viernes, 11 de marzo de 2011

Maneras de contar (I)

Si hay algo que me obsesiona cuando me golpea una historia y quiero contarla, ese algo es el modo de hacerlo. Sí, por supuesto, me emociono cuando creo personajes y van surgiendo escenas en mi cabeza; no puedo dejar de darle vueltas a los flecos que me van quedando entre esas escenas hasta que los tengo atados y bien atados (para, a lo mejor, después deshilacharse durante el período de escritura, claro); me apasionan las relaciones que se van estableciendo entre los personajes y disfruto como un niño pequeño con un helado cuando les puteo hasta el éxtasis.

Sin embargo, nada de lo anterior tiene sentido si no sé cómo voy a contarlo. Creo que el modo de contar una historia es lo que constituye sus cimientos. Podemos tener una historia cojonuda con unos personajes alucinantes, unas vueltas de tuerca que ni Henry James y una ambientación de órdago pero si no lo cimentamos bien, si no sabemos contarlo, al final, no tenemos nada.

Por eso, a mí siempre me ha gustado diferenciar entre el escritor y el redactor. Hay muchos buenos redactores que se creen escritores por el mero hecho de contar una historia. No voy a ser yo quien diga que no lo son, así, en público y sin la presencia de mi abogado en la sala pero, en todo caso, de ser considerados escritores, no creo que sean buenos escritores.
Me da la sensación de que hay mucho escritor vago por ahí suelto que se le olvida que, cuando escribe, está construyendo. Y que, para construir, siempre hacen falta herramientas. En este caso, las herramientas con las que contamos, no solo son las palabras sino todo el juego que se tiene que establecer entre ellas sí o sí. Huelga decir que no estoy hablando de la ortografía o la gramática. Lo siento mucho pero soy bastante talibán al respecto. No sabes escribir si no comprendes las reglas mínimas de concordancia, por poner un ejemplo, o mucho menos si cometes faltas de ortografía.

(¡Cojones! Que no hace falta revisar un texto para ver si has cometido faltas de ortografía. No. La corrección no trata de eso, que uno no comete faltas de ortografía de manera natural, porque ha interiorizado precisamente esas normas y, sencillamente, no tiene que pensarse cómo escribir una palabra porque, directamente, en su cabeza no puede escribirse de otra manera. Dejémonos ya de falacias absurdas, de niñerías baratas y de concesiones ridículas. Lo digo claro: No, no eres escritor si cometes faltas de ortografía por mucho que una editorial te haya publicado)

(Y no, en este caso no entra mi problema con las palabras cerveza y absorber que siempre pienso que se escriben como no lo hacen y me sobrecorrijo una y otra vez y me obsesiono y me estreso)

Cuando hablo de estas herramientas que ayudan a construir un cuento, una novela o lo que sea estoy hablando de los propios medios que tiene la literatura para unirlas como si fueran ladrillos y argamasa. Esas herramientas solo pueden adquirirse leyendo, o escuchando historias, o jugando a videojuegos, o viendo series y películas o incluso escuchando música. Son las propias técnicas de narración que se van adquiriendo a lo largo de la vida y que van formando nuestro estilo a lo largo de los años.

Contar una historia no se limita simplemente a ir poniendo una palabra detrás de otra hasta que llego al final. Lo siento, pero no. Un cuento tiene que tener una voz propia. Hay que dar con el narrador correcto o la historia que está en nuestra cabeza jamás será la que hemos escrito. A fin de cuentas, todo está escrito ya y lo que realmente hace destacar una obra es cómo se diferencia del resto. Está claro que va a diferenciarse por el estilo, no por lo que cuente. Y eso, para empezar simplemente. El encuentro de la voz que nos dicta la historia mientras la estamos contando es solo el comienzo. Y tampoco estoy hablando del uso de un vocabulario opulente o de una subordinación maravillosa, no. Simplemente estoy hablando de ese trabajo de preparación previa y de corrección posterior que hace que una obra tenga la forma que tenga que tener y no otra.

Por eso hay muchísimos cuentos que leo que me decepcionan, que me aburren hasta lo más profundo. Sí, no dudo que la historia sea original o que sus personajes estén bien construídos. Pero cuando yo leo un cuento quiero que me arrastre, literalmente, con él. Un cuento es una obra tan breve que no puede dejarte indiferente. Y solo se consigue de una manera: trabajando.

Por eso me cuesta tanto escribir cuentos. Si ya tengo problemas encontrando la voz y escribo y reescribo usando puntos de vista diferentes hasta que encuentro la adecuada, imaginaos cuando me pongo a buscar el resto, cuando busco los andamios, los ladrillos y la argamasa que tienen que darle forma.

Una historia digna de cuento puede tirarse en mi cabeza años y puedo tirarme todo ese tiempo pensando en ella sin escribirla. Para mí, un cuento tiene que dejarte sin aliento. Es la palabra que he usado antes, arrastrar, la que más me gusta porque es lo que me sucede a mí cuando leo un buen cuento. Si no me arrastra, si no me deja sin aliento, al menos un poco, no creo que sea un buen cuento.

Y es una pena, porque hay miles de buenas historias por ahí sueltas, escritas por escritores demasiado vagos e impacientes que simplemente buscan a la hora de escribir esa satisfacción tan enorme que te da cuando terminas una obra.

