Hace unos días le hicieron una pregunta al gran George RR Martin acerca de cómo organizaba él las complejas estructuras de sus novelas (o de su novela, según se mire, que la Canción de hielo y fuego puede ser considerada una novela en sí misma dividida en varios grandes tochos) y me gustó mucho su respuesta.
Cuando, a veces, ha surgido la discusión de si somos escritores de mapa o escritores de brújula yo nunca he sabido en cuál de los dos grupos encuadrarme, así que la respuesta que dio Martin me encantó porque creo que es ahí donde me encuadro. Vamos a ver, yo necesito saber hacia dónde voy, antes de ponerme a escribir una novela me compro un cuaderno pequeño de cuartillas y me pongo a hacer esquemas, resúmenes de capítulos, guiones, fichas de personajes... en fin, podría decirse que, siendo fieles al símil, me pongo a dibujar un mapa. Lo que ocurre es que llega un punto siempre en el que me atasco, suele ser a la mitad de la novela, cuando las bases están más o menos sentadas y ya sé desde donde estoy partiendo y hacia dónde quiero ir. Para continuar con el esquema suelo necesitar ponerme a escribir y llegar a ese punto para, a partir de ese momento, continuar con mi mapa.
Así que, sí, podría decirse que soy un escritor de mapa.
Lo que ocurre es que normalmente nunca sé cómo va a acabar una novela. Con Equilátero, por ejemplo, me ha pasado. No ha sido hasta que casi tenía terminada la segunda parte (de tres) que no he sabido exactamente el final que necesitaba. Bien es cierto que tenía una selección de finales diferentes (ah, los poderes de la combinatoria. Nunca pensé que aquellas horribles matemáticas de COU fueran a servirme para algo) pero no tenía ni idea de cuál iba a elegir. De alguna manera, podríamos decir que el final lo eligieron los propios personajes. O el propio personaje catalizador del final. Y lo más fuerte es que, mientras releía la novela para su corrección (tediosa y desesperante a más no poder y que, supongo, que requerirá de una nueva incursión por mi parte en ese mar de letras que tanto me ha costado y sobre el que tantas dudas tengo) más me iba sorprendiendo de las pistas que iba dando acerca del final que había elegido. Sé precisamente que ese es el final correspondiente porque todo lo escrito apunta hacia ahí. A veces no puedo dejar de sorprenderme por la fuerza del subconsciente.
Así que ahí me teníais hasta la entrevista de Martin, sin saber decidirme, sin tener ni idea de si uno era un escritor de mapa o de brújula. Supongo que queda mucho mejor decir lo segundo, que uno no sabe a dónde va a llegar, que es mucho más divertido ver hacia dónde te llevan los personajes, que si uno sabe de antemano qué es lo que va a pasar, pues la tarea de escribir pierde gracia... Pero, no sé, no acaba de convencerme esa visión del asunto.
Para mí, escribir es una cosa un poco metódica. Necesita de preparación, organización y mucho trabajo previo a la propia escritura. Por eso no acabo de creérmelo, no acabo de creerme a los escritores que se dicen con brújula. De alguna manera es imposible que sin un pequeño mapa trazado salga una historia coherente. Adoro atar cabos, adoro dar pistas, adoro dar pequeñas pinceladas a lo largo de toda la novela que, para mí, sería imposible dar de no caminar con un mapa bajo los ojos. A mí, por ejemplo, no hay cosa que más me guste que cogerme el Ipod y ponerme a caminar mientras dibujo una y otra vez en mi cabeza las escenas que tengo que escribir. Pero no, no penséis que uno se pone a caminar porque sí, que uno no es tan... ¿cómo llamarlo? ¿bohemio? Cuando me refiero a caminar, me refiero a ir de un sitio a otro porque tengo la necesidad de hacerlo. Se llama optimización de tiempo.
