Lo reconozco, lo admito, lo confieso, lo proclamo a los cuatro vientos: me documento. Me encanta documentarme. Es un vicio, una pasión, es... como un toro (que diría el Jesulín de los guiñoles que tanta gracia me hacía y del que ya no se acordará nadie)
Me gusta documentarme, pero no solo para tener claras ciertas cosas acerca de mi historia, o de su entorno y su trasfondo, no. Para mí es muy importante la forma de la novela-cuento-relato-cosa que esté escribiendo en ese momento y por eso también acabo documentándome acerca de la propia literatura.
De alguna manera, esa metaliteratura fue una de las razones por las que el primer día de carrera decidí que derecho no era lo mío y que, como yo siempre había dicho y no me habían dejado escoger en su momento, lo mío era una filología. La inglesa, para ser exactos, porque aquí va otra confesión que seguramente dará para otra entrada: las letras españolas y Fer han estado reñidos desde siempre (menudo titular, ¿eh?)
Pues sí, por muy pedante que suene y por muy a Tamara Falcó que parezca la próxima afirmación, siempre he adorado la metaliteratura. Y de tanto que la adoraba (porque esto de la adoración ya venía de antes y por tanto pasó por muchas fases) acabé aborreciéndola. Pero no tuvo ella la culpa, no. En absoluto. La culpa la tuvieron mis asignaturas preferidas de la carrera: crítica literaria y sus respectivos comentarios de texto.
Siempre he tenido una mente analítica. Me encantaba analizar oraciones en el instituto porque era fácil. Me gustaba saber por qué queríamos decir lo que queríamos decir y cómo cambiaba nuestro mensaje si no sabíamos exáctamente cómo enunciarlo. Pues en la carrera me pasaba igual, me encantaba comentar poemas, o textos o lo que fuera. No era difícil. Solo había que poner el piloto automático y buscar figuras. Y era fácil. Por eso eran mis asignaturas preferidas, a ver qué os ibais a pensar, ¿que era porque, oh dios mío, adoro la metaliteratura? (ahora suena una bocina, como en un concurso de la tele)
No, para qué nos vamos a engañar. Me gustaba porque eran fáciles para mí. Normalmente los textos no tenían secretos y era capaz de descubrir hasta lo de la callejina. Y hasta ahí bien, pero me quedaba seco. Era como si me quedara a medias. Yo me preguntaba que tenía que haber algo más que lo que yo decía, que tenía que haber alguna razón detrás por las que ese texto tenía esas formas o ese autor utilizaba esas figuras y no otras. Y ni los libros ni los profesores me daban las respuestas. Era un coñazo, la verdad, porque yo sabía lo que había pero no me solucionaba nada. ¿Qué más me daba lo que hubiera? Quiero decir, ¿acaso saberlo o no saberlo me hacía disfrutar más o menos de su lectura?
¡Aha! Porque ahí estaba la clave, señoras y señores, yo podía saber mucho de crítica literaria y de análisis de textos y reducirte uno de ellos a la mínima expresión con colorines, fluorescentes y rayitas. ¿Pero eso te ayudaba? ¿Eso hacía que lo disfrutaras más? Es más, ¿era esa realmente la intención del autor al escribirlo? ¿Que yo fuera con mi lupa palabra por palabra, verso por verso, encabalgamiento por encabalgamiento? Me temo que no.
Cuando empecé la carrera yo era un idealista que pensaba que, haciéndola, disfrutaría más de la lectura, que descubriría, no sé, algo. Y no lo hice, no. Bueno, miento, sí que lo hice. Lo único que descubrí era que me aburría soberanamente. Leí muchos libros, sí. Algunos me gustaron, otros los guardé directamente en la caja de los "coñazos insoportables que ni siqiuera sirven para sostener una mesa". Y no aprendí. No.
