Es la grandeza de la literatura, que nos permite reinventar la memoria y que nadie vea las cosas con los mismos ojos, un libro es muy diferente dependiendo de quién lo lea... se consigue que el lector u oídor escriba contigo el libro.
No es un secreto que Ana María Matute es mi escritora preferida. Quizá ahora más por el cariño que le tengo al personaje que por el conjunto de sus obras (Dickens ha subido puestos desde que decidí que era mi escritora) pero es que no puedo evitarlo. Cada vez que leo una entrevista suya, cada vez que me acerco a su visión de la literatura, cada vez que escucho o leo sus palabras hay algo en mí que se enternece y que la devuelve al puesto que se merece en mi corazón.
Leí Olvidado Rey Gudú con dieciséis años. Recuerdo que por aquel entonces mi abuela todavía nos preguntaba antes de pedir los regalos de los Reyes Magos : "¿Qué libro vamos a pedirnos este año?"
Desde que tengo recuerdos mi abuela siempre me regalaba un libro por Reyes, pero no creáis, que todo esto tiene una explicación muy terrenal. Veréis, yo de pequeño comía muy mal. Pero mal mal mal de tirarme cinco horas comiendo. Y yo comía siempre en casa de mis abuelos porque estaba cerca del colegio y mi abuelo, que era el que se encargaba de darme de comer, se desesperaba porque luego nunca llegaba puntual al cole por la tarde (sí, yo todavía soy de esa generación que sufría las clases de historia a las tres y media de la tarde. Una tortura).
Lo que ocurre es que un día descubrieron que, si me daban un cuento o un cómic de Disney, me metía tanto en la lectura que ellos podían darme de comer sin que yo apenas me quejara o me enterara. Tenía cinco años y mi abuela siempre fue una mujer muy práctica, de ahí que, cuando llegué a la época del Barco de Vapor, cambiáramos los cómics (gracias a ella tengo una colección enorme de cómics de Disney y me llegó a tocar una bicicleta) por los libros. Recuerdo que en Navidad me cayeron Los Mifenses, Danko, el Caballo que conocía las estrellas y muchos más.
Aquel año yo estaba dudoso entre el Capitán Alatriste y Olvidado Rey Gudú, de los que había leído las reseñas y los que me moría por catar. Al final, ganó Olvidado Rey Gudú y lo pedí en mi carta.
Lo que pasa es que algo debió de ocurrir (lo que ocurrió es que mi abuela enfermó de alzheimer aquel año y supongo que las cosas se salieron un poco de madre y los reyes dejaron de ser lo que eran) y no me cayó ningún libro.
Pero no pasó nada, ahorré y me lo compré. Todavía recuerdo cuándo, dónde y cómo hacía el día que fui a la librería y lo cogí. La dependienta me dijo que si no era un libro muy gordo para alguien de mi edad y yo tuve que aguantarme la risa. No era el primer tocho que me leía y por supuesto que no iba a ser el último.
Tardé cerca de cinco meses en terminármelo (ah, la adolescencia, cuántas distracciones disfrazadas de falda de tablas, piernas largas y sujetadores intuídos) y tengo que reconocer que me quedé en su superficie, que no leí más que la historia en sí. Pero a pesar de todo lo que no entendí, me encantó. Tal y como apunté al final, el día que me lo terminé (puse la fecha y todo, 19 de agosto del 96) fue "una experiencia increíble". Me costó mucho entrar en su universo, eso sí, pero cuando lo hice (exactamente cuando Volodioso conoce a Lauria y Ardid entra en escena) ya no pude dejarlo.
