domingo, 29 de junio de 2008

Me muero

Me muero por muchos motivos. El primero: El cansancio (el físico, el psicológico y el emocional). El segundo, pues luego os lo digo.

Me ha tocado ser tribunal de la Oposición de este año. No hace más de dos que me la saqué y ya me ha tocado evaluar cómo lo hacen algunos de mis compañeros de clase. Es agotador, no solo por la carrera a contrarreloj que los señores de las administraciones públicas nos imponen llevar (cobrando una mierda, todo sea dicho) sino porque, perfectito y pefeccionista que es uno, intenta hacer su labor lo más profesional posible y eso conlleva un desgaste de calcio, potasio y azúcares y demás nutrientes cerebrales que me deja turulato para el resto del día.

Pero, ¡oh, condena!, no puedo permitirme estar turulato porque mi chica también está opositando (de otra especialidad, no me seais malpensados) así que, como uno ya tiene experiencia en estas lides, pues le toca ayudar en el proceso. Y sostener en el momento de los bajones. Y animar y llevar la voz cantante cuando toca.

Agotador. No recordaba estar tan cansado desde mi propia oposición. Y lo que me queda. Estoy triste. Animadme.

Porque me muero. Sobre todo eso: me muero.

Me muero porque lo que más me apetece en el mundo es escribir y no puedo ni tengo la estabilidad mental para hacerlo.

Todo un drama, señores.

domingo, 22 de junio de 2008

Moralinas estúpidas

Estoy un poco hasta las narices (iba a decir cojones, pero los cojones están muy abajo y la nariz está más arriba. Además, la nariz es el órgano por el que se huele la mierda) de la falsa moral de la que hace gala todo el mundo. Me resulta tan estúpida que me cabrea. Y cualquiera que me conozca (en persona, que el personaje de este blog tiene menos paciencia que yo) sabe que odio cabrearme y que es una sensación que detesto hasta tal punto que hago un ejercicio de reflexión previa a todo cabreo que suele racionalizar los sentimientos negativos para así evitar la explosión.

Veréis, hace un par de días escribí un artículo en el periódico con el que de vez en cuando colaboro que, dependiendo del círculo, ha tenido una acogida mejor u otra acogida peor. No me sorprende ni me afecta. Una de las cosas a las que he tenido que acostumbrarme a lo largo de los años es a las críticas. Soy alguien muy perfeccionista y antes me afectaban mucho porque no consideraba mi criterio como absolutamente válido si había una persona en el mundo que no estaba de acuerdo con él, así que cualquier crítica era una bomba directa hacia los cimientos de mi epistemología y acababa derrumbándome y teniendo que construir una nueva después.

Luego maduré y aprendí (mal que bien) a comprenderlas y a aceptarlas y a valorarlas en su justa medida. Lo siento pero hay críticas y críticas y no valen lo mismo ni emocional ni intelectualmente. Puedo sonar prepotente, pero no lo es. Y si lo es, no me importa porque creo que este sentimiento es el que quiero reivindicar en esta entrada.

Ya estoy harto da la falsa moral, de la falsa modestia que se valora actualmente. No puedo soportarla, parece que solo pueden triunfar los mediocres y que si crees que vales ya estás siendo prepotente y creído y, solo por eso, hay que ponerte una cruz. Pues miren, señores, yo creo que no. Me he hartado. Nunca saqué menos de un sobresaliente en el instituto y me avergonzaba por ello. No por tener las notas, no. Al contrario, creía que eran fruto de mi trabajo y, además, como me enseñaron mis padres, era mi única obligación, así que obtener un sobresaliente, era el justo premio. Lo que me avergonzaba era tener que decir las notas, es decir, no saber qué tono emplear para decirlas en voz alta sin parecer un estúpido prepotente y orgulloso. Fui la nota más alta de selectividad en mi comunidad autónoma el año que la hice e, igualmente, acabé avergonzándome porque pensaba que si me alegraba un poco egoístamente por ello, lo que hacía era regodearme en ello y corría el riesgo de parecer (ojo, que no de ser) un egocéntrico, así que lo he llevado más o menos en secreto hasta hace poco que me ha dado por culo tanta mediocridad absurda y me ha dado por reivindicara a la gente que se lo curra y que vale. Lo mismo pasa con la carrera y cuando me saqué las oposiciones. Perdón a los señores interinos por haber ido bien preparado y valer para esto y habérmelas sacado a la primera, lo sé, señoras y señores, no tengo perdón de dios, me pudriré en el infierno (pero que vengan a mi lado todas las ligeras de cascos y, ya que nos quemamos en el fuego de la eternidad, pues hagámoslo disfrutando de ello).