Lo mismo me pasó con mi frustrada carrera de investigador. ¿De qué me servía a mí aprenderme todos los dobles sentidos de Shakespeare? ¿Acaso eso hacía mejor su obra? Que yo sepa, una obra de teatro tiene que tener un doble lenguaje, sí, pero no solo textual, sino que ese doble lenguaje se construye a través de la escena y el texto. ¿Acaso el doble sentido de algunas de sus palabras, que no eran más que fruto de la evolución que estaba sufriendo la lengua inglesa, y que puede que sí o puede que no sean dobles sentidos reales más que porque alguien lo haya dicho (toma frase y no he terminado, me quedo sin aliento) mejora su representación? ¿Contribuye al verdadero fin de esa obra de teatro que no es más que ser representada y producir la sensación que sea en el público que la esté viendo? Yo creo que no.
Dejé mi curso de doctorado antes de empezar la tesina cuando me preguntaron por qué investigaba antes de elegir la temática de la misma. ¿Por qué investigaba? (nuevo bocinazo) Pregunta errónea. Descubrí que, para mí, la pregunta no era por qué investigaba, sino para qué investigaba. Al fin y al cabo, si invertía tanto tiempo en algo, quería que le sirviera a alguien, empezando por mí mismo. No quería investigar porque sí, por el mero hecho de investigar. No le veía ningún sentido a eso con la cantidad de cosas que podemos hacer por nosotros mismos y por los demás y con lo fácil que es aprender hoy en día, sin la necesidad de meterte en un proyecto de investigación en el que, además, no encontrarás ninguna respuesta ni, lo más importante, ninguna solución a nada. Así que la dejé, claro. Mi carrera como investigador, al traste.
No fue hasta que me puse a documentarme para la novela que estoy escribiendo ahora cuando encontré la respuesta a mis preguntas. ¡Había gente que se había planteado las mismas cosas que yo! ¡Resulta que no era un iluso! ¡Había otra línea de investigación que sí se adaptaba a lo que yo buscaba cuando comencé la carrera!
Claro, que todo esto tendrá que esperar porque me he dejado en casa el libro del que quería citar. Pero, bueno, no desesperéis, al fin y al cabo, no era tan interesante. ¿O sí?
Me gusta documentarme, pero no solo para tener claras ciertas cosas acerca de mi historia, o de su entorno y su trasfondo, no. Para mí es muy importante la forma de la novela-cuento-relato-cosa que esté escribiendo en ese momento y por eso también acabo documentándome acerca de la propia literatura.
De alguna manera, esa metaliteratura fue una de las razones por las que el primer día de carrera decidí que derecho no era lo mío y que, como yo siempre había dicho y no me habían dejado escoger en su momento, lo mío era una filología. La inglesa, para ser exactos, porque aquí va otra confesión que seguramente dará para otra entrada: las letras españolas y Fer han estado reñidos desde siempre (menudo titular, ¿eh?)
Pues sí, por muy pedante que suene y por muy a Tamara Falcó que parezca la próxima afirmación, siempre he adorado la metaliteratura. Y de tanto que la adoraba (porque esto de la adoración ya venía de antes y por tanto pasó por muchas fases) acabé aborreciéndola. Pero no tuvo ella la culpa, no. En absoluto. La culpa la tuvieron mis asignaturas preferidas de la carrera: crítica literaria y sus respectivos comentarios de texto.
Siempre he tenido una mente analítica. Me encantaba analizar oraciones en el instituto porque era fácil. Me gustaba saber por qué queríamos decir lo que queríamos decir y cómo cambiaba nuestro mensaje si no sabíamos exáctamente cómo enunciarlo. Pues en la carrera me pasaba igual, me encantaba comentar poemas, o textos o lo que fuera. No era difícil. Solo había que poner el piloto automático y buscar figuras. Y era fácil. Por eso eran mis asignaturas preferidas, a ver qué os ibais a pensar, ¿que era porque, oh dios mío, adoro la metaliteratura? (ahora suena una bocina, como en un concurso de la tele)
No, para qué nos vamos a engañar. Me gustaba porque eran fáciles para mí. Normalmente los textos no tenían secretos y era capaz de descubrir hasta lo de la callejina. Y hasta ahí bien, pero me quedaba seco. Era como si me quedara a medias. Yo me preguntaba que tenía que haber algo más que lo que yo decía, que tenía que haber alguna razón detrás por las que ese texto tenía esas formas o ese autor utilizaba esas figuras y no otras. Y ni los libros ni los profesores me daban las respuestas. Era un coñazo, la verdad, porque yo sabía lo que había pero no me solucionaba nada. ¿Qué más me daba lo que hubiera? Quiero decir, ¿acaso saberlo o no saberlo me hacía disfrutar más o menos de su lectura?
