viernes, 8 de febrero de 2008

De vuelta (y vuelta, que uno está todavía poco hecho)

El otro día vino a visitarnos al taller al que asisto desde hace tres años Víctor Chamorro. Dijo perlas con las que no pude estar más de acuerdo ("al final, somos lo que pensamos", "la palabra convertida en arte tiene que ser al final lo que decía Platón: lo bello, lo puro y lo sencillo") pero hubo otras que llamaron mucho más la atención, y no porque no estuviera de acuerdo con ellas, todavía no lo sé, sino porque me hicieron pensar. Sí, señoras y señores, aquí tengo una primicia: yo pienso. Hasta yo me sorprendo a veces.

No, ahora hablando en serio, lo que dijo, si mis apuntes no me fallan fue algo más o menos así:

[...] Sacando a una palabra "autista" y uniéndola a otras para que "germine" no se puede no ser humilde. Si vives una cosa tan maravillosa no te puedes llevar mas que a la humildad absoluta. ¡Qué poco soy yo con respecto a la palabra y qué grande he sido al encontrar un párrafo en el que adecuar lo que quería contar a la palabra [...]

Y yo es que no lo veía. Bueno, vamos a ver, verlo sí que lo veo, pero es que no acabo de encontrar ese profundo amor por la palabra escrita del que muchos escritores hacen gala. No sé, será que yo siempre he sido un poco epicureo. ¿Qué le vamos a hacer? Me va el placer por el placer, por eso hago el amor siempre que puedo, me fumo un cigarrito con el café, no puedo decirle que no a unas frambuesas, adoro el albornoz recién lavado y planchado (y calentito a poder ser) después de la ducha, y me he gastado cantidades indecentes de dinero para conseguir algo que me proporcionara eso, placer (no, no os asustéis, que he puesto indecente porque me encanta cómo suena. Indecente. Es que suena tan bien. Me hace parecer tan misterioso. Indecente. Sí).

Y a mí, para conseguir esto del placer, pues me tocó la escritura. No hay nada que me dé un subidón más grande que ese momento en que estás escribiendo y la historia parece que se escribe sola, que el boli o los dedos sobre el teclado se mueven con su propio ritmo y los personajes tienen sus propias palabras en los labios sin que tú tengas que ponerlas por ello. Luego puede que lo que hayas escrito sea una mierda, pero ese momento, ese momento, no lo cambio por nada. Equiparable a un gran polvo. De verdad. ¿Qué le vamos a hacer? A mí me tocó la escritura, a otros, yo qué sé, pues les da por chupar candados (¿verdad, Adhi?)

Por eso no entiendo ese engrandecimiento de la palabra, de la tarea de escribir. Bueno, matizo, sí que la entiendo pero quizá no la siento. No me parece algo tan grande ni tan especial ni tan apoteósico ni tan, no sé, ¿único?

Sí es cierto que escribir me hace sentir especial. Mentiría si no lo asumiera ni lo aceptara ni lo dijera. Pero tampoco me parece que vaya a salvar el mundo con mi escritura o algo parecido (para eso ya están los superhéroes, hombre). O incluso que la escritura vaya a salvarme a mí. Sí es cierto que muchas veces ayuda a darme sentido y a orientar mis días, pero eso es porque sería tonto si no sacara tiempo para hacer aquello que más me gusta (que levante la mano quien ha dicho que no ante la perspectiva de un buen polvo o de un helado de chocolate con dos bolas, triple de nata y cuatro guindas).

Por eso me agobio, e incluso me frustro, porque a lo mejor realmente hay ese algo más que no soy capaz de ver, ese mundo de las ideas, real y absoluto (por volver a mencionar a Platón, que queda muy bien) al que yo no tengo acceso. No sé, quizá es que yo he sido siempre muy práctico y nunca he pensado acerca de asuntos que no me fueran a servir para algo. Pero el caso es que no lo siento, no siento la palabra ni la escritura como un ser superior al que rendir clemencia ni me siento mucho mejor ni más importante por escribir.