Y, sí, supongo que esto puede parecer precisamente lo que no quiero que parezca pero como estoy cabreado y esto es un vómito, pues permitídmelo.

Es que no puedo, de verdad que no puedo con la falsa moralina de las palabras. Del no hay que serlo sino parecerlo y de que nos escandalicen ciertas cosas pero que no lo hagan otras.

Porque, sí, hay gente que se ha escandalizado con la comparación que establezco en el artículo. La verdad es que me ha sorprendido mucho. Como he dicho antes no me afecta la crítica, puede haber sido más o menos desafortunada la comparación, pero, en fin, me toca mucho las narices.

El caso es que alguien ha colgado este artículo y lo ha puesto en un foro de profesores con, imagino, la intención de compartirlo y hay gente que ha pedido que se retirara de dicho foro porque le resultaba ofensivo. Como dirían los ingleses: What the fuck? ¿Ofensivo? En fin...

Si yo sé que debería estar contento, porque si hice una comparación tan exagerada era para que se viera con claridad de lo que estaba hablando, para despertar a las conciencias, para afectar al lector de alguna manera. Así que, sí, he cumplido mi objetivo y debería estar contento. La gente ha reaccionado ante él, ¿que no ha sido como a mí me gustaría? Además, la ironía no la comprende todo el mundo. Bueno, qué le vamos a hacer, ya sé que nadie es perfecto. Pero, no sé, es que es estúpido que la gente se haya quedado ahí, en la forma.

Y la estupidez sí que me cabrea.

Hace mucho tiempo que me dejé de gilipolleces y decidí decir, con la máxima educación posible que mis órganos, mis vísceras y todo lo que controla mi mala leche me lo permitiera, lo que opinaba. Que tampoco quiero decir que haga gala de esa """sinceridad""" (entre mil comillas más) que tan de moda han puesto los realities del "yo digo lo que me sale del coño cuando me sale del coño porque soy súpersincera, tía, y te lo digo y te lo vomito aquí, en la cara, y delante de todos porque soy súpersincera, tía y de paso te meto una hostia". No. Eso no es sinceridad. La sinceridad no está reñida con la falta de tacto ni con la cortesía ni con la falta de educación, joder. La sinceridad es otra cosa, es una reflexión previa acerca de lo que vas a decir, es un ejercicio de empatía por cómo va a recibir la otra persona lo que vas a decirle, es un elegir la mejor forma de decir lo que vas a decir... la sinceridad no es lo que ahora todo el mundo cree, joder.

Y por eso me cabrea que haya gente que se haya escandalizado con mi artículo. Que sí, que sí, que si quiero ser escritor, pues la que me espera si esta nimiedad llega a cabrearme, pero es que supongo que no es más que la gota que colma el vaso. No soporto las chorradas ni las medias tintas. Se me acusa de no tener sensibilidad. En fin, sé que no debo darle más vueltas al asunto, porque distingo muy, pero que muy bien, entre moral y moralina. Pero es eso, no puedo evitar no cabrearme por la estupidez humana.

Y ahora tachadme de prepotente, anda.

sábado, 14 de junio de 2008

Insertar título inteligente aquí. La resaca me lo impide.

Ayer, día de mi cumpleaños (toma sutil sutileza), recibí un regalo estupendo (nótense mi falta de adjetivos y mi narración ramplona. Nunca te tomes más de tres mojitos pasada la medianoche. Son como los gremlins):

Me han concedido por Equilátero la beca a la creación literaria que concede la Consejería de Cultura de Extremadura (con esto me sale un poema, que es imposible evitar la rima interna). Ya la había conseguido por CarPa, así que en ningún momento, desde que la solicité en Enero casi por casualidad y porque estaba aburrido una tarde y no sabía qué hacer, me había vuelto a acordar de ella. Era muy difícil que me la concedieran por segunda vez. Pero, en fin, ahí está doña Beca. Dos mil euritos más para la saca que vienen muy bien para las vacaciones (por ahora nos vamos a Venecia, que a mí me encantó pero mi chica no la conoce y además también vislumbramos Turquía en el horizonte).