Por eso me gustó lo que dijo Martin acerca de este proceso. Dijo que, para él, escribir era como un viaje. Sabía de dónde partía, sabía hacia dónde tenía que ir y por dónde tenía que pasar y a dónde quería llegar al final, pero lo que no sabía eran las anécdotas que iban a ocurrir durante ese viaje.
Me encanta la afirmación. Define a la perfección el concepto que yo tengo de todo este asunto. Precisamente porque esas anécdotas son las que me gusta escribir. Bueno, no nos engañemos, es cierto que cuando me planteo una novela hay una serie de escenas (dos, tres, cuatro a lo sumo) que me muero por escribir y que son el eje central de la misma, las que tengo claras desde el principio y casi la razón principal por la que quiera escribir esa historia, más que nada, bueno, porque esas escenas son la historia en sí. Lo que ocurre es que, luego, al final, esas escenas nunca quedan tal cual las habías pintado en tu cabeza. Unas veces porque en tu cabeza son tan geniales y quedan tan de puta madre que cualquier cosa que tú escribas no va a ser capaz de estar a la altura ni de coña, otras porque ya no pegan y quedan como un pegote que, al final, tienes que quitar en la revisión (me ha pasado, una pena, aunque luego me he guardado esas escenas para futuras novelas. ¿Quién sabe?)...
Así que, sí, me encanta escribir esas anécdotas del viaje de las que habla Martin. Son las que me ayudan a conocer a los personajes, a darles vida. Son esas pequeñas cosas cotidianas que, quizá no son importantes a la hora de la trama principal, pero que son fundamentales en el dibujo del personaje y sus relaciones con los otros personajes.
Además me encanta la metáfora: Escribir una novela es como un viaje. Nunca mejor dicho, señor Martin.
Y hablando de viajes, mañana me marcho a Venecia. No me esperéis levantados.
Cuando, a veces, ha surgido la discusión de si somos escritores de mapa o escritores de brújula yo nunca he sabido en cuál de los dos grupos encuadrarme, así que la respuesta que dio Martin me encantó porque creo que es ahí donde me encuadro. Vamos a ver, yo necesito saber hacia dónde voy, antes de ponerme a escribir una novela me compro un cuaderno pequeño de cuartillas y me pongo a hacer esquemas, resúmenes de capítulos, guiones, fichas de personajes... en fin, podría decirse que, siendo fieles al símil, me pongo a dibujar un mapa. Lo que ocurre es que llega un punto siempre en el que me atasco, suele ser a la mitad de la novela, cuando las bases están más o menos sentadas y ya sé desde donde estoy partiendo y hacia dónde quiero ir. Para continuar con el esquema suelo necesitar ponerme a escribir y llegar a ese punto para, a partir de ese momento, continuar con mi mapa.
Así que, sí, podría decirse que soy un escritor de mapa.
Lo que ocurre es que normalmente nunca sé cómo va a acabar una novela. Con Equilátero, por ejemplo, me ha pasado. No ha sido hasta que casi tenía terminada la segunda parte (de tres) que no he sabido exactamente el final que necesitaba. Bien es cierto que tenía una selección de finales diferentes (ah, los poderes de la combinatoria. Nunca pensé que aquellas horribles matemáticas de COU fueran a servirme para algo) pero no tenía ni idea de cuál iba a elegir. De alguna manera, podríamos decir que el final lo eligieron los propios personajes. O el propio personaje catalizador del final. Y lo más fuerte es que, mientras releía la novela para su corrección (tediosa y desesperante a más no poder y que, supongo, que requerirá de una nueva incursión por mi parte en ese mar de letras que tanto me ha costado y sobre el que tantas dudas tengo) más me iba sorprendiendo de las pistas que iba dando acerca del final que había elegido. Sé precisamente que ese es el final correspondiente porque todo lo escrito apunta hacia ahí. A veces no puedo dejar de sorprenderme por la fuerza del subconsciente.
