viernes, 29 de febrero de 2008

Pequeñas grandes tragedias

La duda me embarga, me corroe. No puedo dormir, no como, no respiro, no vivo, no trabajo, no follo,. Y todo porque no puedo dejar de pensar, porque soy un drama andante, porque dudo, porque soy un diagnosticado intolerante a la incertidumbre. Y como no la tolero, pues tengo que pensarla, que masticarla, que comérmela para ver si se convierte en certeza y puedo volver a mi vida.

Creo que no sé qué es lo que no me gusta de Equilátero. No, no me entendáis mal. No quiero decir que Equilátero no me guste. Menuda mierda sería tener que escribir una novela de la que llevo doscientas y pico páginas y solo voy por la mitad sin que me gustara. Como ya sabéis, a mí me va lo del placer, así que muy probablemente habría dejado que se pudriera entre los documentos del word y los cuadernos sin usar porque, en fin, ¿para qué hacer algo que me aburre cuando el objetivo de hacerlo es divertirme? Pues eso, lo dicho.

No, es simplemente que hay algo de la novela que, como escritor, creo que me echa para atrás y hace que me cueste mucho ponerme. Que luego disfrute haciéndolo, sí, pero que el momento del pre-, me dé una pereza horrible y encuentre mil excusas para no hacerlo.

Cuando hice la carta de presentación de CarPa, creo que puse algo así como que CarPa iba de esas pequeñas grandes tragedias, que eran (y siguen siendo) las que, en definitiva, más nos preocupaban. Creo que no he sido del todo consciente de la verdad y del alcance de mis palabras hasta que he aderezado mi existencia con un poco de drama acerca de mi nueva novela.

En Equilátero no hay pequeñas grandes tragedias, hay un tragedión que ni los griegos serían capaces de igualar. O al menos así es como yo lo veo, que tiendo a exagerarlo todo por costumbre. CarPa iba de personas normales (o al menos eso traté de hacer ver. Normales, además, no es la palabra. No es, de hecho, una palabra que me guste en absoluto, pero creo que os hacéis a la idea de lo que quiero decir, ¿no?) que sufrían de cosas por las que, seguramente, hemos pasado todos. Ese era uno de los objetivos de la novela: que todos y cada uno de los lectores sintieran en alguna de las páginas esa sensación tan conocida de "¡hey! ¡esto yo lo he vivido o lo he pensado!"

Con Equilátero no. No digo que los tres personajes principales de la novela no sean normales. Son normales, si entendemos esta palabra como, por ejemplo, "no extraterrestre, no mitad anfibio mitad humano o algo así". Lo que ocurre es que, bueno, digamos que sus circunnstacias no lo son tanto. Dudo que alguno de nosotros tenga tanto dinero como tienen ellos. Cosa que es importante, porque uno de los temas que quería tratar era cómo la posesión que no lleva ningún esfuerzo detrás puede que nos deshumanice. O algo así, vamos.

Y creo que ahí está la clave. Son tres personajes extremos. Me agotan, me cansan, me cuesta mucho ponerme como escritor en sus pieles y actuar como ellos actúan. Son muy diferentes a mí, me atraen y les cojo manía a cada rato y eso termina por cansarme. Siendo humanos, a veces parece que no lo son y, aun así, yo creo que está justificado, que precisamente por no serlo, lo son todavía más.

Pero me da igual, el caso es que me agotan y que estoy escribiendo algo que a veces siento que se me escapa de las manos, que no controlo. Y entonces me frustro, y como me frustro, me agoto y como me agoto, necesito descansar y como descanso pierdo el hilo, y como pierdo el hilo, tengo que volver a recuperarlo, y eso lleva su tiempo. Además, cuando lo recupero, vuelvo a tener dudas y vuelta a empezar.