No quiero sonar prepotente, pero desde luego que no me ha hecho la misma ilusión que recibirla por CarPa. Cuando la recibí por CarPa, acababa de terminar la novela y, la verdad sea dicha, no tenía ni idea de qué hacer con ella. Si merecía la pena, si a mí me lo parecía porque como no había leído mucho (bueno, mucho sí, pero no todo, que uno es muy avaricioso) pues no tenía con qué comparar... Así que el hecho de que me la dieran al menos me dijo que había gente externa a mí que no me conocía y que no tenía por qué ser pelota ni condescendiente ni educada valorara algo que yo había escrito y considerara que merecía la pena. Supongo que ese fue el momento en que empecé a creérmelo.

Además, la beca es un aval al fin y al cabo. No todos los días te dan dinero por una obra que no está terminada. Y encima te dan dinero por escribir. O sea, no sé cómo será recibir dinero por los derechos de autor y todo eso, pero ¿que te paguen por hacer lo que más te gusta en el mundo? Pues digno de un anuncio de Master Card, ¿no?

Lo que pasa es que a mí no me pueden pagar ya por escribir Equilátero. ¿Qué? ¿Que por qué no? Pues porque precisamente la terminé una semana antes de recibir la beca (se escuchan aplausos, ovaciones y gritos de "¡tío bueno!" en la sala). Es lo que ocurre cuando se convoca seis meses antes de que se publiquen los resultados. Que uno tiene la firme convicción de terminar lo que empieza le paguen o no.

Y con esto también explico la ausencia de entradas de un tiempo a esta parte, que necesitaba terminar la novela, sacármela de encima, antes de que llegara el verano, en el que quería ponerme con la novela juvenil, de la que tengo muchas ganas y con la que, a decir verdad, estoy disfrutando mucho más que con la que acabo de terminar. ¡Mi tercera novela! No puedo creérmelo, que yo había pensado siempre que no iba a terminar nada en la vida. Supongo que es lo que tiene crecer y hacerse mayor (y que tu novia ande de oposiciones).

No sé qué pensar de Equilátero, la verdad. Pasado el subidón de ponerle punto y final, me han entrado las dudas. Imaginaos si me están entrando que dudo de hasta mandársela a mi agente porque no quiero que se me ponga la cara roja de la vergüenza...

Es que, no sé, pero es una novela que me deja hecho polvo. Creo que me he centrado tanto en los sentimientos, llamémosles, negativos, que al final, dios, qué depresión. Sé que los personajes son interesantes, a mí por lo menos me gustan, pero no sé si algún lector podría acabar interesado en alguno de ellos, por eso precisamente que he comentado, creo que me he cebado demasiado en la parte negativa. Pero es que quería hacer algo tan diferente a CarPa o Tormenta que no se me ocurría otra cosa más que esta novela (¡drama! ¡drama! ¡he usado la palabra cosa!).

Y no todo es negativo, no. Creo que la segunda y la tercera parte (que componen la mitad de la novela) son bastante mejores que la primera, lenta hasta el sufrimiento pero necesaria hasta la saciedad. Necesaria precisamente así, lenta, para que se note el contraste. Me gusta el final. Creo que, dadas las circunstancias, no podía haber sido otro. No estoy muy seguro de la evolución del personaje que acaba siendo catalizador de ese final, precisamente, pero no sé si es porque yo todavía estoy muy metido en la historia. Tampoco estoy seguro de dos o tres puntos de la novela donde he dejado los acontecimientos muy en el campo de la casualidad y quizá eso denota un poco de vagancia por mi parte. No estoy seguro de que se distinga una de las tres voces narrativas. Dos de ellas están claras, pero hay una tercera que está oscura, que se mueve por entre las otras dos (claro, que a lo mejor es necesario que sea así, opaquilla). El narrador de la segunda parte, aunque me encanta haberlo utilizado, puede dar lugar a demasiados interrogantes por parte del lector...