Pero es que se nos olvida algo: igual que si un edificio terminado con malos materiales acaba sucumbiendo ante el primer temblor, lo mismo le ocurre a un cuento. Si no utilizamos con cuidado las herramientas, como le ocurrió a la casa de paja del primer cerdito, «soplaré y soplaré y tu casita derribaré ». Es decir, no se sostendrá, jamás será una buena obra literaria.

Y da rabia, lo siento pero da rabia porque hay mucha gente con talento pero demasiado vaga como para darse cuenta de que esto no es una carrera de velocidad, sino de fondo. Solo los que entrenan mucho, en la intimidad, acaban llegando.

Si yo llego, preferiría que mis edificios no se derrumbarsen. Más que nada porque no tengo un jodido euro para pagar las demandas que me caerían encima...

11 comentarios:

Ardid dijo...

He de decir que echaba de menos leerte porque siempre haces reflexionar. ¡Cuánto hay que aprender ahí fuera! Beijinhos.

Anónimo dijo...

Pus sí, hay por ahí muy buenas historias, que si se contasen de otra forma, serían un éxito. Pero desgraciadamente no todas las personas piensan como tu, o igual es que no se dan cuenta.
Se echaba de menos una entrada por aquí.
Saludos.

Begoña Argallo dijo...

Últimamente no hago más que comenzar a leer libros y dejarlos a medias, por suerte de vez en cuando alguno me sorprende. Lo mismo me pasa con los cuentos.
Saludos

Sidel dijo...

Me parece muy interesante tu reflexión. Yo me doy cuenta (de lo que tu comentas) porque cuando escribo algo, pasado un tiempo lo releo y hago mil cambios porque son necesarios, aunque no alteres la idea principal es preciso modificar todo lo que la rodea para que sea buena no, estupenda.
No es un proceso rápido y para obtener la satisfacción de una hoja bien construida pueden pasar días. Pero yo prefiero intentar que mis letras sean de calidad en todos los aspectos.
Un saludito.

Ruth dijo...

Completamente de acuerdo contigo, cómo no (hasta en lo de absorber, que he de confesar que cuando la he leído he dicho "hala, qué burro, que es con uve"; mi cerebro, que se ha bloqueado en esa palabra).
Dices que hay que leer para saber contar; yo diría más: hay que saber QUÉ leer. No vale cualquier cosa. No por estar publicado significa que sabe contar, escribir o siquiera redactar. Esa sensación de "dios mío, nunca seré tan bueno como él o ella" es, a su vez, la mejor y la peor sensación que un escritor/lector puede sacar de un libro. Y para eso hay que leer mucho, mucho, mucho. Tanto, que te dé la sensación de que te está quitando tiempo de la escritura (pero no, porque en realidad estás trabajando las dos cosas; escribir no se hace solo delante del ordenador).
Un gustazo leerte. ¡A ver si te prodigas más!

Rain Michael dijo...

Por eso, a mí siempre me ha gustado diferenciar entre el escritor y el redactor. Hay muchos buenos redactores que se creen escritores por el mero hecho de contar una historia.

También hay buenos cuentistas que se creen escritores y que no saben redactar. Son dos cualidades distintas, pero complementarias. Creo que lo que comentas sobre la voz y el estilo abarca en realidad ambas cosas.

Sobre lo de los cuentos, te entiendo perfectamente. ;)

Fernando Alcalá dijo...

Ardid: Yo también lo echaba de menos. ¡Quiero que me devuelvan mi vida! ¡Qué bien que nos vemos tranquilamente este viernes con una cenita!

Blanca G.: Muchas gracias por pasarte por aquí. Y, sí, es una pena, ojalá todo lo que leyéramos mereciera realmente la pena.

Begoña: A mí me pasa igual. No soy de los que temen dejar un libro a medias. Si no lo disfruto, no merece la pena gastar mi (escaso) tiempo.

Sidel: Totalmente de acuerdo contigo. De hecho, próximamente hablaré de lo que tú comentas ;)

Ruth: Me alegra que estemos de acuerdo (por cierto, ayer me leí del tirón tus últimas entradas. Me encantó el cuento. Ya te comentaré) y con lo que has añadido, te has adelantado a una de las próximas entradas de la serie. Great minds think alike.

Rain: Necesito explicación a tu comentario. Yo siempre había creído que la redacción era un paso previo a la escritura. ¿Cómo se puede ser un buen cuentista si no redactas bien, si no manejas bien la lengua? Explicación, plis!

Maripaz dijo...

¡Yo también quiero que te devuelvan tu vida!

Blanca Miosi dijo...

Qué interesante todo lo que dices, Fer, escribir por escribir casi todo el mundo puede, pero escribir bien, es decir, con las herramientas adecuadas, pocos pueden hacerlo. Ahora, escribir bien, con las herramientas adecuadas, y, además, hacerlo con un estilo que te arrastre, son contados los escritores que lo logran.

Los cuentos al ser cortos deben ser contundentes, una historia que empieza y se resuelve en menos de dos páginas. Todo un reto para el escritor.

Besos,
Blanca

Anónimo dijo...

Ah, "absorber" la eterna duda.

Qué alegría leerte, Fer :)
Yo también detecto otro caso (en el que creo que entro yo) que es el de aquel que por mucho que lea no se para conscientemente a estudiar los ladrillos, la argamasa y demás materiales de una novela. Al menos no de forma consciente, por lo que luego da igual que tenga ideas que, si no sabe escribir, tampoco podrá sacar info de todo lo leído.
¿Qué te parece la idea?
¡Hasta lueguito! :)

Gina Woof

Antonia Romero dijo...

Eres más duro que el alcoyano...

Un beso, profe.