Con CarPa no me pasaba, iba fluido. Sí que tenía mis períodos de sequía, pero luego descubrí que era porque se iba gestando un nuevo episodio en mi cabeza. La verdad es que incluso cuando no escribo estoy escribiendo, gran parte de lo que acabo poniendo sobre el papel lo he visto primero en mi cabeza, lo he masticado, lo he pensado. Hasta que no tengo muy seguro el paso que voy a dar, no lo doy. Salvo honrosas excepciones, como esta segunda parte de Equilátero, que por sí misma me está guiando y me está sorprendiendo y, la verdad, estoy disfrutando aunque ahora haya tenido que dejarlo unos días por la intensidad.

Porque es eso, narices. ¡qué intensos son estos tres jodidos personajes! ¡por dios, cómo lo viven todo, con qué intensidad, y encima contado en primera persona! Si es que me agoto. Carlos era cansino, los que habéis leído CarPa lo sabéis, pero tenía ese punto irónico y sarcástico que tanto me gusta y que era lo que realmente me movía a seguir escribiendo, que Carlos era muy consciente de sus propios errores y limitaciones, se reía de ellos (después de dramatizarlos un montón, claro) y después trataba de superarse. Carlos, quizá por ser el primero, siempre será el personaje que más me guste. Aunque, tengo que reconocerlo, Patrick de Equilátero y Blanca de Tormenta de Verano, se le acercan también.

Así que es eso, estoy cansado de dramas. De dramas de los de verdad, me refiero, no de pequeñas grandes tragedias. Me agotan, me drenan, me adormecen. Nunca sé si lo que estoy escribiendo es real o no, dudo de si estoy siendo fiel al contrato entre el lector y yo mismo, si los acontecimientos (por muy exagerados) son lógicos y responden a un sistema de causa-efecto dentro del cosmos de la novela y estoy deseando terminarla, ponerle punto y final, saber hasta dónde he llegado y respirar tranquilo. O no.

Lo que tengo claro es que volveré a las pequeñas grandes tragedias de todos los días con Buskers, el argumento que me traje de Londres. Cosa que es curiosa, si me lo hubieran preguntado antes de dedicarme a la escritura de forma más o menos profesional hace unos cuantos años, nunca habría pensado que ese fuera el género en el que más a gusto iba a encontrarme.

Por ahora.

miércoles, 27 de febrero de 2008

Yo ya he ganado

No, no me he muerto, ni me ha tocado la lotería (más quisiera) ni me he secado ni nada por el estilo. Digamos que las evaluaciones y recuperaciones y mosqueos y padres y madres y tutores legales de mis alumnos se han metido en medio de mi vida sin intención de soltarme (y que mi hermano se ha comprado una wii, pero eso es algo que negaré en público, que la imagen va siempre por delante).

Está a punto de fallarse el premio Barco de Vapor, en el que participo y, aunque no tengo ninguna esperanza --es un premio demasiado grande como para ganarlo así, porque sí, sin comerlo ni beberlo-- sí que tengo curiosidad por saber qué novela ha quedado ganadora y en qué se parece o difiere de la que he presentado.

La verdad es que presentarme a ese premio fue una de las mejores decisiones que tomé el año pasado. No me preguntéis por qué, porque no tengo ni idea, pero cuando empecé a mover CarPa por abril del año pasado (a excepción de un par de cuentos) dejé de escribir completamente, no es que me bloqueara, ni que se me quitaran las ganas, no sé exactamente por qué, pero dejé de hacerlo. No os voy a engañar, de un puntito de eso es culpable la desazón que me entró al no obtener respuesta. Hasta ahora en mi vida me había bastado con querer algo y trabajar mucho por ello para conseguirlo. Me había pasado siempre con los estudios, con las oposiciones (con las chicas...)

Así que eso de enfrentarte a algo, currártelo, ponerle todo el interés y no conseguirlo, digamos que me frustró un poco bastante mucho y me quitó, si no las ganas, sí la energía y la concentración para hacerlo. Estoy seguro que durante esa época perdí pelo y todo (bueno, más pelo que de costumbre).

