viernes, 27 de febrero de 2009

Y cayó una piedra y los mató

El otro día, haciendo limpieza en el cuarto que ocupaba en casa de mis padres y que ahora me sirve un poco de trastero de libros (en mis 35 metros cuadrados, pocos caben) encontré algo que pensaba que había perdido para siempre.

¡Mi primera novela!

A los dieciséis años, Javier, mi profesor de literatura, nos mandó como trabajo de curso escribir una novela. Aquella tarea suscitó todo tipo de comentarios (¿veis la cantidad de vocabulario que manejo? ¡He dicho suscitó! Eso no lo puedo decir en clase, que seguro que lo transforman en algo guarrete. El otro día una compañera dijo "nabo" y no veáis la que se lió, pero, claro, nabo, pues como que ya es erótico de hecho) pero yo no los escuché, porque me quedé helado.

Era lo que necesitaba, porque si me obligaban a hacerlo para aprobar (empollón que era uno) pues lo tenía que hacer y se convertía en una obligación y no podía evitarlo.

Hubo polémica, claro, porque un amigo mío decidió que mi trama era un plagio de la suya cuando, en realidad, yo había acabado sugiriéndole la suya y el problema es que no sabía cómo escribirla (terminé casi escribiéndosela yo por completo, de desagradecidos está el mundo lleno) pero me dio igual, iba a escribir ese bombazo: un grupo de amigos (casualmente parecido al mío) que se quedaba encerrado en un centro comercial debido a un terremoto la noche de fin de año.

La novela, por supuesto, llevaría el tan sorprendente nombre de Temblor de tierra.

Original que era yo.

El problema vino a la hora de elegir al grupo de chicas que quería que acompañara a mis amigos a los protagonistas de la novela. Por una parte me debatía entre meter a mis verdaderas amigas (una de las cuales es mi actual novia, por cierto) o meter a la chica que me gustaba por aquel entonces y a sus amigas para ver si así conseguía un poquito de atención.

Obviamente, eso fue lo que elegí (el corazón de un adolescente se encuentra por debajo del estómago) y, como se esperaba, no conseguí ni un parpadeo sexy ni una sonrisita cómplice al hacerlo.

A la tierna edad de dieciséis años fue cuando descubrí que lo de la literatura no iba a servirme para ligar.

Eso sí que fue un descubrimiento (atroz y desolador, porque escribir era lo único que se me daba más o menos bien y ya se sabe que si a los dieciséis no eres capaz ni de hacer la voltereta ni de darle una sola patada al balón o, mucho peor, cubrirte la cabeza con las manos cada vez que la pelota se acerca a ti vertiginosamente, poco tienes que hacer con el sexo opuesto).

Recuerdo que en el colegio donde trabajaba mi madre acababan de instalar unos cuantos ordenadores y ella se trajo a casa algo que sabía que iba a hacerme ilusión: la máquina de escribir. Me advertían de que no iba a aguantar, de que era mejor que escribiera la novela a mano y le pidiera a alguien que me la pasara a ordenador, pero yo me resistía.

Me senté en la mesa de la cocina con la máquina delante, un tocho grueso de folios blancos y, después de dar un largo suspiro de expectación, escribí la primera palabra.

Y ahí me quedé.

Es que me llamaron por teléfono y hablar por teléfono era prioritario por aquel entonces. Hablar por teléfono, salir, ir al Burger King, ver la tele, ver el porno codificado de canal plus intentando vislumbrar alguna teta, y demás tareas enriquecedoras.

Así que llegó Abril, yo no había escrito nada más que un par de páginas (resultó que mis padres tenían razón en que escribir a máquina era un coñazo, pero a mí como siempre me había vencido la estética) y me quedaban apenas tres semanas para entregar la novela.

Al menos iba mejor que Javi, mi mejor amigo, que solo tenía escrita la primera línea. En la que se repetía la misma palabra unas cuantas veces, así que tampoco era una línea línea (la palabra era "curvas". Era algo así como "curvas, curvas, curvas. Curvas que te hacen sentir..." Y no, no eran las mismas curvas que se anunciaban en la publicidad de la DGT).

Tuve que escribir la novela al final a todo correr, pero no quedó mal del todo. Mi padre es profesor de ciclos formativos y tenía una imprenta en su instituto, así que después de que yo se la entregara a una chica para que me la pasara a ordenador, me hizo dos copias y me la encuadernó como si se tratara de un libro (yo dibujaba por aquel entonces e incluso había hecho ilustraciones, a ver si un día las escaneo porque si Freud estuviera vivo, tendría mucho que decir acerca del tamaño de los pechos de las chicas que dibujé) y yo me sentí el tipo más grande de la tierra a pesar de que la chica que me gustaba no me hiciera caso, siguiera huyendo despavorido cada vez que la pelota se cruzaba conmigo (o contra mí) en el campo de fútbol y que, por falta de tiempo, hubiera tenido que matar al final a todos los personajes. Además, en la última línea, sin anestesia ni nada. ¡Olé mis huevos!

viernes, 6 de febrero de 2009

Tenía que pasar

Algún día tenía que ser el que acabara participando en uno de esos certámenes literarios que proliferan por estas fechas por la proximidad de San Valentín en nuestros calendarios.

Eso hice, participé en el certamen "Del amor y otros relatos" de Almendralejo y resulta que he ganado uno de los Accésits que concedían. 150 euros en talones de bancotel que no me van a venir nada mal dado que en un par de semanas vuelvo a embarcar hacia tierras escocesas con la mejor de las compañías.

La verdad, no me lo esperaba. No suelo encajar en este tipo de certámenes porque no suelo escribir sobre, digamos, algo así tan etéreo como "el amor". No me sale. Me acaba venciendo mi vena irónica y sarcástica y, claro, suelo cargarme la atmósfera. ¿Qué le vamos a hacer? Al final, va a ser que es cierto, para lo único para lo que sirvo es para escribir porno (o un relato semierótico, como el caso que nos ocupa). En fin, sea por las razones que sean, que me den una noticia así un viernes me parece la mejor manera de empezar el fin de semana y pienso celebrarlo a vuestra salud y a la mía (o eso haría si no estuviera con una especie de virus estomacal que me tiene jodidillo, pero esa es otra historia y, como diría el gran Ende, será contada en otra ocasión. O mejor nunca, que no creo que os haga ilusión saber el color de mis vómitos. ¿O sí? Ya se sabe, hay gente muy rara por Internet...)

Os lo dejo por aquí, por si os apetece leerlo.