miércoles, 23 de abril de 2008

Obsesiones

Últimamente a la hora de ponerme a escribir hay un tema que me obsesiona más de lo normal. Concretamente desde que me puse a escribir Equilátero (esta novela me está trayendo más quebraderos de cabeza de lo que imaginaba en un principio. A todo esto, estoy a cuatro capítulos de terminar la segunda parte).

Cuando me puse a escribir la novela me dio la sensación de que mi vocabulario era una mierda. Un tema que me obsesionaba (si titulo esta entrada obsesiones es por algo) era la contención. Por el tipo de historia que cuento, hubiera sido muy fácil para mí haber caído en el melodrama (no quiero decir que no haya caído, mucho me temo haberlo hecho) y quería ser lo más aséptico posible. Mucho más teniendo en cuenta que la novela estaba contada desde tres puntos de vista diferentes. En uno de ellos, quizá, podría haberme permitido un poco de melodrama y dramatismo, pero no en los otros dos, porque, para empezar, no todos vemos las cosas de la misma manera y, bueno, en fin, para eso están los tres puntos de vista, ¿no?

Pues lo dicho, al obsesionarme con la contención, me obsesioné con las palabras. Pero no, no os confundáis, que esto no es un alegato panfletista porque hoy es el día del libro. Me refiero a que me obsesioné de verdad. Intento que el Mounstro (como lo llama Ruth), ese crítico interior insobornable que todos llevamos dentro, no se apodere de mi persona mientras lo hago. Y, de alguna manera lo consigo. Cuando llevo un rato escribiendo y me meto en la historia, son las voces de los personajes las que me hablan y pisotean la suya.

Es luego cuando releo lo que he escrito cuando me doy cuenta de lo que os he dicho un poco más arriba acerca de mi vocabulario. Odio la palabra cosa, la palabra extraño y muchas otras más de las que ahora mismo no me acuerdo pero que generan en mí un sentimiento tan rabioso que me dan ganas de apretar los dientes y dejar de respirar. Ea. Porque uno es así de maduro.

Para paliarlo uso el Casares o el de Fernando Corripio pero aun así me siento atado de pies y manos. Impotente. Me da la sensación de que cada palabra que uso es transparente, está vacía, que no dice nada.

Supongo que es por eso por lo que no me gusta escribir cuentos. Lo hago, sí, porque generan satisfacción a corto plazo y porque hay historias que no pueden contarse de otra manera. Pero eso no quiere decir que me guste hacerlo. En un cuento, tal y como yo lo entiendo, no puede sobrar ni puede faltar una sola palabra. El estilo, por su brevedad, queda mucho más patente, es mucho más evidente que en otro tipo de texto en prosa. Un cuento tiene que retumbarte en los oídos, en las retinas. Para que me guste un cuento tengo que sentir que está perfecto, que está hecho con conciencia de historia y de estilo. Por eso me cuesta tanto hacerlos. El Mounstro está mucho más despierto cuando escribo un cuento que cuando estoy con una novela. Con la novela me da la sensación de que es mucho más fácil engañar a los lectores (tan listo que me creo que soy) porque la obra es más amplia y a veces trozos tediosos son necesarios (bueno, realmente no, pero es como yo me consuelo).

Y ya no solo son las palabras. Hoy mismo leía que los críticos, entre otras cosas, han puesto verde la nueva novela de Ruíz Zafón (no he leído ninguna de este autor, por lo que no puedo opinar, pero mi sentido común me dice que aparte de toda la propaganda comercial, publicitaria y de márketing, algo bueno tiene que tener para que le guste a la gente, ¿no? No creo que todo el mundo sea tan tonto, ¿no?) porque en ella encontramos escrita cosas como "ojos inyectados en sangre" y entonces yo me he puesto a revisar y he visto dos pares de ojos inyectados en sangre en mis dos novelas para adultos y, no sé, me ha dado la sensación de que ha vuelto a quedar patente mi obvia falta de vocabulario porque yo no sé decir esa expresión de otra manera que no sea esa, y para eso sí que no hay diccionario que me salve.