Soy un mar de dudas andantes. Ya he corregido la primera y la segunda parte, que al fin y al cabo fueron escritas hace casi un año y creo que dejaré pasar un tiempo antes de ponerme con la tercera, aunque tengo la sensación de que me ha salido mucho más fluída y directa (en cuanto tuve claro el final, me salió rodada). Así que no sé qué hacer. Como le dije el otro día a mi agente, me daba mucho miedo que la novela fuera un truño y que toda la confianza que la agencia había puesto en mí se fuera al garete. Aquí entre nosotros, ahora que no nos escucha nadie, desde que tengo uso de razón, mi miedo más atroz ha sido el de decepcionar a los demás, así que lo llevo claro si me quiero dedicar a esto porque siempre decepcionarás a alguien, pero, bueno, os hacéis una idea.

Así que, no sé, hoy me dedicaré a dormitar por este dolor de cabeza punzante y cabronazo y mañana será otro día (esta noche voy al Mercader de Venecia, que estamos en pleno Festival de Teatro Clásico de Cáceres y siempre es estupendo ver una comedia de Shakesperare en medio del entorno medieval de mi ciudad. Aunque los muy cabrones me han hecho tener que elegir entre esa y Mucho ruido y pocas nueces. Qué poca vista a la hora de poner las fechas de las obras, narices).

Y, bueno, ahora que lo pienso, mañana no será un día cualquiera , porque es día 15 y ese es el día que Adhara y yo nos hemos propuesto para comenzar nuestro NaNo deVerano. 20.000 palabras en un mes. ¿Alguien se apunta?

PD: En otro orden de cosas, he empezado a leer La Puerta Oscura para ver qué tal estaba y ¿soy yo, que tengo al cerebro con déficit neuronal, o la gramática es un poco oscura -por hacer un homenaje al título de la novela- y enreversada?

martes, 10 de junio de 2008

Vagancia 2 (cuando los demás lo dicen mejor que tú)

Historias transparentes que se leen en unos minutos pueden tener profundidades y matices que no agota ninguna lectura; otras parece que solo se nos entregan después de un largo asedio, exigiéndonos una atención obstinada y ferviente, revelándose de pronto en su intensidad cegadora. Los muertos se lee en un viaje corto con una placidez estremecida de melancolía: El ruido y la furia solo empieza a penetrarse después de leerla dos veces. Una requiere claridad y sugerencia: la otra tinieblas, arrebato y delirio. Que una obra de arte tenga mucho éxito dice tan poco sobre ella como que no tenga ninguno. John Coltrane urdió algunas de sus improvisaciones más desaforadas sobre un vals tan inmensamente popular como My favorite things. Bajo el volcán estuvo una o dos semanas en la lista de los lisbros más vendidos del New York York Times.

Que cada uno haga su trabajo, puies, según pedía Camus, como sepa o como pueda, porque más allá de la página y del gusto o el desaliento de escribir no hay nada seguro, ni la calidad de lo que hacemos, ni la resonancia que tendrá. Solo dos cosas son ciertas para casi todos los que nos dedicamos a este oficio: nunca venderemos ni una ínfima parte de lo que vende Ruiz Zafón; nunca nos consagrarán tantas tesis doctorales, congresos, homenajes, como a Juan Goytisolo.

Sobra todo lo que yo pueda decir cuando leo algo y me pongo tan absolutamente feliz como cuando leí este artículo de Antonio Muñoz Molina en el Babelia del Sábado. A veces es que hasta pienso que el mundo no está acabado si exixten opiniones como esta.

O como cuando leí el de Javier Marías el domingo (gracias a Adhara) y descansé. Era domingo, ¿acaso esperabais que hiciera otra cosa?


domingo, 8 de junio de 2008

Me gustan los talleres, que sí.

Se me acumulan los temas, señores, se me acumulan. Así que no se asusten, que tengo cuerda para rato (¿y lo que mola hablaros de usted? Hace que nos subamos, ustedes y yo, a una especie de pedestal desde el que podamos mirar lo de abajo con desdén y prepotencia, así, con los ojos entrecerrados y una copa de Chardonnay entre los dedos).

Bueno, a lo que iba. No sé dónde leí exactamente que había algunos autores que denostaban los talleres literarios. Todavía no llego a entender por qué, la verdad. Bueno, vale, sí que se me ocurren un par de cosas, como, por ejemplo, que en los talleres se nos den formulitas matemáticas y recetas de cocina que seguir para crear nuestros textos. No lo niego, la verdad. Una de las razones por las que se va a los talleres literarios es precisamente para que te den eso y parezca que escribir es más fácil. Por eso a veces quedan textos un poco vacíos y fríos, pero sirven, técnicamente están bien, porque el talento y la pasión vienen de serie y eso no te lo dan en un taller, pero sí que te dan, y esto lo hacen gratis, la paciencia y, sobre todo, la creación de una rutina diaria para la escritura, que fue lo que en mi caso encendió la mecha.

