martes, 29 de junio de 2010

Rebotando por las paredes (literalmente)

A mí el verano me da un subidón marujil que ya lo querrían para sí las señoras que se ponen una bolsa en la cabeza y ven a Ana Rosa Quintana (atentos a las vergonzosas búsquedas a través de las que los salidos de turno llegarán a mi blog después de esta mención) mientras comen patatas fritas del Mercadona.

Desde que me dieron las vacaciones, he llevado a la tintorería alfombras, fundas nórdicas, sábanas... he intentado hacer limpieza, la he hecho, la he vuelto a hacer; estoy planeando pintar una habitación (y convertirla en pseudobiblioteca porque mis libros llevan casi un año metidos en cajas y no es plan); he instalado yo solo un aparato de aire acondicionado...

Vamos, que me pongo un delantal y podría unirme al club de Gracita Morales y Rafaela Aparicio e irme de copas con ellas por las noches después de terminar la tarea, para comentar lo mal que está el servicio y el batín tan elegante que llevaba puesto el señorito durante el desayuno.

Pero es que siempre me pasa igual al comienzo y al finalizar el verano. No sé por qué, supongo que es porque termina el curso y hay como deseos de tirar a la basura todo lo pasado, de limpiar el estrés de junio y de quedarse con lo necesario de cara al proceso de renovación que siempre sucede en septiembre.

Además es que estoy tan ansioso que tengo que ocupar mi tiempo con algo. Aparte de por ser opositor consorte, estoy nerviosito porque en teoría la semana que viene corrijo galeradas y no puedo estar más impaciente.

Ahora mismo, después de las mil revisiones que le hicimos a la novela entre el editor y yo durante el mes de mayo, le está echando un ojo la correctora de la editorial (después de haber pasado un proceso previo de maquetación y de revisión por parte del editor jefazo) por si se nos ha pasado alguna errata o error de concordancia o váyase usted a saber qué.

Este miércoles terminará esta revisión y volverá a echarle un vistazo el editor para después pasar el texto a maquetación y, finalmente, pasármelo a mí para la revisión final durante la semana que viene, semana en la que también trabajaremos con el texto de cuarta de cubierta y con mi biografía (¡Con mi biografía! ¡Pero si aparte de que me gustan los helados de leche merengada, que soy un vago redomado y que mi deporte preferido es el sillón-ball, poco hay que decir!).

Y, mientras tanto, me consta que el equipo de diseño está trabajando en la portada de la novela.

Esto marcha, los resultados son inminentes y yo no hago más que rebotar por las paredes como una pelota de tenis.

miércoles, 16 de junio de 2010

Sueños

Atención: esta entrada puede contener dosis interminables de azúcar y ñoñería. No digan que luego no les avisé si les da una hiperglucemia.

No sé si habéis tenido uno de esos, uno de esos sueños que pensáis tan imposible que os regodeáis pensando en cómo sería que ocurriera, en qué sentiríais, en con quién estaríais cuando se realizase, en qué pensaríais, en dónde sucedería... No sé, ese tipo de cosas.

No sé si lo habéis tenido, pero yo sí (unos cuantos, la verdad) y este fin de semana he tenido la suerte de que uno de ellos se hiciera realidad.

Tampoco sé si sabéis el grado tan enorme de emoción que puede llegar a sentirse al ser consciente de eso, a salir de un lugar y decir en voz alta: "chicos, acabo de hacer un sueño realidad". En cómo los pelos del brazo, efectivamente, están erizados y en cómo te taladra un escalofrío toda la médula espinal.

Pero es que el hecho de cumplir este sueño ha sido así, exactamente así, como me lo imaginaba, con quien me lo imaginaba a pesar de las ausencias (aunque conocí por fin a mi gran amiga Georgia. Presten atención a su nombre, estoy completamente convencido de que será una escritora muy reconocida), haciéndome sentir tal cual me imaginaba.

Porque, sí, señoras y señores, por muy friki que les pueda parecer, este fin de semana estuve en Estocolmo disfrutando del Distant Worlds II, concierto por la Stockholm Royal Philarmonic Orchestra, dirigido por Arnie Roth y, teniendo en sus butacas, nada más y nada menos, que a Nobuo Uematsu, quizá una de las personas que más me han influido a la hora de concebir el arte. Mi compositor preferido sobre la faz de la tierra.

No os lo he dicho, pero el programa del concierto estaba completamente formado por composiciones emblemáticas de la saga de videojuegos Final Fantasy.

Mi historia con Final Fantasy viene de lejos, pero la primera vez que jugué a uno y escuché los primeros compases de su banda sonora, supe que algo dentro de mí había cambiado, no sabía qué, pero de lo que sí fui consciente era de eso, de que dentro de mí se había iniciado un cambio. Y ese cambio me marcaría de por vida.

Todavía no sé qué fue lo que ocurrió ese 11 de abril de 1995, pero sí sé que gracias a Final Fantasy varias de las mejores cosas que me han pasado a lo largo de mis treinta años de vida (porque, sí, durante este fin de semana también he celebrado mi trigésimo cumpleaños. ¡En Estocolmo! ¡Toma estilazo!) han tenido lugar. Quizá en no todas esas cosas tuvo una incidencia directa, pero sí que las ha tenido indirectamente.

Porque, sí, también escribo porque una vez jugué a Final Fantasy VI.

Y el 2010 ha venido con la sorpresa de haber podido hacer este sueño realidad, de haber podido sentir que esas melodías que me han acompañado durante tanto, tanto tiempo, se estaban haciendo reales delante de mí, para mí, que estaban siendo tocadas precisamente en ese mismo momento. La música en directo es algo que siempre va a emocionarme.

Comencé a llorar en el momento en el que sentí este arpa que a todos los que hemos jugado y disfrutado y vivido un Final Fantasy nos dice tantas cosas. Es tan emblemática que no tengo palabras. (también lloré con la segunda canción, que Gloria conoce muy bien porque nos unió a través de una historia escrita en conjunto que todavía nos emociona). Seguí llorando durante este viaje hacia una tierra desconocida que siempre logra que se me ponga el vello de punta y que se me anude la garganta y terminé el concierto casi en éxtasis cuando, sin esperarlo, tocaron mi tema favorito, tan especial que, sinceramente, sigo sin tener palabras para describir lo que me hace sentir.

Fue realmente un sueño hecho realidad, mano a mano (literalmente, mano con mano y lágrima con lágrima) con una de las personas más especiales de mi vida, porque, entre otras miles de cosas, sin ella, jamás habría logrado que otro de mis sueños, mi primera novela publicada, se hiciera realidad también este año.

Espero que no decaiga. Creo que lo de cumplir sueños me gusta.