Entonces cuando la siempre dispuesta Adhara me propuso que por qué no hacíamos nuestro propio NaNoWriMo de Verano no me lo pensé dos veces. No sé cómo llegó la idea de la novela a mi cabeza ni por qué decidí hacerla, pero ahora me alegro. La novela acabó siendo una novela que a mí me hubiera gustado leer cuando tenía la edad correspondiente (nunca le hubiera dicho que no a una novela con una casa encantada que luego no resulta serlo, amistad y un poquito de rito del pasaje) y ahora estoy contento con ella porque al final resultó ser un reto. Escribir teniendo en la mente como lector a un niño (aunque seas tú mismo de niño) fue un reto mucho mayor del que esperaba y me alegra haber descubierto que también podía simplificar la forma de las ideas para limpiarlas de toda floritura e ir directamente al grano. Fue un ejercicio de estilo bastante útil, la verdad. Así que, como siempre, Adhara me obligó, yo acepté y acabé ganando porque volví a escribir y no hay mejor premio que ese (tuvo también su parte de culpa nuestra querida Care y su Muerte de Venus, que me hicieron ver que la literatura también podía ser aquello que a mí me gustaba y a lo que yo aspiraba)

Así, ¿el Barco de Vapor? Yo ya lo he ganado, oigan.

viernes, 8 de febrero de 2008

De vuelta (y vuelta, que uno está todavía poco hecho)

El otro día vino a visitarnos al taller al que asisto desde hace tres años Víctor Chamorro. Dijo perlas con las que no pude estar más de acuerdo ("al final, somos lo que pensamos", "la palabra convertida en arte tiene que ser al final lo que decía Platón: lo bello, lo puro y lo sencillo") pero hubo otras que llamaron mucho más la atención, y no porque no estuviera de acuerdo con ellas, todavía no lo sé, sino porque me hicieron pensar. Sí, señoras y señores, aquí tengo una primicia: yo pienso. Hasta yo me sorprendo a veces.

No, ahora hablando en serio, lo que dijo, si mis apuntes no me fallan fue algo más o menos así:

[...] Sacando a una palabra "autista" y uniéndola a otras para que "germine" no se puede no ser humilde. Si vives una cosa tan maravillosa no te puedes llevar mas que a la humildad absoluta. ¡Qué poco soy yo con respecto a la palabra y qué grande he sido al encontrar un párrafo en el que adecuar lo que quería contar a la palabra [...]

Y yo es que no lo veía. Bueno, vamos a ver, verlo sí que lo veo, pero es que no acabo de encontrar ese profundo amor por la palabra escrita del que muchos escritores hacen gala. No sé, será que yo siempre he sido un poco epicureo. ¿Qué le vamos a hacer? Me va el placer por el placer, por eso hago el amor siempre que puedo, me fumo un cigarrito con el café, no puedo decirle que no a unas frambuesas, adoro el albornoz recién lavado y planchado (y calentito a poder ser) después de la ducha, y me he gastado cantidades indecentes de dinero para conseguir algo que me proporcionara eso, placer (no, no os asustéis, que he puesto indecente porque me encanta cómo suena. Indecente. Es que suena tan bien. Me hace parecer tan misterioso. Indecente. Sí).

Y a mí, para conseguir esto del placer, pues me tocó la escritura. No hay nada que me dé un subidón más grande que ese momento en que estás escribiendo y la historia parece que se escribe sola, que el boli o los dedos sobre el teclado se mueven con su propio ritmo y los personajes tienen sus propias palabras en los labios sin que tú tengas que ponerlas por ello. Luego puede que lo que hayas escrito sea una mierda, pero ese momento, ese momento, no lo cambio por nada. Equiparable a un gran polvo. De verdad. ¿Qué le vamos a hacer? A mí me tocó la escritura, a otros, yo qué sé, pues les da por chupar candados (¿verdad, Adhi?)

Por eso no entiendo ese engrandecimiento de la palabra, de la tarea de escribir. Bueno, matizo, sí que la entiendo pero quizá no la siento. No me parece algo tan grande ni tan especial ni tan apoteósico ni tan, no sé, ¿único?