Tengo que hacer un alto en el camino para decir que, de pequeño, igual que me gustaban los cómics, estaba obsesionado con los cuentos clásicos. Tenía miles de colecciones, me sabía los diálogos Disney de memoria (aunque me cabreaba que no respetara las versiones originales de las historias, no lo comprendía. Pero, bueno, tampoco comprendía cómo era posible que Ana Torroja cantara canciones hablando en masculino). Me encantaba dibujar de pequeño (aunque mi hermano me supera con creces en ese arte) y cuando aprendí a escribir, mis dibujos sin contexto pasaron a ser cuentos. Quería dibujar tan bien como María Pascual, que ilustraba muchos de mis libros, y ya era fan de ella. Tengo guardadas mis mil y una versión del comienzo del Mago de Oz (todavía me sigue alucinando todo el asunto del tornado) y, cuando llegaban las Navidades, me sentaba delante de la pantalla de la tele para ver aquellos cuentos y superproducciones europeas (los primeros estaban presentados por Shelley Duvall. ¿Es que nadie se acuerda?) y, dependiendo del cuento que fuera, yo, por la tarde lo intentaba reproducir con dibujos y cómics y tal. También recuerdo que a los siete años me regalaron un walkman con grabadora y mi hermano y yo nos dedicamos a grabar nuestras propias versiones de los cuentos (mi abuelo me regalaba cada sábado una cinta con varios cuentos grabados y ¡todavía las tengo! En algún sitio que no recuerdo, vale, pero sé que las tengo). Famosas son en mi casa nuestras versiónes del Mago de Oz, como aquella en la que yo hacía de narrador pero en la que mi hermano, con su voz gangosilla y siempre resfriada de cuatro años, me interrumpe con una aparición estelar que dice "y vio a la carroza y a una bruja espantacional" de la que todavía no hemos sabido interpretar qué quería decir. O nuestra versión de Blancanieves en la que los enanitos cantan una canción de Bananarama.
Cuando iba a hacer la comunión estaba convencido con que me iban a regalar una cámara de vídeo (sí, lo de soñar despierto cosas imposibles ya se me daba bien desde aquel entonces) y ya tenía planeada mi propia versión del Mago de Oz. Había escrito un guión y todo que repartí a los amigos y primos que había elegido para los papeles, había pensado en las localizaciones e incluso tenía mis truquitos de efectos especiales, no os creáis. Lo que pasa es que al final no me la regalaron y no os podéis imaginar, con todo esto, lo identificado que me he llegado a sentir con el personaje de Briony al leer Expiación hace un par de meses.
Así que no es muy sorprendente que, en cuanto abriera Olvidado Rey Gudú y viera que muchos de mis personajes preferidos de los cuentos tenían su aparición estelar, quedara inmediatamente rendido a los pies de Ana María. Había sabido coger a los personajes tal y como yo me los imaginaba, en su esencia más pura, recogidos de los verdaderos cuentos, de los que yo me creía uno de los pocos conocedores.
No sabría explicar con palabras las sensaciones que me produjo la lectura de ese libro. Mi parte preferida es la segunda, con todo el asunto Tontina-Predilecto-Ondina. Aunque la tercera también es apotéosica, con esa inclinación hacia la nostalgia más desnuda, para llevarnos a ese final memorable e increíble y perfecto. Ardid es y siempre será para mí el mejor personaje (femenino y no femenino) de la literatura y la considero como mía. Y el trasgo del Sur, y el anciano, y todos los personajes de la Corte de Olar siempre tendrán un sitio en mí. Y el Olvido. Ese maravilloso y espeluznante aviso de que nada es eterno.
No puedo evitarlo. He leído el libro otras dos veces (una a los veintitrés y otra el año pasado) y siento que el libro crece conmigo, cada vez que lo leo descubro nuevos matices, nuevas sensaciones de las que no me había percatado antes. Y todavía tengo la sensación de que me quedan muchas por descubrir.
Por eso decidí hace mucho que le dedicaría mi cuarta novela (Ne Obliviscaris (No me olvides), la que estoy escribiendo ahora y de la que ya he superado el ecuador) a Ana María Matute. Creo que, en parte, que yo quiera ser escritor se lo debo un poco a ella. Me di cuenta cuando hace unos años leí su biografía por Marie Luise Gazarian-Gautier y vi que Ana María Matute y yo compartíamos una visión muy, muy parecida de la infancia y del mundo que nos rodeaba (que ella hubiera nacido con toneladas de talento y sensibilidad era lo que nos separaba).