Eso no quita que no quiera publicar ni hacerme un hueco en este mundillo, por supuesto. Cuando escribo, escribo para alguien, tampoco me creo eso de que se escribe para uno mismo, yo siempre tengo en mente a un lector cuando lo hago. Y ese lector es un lector que, para empezar, disfruta leyendo por leer. Lee por placer, como lo he hecho yo desde que me metía de cabeza en los libros de Los Cinco. Porque de todos modos tampoco podría ser de otra manera, si yo busco placer tanto en la escritura, el lector en el que pienso es alguien que busque divertirse. Y punto pelota. Qué poco me gustan las cosas trascendentales, cómo nos complican la vida y qué poco me gusta a mí hacerlo. Quizá por eso de adolescente las madres me veían como el yerno perfecto y sus hijas no pensaban en mí de la misma manera en que yo pensaba en ellas: No me complicaba la vida, no tenía misterios, era transparente.

Afortunadamente, con el paso de los años, he aprendido a complicarme la vida mucho menos que cuando estás de hormonas hasta las orejas. Pero también he aprendido otras cosas. Como hacerme el misterioso. Eso sí que vende.

En otro orden de cosas (qué seriedad, por favor, parezco un presentador de telediario) vuelvo de Londres (de ahí mi ausencia) con muy buenos recuerdos, serias intenciones de irme este verano allí a hacerme un curso de escritura creativa en la escuela de artes, mucha morriña y con un nuevo argumento para una nueva novela que me golpeó en la cara sin que me diera cuenta y para el que tuve que comprarme un cuaderno (precioso) en Foyles porque no dejaban de venirme detalles a la cabeza y tenía que apuntarlo todo. También me encanta que eso me ocurra. Y no podía ser en otro sitio más que en Londres.

Y ahora, los agradecimientos (¡cómo me gustan estas cosas, me imagino con un esmoquin de Armani subido en un escenario y me da la risa tonta!) a Tawaki por mi nominación al premio Dalis ("a los blogs que se leen con frecuencia y se consideran buenos")

Así que, siguiendo las normas, mis elegidos para ostentar la maravillosa insignia que nos hace únicos e irrepetibles ganadores del honor de este premio son:
  • Adhara: Porque si escribo es por ella y ella sí que sabe darle el nombre adecuado a cada cosa.
  • Alfredo Gómez Cerdá: Porque su sensibilidad a la hora de escribir sus entradas me llega.
  • Carmen F. Etreros: Porque cada día me divierte más leerla.
  • Cosette: Porque es un diamante que tiene la manía de embrutecerse por cabezonería y quiero que salga ya del cascarón.
  • César Mallorquí: Porque cada vez que habla de escribir parece que han sido mis propios pensamientos a través de sus palabras los que han hablado.
  • Joaquín Bernal: Porque hace mucho tiempo que no actualiza ni la cuatácora ni el diario y quiero tirarle de las orejas.
Y ahora os dejo, pero no sin regalaros otra perla de Víctor Chamorro: "escribir para ponerse en orden". No podría ser más cierto.

Ea, me voy a ordenarme un rato, que tengo Equilátero muy atrasado.

8 comentarios:

Anónimo dijo...

Hola Fernando.

Veo que me toca primero, y eso que es la primera vez que te contesto.
Todo lo que has escrito me hizo recordar algo que me dijo alguien hace años. No un amigo, pero su frase sí lo fue por el significado que más tarde ha tenido.
A mí la trascendencia sí me gusta mucho. La necesito. Ojo, no la de Platón o la de desconocidos para mí de nombre ruso, sino la mía propia.
Soy trascendente (por suerte o desgracia), tú no lo te lo consideras.
Pero puedo disfrutar, y necesito disfrutar, de momentos de intrascendencia.
Así fue la frase que me dijeron: cuando sientas pereza, desdén o incluso vacío, disfruta también de ello. Túmbate en el sofá, déjate barba y come patatas de bolsa durante 2 días, o 3 si hace falta.
Te digo entonces también: disfruta de tu intrascendencia.
Seguro que de eso, salen mil y una cosas divertidas y útiles. Por que tan útil y vital es la diversión como la reflexión.
Al que le falta una de ambas, está cojo.

Feliz rato de escritura.
Curro.

