a ser un poco mayor, yo qué sé, a mí me hubiera dado algo, que aguantar a tanto vejestorio junto hubiera sido el muermazo del Reino y yo ya no estoy para esas historias, que he perdido mucho tiempo.

Y yo se lo conté. ¿Qué? ¿El qué? ¡Jo, tía! Mira que eres corta. ¡Pues mi historia, tía! ¡Mi historia! Lo de cuando invitaron a las hadas a mi bautizo y cada una me hizo un regalo. ¿A santo de qué te crees tú que yo soy tan guapa? A ver si te crees que no ha sido gracias a Dermoestética, el hada rosa. A ver si te crees que esta nariz viene de serie, mona, que mi madre es la nieta de Piruja, que es famosa por su nariz. ¿Te imaginas? ¿Yo? ¿Con la nariz de mi madre? Ni loca, hija, ni loca. Antes muerta que con la nariz de mi madre.

Pues, eso, lo que te iba contando, que le conté todo al Grimm ese, que es muy mono, tía, ¿te habías fijado? Resulta que Madonna, el hada azul, por lo visto me regaló una voz estupenda, y todo iba genial, según me ha contado mi madre, porque todas en el reino envidiaban que le hubiera diseñado el tocado alguien como Florentino, el sastre de palacio y todo lo de mi nacimiento era la comidilla del reino pero, acércate tía, que no quiero que nos escuchen, eso, que, claro, siempre tiene que haber la típica envidiosa que te coge por banda y te amarga la vida y tú ya sabes que aquí en el reino somos todas de mucho parlotear y darle al pico, que nos gusta mucho criticar e inventarnos cosas, así que estaba claro que la fiesta no iba a salirle perfecta a mi madre, ¡cómo para que le saliera! ¿No tienes un chicle? ¿Ni un cigarro? ¡Qué sosa eres, mona!

Bueno, pues nada, que resulta que mi madre no le había dicho a la del torreón izquierdo que yo había nacido. Que sí, tía, la del torreón izquierdo, la que se pone esos tocados tan horteras y tan de la Alta, que estamos en la Baja Edad Media ya, ¿qué se creerá esa que se lleva? Que ya se nos pueden ver los tobillos y todo. Pues eso, a lo que iba, que mi madre no la invitó porque, oye, que yo entiendo que sea tu vecina y tal, pero es que seguro que iba a acabar desluciéndolo todo y, además, a mi madre ella no la invitó cuando redecoró el torreón con los tapices de Bizancio y eso no se perdona tan fácilmente, tía, que ni siquiera le dijo que los había encargado. ¿Tú te crees? ¡De Bizancio!

Ay, que me voy del tema.

Pues la muy zorra acabó presentándose en mi bautizo y todo. Así, como lo oyes. Y la guarra fue y me maldijo, con todas las palabras. Me-mal-di-jo. ¡A mí! Que acababa de nacer y que no le había hecho nada. Claro, que mi madre, ¡ay, mi madre! mi madre se levantó del trono y le dijo que lo retirara. Que eso no se lo decía ni ella ni nadie a su hija. Porque es que mi madre… mi madre es muy suya con las maldiciones, que ya sabes que tuvo que aguantar lo de su nariz desde incluso antes de nacer. Y también lo de la manzana envenenada. Y la otra, dale que dale, que ella no retiraba la maldición.

¿Qué? ¿Que qué maldición era? Pues morirme, hija, morirme, ¿tú te crees? A los dieciséis encima, sin haber podido entrar nunca en un salón de baile ni nada. Total, que la muy guarra dijo que no la retiraba y se fue. Así, sin decir adiós ni nada. Es que las hay que son malas hasta para eso.

Menos mal que había por ahí un hada un poco hortera, a la que no le habían hecho mucho caso, y cambió un poco la maldición. Pero sólo un poco, ¿eh? A ver si te vas a creer que una tía tan hortera iba a solucionarme la vida. ¡Que por lo visto llevaba todavía traje de lino! ¡De lino! O sea, mira, yo no es que tenga algo en contra del lino, pero ¿de lino? Si eso era lo que llevaba mi abuela, por favor, ¡lino! Que estamos en la Baja, ¿es que no van a enterarse nunca? El caso es que el hada del lino dijo que en vez de morirme pues que me dormiría unos cuantos años. Cien para ser exactos. ¡Ala! ¡Chúpate esa, tía! ¡Cien añitos del ala! Que digo yo que podría haber dicho, yo qué sé, por decir un número, pues tres, o cuatro, o cinco años, o hasta que llegara a los veinte. Pero no, la muy tonta tuvo que decir cien, como si en la Baja tuviéramos una esperanza de vida mayor que los treinta. Si es que las hay que son bobas.

