El proceso de edición detrás de Ne Obliviscaris está siendo agotador. Extenuante, diría yo.
La verdad es que no tenía la menor idea de que fuera así, lo que me hace explicarme muchas cosas acerca de por qué pasa lo que pasa en los concursos literarios y me da cierto sonrojo haber enviado ciertas obras mías a algunos de ellos.
Y es que este proceso no tiene nada que ver con el proceso de corrección al que yo sometía mis obras (esto suena un poco pretencioso, ¿no? Mis obras... como si yo fuera, no sé, un Kafka cualquiera o algo así).
Aunque yo me las diera de corregir exhaustivamente, me río yo ahora de mis correcciones. Sí, las hacía en serio, en varias fases, de diversas maneras, pero siempre desde mí, nunca saliendo de mí. Lo que era un error. Sí, no soy de los autores que se niegan a eliminar párrafos. O páginas. O capítulos enteros. Lo he hecho (siempre guardándolos en un archivo aparte, claro. Que uno es kamikaze pero tiene su corazoncito) pero siempre desde mi punto de vista.
Se me ha olvidado siempre meterme en el lector.
Bueno, no. Porque a veces he considerado a mi potencial lector un ente tan estúpido que no era capaz de eliminar tal o cual explicación. Cosa que le quitaba ritmo a la novela.
En cualquier caso, siempre desde mi YO enorme y dictador.
Editar la novela mano a mano con el editor está siendo un proceso tan intenso que no puedo evitar disfrutarlo. Razonamos cada párrafo (sí, como lo oís, cada párrafo) y después lo razono yo solito durante un rato para ver el porqué del cambio (si lo hay) o de la ausencia del mismo. De pronto me he hecho muy consciente de las palabras, del efecto que producen, de su razón de ser dentro de una novela, de su entidad casi física e individual.
Además, hablar con otra persona acerca de tus personajes, de tus intenciones al decir tal o cual cosa. Que alguien que no eres tú hable de ellos con la misma familiaridad con la que tú lo haces, o que se plantee disyuntivas que tú mismo te planteaste a la hora de escribirla...
No sé, es algo extraño y al mismo tiempo familiar. Editar la novela está siendo algo parecido a escribirla, me he vuelto a meter de lleno en su universo, he vuelto a abrazar a sus personajes y he vuelto a pensar como ellos.
No sé si lo habéis sentido alguna vez, pero terminar de escribir una novela es algo mucho más doloroso que terminar de leer una. Cuando se te acaba una novela que estás leyendo y que te gusta mucho, te pasas las horas que siguen echando de menos a los personajes, neceistando que vuelvan a la vida... Pero pasa pronto, solo dura lo que dura el rato en que estás sin coger un libro nuevo. Cuando lo haces, la historia vuelve a empezar. Te olvidas de los anteriores y te sumerges en los nuevos.
Sin embargo, al terminar de escribirla, el vacío es más grande. Casi permanente. Esa historia tuya que, hasta ese momento, tenías guardada, deja de ser tuya y aparece como un ente físico diferente a ti. Ha ganado forma, ha conseguido entidad propia. Deja de ser tú. No sé, ¿será igual a cuando tu hijo crece y se hace independiente? No lo sé y espero que pasen muchos, muchísimos años, antes de que me llegue el momento de descubrirlo.
Y aquí estamos, probablemente termine el proceso de edición la semana que viene y aunque estoy deseando releer la novela terminada, al mismo tiempo me da una pena horrorosa porque eso significará que, definitivamente, ha dejado de ser mía.
Y a veces soy un egoísta de la hostia.
La verdad es que no tenía la menor idea de que fuera así, lo que me hace explicarme muchas cosas acerca de por qué pasa lo que pasa en los concursos literarios y me da cierto sonrojo haber enviado ciertas obras mías a algunos de ellos.
Y es que este proceso no tiene nada que ver con el proceso de corrección al que yo sometía mis obras (esto suena un poco pretencioso, ¿no? Mis obras... como si yo fuera, no sé, un Kafka cualquiera o algo así).
Aunque yo me las diera de corregir exhaustivamente, me río yo ahora de mis correcciones. Sí, las hacía en serio, en varias fases, de diversas maneras, pero siempre desde mí, nunca saliendo de mí. Lo que era un error. Sí, no soy de los autores que se niegan a eliminar párrafos. O páginas. O capítulos enteros. Lo he hecho (siempre guardándolos en un archivo aparte, claro. Que uno es kamikaze pero tiene su corazoncito) pero siempre desde mi punto de vista.
Se me ha olvidado siempre meterme en el lector.
Bueno, no. Porque a veces he considerado a mi potencial lector un ente tan estúpido que no era capaz de eliminar tal o cual explicación. Cosa que le quitaba ritmo a la novela.
En cualquier caso, siempre desde mi YO enorme y dictador.