¡Aha! Porque ahí estaba la clave, señoras y señores, yo podía saber mucho de crítica literaria y de análisis de textos y reducirte uno de ellos a la mínima expresión con colorines, fluorescentes y rayitas. ¿Pero eso te ayudaba? ¿Eso hacía que lo disfrutaras más? Es más, ¿era esa realmente la intención del autor al escribirlo? ¿Que yo fuera con mi lupa palabra por palabra, verso por verso, encabalgamiento por encabalgamiento? Me temo que no.
Cuando empecé la carrera yo era un idealista que pensaba que, haciéndola, disfrutaría más de la lectura, que descubriría, no sé, algo. Y no lo hice, no. Bueno, miento, sí que lo hice. Lo único que descubrí era que me aburría soberanamente. Leí muchos libros, sí. Algunos me gustaron, otros los guardé directamente en la caja de los "coñazos insoportables que ni siqiuera sirven para sostener una mesa". Y no aprendí. No.
Lo mismo me pasó con mi frustrada carrera de investigador. ¿De qué me servía a mí aprenderme todos los dobles sentidos de Shakespeare? ¿Acaso eso hacía mejor su obra? Que yo sepa, una obra de teatro tiene que tener un doble lenguaje, sí, pero no solo textual, sino que ese doble lenguaje se construye a través de la escena y el texto. ¿Acaso el doble sentido de algunas de sus palabras, que no eran más que fruto de la evolución que estaba sufriendo la lengua inglesa, y que puede que sí o puede que no sean dobles sentidos reales más que porque alguien lo haya dicho (toma frase y no he terminado, me quedo sin aliento) mejora su representación? ¿Contribuye al verdadero fin de esa obra de teatro que no es más que ser representada y producir la sensación que sea en el público que la esté viendo? Yo creo que no.
Dejé mi curso de doctorado antes de empezar la tesina cuando me preguntaron por qué investigaba antes de elegir la temática de la misma. ¿Por qué investigaba? (nuevo bocinazo) Pregunta errónea. Descubrí que, para mí, la pregunta no era por qué investigaba, sino para qué investigaba. Al fin y al cabo, si invertía tanto tiempo en algo, quería que le sirviera a alguien, empezando por mí mismo. No quería investigar porque sí, por el mero hecho de investigar. No le veía ningún sentido a eso con la cantidad de cosas que podemos hacer por nosotros mismos y por los demás y con lo fácil que es aprender hoy en día, sin la necesidad de meterte en un proyecto de investigación en el que, además, no encontrarás ninguna respuesta ni, lo más importante, ninguna solución a nada. Así que la dejé, claro. Mi carrera como investigador, al traste.
No fue hasta que me puse a documentarme para la novela que estoy escribiendo ahora cuando encontré la respuesta a mis preguntas. ¡Había gente que se había planteado las mismas cosas que yo! ¡Resulta que no era un iluso! ¡Había otra línea de investigación que sí se adaptaba a lo que yo buscaba cuando comencé la carrera!
Claro, que todo esto tendrá que esperar porque me he dejado en casa el libro del que quería citar. Pero, bueno, no desesperéis, al fin y al cabo, no era tan interesante. ¿O sí?
5 comentarios:
Nada que objetar a la entrada, excepto una advertencia sabihonda: ojo con la búsqueda de documentación, pues con mucha facilidad se puede convertir en la mejor manera de posponer la escritura. Y sí: conozco el viejo truco de considerar esa documentación parte de la escritura, pero seguro que sabes a qué me refiero.