Pues sí, a mí me gustan los talleres. Lo que ocurre es que cuando yo fui a un taller por primera vez ya llevaba a medias mi primera novela y siempre he sido un poco autodidacta. Además, ya había tenido contacto con el libro Escribir de Enrique Páez y muchos de los juegos ya me los sabía. La razón por la que yo fui a un taller fue para tener a un escritor delante, no sé, siempre he sido un poco fetichista y el hecho de ver con mis propios ojos que ese tipo de personas existían, que me hablarían, que se aprenderían mi nombre... uy, ¡qué subidón me daba! Así que en el año 2005 me di un descanso de mi trabajo de becario y me fui a Jarandilla de la Vera, a un taller-convivencia con los escritores Pilar Galán y Eugenio Fuentes que tenía las vistas de ser alucinante.

Y alucinante fue, no lo dudéis. Porque en él estábamos solo tres alumnos. Tres. Tres alumnos para dos escritores con los que conviviríamos un par de días y con los que nos iríamos de cañeo y de copeo hasta altas horas de la madrugada. Tres alumnos. De los cuales, dos solo habíamos pagado la matrícula. ¿Y el tercero? Bueno, en palabras textuales, el tercero dijo: "yo tenía cita con el psiquiatra de Plasencia, pero preferí venir aquí".

Y ese fue el momento en el que descubrí esa fauna extraña e interesante que también acude a los talleres: Las Señoras Desocupadas que Escriben Compulsivamente Una y Otra Vez de Lo Mismo y Que No Están Muy Bien de la Cabeza. Este es el espécimen más raro que me he encontrado, pero ha habido otros.

Al principio me tomaba coincidir con este tipo de personas muy mal, porque ya que iba al taller quería embeberme absolutamente de todo lo que decía el escritor en cuestión y me jodía sobremanera que estas señoras interrumpieran constantemente para contar sus batallitas como si lo que ellas tuvieran que decir fuera más importante que lo que decía el escritor que nos estaba honrando con su presencia.

Pero no había manera, taller al que me apuntaba, taller en el que esta fauna estaba presente. Así que solo me quedaban dos cosas: o unirme a ellas (no en el sentido carnal, cojones, que ya os estoy viendo las caras) o separarme de ellas. Y a mí los separatismos como que no me han ido nunca mucho, así que, pues eso, compré un poco de cola blanca, me la eché en los hombros y, ale, a unirse, a pegarse.

La verdad es que ha sido una decisión que me ha traído muchas alegrías. Y, sobre todo, unas carcajadas del tamaño de Tokio. Es cierto que estas señoras están un poco mal de la cabeza, se sienten un poco solas y necesitan su espacio diario de atención, pero, en el fondo, ¿no escribimos un poco para eso, al menos al principio? Así que comencé a escucharlas con más atención. Y me divertían. Quizá no fueran tan interesantes como el escritor que teníamos delante, pero a su propia manera, lo eran. Había que mirar un poco detrás para descubrir por qué te querían contar lo que te querían contar. Eran verdaderos personajes. Y, la verdad sea dicha, ¿no son esos personajes los que hacen interesantes las historias?

Y eso pasó ayer, que acudí a un seminario literario que nos ofreció nuestra querida Care Santos. Para qué nos vamos a engañar, a mí lo que me hacía ilusión era ver a Care, conocerla, tenerla delante y escucharla de otra manera que no fuera solo a través de sus palabras escritas. Y, tampoco os sorprenderéis, por supuesto, pero Care no decepcionó. Hizo que el tiempo se nos pasara volando y aprendí un par de cosas que creo que me van a venir muy bien.

Y además de eso, también tuvimos nuestra ración de señoras mayores. Esta vez a mogollón. Y creo que acabaré escribiendo un cuento sobre un grupo de estas mujeres, que desde que empecé a escucharlas, he aprendido mucho. Quizá no de literatura, pero sí de otras muchas cosas que nunca me había parado a pensar ni me habían interesado lo más mínimo.

¿Me estaré haciendo mayor? ¡Qué miedo!