Fernando Alcalá dijo...

No te creas, Curro, si yo soy trascendente, a veces incluso demasiado (supongo que si no lo fuera no me plantearía estas cosas que he puesto en la entrada de ayer) pero en este caso en concreto me cuesta mucho ver eso, esa trascendencia de la palabra, ese rendirle culto o pleitesía que tienen muchos escritores y que en la mayoría de los casos no es más que fachada porque, no sé, yo creo que si escribes con hábito, esa pleitesía hacaba desapareciendo porque escribir se convierte en algo natural en tu vida... O al menos esa es la explicación racional que trato de darle...

;)

leo dijo...

He leído toda tu entrada con una enorme sonrisa; debería decir que la he "saboreado" más que simplemente leído. Me entusiasma tu forma de contar las cosas, tu naturalidad. Y no puedo estar más de acuerdo contigo: yo también creo que lo primero es disfrutar con la escritura; disfrutar por muchas razones, entre ellas por dar salida a la necesidad de trascendencia que algunos seres humanos tenemos la manía de sentir. Pero, como tú, tampoco creo que esa trascendencia tenga que ser una razón por sí sola para hacerlo. Ni que para mostrarla haya que ponerse espeso o ser sesudo.
Todo el mundo tiene algún talento y la escritura, saber -con mayor o menor destreza- poner sentimientos en palabras, no es mejor ni peor que otros, creo. No me gusta esa "superioridad" que se empeñan en esgrimir algunos escritores: me huele a chamusquina.
No me enrollo más. En estos temas pensamos casi igual y me encanta que seas tú quien escriba sobre ello: eres más gracioso y me ahorras trabajo ;))
Un besote enorme.

Carmen Fernández Etreros dijo...

Muchas gracias. Me alegro de que te divierta. ¡Para eso estamos últimamente! Aunque a veces me da por lo siniestro..-

A mí también me tiene enganchada tu blog por la sinceridad de tus palabras.

Un besote,

Tawaki dijo...

Me pregunto si es bueno preguntarse tanto. Si disfrutas escribiendo, comiendo un helado o haciendo el amor, ¿basta con hacerlo o hay que saber por qué?

No lo tengo claro. Algo me dice que debería bastarnos con el acto físico y que cuanto más queramos descubrir, menos capacitados estaremos para disfrutar.

Y sin embargo quiero saber.

Un abrazo.

Fernando Alcalá dijo...

No sé yo si seré más gracioso, Leo, pero desde luego la puntilla la pones tú. Sí que sabes dar en el clavo.

Y Carmen, lo siniestro también es divertido, si no que me lo hubieran preguntado a mí a los catorce años, cuando me regalaron Drácula y me fugaba las clases de educación física para irme a leer. Gracias a ti por ver sinceridad detrás de esto, al menos es lo que se intenta, para mentir ya están los cuentos y las novelas ;)

Ay, amigo Tawaki, qué malo es eso de cumplir años y aumentar en interrogantes directamente proporcionales... (claro que con los años la consciencia de los mismos nos ayuda a disfrutar más) Si es que somos contradicciones andantes

elita dijo...

A mí “Los Cinco” también me volvían loca; tengo recuerdos muy entrañables de los larguísimos momentos que pasaba metida en sus aventuras… coincido contigo en ese placer, en leer y hacer por placer; cuántas veces me repito que la vida son dos días... Pero eso se va de tema, lo que quería decirte es que hay una parte de esa búsqueda trascendental que a veces necesitamos, para crecer, para aprender de nuestro alrededor, para preguntarnos, para conocernos a fondo; pero que claro, como todo, en exceso, se torna contra nosotros.
Creo que sea cual sea la literatura que leamos, debemos hacerla nuestra. De esa variedad conseguimos definirnos.
Besitos i bona nit!

Fernando Alcalá dijo...

Al final, Elita, me hice amigo de la bibliotecaria y los libros viejos de Los Cinco me los iba regalando. Todavía los guardo. Qué buenos recuerdos, ¿verdad? Yo creo que mi amor por Inglaterra viene de haberme bebido literalmente esos páramos, esa cerveza de jengibre y esos acantilados.