Así que, cuando iba el otro día a la piscina y pasé por un kiosko y vi su imagen (pero qué tierna me parece) en la portada de una revista, tuve que comprármela irremediablemente. En la entrevista celebraban que le habían dado el Premio Extremadura a la Creación y yo, desde aquí, quiero hacerle mi particular homenaje y compartir mi alegría por ese reconocimiento.
Gracias, Ana María, por perderme en el Bosque.
PD: Parto mañana hacia tierras centroeuropeas, donde, por lo visto, las casualidades existen.
Tengo que hacer un alto en el camino para decir que, de pequeño, igual que me gustaban los cómics, estaba obsesionado con los cuentos clásicos. Tenía miles de colecciones, me sabía los diálogos Disney de memoria (aunque me cabreaba que no respetara las versiones originales de las historias, no lo comprendía. Pero, bueno, tampoco comprendía cómo era posible que Ana Torroja cantara canciones hablando en masculino). Me encantaba dibujar de pequeño (aunque mi hermano me supera con creces en ese arte) y cuando aprendí a escribir, mis dibujos sin contexto pasaron a ser cuentos. Quería dibujar tan bien como María Pascual, que ilustraba muchos de mis libros, y ya era fan de ella. Tengo guardadas mis mil y una versión del comienzo del Mago de Oz (todavía me sigue alucinando todo el asunto del tornado) y, cuando llegaban las Navidades, me sentaba delante de la pantalla de la tele para ver aquellos cuentos y superproducciones europeas (los primeros estaban presentados por Shelley Duvall. ¿Es que nadie se acuerda?) y, dependiendo del cuento que fuera, yo, por la tarde lo intentaba reproducir con dibujos y cómics y tal. También recuerdo que a los siete años me regalaron un walkman con grabadora y mi hermano y yo nos dedicamos a grabar nuestras propias versiones de los cuentos (mi abuelo me regalaba cada sábado una cinta con varios cuentos grabados y ¡todavía las tengo! En algún sitio que no recuerdo, vale, pero sé que las tengo). Famosas son en mi casa nuestras versiónes del Mago de Oz, como aquella en la que yo hacía de narrador pero en la que mi hermano, con su voz gangosilla y siempre resfriada de cuatro años, me interrumpe con una aparición estelar que dice "y vio a la carroza y a una bruja espantacional" de la que todavía no hemos sabido interpretar qué quería decir. O nuestra versión de Blancanieves en la que los enanitos cantan una canción de Bananarama.
Cuando iba a hacer la comunión estaba convencido con que me iban a regalar una cámara de vídeo (sí, lo de soñar despierto cosas imposibles ya se me daba bien desde aquel entonces) y ya tenía planeada mi propia versión del Mago de Oz. Había escrito un guión y todo que repartí a los amigos y primos que había elegido para los papeles, había pensado en las localizaciones e incluso tenía mis truquitos de efectos especiales, no os creáis. Lo que pasa es que al final no me la regalaron y no os podéis imaginar, con todo esto, lo identificado que me he llegado a sentir con el personaje de Briony al leer Expiación hace un par de meses.
Así que no es muy sorprendente que, en cuanto abriera Olvidado Rey Gudú y viera que muchos de mis personajes preferidos de los cuentos tenían su aparición estelar, quedara inmediatamente rendido a los pies de Ana María. Había sabido coger a los personajes tal y como yo me los imaginaba, en su esencia más pura, recogidos de los verdaderos cuentos, de los que yo me creía uno de los pocos conocedores.
No sabría explicar con palabras las sensaciones que me produjo la lectura de ese libro. Mi parte preferida es la segunda, con todo el asunto Tontina-Predilecto-Ondina. Aunque la tercera también es apotéosica, con esa inclinación hacia la nostalgia más desnuda, para llevarnos a ese final memorable e increíble y perfecto. Ardid es y siempre será para mí el mejor personaje (femenino y no femenino) de la literatura y la considero como mía. Y el trasgo del Sur, y el anciano, y todos los personajes de la Corte de Olar siempre tendrán un sitio en mí. Y el Olvido. Ese maravilloso y espeluznante aviso de que nada es eterno.