Así que ahí me teníais hasta la entrevista de Martin, sin saber decidirme, sin tener ni idea de si uno era un escritor de mapa o de brújula. Supongo que queda mucho mejor decir lo segundo, que uno no sabe a dónde va a llegar, que es mucho más divertido ver hacia dónde te llevan los personajes, que si uno sabe de antemano qué es lo que va a pasar, pues la tarea de escribir pierde gracia... Pero, no sé, no acaba de convencerme esa visión del asunto.
Para mí, escribir es una cosa un poco metódica. Necesita de preparación, organización y mucho trabajo previo a la propia escritura. Por eso no acabo de creérmelo, no acabo de creerme a los escritores que se dicen con brújula. De alguna manera es imposible que sin un pequeño mapa trazado salga una historia coherente. Adoro atar cabos, adoro dar pistas, adoro dar pequeñas pinceladas a lo largo de toda la novela que, para mí, sería imposible dar de no caminar con un mapa bajo los ojos. A mí, por ejemplo, no hay cosa que más me guste que cogerme el Ipod y ponerme a caminar mientras dibujo una y otra vez en mi cabeza las escenas que tengo que escribir. Pero no, no penséis que uno se pone a caminar porque sí, que uno no es tan... ¿cómo llamarlo? ¿bohemio? Cuando me refiero a caminar, me refiero a ir de un sitio a otro porque tengo la necesidad de hacerlo. Se llama optimización de tiempo.
Por eso me gustó lo que dijo Martin acerca de este proceso. Dijo que, para él, escribir era como un viaje. Sabía de dónde partía, sabía hacia dónde tenía que ir y por dónde tenía que pasar y a dónde quería llegar al final, pero lo que no sabía eran las anécdotas que iban a ocurrir durante ese viaje.
Me encanta la afirmación. Define a la perfección el concepto que yo tengo de todo este asunto. Precisamente porque esas anécdotas son las que me gusta escribir. Bueno, no nos engañemos, es cierto que cuando me planteo una novela hay una serie de escenas (dos, tres, cuatro a lo sumo) que me muero por escribir y que son el eje central de la misma, las que tengo claras desde el principio y casi la razón principal por la que quiera escribir esa historia, más que nada, bueno, porque esas escenas son la historia en sí. Lo que ocurre es que, luego, al final, esas escenas nunca quedan tal cual las habías pintado en tu cabeza. Unas veces porque en tu cabeza son tan geniales y quedan tan de puta madre que cualquier cosa que tú escribas no va a ser capaz de estar a la altura ni de coña, otras porque ya no pegan y quedan como un pegote que, al final, tienes que quitar en la revisión (me ha pasado, una pena, aunque luego me he guardado esas escenas para futuras novelas. ¿Quién sabe?)...
Así que, sí, me encanta escribir esas anécdotas del viaje de las que habla Martin. Son las que me ayudan a conocer a los personajes, a darles vida. Son esas pequeñas cosas cotidianas que, quizá no son importantes a la hora de la trama principal, pero que son fundamentales en el dibujo del personaje y sus relaciones con los otros personajes.
Además me encanta la metáfora: Escribir una novela es como un viaje. Nunca mejor dicho, señor Martin.
Y hablando de viajes, mañana me marcho a Venecia. No me esperéis levantados.
7 comentarios:
Leeré la entrevista con mimo. Me encanta todo lo que has dicho, coincido punto por punto.
Yo creía que era una escritora de brújula porque una vez intenté hacerme un mapa y, como ya sabía al detalle todo lo que iba a pasar, desistí y no escribí la idea que tenía en la cabeza. Así que con el último proyecto he intentado dejarme llevar, ver a dónde iban mis personajes, disfrutar por un camino que no tenía muy claro por dónde, aunque sí a dónde, me iba a llevar. Un desastre, oiga. Como no sabía el camino, no podía ir dando pistas de por dónde iban a ir los tiros, no podía adelantar acontecimientos, no tenía control sobre la historia, sino la historia sobre mí. Y me he dado cuenta de que, si no soy capaz de coger el coche en mi propia ciudad sin hacerme un mapa mental exacto de las calles por las que tengo que pasar, será que soy más de mapa que de brújula.