Sé de algún escritor que lleva casi diez años creando un mundo perfectamente documentado para su novela. Y cada vez le resulta más difícil la idea de ponerse a escribirla. Cuando más detallado y rico es ese mundo, más miedo le da crear un texto que no esté a la altura. Y cada mes que pasa la cosa empeora, claro.
Me permito poner dos consejos (los consejos se ponen, como los huevos): el primero, investiga después de haber escrito un primer borrador (que dará el enfoque adecuado a la documentación) y dos, kill your pets.
Un saludo.
Qué buena, entrada, fer. Cómo he disfrutado leyéndote.
A mí me pasa justo lo contrario: la investigación me da una pereza gordísima. Hasta el punto de que determina mis temas de escritura: si tengo que documentarme mucho anoto la idea y lo dejo para mi siguiente reencarnación. Pero lo peor de todo, lo más irónico, es que luego la curiosidad me puede y soy capaz de investigar el tema más peregrino (siempre y cuando no tenga nada que ver con nada que esté escribiendo).
Y qué razón tiene Joaquín, también. Me ha quitado un peso de encima al ver que no soy yo sola la adicta a la posposición.
No me enrollo más. Jo, me encanta leer sobre estas cuestiones, así contadas: con sencillez, sin empaque. Escribir es algo muy solitario y da gusto poder compartir inquietudes y, sobre todo, ver que el planeta está habitado, que hay otras personas que viven y sienten cosas parecidas. ¡Ea! Que muchas gracias, maestro.
Por cierto: ¿a que has leído la entrevista a Tamara Falcó del "yo dona"? ¿No te parece muy fuerte que dediquen un número, portada incluida, a alguien para luego ridiculizarle?
Uy, joaquín, no te preocupes, no te preocupes, que en este blog cuento solo mis lindezas. Voy a contar que también soy un vago y que enseguida le pican los dedos por escribir y en cuanto tiene una mínima idea se pone a hacerlo y luego compagina la documentación con la escritura y la corrección y con hacer la compra y con corregir exámenes y con discutir con compañeros, padres, madres (los propios también) y con todo el mundo.
Así que, sí. Estoy completamente de acuerdo contigo. No busco la perfección en mi documentación, sino unas bases suficientes que me permitan saber por dónde me muevo (por eso también hablo no solo de documentarme en el contenido, sino también en la forma. Todavía ando sin saber el género real de mi actual novela y por eso ando con tanto quebradero de cabeza que acabo vomitando aquí)... y he puesto un paréntesis tan largo que he perdido la idea. Pues eso, que documentación, sí. La justa. Pero ¿y lo bien que te lo pasas también dando forma a tu proyecto a través de ella?
y, Leo, yo creo que lo que a ti te pasa es algo de miedo. Los proyectos que tenemos que investigar son los que más nos cuestan, pero a la vez, quizá, los que más nos ilusionan y nos da miedo hacer algo tan "grande" y que no cumpla las expectativas. ¡Tírate a la piscina!
(¡Qué bien se ven los toros desde la barrera, ¿eh?! Nah, no te preocupes, que yo también soy un vago redomao. Y, sí, claro que leí la entrevista. Es que la llaman pija así, con todas las letras, y a la cara. Lo del Barbour fue tan desternillante que tuve que leérselo a mi madre en voz alta.
Muchas gracias a ti por pasarte, siempre sabes sacar detalles de los que ni yo mismo me doy cuenta.
Cada uno en lo suyo, mi aficción a la escritura pasa por escribir cuando se me enciende la lamparita, pero todos los BUENOS libros sobre distintas terapias de masaje y quiropraxia, pasan por mis ojos y por mis manos. Descarto, reafirmo, confirmo manipulaciones y así la experiencia propia da buenos resultados. Te comprendo porque también me gusta investigar para mejorar en lo que hago. Te seguiré visitando.
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