martes, 11 de marzo de 2008

Imperfecciones I

A veces, cuando estás escribiendo una novela, te encuentras con que hay un personaje que destaca más que el resto, no por su función en la historia (porque en mi caso, teóricamente y si lo estoy haciendo bien, su función es la misma que la de los demás) sino porque, de pronto, hace algo, piensa algo, se transforma en algo y te deslumbra.

Si encima eres alguien a quien le gustan los excesos, que adora las imperfecciones y que, otra cosa no, pero hacer sufrir a sus personajes es algo con lo que disfruta mucho mucho más cuando lo hace de forma cómica), ver cómo salen airosos de esas pequeñas, llamémoslas, putadas (sin las que, para qué nos vamos a engañar, no habría historia), y se superan a sí mismos es algo que me encanta. Ver cómo sin ser perfectos y siendo conscientes de sus limitaciones se las arreglan y se las ingenian para darme por culo y subirse en el pódium es algo por lo que pagaría.

Aparte de exagerado y contradictorio soy masoca, ¿qué le vamos a hacer?


Me pasó con Carlos en CarPa, que hacía que estuviera enganchado a mi propia novela porque por más putadas que le hacía, el cabrón sabía cómo salir del paso (con mucho dramatismo, ironía y un poco de pateticismo, pero salía. Y yo me reía horrores). Lo mismo también me ha pasado con Patrick, uno de los tres protagonistas de Equilátero.

Querer a un hijo tiene que ser increíble de grande. No lo sé porque no tengo ninguno y, sinceramente, ni intenciones de que eso ocurra, pero tiene que parecerse a esto de querer a un personaje, digo yo. Los quieres primero porque son tuyos. Y después porque dejan de serlo en cierta manera.

Fue lo que me pasó con Carlos en CarPa, que de alguna manera me cayó tan bien, que me gustó tanto su visión del mundo y, sobre todo, cómo la contaba, que acabé queriéndole como si fuera alguien de mi familia. Solo que no. Es algo diferente, pero creo que querer a un personaje tiene que parecerse mucho. No sé. Digo yo.

A veces es un riesgo que tienes que evitar que ocurra. O, al menos, tienes que ser muy consciente de que te ocurre para no ceder a tus instintos y darle más protagnismo que el que debes darle.

De todas maneras, no me pasa con todos mis personajes, cla
ro. Bueno, con CarPa creo que sí, pero es que para mí fue imposible no cogerle cariño a esa panda. Creo que en gran parte es por eso por lo que me gustaría que se acabara publicada. Por ellos, es como darles el don del nacimiento o algo parecido.


Pero, en fin, ahora quien es el objeto de mis pasiones creativas es Patrick. Tengo que reconocer que, al principio, ponerme detrás de su punto de vsita resultaba agotador, yo no tengo tanta energía ni de coña, pero luego ha sabido ir conquistándome y es el personaje que más me ha sorprendido de los tres. Quizá por ser el más imperfecto. Y no solo eso, porque Elisa y Allan (los otros dos protagonistas) también lo son, y mucho. Pero Patrick es consciente, juega con esa imperfección, le saca partido, se regodea en ella y no le importa. Es más, la potencia. Eso me gusta, me ha sorprendido en bastantes ocasiones. Y encima luego cambia. Sigue igual, pero cambia. Adoro el cambio que se produce en él y cómo se aprovecha de las circunstancias. Por supuesto que no creo que sea buena persona (¿Alguien es buena persona en Equilátero?) pero desde luego sí que le convierte en el personaje más atractivo.

Tenía muy claro cómo era antes de comenzar la novela. De hecho, durante el verano pasado, para irme acondicionando, les hice una entrevista enorme a cada uno. Fue muy divertido, y además aprendí mucho porque como la novela está contada desde los tres puntos de vista en primera persona, aprendí a ver cómo hablaba cada uno, cómo se expresaba y en qué cosas se fijaba. En la novela digo constantemente que si Patrick tiene miedo a algo, entre otras cosas, es a crecer. Sabía de la existencia del complejo de Peter Pan, por supuesto, pero imaginaos cuál sería mi sorpresa cuando, a mitad de noviembre, durante el NaNoWriMo,cuando llevaba más o menos la mitad de la primera parte de la novela, me encuentro con esto en la wikipedia:

El complejo de Peter Pan se caracteriza por inmadurez o por ciertos problemas psicologicos, sociales y sexuales. El tipo de personalidad en cuestión, normalmente masculina, es inmadura y narcisista. Mucho más, las características de un "Peter Pan" incluyen atributos tales como irresponsabilidad, rebelión, carácter explosivo, dependencia, narcisismo, manipulación y la creencia de estar por encima de las normas.