Ahora tengo un proyecto nuevo y estoy tratando de decidir todo lo que tiene que ver con él antes de escribir una sola letra, pero, aunque al principio ha sido fácil, ahora solo veo un caminillo muy estrecho que no tengo muy claro que lleve a donde yo quiero ir. Será cuestión de darle tiempo, no tengo prisa y aún me queda un mes de vacaciones, así que espero tener un esquema bien formado antes de que acabe agosto.
Pásatelo bien en Valencia (y perdón por la chapa, yo llego y te invado, hala).
Veneciaaaaaaaaaaaaaaaaaaa, hala, que me pongo verde, tío...
Este proyecto de escritora adora los mapas, tanto como los necesita. Nunca supe guiarme con una brújula, me parece una artefacto misterioso. Por eso los venero en la misma medida que desconfío de ellos.
Pásalo bien en Venecia. Ojo con los gondoleros. A la vuelta igual te encuentras con alguna crítica que otra ;))
Mil besos, jefe.
Pd. He olvidado decirte que ésta ha sido otra gran entrada.
Puedes leer la entrevista aquí:
http://forosfantasy.circulo.es/forums/p/446/6444.aspx#6444
Aunque también te recomiendo que leas a Martin, su Canción de hielo y fuego es una obra maestra.
Y, cómo te entiendo, palabra por palabra. ¡hasta en lo del coche!
espero que nos mantengas al tanto de ese esquema, si necesitas ayuda y consejo, ya sabes ;)
¡Y me voy a Venecia! que no es que tenga nada en contra de Valencia. Es más, es una ciudad que me encanta, pero, jo, Venecia es Venecia... ¡qué ganas! habrá que patearla pero, en fin, tampoco me importaba, dada la compañía con la que voy, no salir de la habitación del hotel ;)
Leo, tú sí que me lees con buenos ojos. Ay, echaba de menos estos lares. Mi contractura muscular me impedía sentarme en condiciones en el ordenador y os tengo basntante abandonados. Pero, oye, el voltarén en crema hace milagros...
Madre, ¡qué nervios con la crítica! Sobre todo teniendo en cuenta que el otro día me dio por releer parte del manuscrito que te envié y me sangraron los ojos un poco porque, después de dos meses de corrección, todavía veía fallos.
Y, mira, yo me conformo con vaporetto. Las góndolas dejémoselas a los japos.
Un besote!
Hola Fernando.
Gustan mucho estos post tuyos, de "metaliteratura bloggera". Gustan mucho porque en tus palabras siempre se pueden encontrar puntos en común y evocan recuerdos.
Cuando leí la pregunta que le hicieron a Martin, al instante me respondí algo parecido a lo que tú has escrito.
También compro libretitas, para los guiones, títulos, fichas, etc...Primero configuras el mapa, pero luego usar la brújula es inevitable, y más tarde, es lo que más incertidumbre y diversión a la vez te crea.
Pásalo bien en tu viaje, no te ahogues.
Curro.
Es una cuestión de terminología:
El primer borrador de un brujulero es el esquema previo de un mapero, solo que mucho más desarrollado.
Un brujulero tiende a hacer en el segundo borrador (y posteriores) cambios más drásticos que un mapero, pero es solo porque el mapero ya los hizo en el esquema.
En realidad, lo único que cambia es el punto en el que uno anuncia al mundo y a sí mismo que ya está bien de esquemas, que se va a poner con la escritura propiamente dicha. Por lo demás, el proceso es el mismo en (casi) todos los casos.
Todo es más simple de lo que parece.
No te jode, si ahora voy a ser disléxica... Valencia por Venecia... Lo mío no tiene nombre... Ya me vale.
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