domingo, 12 de octubre de 2008

Noviembre

Recuerdo la primera vez que participé en el NaNoWriMo (obligado por Adhara) allá por el año 2004. Recuerdo que, a pesar de mis reticencias, el asunto parecía hecho para mí: un mes, solo un mes, para conseguir una meta concreta: un borrador de unas 50.000 palabras. Parecía fácil. No por la meta a conseguir, que, para qué engañarnos, se me antojaba como un Everest o algo parecido. No. Sino por el hecho de que fuera un mes.

Yo no creía que pudiera hacerlo. Escribir había sido algo así como un sueño, una imagen mental de un yo mismo ideal que quería ser escritor, pero que no hacía lo único que había que hacer para serlo: escribir.

Escribir me proporcionaba tanto placer y era tan feliz haciéndolo que me hacía sentir culpable. No sabría explicarlo, pero para alguien que siempre había antepuesto sus obligaciones al ocio, dedicarme 100% a ello era algo así como ir en contra de mis principios. Extraño, lo sé. No era capaz de anteponerlo a cualquier otra cosa y siempre ocurría algo, cualquier acontecimiento, que lo retrasaba. Por eso nunca terminaba lo que empezaba y, si lo terminaba, era porque era corto. No disfrutaba escribiendo cosas cortas. Todavía sigo sin disfrutarlo. Yo quería escribir una novela, pero claro, eso requería mucho tiempo y dedicación que, aunque tenía, no me veía capaz de dar.

Así que, qué narices, un mes dedicado a eso parecía la opción perfecta. Podía inventar excusas durante un mes, incluso desaparecer del mapa para no ser encontrado. Así que lo hice.

Todavía recuerdo noviembre del 2004 como el mes más feliz de mi vida.

No me costó nada meterme. Es cierto que seguía sintiéndome culpable por dejar de lado esas otras obligaciones que parecían mucho más importantes. Era extraño dedicarme a escribir sobre cualquier otra cosa, indulgirme de aquella manera (se me ha metido ultimamente en la cabeza esa palabra y todos sus derivados: indulgencia. ¿Será el subconsciente?), llevarlo casi en secreto, escribir en clase mientras los demás tomaban apuntes (estaba haciendo el horrible CAP) y no sentirme mal. Es más, sentirme hasta rebelde y transgresor por hacerlo. Disfrutar de la historia, de aquella historia que yo mismo estaba creando. Hasta cuando solo escribía un par de párrafos me sentía pletórico y feliz. Fue como engancharse a una serie de televisión, estaba deseando que llegara el momento de escribir para saber qué pasaba. No sabría explicarlo, pero para mí fue como tocar el cielo con las manos.

No logré el NaNoWriMo, claro. Pero conseguí 30.000 palabras del borrador de mi primera novela (obviemos el hecho de que escribí un truño de novela a los 16 años) y jamás en la vida me había sentido tan bien conmigo mismo.

Entonces llegó diciembre y yo no estaba dispuesto a dejarlo. Descubrí cómo, por aquel entonces, debían sentirse los toxicómanos a los que se les obliga a dejar las drogas. Así que seguí escribiendo, seguí en mi nube.

No fue hasta que olvidé dos citas importantísimas porque me obsesionaba la idea de seguir escribiendo cuando me di cuenta de lo que estaba haciendo y de lo culpable que me hacía sentir eso. Sin embargo, una conversación con mi chica de estas profundas, serias e importantes fue el detonante para que yo me ratificara en aquella idea: ¿Se había convertido escribir en algo importante? Sí. ¿Entonces por qué cojones yo era el único que no lo veía así? Dependía de mí que los demás lo vieran de esa manera.

Así que eso fue lo que hice.

Tardé otro año y pico en terminar la novela, porque se metió la oposición por medio (y eso lo veía igual de importante, porque la estabilidad laboral, de tiempo libre y económica que me iba a proporcionar ayudaría a que yo pudiera escribir) y porque, para qué engañarnos, me costó darle a la escritura el lugar que quería darle en mi vida.

Pero lo hice, acabé la novela y todo el mundo que ocupaba mi día a día, mientras tanto, se fue acostumbrando a que yo tenía menos tiempo para dedicarles. Todavía hay gente en mi vida que no lo entiende, pero para mí no es objeto de enfado ni de frusración. Vamos, dicho en plata, paso como de la mierda de que para ellos no sea más que una excusa, porque, para mí, decir: "No puedo, tengo que escribir" es más que eso. Es realmente un No Puedo sumado a un No Quiero. No disfruto más saliendo una noche entera de juerga que escribiendo, sobre todo si la noche de juerga va a robarme la larga mañana de domingo en la que puedo estar escribiendo. ¿Es una droga? Sonará romántico à la Coleridge, pero lo es.

Y estamos a mediados de octubre y se aproxima noviembre. Afortunadamente, ya no necesito un NaNoWriMo para poder escribir. Pero, para qué vamos a engañarnos, uno lo hace porque es, ante todo, un pobre sentimental...

4 comentarios:

Ruth dijo...

Jo, leerte hace que me entren ganas de escribir, pero con un trabajo a tiempo completo, cinco asignaturas de filología y mi nuevo hobby de la pintura (es que si no, no salgo de casa), no tengo tiempo. Aún así, igual termino arañando aunque sea media hora por las noches para poder escribir un párrafo, delinear una historia. Me montaré mi propio NaNoWriMo con mis propias metas, que seguramente se limiten a escribir un poco, solo un poquito.
El problema va a ser encontrar un tema, y es que tengo la cabeza tan llena de cosas que no se me ocurre nada...

leo dijo...

En año y pico oposición y novela: no está nada mal.
Me estoy planteando eso del NaNo. Lo que pasa es que ya he empezado a escribir, ¿es trampa o puede valer?
Besisssss

Fernando Alcalá dijo...

pues déjate llevar, Ruth. No soy muy fan de esa técnica de Soledad Puértolas de no saber hacia dónde va uno, pero, para empezar... ¡Por no hablar de los piques!

Es trampa, Leo, pero ¿quién se va a enterar? Yo no he leído nada de lo que has dicho ahí arriba...

Tawaki dijo...

Cuando la conciencia protesta porque me lo estoy pasando demasiado bien la mando a por tabaco.

Y es una suerte que tú también lo hayas hecho.

Un abrazo.