domingo, 8 de junio de 2008

Me gustan los talleres, que sí.

Se me acumulan los temas, señores, se me acumulan. Así que no se asusten, que tengo cuerda para rato (¿y lo que mola hablaros de usted? Hace que nos subamos, ustedes y yo, a una especie de pedestal desde el que podamos mirar lo de abajo con desdén y prepotencia, así, con los ojos entrecerrados y una copa de Chardonnay entre los dedos).

Bueno, a lo que iba. No sé dónde leí exactamente que había algunos autores que denostaban los talleres literarios. Todavía no llego a entender por qué, la verdad. Bueno, vale, sí que se me ocurren un par de cosas, como, por ejemplo, que en los talleres se nos den formulitas matemáticas y recetas de cocina que seguir para crear nuestros textos. No lo niego, la verdad. Una de las razones por las que se va a los talleres literarios es precisamente para que te den eso y parezca que escribir es más fácil. Por eso a veces quedan textos un poco vacíos y fríos, pero sirven, técnicamente están bien, porque el talento y la pasión vienen de serie y eso no te lo dan en un taller, pero sí que te dan, y esto lo hacen gratis, la paciencia y, sobre todo, la creación de una rutina diaria para la escritura, que fue lo que en mi caso encendió la mecha.

Pues sí, a mí me gustan los talleres. Lo que ocurre es que cuando yo fui a un taller por primera vez ya llevaba a medias mi primera novela y siempre he sido un poco autodidacta. Además, ya había tenido contacto con el libro Escribir de Enrique Páez y muchos de los juegos ya me los sabía. La razón por la que yo fui a un taller fue para tener a un escritor delante, no sé, siempre he sido un poco fetichista y el hecho de ver con mis propios ojos que ese tipo de personas existían, que me hablarían, que se aprenderían mi nombre... uy, ¡qué subidón me daba! Así que en el año 2005 me di un descanso de mi trabajo de becario y me fui a Jarandilla de la Vera, a un taller-convivencia con los escritores Pilar Galán y Eugenio Fuentes que tenía las vistas de ser alucinante.

Y alucinante fue, no lo dudéis. Porque en él estábamos solo tres alumnos. Tres. Tres alumnos para dos escritores con los que conviviríamos un par de días y con los que nos iríamos de cañeo y de copeo hasta altas horas de la madrugada. Tres alumnos. De los cuales, dos solo habíamos pagado la matrícula. ¿Y el tercero? Bueno, en palabras textuales, el tercero dijo: "yo tenía cita con el psiquiatra de Plasencia, pero preferí venir aquí".

Y ese fue el momento en el que descubrí esa fauna extraña e interesante que también acude a los talleres: Las Señoras Desocupadas que Escriben Compulsivamente Una y Otra Vez de Lo Mismo y Que No Están Muy Bien de la Cabeza. Este es el espécimen más raro que me he encontrado, pero ha habido otros.

Al principio me tomaba coincidir con este tipo de personas muy mal, porque ya que iba al taller quería embeberme absolutamente de todo lo que decía el escritor en cuestión y me jodía sobremanera que estas señoras interrumpieran constantemente para contar sus batallitas como si lo que ellas tuvieran que decir fuera más importante que lo que decía el escritor que nos estaba honrando con su presencia.

Pero no había manera, taller al que me apuntaba, taller en el que esta fauna estaba presente. Así que solo me quedaban dos cosas: o unirme a ellas (no en el sentido carnal, cojones, que ya os estoy viendo las caras) o separarme de ellas. Y a mí los separatismos como que no me han ido nunca mucho, así que, pues eso, compré un poco de cola blanca, me la eché en los hombros y, ale, a unirse, a pegarse.

La verdad es que ha sido una decisión que me ha traído muchas alegrías. Y, sobre todo, unas carcajadas del tamaño de Tokio. Es cierto que estas señoras están un poco mal de la cabeza, se sienten un poco solas y necesitan su espacio diario de atención, pero, en el fondo, ¿no escribimos un poco para eso, al menos al principio? Así que comencé a escucharlas con más atención. Y me divertían. Quizá no fueran tan interesantes como el escritor que teníamos delante, pero a su propia manera, lo eran. Había que mirar un poco detrás para descubrir por qué te querían contar lo que te querían contar. Eran verdaderos personajes. Y, la verdad sea dicha, ¿no son esos personajes los que hacen interesantes las historias?

Y eso pasó ayer, que acudí a un seminario literario que nos ofreció nuestra querida Care Santos. Para qué nos vamos a engañar, a mí lo que me hacía ilusión era ver a Care, conocerla, tenerla delante y escucharla de otra manera que no fuera solo a través de sus palabras escritas. Y, tampoco os sorprenderéis, por supuesto, pero Care no decepcionó. Hizo que el tiempo se nos pasara volando y aprendí un par de cosas que creo que me van a venir muy bien.

Y además de eso, también tuvimos nuestra ración de señoras mayores. Esta vez a mogollón. Y creo que acabaré escribiendo un cuento sobre un grupo de estas mujeres, que desde que empecé a escucharlas, he aprendido mucho. Quizá no de literatura, pero sí de otras muchas cosas que nunca me había parado a pensar ni me habían interesado lo más mínimo.

¿Me estaré haciendo mayor? ¡Qué miedo!

4 comentarios:

Ruth dijo...

Si yo pillara un taller presencial por estos lares también me apuntaba, no te quepa duda. Por desgracia, mi único recurso es apuntarme a los que hay en Internet, y no es lo mismo.
De todo el mundo se aprende. Yo me lo paso pipa escuchando a las niñas pijas contándose sus frivolidades las unas a las otras como si fueran el anuncio del fin del mundo. Para crear personajes realistas, hay que observar a los reales.
Un abrazo. Me voy a escribir (¡¡yupiiiiii!!).

leo dijo...

Yo recomendaría a todo el que quiera escribir que pasara por algún taller, aunque fuera sólo una temporada. Y no sólo porque enseñen técnica, "trucos", etc., sino porque escribir es una tarea taaaaaaan solitaria que poder compartirla con un foro de gente que está en el mismo barco es muy estimulante.
Considero que en un buen taller, además de cuestiones técnicas, lo que se debe entrenar es "la intuición" para saber si lo que uno está escribiendo funciona o no. Incluso me arriesgaría a decir que también se debería entrenar el "buen gusto" a la hora de narrar y el amor por la buena literatura.
Yo he sido muy afortunada de haber tenido (y seguir teniendo) a Cristina Cerrada como maestra.
Un besito, Ferrrrrrrrrrrr.

Fernando Alcalá dijo...

¿Y por qué no buscas, Ruth? Seguramente haya, las universidades populares o incluso la universidad los suele organizar. ¡¡Suerte!!!

(ya has terminado los exámenes!!!)

Tienes toda la razón, Leo, no hay nada como compartir unas cañitas mientras hablas de los sinsabores que te dan tus personajes y lo que les odias y todo eso. Un besote! Y totalmente de acuerdo con tus entrenamientos ;)

Anónimo dijo...

Dirijo una escuela de escritores. Con nosotros también encontramos esas personas que prefieren ahorrarse el psiquiatra escribiendo, pero son el 2 o 3% del alumnado.
Creo que en la media de la población que encontramos por la calle hay bastante más.
No opino sobre los comentarios de los talleres porque estoy directamente relacionado.