domingo, 30 de noviembre de 2008

¡¡He escrito más que tú!! (y seguramente mucho peor pero no me importa)


Bueno, ya está hecho. Cuando mis neuronas vuelvan de las vacaciones a las que pienso enviarlas ya hablaré del tema. Pero, como siempre, más que divertida la experiencia.

lunes, 24 de noviembre de 2008

Tenía que ser en noviembre

Acaba de pasar algo de lo que todavía no puedo hablar pero quería dejar constancia de eso que he puesto ahí arriba: De todos los meses del año, precisamente tenía que ser en noviembre. Me gusta que sea así.

jueves, 20 de noviembre de 2008

Toda historia tiene un origen

El campo está plagado de hormigas y de avispas. Esa fue una de las primeras cosas que aprendí una de aquellas mañanas (por llamarlas de alguna manera, porque hasta aquel entonces, para mí, las mañanas siempre habían empezado, al menos, cuando se hacía de día) en las que mi padre me sacaba de la cama casi por los pies para llevarme a una, como él mismo las llamaba, de sus apasionantes sesiones de caza, pesca o lo que fuera. Entendiendo lo que fuera como cualquier actividad al aire libre, preferiblemente lejos de la civilización, muy tempranera y que, además, conllevara calzarse unas botas altas e impermeables, un gorro verde calado hasta las orejas y cinco capas de ropa interior que, aparte de evitar que se te colara aquel frío traicionero por entre los huesos, hacía que tu agilidad quedara mermada hasta los mínimos y que parecieras más un tonelete andante incapaz de saltar aquellas verjas y matojos que mi padre emocionado, me instaba con toda su pasión ardorosa a que yo trepara de un salto sin que acabara rodando por la ladera como un tronco hueco.

Cuando lograba dar el salto –siempre después del segundo o tercer intento– y sentía que las cataratas del Niágara, solo que más viscosas, más molestas y un poco más calientes comenzaban a correrme por la espalda después de todo el esfuerzo, mi padre me cogía de la mano y me contaba la lección del día. Que si así se utilizaba una caña; que si los espárragos se cortaban por la base y nunca por el centro; y que de un jabalí se aprovechaba todo, hasta los colmillos. Yo asentía pacientemente a todas sus indicaciones mientras me palpaba con mucho disimulo lo que llevaba guardado en el pecho, preocupado por si lo que allí escondía se hubiera perdido en uno de mis saltos o lo hubiera dejado olvidado sobre la mesilla de noche por haberme levantado aún casi inconsciente y a la fuerza aquella mañana.

Y es que el campo estaba plagado de hormigas y de avispas. El suelo no era tan verde como decían y, si acaso tenía suerte y efectivamente era así, estaba tan húmedo y resultaba tan incómodo sentarse sobre él, que era preferible quedarse de pie y no hacerlo. Las hormigas se te subían por el brazo y había veces que se te metían por los calzoncillos. Una vez, incluso me mordió una en una parte bastante innombrable de mi honroso cuerpo. Por no hablar de las arañas.

Por eso tenía que hacerlo, tenía que llevarme escondido el libro en el que apareciera el campo tal y como yo me figuraba. Aquellas campiñas verdes sobre las que se sentaba Alicia sin que nadale produjera ronchas ni picaduras; aquellos bosques frondosos donde se guarecía Robin Hood y luchaba por el bien y la justicia sin que le aparecieran sabañones al día siguiente, los acantilados, los castillos, los riscos, los sauces, las montañas… El campo me gustaba mucho más en aquellos libros y con ellos digería mucho mejor aquellas mañanas de frío húmedo y cabeza dormida a las que me aventuraba mi padre.
Nunca se lo dije. Al fin y al cabo, aprendí a pescar y uno nunca sabe si como nos contaba Richard Matheson, habremos de necesitar esos conocimientos algún día. Pero que no se sorprenda, todo lo que él sabía ya lo había descubierto yo en los libros. Y si no, habían hecho que acabara inventándomelo. Porque todos terminamos eligiendo nuestro propio campo.

sábado, 15 de noviembre de 2008

ack!

Querido dios (dos puntos)

¿Por qué no hiciste que las casas se limpiaran solas?

Gracias.

Atentamente, viviendo en la inmundicia,

Fer

domingo, 9 de noviembre de 2008

Qué bien dicho

Puesto que al escribir una novela creamos ficción y quienes aman, sufren y sienten no somos nosotros sino unos personajes de papel, veo muy bien que rompamos el mar helado que llevamos dentro. A fin de cuentas, nosotros seguiremos vivos. Habremos entregado una ofrenda al dios de la literatura, y a cambio salvamos nuestra vida. Un escritor tiene que ser, ante todo, auténtico. Me refiero a que ha de poner el alma en lo que hace. Ha de perder el miedo, ser él.

José Antonio Garriga Vela a tenor de una cita de Kafka que dice: "Un libro tiene que ser el hacha para el mar helado que llevamos dentro".

Esta cita me hizo sentir mucho mejor ayer, en el que mi status quo habitual se vio amenazado por ciertas gilipolleces que no vienen a cuento.

(La novela va viento en popa)

(No me olvido de vosotros)