Y me dormí, vamos que si me dormí, tía, pero con los ojos cerrados y todo, sin enterarme de nada. Resulta que un día estaba yo por el palacio más ancha que pancha, mirando los trapitos que se había comprado una de mis damas, porque, mira, yo sé que Areúsa es un poco así… así como guarrilla. Que sí, que sí, que tú ya sabes que a mí eso de criticar no me gusta nada, pero es que tenía que decírtelo, hija, tenía que decírtelo, que es muy mala influencia para ti, que no te conviene, que va a la capilla sin llevar toca ni nada, como si fuera del pueblo llano, pero, eso sí, dice mi madre que le traen las telas directamente de Irás y No Volverás, fíjate tú, yo, que soy la princesa, tengo que conformarme con los que me hace Florentino y ella, la muy guarra, se los trae importados. Claro, así es normal que me pinchara. Que serán muy finos los vestidos y todo lo que tú quieras, pero traían más alfileres que espinas tiene una sardina.

¡Ah! ¿Que no lo sabes? La sardina es el pescado de moda desde que don Carnaval dejó a doña Cuaresma. ¿Que no te has enterado? Pero, ¿tú dónde vives, hija? Pues resulta que, el otro día, se encontró mi madre con doña Cuaresma, a la salida del refectorio, y se lo contó. La había dejado por la del zapatito de cristal. Sí, tía, la que empezó limpiando escaleras y luego mira cómo terminó. Porque, es lo que yo digo, algo tiene que haber hecho para acabar de amante de don Carnaval, que el palacio es muy pequeño y aquí nos conocemos todos. ¿Y esos zapatos? Esos zapatos no los venden ni en Siete Leguas. ¿Que no has ido? Siete Leguas, mujer, la zapatería de la calle mayor del Reino. Si es que estás que no te enteras.

Pues nada, lo que te estaba contando, que me das conversación y me voy del tema. Estaba yo en los aposentos de Areúsa, cogí una fábrica de algodón, que era monísima y me pinché. Que no, que no, que no fue con el huso de una rueca, que eso luego se lo ha inventado el Grimm para darle emoción a la cosa después de que yo le diera la exclusiva.

Fue con el alfiler de una fábrica de algodón, pero eso que quede entre nosotras dos, ¿eh? Que yo tengo una reputación que mantener, ya sabes. Que soy la princesa. A ver si alguien se va a enterar de que estaba enredando con telitas de la plebe y se va a liar la cosa. Que una es la princesa y no lleva algodón, aunque sea precioso de la muerte. Porque es que era más bonito, tía…

De lo demás, no me acuerdo mucho, por lo visto sí que estuve durmiendo cien años. Pero conservo el cutis estupendo, oye, le he comprado a la bruja del pueblo un ungüento de baba de caracol y semilla de enebro que va estupendamente. ¡Toca! ¡Toca! A que está terso y suave como el cuello de un cisne. Si es que ya te lo digo yo, que lo que tiene esa bruja es estupendo. ¿Qué? ¿Que cómo desperté? Si yo pensé que ya te lo habrías imaginado…

Pues con mi Yonatan, hija, con mi Yonatan. Resulta que mi Yonatan estaba un día de caza por el bosque al lado del palacio y vio la torre más alta del castillo. Y mira que ya sabes que a mí esto de criticar no me gusta, pero es que mi Yonatan se cree que es como el Juan sin Miedo ese del Juglar Quincenal, y le dio por meterse dentro del bosque con el caballo y todo, y así fue como llegó a la torre más alta del castillo más alto de la región, que es el mío, tía, claro, ¿Qué esperabas? ¿Que fuera el de la idiota del zapatito, la de don Carnaval? Ya le gustaría a esa tener mi castillo, ya le gustaría…

Y, nada, tía, que mi Yonatan me vio ahí dormida, y no pudo evitarlo, que mi Yonatan es muy macho y si te ve desprevenida… ¡ay, lo que pasa cuando te ve desprevenida!, Y el caso es que me besó y ahí fue cuando me desperté.

Le pegué un poco, pero es que, hija, una tiene un despertar muy malo, y encima había estado durmiendo cien años, ¿cómo no iba a tenerlo? Pero luego me calmé y ya te sabes el resto de la historia, que ya sabes que tampoco había mucho dónde elegir, que todos los hombres casaderos del reino ya estaban ocupados y una es la princesa y tiene que dar ejemplo. Además, que mi Yonatan es mi Yonatan y a ver quién se atreve a decir lo contrario, que él es muy macho y muy buen príncipe y me deja hacer todo lo que yo quiera, incluso comer perdices, aunque él les tenga alergia. Oye, ¿y de verdad que no tienes un chicle? ¿Ni un cigarro? ¿No? ¡Pues mira que eres sosa, hija!

lunes, 19 de abril de 2010

Yo ya no me callo

No sé si lo habéis leído, o si yo simplemente he escuchado campanas sin saber de dónde provienen, pero me alucinan los últimos comentarios que se han vertido, entre otros, desde el Ministerio de Igualdad acerca de lo que pueden significar los cuentos populares dentro del sistema educativo actual, o hablando en plata, del papel que pueden jugar en nuestra sociedad.

