La duda me embarga, me corroe. No puedo dormir, no como, no respiro, no vivo, no trabajo, no follo,. Y todo porque no puedo dejar de pensar, porque soy un drama andante, porque dudo, porque soy un diagnosticado intolerante a la incertidumbre. Y como no la tolero, pues tengo que pensarla, que masticarla, que comérmela para ver si se convierte en certeza y puedo volver a mi vida.
Creo que no sé qué es lo que no me gusta de Equilátero. No, no me entendáis mal. No quiero decir que Equilátero no me guste. Menuda mierda sería tener que escribir una novela de la que llevo doscientas y pico páginas y solo voy por la mitad sin que me gustara. Como ya sabéis, a mí me va lo del placer, así que muy probablemente habría dejado que se pudriera entre los documentos del word y los cuadernos sin usar porque, en fin, ¿para qué hacer algo que me aburre cuando el objetivo de hacerlo es divertirme? Pues eso, lo dicho.
No, es simplemente que hay algo de la novela que, como escritor, creo que me echa para atrás y hace que me cueste mucho ponerme. Que luego disfrute haciéndolo, sí, pero que el momento del pre-, me dé una pereza horrible y encuentre mil excusas para no hacerlo.
Cuando hice la carta de presentación de CarPa, creo que puse algo así como que CarPa iba de esas pequeñas grandes tragedias, que eran (y siguen siendo) las que, en definitiva, más nos preocupaban. Creo que no he sido del todo consciente de la verdad y del alcance de mis palabras hasta que he aderezado mi existencia con un poco de drama acerca de mi nueva novela.
En Equilátero no hay pequeñas grandes tragedias, hay un tragedión que ni los griegos serían capaces de igualar. O al menos así es como yo lo veo, que tiendo a exagerarlo todo por costumbre. CarPa iba de personas normales (o al menos eso traté de hacer ver. Normales, además, no es la palabra. No es, de hecho, una palabra que me guste en absoluto, pero creo que os hacéis a la idea de lo que quiero decir, ¿no?) que sufrían de cosas por las que, seguramente, hemos pasado todos. Ese era uno de los objetivos de la novela: que todos y cada uno de los lectores sintieran en alguna de las páginas esa sensación tan conocida de "¡hey! ¡esto yo lo he vivido o lo he pensado!"
Con Equilátero no. No digo que los tres personajes principales de la novela no sean normales. Son normales, si entendemos esta palabra como, por ejemplo, "no extraterrestre, no mitad anfibio mitad humano o algo así". Lo que ocurre es que, bueno, digamos que sus circunnstacias no lo son tanto. Dudo que alguno de nosotros tenga tanto dinero como tienen ellos. Cosa que es importante, porque uno de los temas que quería tratar era cómo la posesión que no lleva ningún esfuerzo detrás puede que nos deshumanice. O algo así, vamos.
Y creo que ahí está la clave. Son tres personajes extremos. Me agotan, me cansan, me cuesta mucho ponerme como escritor en sus pieles y actuar como ellos actúan. Son muy diferentes a mí, me atraen y les cojo manía a cada rato y eso termina por cansarme. Siendo humanos, a veces parece que no lo son y, aun así, yo creo que está justificado, que precisamente por no serlo, lo son todavía más.
Pero me da igual, el caso es que me agotan y que estoy escribiendo algo que a veces siento que se me escapa de las manos, que no controlo. Y entonces me frustro, y como me frustro, me agoto y como me agoto, necesito descansar y como descanso pierdo el hilo, y como pierdo el hilo, tengo que volver a recuperarlo, y eso lleva su tiempo. Además, cuando lo recupero, vuelvo a tener dudas y vuelta a empezar.
Con CarPa no me pasaba, iba fluido. Sí que tenía mis períodos de sequía, pero luego descubrí que era porque se iba gestando un nuevo episodio en mi cabeza. La verdad es que incluso cuando no escribo estoy escribiendo, gran parte de lo que acabo poniendo sobre el papel lo he visto primero en mi cabeza, lo he masticado, lo he pensado. Hasta que no tengo muy seguro el paso que voy a dar, no lo doy. Salvo honrosas excepciones, como esta segunda parte de Equilátero, que por sí misma me está guiando y me está sorprendiendo y, la verdad, estoy disfrutando aunque ahora haya tenido que dejarlo unos días por la intensidad.
Porque es eso, narices. ¡qué intensos son estos tres jodidos personajes! ¡por dios, cómo lo viven todo, con qué intensidad, y encima contado en primera persona! Si es que me agoto. Carlos era cansino, los que habéis leído CarPa lo sabéis, pero tenía ese punto irónico y sarcástico que tanto me gusta y que era lo que realmente me movía a seguir escribiendo, que Carlos era muy consciente de sus propios errores y limitaciones, se reía de ellos (después de dramatizarlos un montón, claro) y después trataba de superarse. Carlos, quizá por ser el primero, siempre será el personaje que más me guste. Aunque, tengo que reconocerlo, Patrick de Equilátero y Blanca de Tormenta de Verano, se le acercan también.
Así que es eso, estoy cansado de dramas. De dramas de los de verdad, me refiero, no de pequeñas grandes tragedias. Me agotan, me drenan, me adormecen. Nunca sé si lo que estoy escribiendo es real o no, dudo de si estoy siendo fiel al contrato entre el lector y yo mismo, si los acontecimientos (por muy exagerados) son lógicos y responden a un sistema de causa-efecto dentro del cosmos de la novela y estoy deseando terminarla, ponerle punto y final, saber hasta dónde he llegado y respirar tranquilo. O no.