No puedo evitarlo. He leído el libro otras dos veces (una a los veintitrés y otra el año pasado) y siento que el libro crece conmigo, cada vez que lo leo descubro nuevos matices, nuevas sensaciones de las que no me había percatado antes. Y todavía tengo la sensación de que me quedan muchas por descubrir.
Por eso decidí hace mucho que le dedicaría mi cuarta novela (Ne Obliviscaris (No me olvides), la que estoy escribiendo ahora y de la que ya he superado el ecuador) a Ana María Matute. Creo que, en parte, que yo quiera ser escritor se lo debo un poco a ella. Me di cuenta cuando hace unos años leí su biografía por Marie Luise Gazarian-Gautier y vi que Ana María Matute y yo compartíamos una visión muy, muy parecida de la infancia y del mundo que nos rodeaba (que ella hubiera nacido con toneladas de talento y sensibilidad era lo que nos separaba).
Así que, cuando iba el otro día a la piscina y pasé por un kiosko y vi su imagen (pero qué tierna me parece) en la portada de una revista, tuve que comprármela irremediablemente. En la entrevista celebraban que le habían dado el Premio Extremadura a la Creación y yo, desde aquí, quiero hacerle mi particular homenaje y compartir mi alegría por ese reconocimiento.
Gracias, Ana María, por perderme en el Bosque.
PD: Parto mañana hacia tierras centroeuropeas, donde, por lo visto, las casualidades existen.
9 comentarios:
Suelo leer y no comentar pero no podía dejar de hacerlo en esta entrada. Leí Olvidado Rey Gudú con... puede que unos 16 también, y lo volví a releer el año pasado. Y con cada relectura vas entendiendo más cosas y como dices, te das cuenta de que se te escapan muchas otras. He leído otras cosas de Ana María Matute y en todas te queda esa sensación, pero nunca como con Gudú. Los personajes, la forma que tiene de meter los cuentos que todos conocemos, rebosando originalidad... Bueno, es grandioso, y qué puedo decir, también es mi libro favorito :)
Lo mismo que te pasa a ti con Ana María Matute me pasa a mí con Iris Murdoch. Lo mismito. Me ha encantado lo que dices de que quizá sea tu escritora preferida más por el cariño que le tienes que por sus propias obras. Yo acabo de leer en las vacaciones “Amigos y amantes”, de I. Murdoch, y me ha decepcionado bastante, pero me da igual: sé que voy a seguir devorando sus novelas y sé que voy a seguir adorándola. Y sé que lo hago porque me parece una autora honesta y leída, adjetivos, ambos, que no son aplicables a muchos otros autores.
Es un libro mágico, tan mágico como ella :)
Fer, querido, qué entrada más entrañable, más bella.
Aún no he leído Olvidado rey Gudú, pero no creo que tarde mucho en hacerlo.
Felices vacacionesssss
Besos.
Hace cinco años que ya no están mis abuelos (nieta única. Más suerte, imposible)y ayer mismo me dijo mi madre que ha encontrado otro de los muchos libros que me regalaba mi abuelo y firmado. Recuerdo que siempre insistía en que me los dedicara y ahora es un recuerdo único. Los añoro mucho.
Por cierto, me gustaría leer tus novelas. Seguro que son fabulosas. Por cierto, el día que menos te lo esperes llegaran todos los aplausos juntos.
Hace ya 6 años que me recomendaste Olvidado Rey Gudú... Que me fascinó y me subyugó para siempre al universo de Matute.
Creo que es un buen momento para releerlo :)
Cuídate. Muchos besos.
No he leído nada de Matute, todavía. Pero algo parecido me sucedió con La historia interminable de mi querdio Michael Ende. Supongo que todos tenemos un libro de referencia, ¡me han entrado ganas de volverlo a releer!
Un besín.
Mi libro preferido. Mi autora favorita. Gracias por traérmelo a la mente.
Estaba alucinando mientras leía este post, pensando en lo mucho que me sonaba todo... hasta que me fijé en la fecha. Tengo TAN pendiente este libro...
"y vio a la carroza y a una bruja espantacional" qué maravilla de frase <3
Publicar un comentario