En resumen, lo que plantean es lo de siempre: ricemos el rizo, busquemos un titular y digamos que los cuentos están llenos de estereotipos sobre las mujeres y los hombres, que las mujeres presentan un papel pasivo, que las niñas no pueden leer eso porque van a tomar esos roles y los niños tampoco, porque en su maldad congénita, van a tomar esos cuentos como modelo y van a volver a tiranizar al género femenino (hola, Ministerio, el género es una característica gramatical. Los seres vivos tenemos SEXO!) y, como las mujeres son tontas del culo y en cuanto ven un vestidito precioso y una corona, se vuelven idiotas, dejarán que el hombre vuelva a someterlas.

¡Prohibamos los cuentos, por favor! ¡Son peligrosos!

No estamos en una sociedad tan naïve e inocente como la que nos quieren hacer creer. Porque si algo han ido perdiendo los niños con el paso de los años, precisamente es la inocencia, que no es más que el resultado de los avances en comunicación. Cuanto más saben, menos inocentes serán. No es un problema ni una dificultad. Es simplemente una ley natural: el conocimiento llama al conocimiento y cuanto más sabe uno más preguntas se hace y más suspicacias le surgen.

Es nuestra tarea como docentes, escritores, bomberos o legisladores... en fin, como adultos, darles las herramientas adecuadas para interpetar correctamente esa realidad que nunca será perfecta ni políticamente correcta y que, en muchas ocasiones, irá en contra de nuestro credo, del suyo o del de Antoñita la Fantástica (prima hermana de Bibiana Aído, a quien cada día soporto menos pese a quien pese). Habrá que enseñarles a reconocer eso que les chirría, o que no les chirría, pero habrá que enseñarles, simplemente, a leer.

Porque los alumnos de hoy en día se piensan que leer es simplemente unir letras y formar palabras. Y no solo los alumnos, también los legisladores y esos señores tan amables que ahora hablan por todos lados de "competencias básicas" sin tener muy claro ni qué es básico ni qué es un colegio o un instituto o una clase ni lo que se hace en ellas ni lo que se debe hacer en casa, en la calle, en el cine o en el cuarto de baño.

Si les enseñamos a leer correctamente, nos evitaremos muchos problemas. Uno de ellos es este. Claro, que a lo mejor hay ciertas ministras, políticos, legisladores e incompetentes que deberían aprender a leer primero, a interpretar la realidad primero y a no prohibir todo lo que no está de acuerdo con lo que ellos piensan.

Porque esa es la realidad: lo bueno, lo malo y lo peor.

En fin, no sé en qué sociedad viven, pero en la sociedad donde yo vivo, las niñas no son tontas ni se vuelven idiotas al ver a la cenincienta fregando el suelo, los niños son muy conscientes de la superioridad intelectual que suelen presentar las chicas durante la época de escolarización.

Las niñas quieren ser veterinarias, enfermeras, escritoras, cantantes, modelos, profesoras, ingenieras, informáticas y también amas de casa. Los niños quieren ser futbolistas, escritores, modelos, conductores, cantantes, actores, ingenieros, informáticos, veterinarios y Fernando Alonso.

Hoy en día, afortunadamente, cada uno puede ser quien quiera ser. Y si quieres ser ama de casa, modelo, cantante o estrella del árbol de navidad, tendremos que educar en que es posible que lo seas solo si lo intentas (ergo, bienvenida capacidad de esfuerzo y concentración, tan denostada hoy en día).

Hay que enseñar a leer, porque si sabes leer de verdad, serás crítico, y si eres crítico, sabrás expresar tu opinión y si sabes expresar tu opinión (y lo que es más importante, tenerla, pero una opinión tuya, formada a ravés de tus propios mecanismos mentales, n impuesta por alguien ajeno a ti), sabrás elegir.

En definitiva, hay que educar en la libertad de expresión, sí, pero sobre todo, en la libertad de ELECCIÓN, sea la que sea.

Pero, por eso, para que esas elecciones no sean erróneas, debemos darles a los niños y adolescentes las herramientas necesarias para que no las tomen. Y esas herramientas, precisamente, no pasan por decirles qué pueden o no pueden leer: tienen que leerlo todo. Incluso lo que no les gusta. Incluso lo que no nos gusta a nosotros.

Pueden ser lo que quieran.

Afortunadamente.

Aunque a nosotros no nos guste.