Lo que tengo claro es que volveré a las pequeñas grandes tragedias de todos los días con Buskers, el argumento que me traje de Londres. Cosa que es curiosa, si me lo hubieran preguntado antes de dedicarme a la escritura de forma más o menos profesional hace unos cuantos años, nunca habría pensado que ese fuera el género en el que más a gusto iba a encontrarme.
Por ahora.
Creo que no sé qué es lo que no me gusta de Equilátero. No, no me entendáis mal. No quiero decir que Equilátero no me guste. Menuda mierda sería tener que escribir una novela de la que llevo doscientas y pico páginas y solo voy por la mitad sin que me gustara. Como ya sabéis, a mí me va lo del placer, así que muy probablemente habría dejado que se pudriera entre los documentos del word y los cuadernos sin usar porque, en fin, ¿para qué hacer algo que me aburre cuando el objetivo de hacerlo es divertirme? Pues eso, lo dicho.
No, es simplemente que hay algo de la novela que, como escritor, creo que me echa para atrás y hace que me cueste mucho ponerme. Que luego disfrute haciéndolo, sí, pero que el momento del pre-, me dé una pereza horrible y encuentre mil excusas para no hacerlo.
Cuando hice la carta de presentación de CarPa, creo que puse algo así como que CarPa iba de esas pequeñas grandes tragedias, que eran (y siguen siendo) las que, en definitiva, más nos preocupaban. Creo que no he sido del todo consciente de la verdad y del alcance de mis palabras hasta que he aderezado mi existencia con un poco de drama acerca de mi nueva novela.
En Equilátero no hay pequeñas grandes tragedias, hay un tragedión que ni los griegos serían capaces de igualar. O al menos así es como yo lo veo, que tiendo a exagerarlo todo por costumbre. CarPa iba de personas normales (o al menos eso traté de hacer ver. Normales, además, no es la palabra. No es, de hecho, una palabra que me guste en absoluto, pero creo que os hacéis a la idea de lo que quiero decir, ¿no?) que sufrían de cosas por las que, seguramente, hemos pasado todos. Ese era uno de los objetivos de la novela: que todos y cada uno de los lectores sintieran en alguna de las páginas esa sensación tan conocida de "¡hey! ¡esto yo lo he vivido o lo he pensado!"
Con Equilátero no. No digo que los tres personajes principales de la novela no sean normales. Son normales, si entendemos esta palabra como, por ejemplo, "no extraterrestre, no mitad anfibio mitad humano o algo así". Lo que ocurre es que, bueno, digamos que sus circunnstacias no lo son tanto. Dudo que alguno de nosotros tenga tanto dinero como tienen ellos. Cosa que es importante, porque uno de los temas que quería tratar era cómo la posesión que no lleva ningún esfuerzo detrás puede que nos deshumanice. O algo así, vamos.
Y creo que ahí está la clave. Son tres personajes extremos. Me agotan, me cansan, me cuesta mucho ponerme como escritor en sus pieles y actuar como ellos actúan. Son muy diferentes a mí, me atraen y les cojo manía a cada rato y eso termina por cansarme. Siendo humanos, a veces parece que no lo son y, aun así, yo creo que está justificado, que precisamente por no serlo, lo son todavía más.
Pero me da igual, el caso es que me agotan y que estoy escribiendo algo que a veces siento que se me escapa de las manos, que no controlo. Y entonces me frustro, y como me frustro, me agoto y como me agoto, necesito descansar y como descanso pierdo el hilo, y como pierdo el hilo, tengo que volver a recuperarlo, y eso lleva su tiempo. Además, cuando lo recupero, vuelvo a tener dudas y vuelta a empezar.
Con CarPa no me pasaba, iba fluido. Sí que tenía mis períodos de sequía, pero luego descubrí que era porque se iba gestando un nuevo episodio en mi cabeza. La verdad es que incluso cuando no escribo estoy escribiendo, gran parte de lo que acabo poniendo sobre el papel lo he visto primero en mi cabeza, lo he masticado, lo he pensado. Hasta que no tengo muy seguro el paso que voy a dar, no lo doy. Salvo honrosas excepciones, como esta segunda parte de Equilátero, que por sí misma me está guiando y me está sorprendiendo y, la verdad, estoy disfrutando aunque ahora haya tenido que dejarlo unos días por la intensidad.
Porque es eso, narices. ¡qué intensos son estos tres jodidos personajes! ¡por dios, cómo lo viven todo, con qué intensidad, y encima contado en primera persona! Si es que me agoto. Carlos era cansino, los que habéis leído CarPa lo sabéis, pero tenía ese punto irónico y sarcástico que tanto me gusta y que era lo que realmente me movía a seguir escribiendo, que Carlos era muy consciente de sus propios errores y limitaciones, se reía de ellos (después de dramatizarlos un montón, claro) y después trataba de superarse. Carlos, quizá por ser el primero, siempre será el personaje que más me guste. Aunque, tengo que reconocerlo, Patrick de Equilátero y Blanca de Tormenta de Verano, se le acercan también.
Así que es eso, estoy cansado de dramas. De dramas de los de verdad, me refiero, no de pequeñas grandes tragedias. Me agotan, me drenan, me adormecen. Nunca sé si lo que estoy escribiendo es real o no, dudo de si estoy siendo fiel al contrato entre el lector y yo mismo, si los acontecimientos (por muy exagerados) son lógicos y responden a un sistema de causa-efecto dentro del cosmos de la novela y estoy deseando terminarla, ponerle punto y final, saber hasta dónde he llegado y respirar tranquilo. O no.
Lo que tengo claro es que volveré a las pequeñas grandes tragedias de todos los días con Buskers, el argumento que me traje de Londres. Cosa que es curiosa, si me lo hubieran preguntado antes de dedicarme a la escritura de forma más o menos profesional hace unos cuantos años, nunca habría pensado que ese fuera el género en el que más a gusto iba a encontrarme.
Por ahora.