No os podéis imaginar la cara que puse. Esas y exactamente esas eran sus características. Las que yo tenía pensadas y las que fueron surgiendo a medida que iba avanzando con la novela, como si así tuviera que ser y no pudiera ser de otra manera. Para qué engañaros, fue uno de esos momentos en los que uno cree que lo está haciendo bien.

Duró poco, no os asustéis.

Así que si el otro día estaba hablando de lo que me gusta la imperfección en mis personajes, ya os podéis hacer una idea de hasta dónde llega. Escribirle creo que es una de las experiencias que más me están gustando de la novela. Lo que también me está costando mucho y me está generando mucho sufrimiento, para qué nos vamos a engañar. Sobre todo por el desgaste emocional y mental que me produce. Supongo que, en parte, es por eso por lo que cojo la novela con cuentagotas.

Tengo que volver a hacerlo, ya vale de excusas.


No me gusta pensar que fui un rebelde sin causa porque a pesar de la imagen que daba no lo era. En absoluto. Ni siquiera creo que supiera lo que era ser rebelde. Era un adolescente pagado de sí mismo que pensaba que, con sólo chasquear los dedos, podía tenerlo todo. Me quería mi familia, me querían mis amigos, era admirado en el colegio, tenía a las chicas que me daba la gana con sólo mirarlas y hablarles un rato. Sentía que nada costaba trabajo. Ni siquiera las notas. Creía, y efectivamente era así para mí, que todo era muy fácil. Si hubiera querido rebelarme ante eso, habría estado absolutamente gilipollas.
(Patrick. Capítulo 2. Equilátero - 2007)

(En la foto, Jonas Armstrong, el actor que elegí para encarnar al personaje y así ayudarme en sus descripciones físicas. Pero no soy yo quien tiene que hablar de castings mentales y del método y de lo que ayudan y de lo que nos gustan y de todo lo demás. Es una entrada que nos debe Adhara y para lo que este paréntesis funciona: es una directa en toda regla)

5 comentarios:

leo dijo...

Pa variar: ¡Cómo te comprendo!
No sé si a la gente que no escribe le parecerá que somos unos pesados, que siempre caemos en ese lugar común que es que nuestros personajes se salen del tiesto y cobran vida propia; Pero es que es radicalmente cierto.
No sé de qué fuentes beben los jodíos, pero es verdad. Yo he llegado a la conclusión de que sólo hay que mantenerlos a raya lo justito. Que no hay que tener miedo de que escriban otra novela que no sea la que teníamos en la cabeza.
Son taaaaan humanos, que están cargaditos a tope de imperfecciones y creo que es por eso que nos enamoramos de ellos. (Además de por que son un reflejo de nuestro subconsciente, una parte muy viva de nosotros mismos, por mucho que nos cueste, que nos resistamos, a reconocerlo).
Fer: que la cosa va fenomenal. jejejeje. Leña al Patrick, Peter-pánico o no.
Un besote.

leo dijo...

Cuñaooooo, qué de zarpas se me han colao en el comentario anterior. Pido perdón públicamente. Cantaré el chiki-chiki siete veces como penitencia.

Fernando Alcalá dijo...

¿Zarpas? ¿Qué zarpas?

Eso sí, lo del chiki-chiki no me lo pierdo

elita dijo...

Fer! Ya he terminado con Delibes. Y pensé en ti y tus lágrimas… menos mal que me previniste, si no hubiera liado un chou en medio del metro en hora punta. Un libro increíble, increíble.
Besos

Fernando Alcalá dijo...

Ya te lo dije, Elita, ¿no te da la sensación al final de que el libro es un cuadro en sí mismo, de que ha logrado pintarlo con palabras? Jo, voy a volver a leérmelo...