Sí es cierto que escribir me hace sentir especial. Mentiría si no lo asumiera ni lo aceptara ni lo dijera. Pero tampoco me parece que vaya a salvar el mundo con mi escritura o algo parecido (para eso ya están los superhéroes, hombre). O incluso que la escritura vaya a salvarme a mí. Sí es cierto que muchas veces ayuda a darme sentido y a orientar mis días, pero eso es porque sería tonto si no sacara tiempo para hacer aquello que más me gusta (que levante la mano quien ha dicho que no ante la perspectiva de un buen polvo o de un helado de chocolate con dos bolas, triple de nata y cuatro guindas).

Por eso me agobio, e incluso me frustro, porque a lo mejor realmente hay ese algo más que no soy capaz de ver, ese mundo de las ideas, real y absoluto (por volver a mencionar a Platón, que queda muy bien) al que yo no tengo acceso. No sé, quizá es que yo he sido siempre muy práctico y nunca he pensado acerca de asuntos que no me fueran a servir para algo. Pero el caso es que no lo siento, no siento la palabra ni la escritura como un ser superior al que rendir clemencia ni me siento mucho mejor ni más importante por escribir.

Eso no quita que no quiera publicar ni hacerme un hueco en este mundillo, por supuesto. Cuando escribo, escribo para alguien, tampoco me creo eso de que se escribe para uno mismo, yo siempre tengo en mente a un lector cuando lo hago. Y ese lector es un lector que, para empezar, disfruta leyendo por leer. Lee por placer, como lo he hecho yo desde que me metía de cabeza en los libros de Los Cinco. Porque de todos modos tampoco podría ser de otra manera, si yo busco placer tanto en la escritura, el lector en el que pienso es alguien que busque divertirse. Y punto pelota. Qué poco me gustan las cosas trascendentales, cómo nos complican la vida y qué poco me gusta a mí hacerlo. Quizá por eso de adolescente las madres me veían como el yerno perfecto y sus hijas no pensaban en mí de la misma manera en que yo pensaba en ellas: No me complicaba la vida, no tenía misterios, era transparente.

Afortunadamente, con el paso de los años, he aprendido a complicarme la vida mucho menos que cuando estás de hormonas hasta las orejas. Pero también he aprendido otras cosas. Como hacerme el misterioso. Eso sí que vende.

En otro orden de cosas (qué seriedad, por favor, parezco un presentador de telediario) vuelvo de Londres (de ahí mi ausencia) con muy buenos recuerdos, serias intenciones de irme este verano allí a hacerme un curso de escritura creativa en la escuela de artes, mucha morriña y con un nuevo argumento para una nueva novela que me golpeó en la cara sin que me diera cuenta y para el que tuve que comprarme un cuaderno (precioso) en Foyles porque no dejaban de venirme detalles a la cabeza y tenía que apuntarlo todo. También me encanta que eso me ocurra. Y no podía ser en otro sitio más que en Londres.

Y ahora, los agradecimientos (¡cómo me gustan estas cosas, me imagino con un esmoquin de Armani subido en un escenario y me da la risa tonta!) a Tawaki por mi nominación al premio Dalis ("a los blogs que se leen con frecuencia y se consideran buenos")

Así que, siguiendo las normas, mis elegidos para ostentar la maravillosa insignia que nos hace únicos e irrepetibles ganadores del honor de este premio son:
  • Adhara: Porque si escribo es por ella y ella sí que sabe darle el nombre adecuado a cada cosa.
  • Alfredo Gómez Cerdá: Porque su sensibilidad a la hora de escribir sus entradas me llega.
  • Carmen F. Etreros: Porque cada día me divierte más leerla.
  • Cosette: Porque es un diamante que tiene la manía de embrutecerse por cabezonería y quiero que salga ya del cascarón.
  • César Mallorquí: Porque cada vez que habla de escribir parece que han sido mis propios pensamientos a través de sus palabras los que han hablado.
  • Joaquín Bernal: Porque hace mucho tiempo que no actualiza ni la cuatácora ni el diario y quiero tirarle de las orejas.
Y ahora os dejo, pero no sin regalaros otra perla de Víctor Chamorro: "escribir para ponerse en orden". No podría ser más cierto.

Ea, me voy a ordenarme un rato, que tengo Equilátero muy atrasado.