Editar la novela mano a mano con el editor está siendo un proceso tan intenso que no puedo evitar disfrutarlo. Razonamos cada párrafo (sí, como lo oís, cada párrafo) y después lo razono yo solito durante un rato para ver el porqué del cambio (si lo hay) o de la ausencia del mismo. De pronto me he hecho muy consciente de las palabras, del efecto que producen, de su razón de ser dentro de una novela, de su entidad casi física e individual.
Además, hablar con otra persona acerca de tus personajes, de tus intenciones al decir tal o cual cosa. Que alguien que no eres tú hable de ellos con la misma familiaridad con la que tú lo haces, o que se plantee disyuntivas que tú mismo te planteaste a la hora de escribirla...
No sé, es algo extraño y al mismo tiempo familiar. Editar la novela está siendo algo parecido a escribirla, me he vuelto a meter de lleno en su universo, he vuelto a abrazar a sus personajes y he vuelto a pensar como ellos.
No sé si lo habéis sentido alguna vez, pero terminar de escribir una novela es algo mucho más doloroso que terminar de leer una. Cuando se te acaba una novela que estás leyendo y que te gusta mucho, te pasas las horas que siguen echando de menos a los personajes, neceistando que vuelvan a la vida... Pero pasa pronto, solo dura lo que dura el rato en que estás sin coger un libro nuevo. Cuando lo haces, la historia vuelve a empezar. Te olvidas de los anteriores y te sumerges en los nuevos.
Sin embargo, al terminar de escribirla, el vacío es más grande. Casi permanente. Esa historia tuya que, hasta ese momento, tenías guardada, deja de ser tuya y aparece como un ente físico diferente a ti. Ha ganado forma, ha conseguido entidad propia. Deja de ser tú. No sé, ¿será igual a cuando tu hijo crece y se hace independiente? No lo sé y espero que pasen muchos, muchísimos años, antes de que me llegue el momento de descubrirlo.
Y aquí estamos, probablemente termine el proceso de edición la semana que viene y aunque estoy deseando releer la novela terminada, al mismo tiempo me da una pena horrorosa porque eso significará que, definitivamente, ha dejado de ser mía.
Y a veces soy un egoísta de la hostia.
6 comentarios:
Yo no soy novelista, pero me encanta cómo disfrutas este presente de correcciones interminables y trabajos previos. Es una descarga de energía positiva leerte.
Qué guay... Qué bonito... Qué envidia (de la sana, que conste). Qué pedazo de experiencia.
Disfruta de cada momento, Fer.
Me encanta leer el proceso de edición que estás haciendo. La verdad es que me da miedo pensar lo que habré mandado yo a concursos jeje...
Lo has descrito de un modo precioso, y me muero por encontrar un editor tan majo como el tuyo. Aunque me pondría insoportable y me costaría un porrón que me haga recortar partes de mi gran YO egoista de la porra. Que lo soy y mucho, hasta el punto de tener varias cosas sin final solo porque no quiero escribirlo aún sabiéndolo de pe a pa.
He aquí otra que quitaba ritmo a la novela intentando que se entendiese bien. De modo que todo lo que estás contando me resulta apasionante. Así que egoístamente te pido que sigas siendo así de generoso con los que nos empeñamos en escalar la montaña por el lado que no es.
A mí me lo advirtió un escritor, y me dijo que los que tenemos obras que leemos nosotros solos les damos una importancia que no tienen. Vamos que nos creemos Kafka mismo, aunque seamos lelos. Qué quieres que te diga, es un modo barato de ser lo más. Aunque prefiero el tuyo, mano a mano con alguien de quien aprender.
Saludos
Creo que a mí, si alguna vez me llega el momento de vérmelas con un editor que quiera publicar algo mío, me costará también horrores hacer concesiones... Si es que nuestras novelas son como nuestros hijos! Pero bueno, en mi caso creo que ya he dicho muchas veces lo que me cuesta ceder en todo lo que supone convertir una obra en una "buena obra", y no únicamente en "nuestra obra".
Me gusta lo que dices del vacío que se experimenta al terminar de escribir una novela, porque lo entiendo y lo he vivido. Es muy doloroso, e incluso mucho más cuando el proceso de creación de la novela ha sido muy absorbente (como me ocurrió con la última que escribí, que terminé en un tiempo récord, pero a cambio de pasar cuatro meses totalmente metida en ella y sin hacer otra cosa en mis ratos libres).
En fin, que yo también soy egoísta :)
Buenas noches Fer:
He llegado a tu blog desde el de Miguel Sandín.
No soy escritora (ni tan siquiera un mero proyecto de serlo), pero si una ávida lectora.
Después de pasearme por aquí, solo me queda esperar a la publicación de tu novela con entusiasmo.
¡¡Suerte!!
Un saludo,
Marta.
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