martes, 15 de abril de 2008

Ganas

Hoy me he levantado con ganas de escribir. No es una sensación fácil de reconocer. No. Un momento. Me corrijo. No era una sensación fácil de reconocer hasta que la reconocí por primera vez, claro. Normalmente le echo la culpa al desayuno. Cuando desayuno y duermo bien, se conjugan los astros de tal manera que me sube desde el estómago una suerte de calor optimista que hace que me den ganas de saltar y gritar y de reírme. No. No lo estoy haciendo ahora. Estoy en clase, gracias. ¿Mis alumnos? Mis alumnos llevan tres semanas conjugando verbos regulares. Ya se los saben. Al principio les parecía una tortura, pero ahora, como les van saliendo, les encanta hacerlos. Ya no tengo ni que poner ejemplos en la pizarra. En fin, el trabajo, lo que inspira.

Llevo dos semanas pasándomelo teta en el instituto. No me voy a quejar de horario, la verdad. Sobre todo hoy, los martes, en los que viene la lectora a dar clase y me quita cuatro de cinco (yo me ofrecí amablemente a estar con ella dentro del aula, preo prefiere que yo esté cerca, pero fuera. Por mí estupendo, oiga) y tengo simplemente que estar en el centro.

Me encanta tener esas cuatro horas para mí, como si estuviera encadenado a un sitio, para hacer lo que me da la gana. Estas dos últimas semanas las he utilizado para investigar todo lo investigable (de cómo he pasado de documentarme acerca de rumorología a las mareas lunares y a los agujeros negros y, de pronto, todo ha cobrado sentido en mi cabeza, no tengo ni idea). Hoy no. Por hoy ya he investigado bastante. De hecho, la novela está preparada para ser comenzada en junio. El quince, exactamente, fecha que Adhara y yo nos hemos propuesto para nuestro particular NaNo de verano. Igual que el año pasado.

Hoy voy a escribir (bueno, de alguna manera ya lo estoy haciendo ahora).

Todavía recuerdo cuando escribía CarPa. El hecho de escribir seguía pareciéndome algo extraño, algo para lo que necesitaba la ambientación perfecta, el momento perfecto, el estado anímico perfecto. No escribía si no se conjugaban los astros a mi favor y no estaba en el lugar adecuado.

Vamos, hablando en plata: no escribía.

Es increíble como a base de ir haciéndolo poco a poco, de ir necesitándolo mucho a mucho, esa actividad se ha ido apropiando de mi vida y ahora me parece lo más fácil, lo más natural del mundo (ponerme a hacerlo, no me miréis mal. Que hacerlo no lo es tanto). Puedo hacerlo casi en cualquier sitio (nota: releer esta frase me ha dado la risa tonta porque mi mente es muy calenturienta) siempre que sea capaz de evadirme. Y, señoras y señores, tenéis delante a la persona que, cuando se mete en algo, cuando se concentra, ya le podéis hablar, que ni os escucha.

Así que está a punto de tocar el timbre y comienzan mis cuatro horas libres de verdad.

Tengo un cuento que terminar.

lunes, 14 de abril de 2008

Vagancia suma

Pero qué vago que estoy, leches. Entre mi vagancia congénita, el cambio de hora, que la luna está en Júpiter camino de Saturno, y que intuyo la presencia impepinable de la Señora Alergia Primaveral en mi vida, me paso el día bostezando por los rincones, sentándome en la primera silla que ven mis ojos, dormitando en la sala de profesores y pensando que, para qué voy a escribir nada en este blog si todo lo que yo querría decir, ya lo ha hecho Ian McEwan en Expiación. Y eso que solo voy por las primeras páginas:

Podía escribir la historia tres veces seguidas, desde tres puntos de vista; lo que la emocionaba era la perspetiva de libertad, de verse exonerada de la lucha engorrosa entre el bien y el mal, los héroes y los villanos. Ninguna de las tres versiones era mala ni tampoco especialmente buena. No necesitaba enjuiciar. No tenía que haber una moraleja. Solo había que mostrar mentes separadas, tan vivas como la suya, luchando contra la idea de que otras mentes estaban igualmente vivas. No era solo la maldad y las intrigas las que hacían infeliz a la gente, sino la confusión y la incompresión; ante todo, era la incapacidad de comprender la sencilla verdad de que las demás personas son tan reales como uno. Y solo en un relato se podía penetrar en esas mentes distintas y mostrar que valían lo mismo. Era la única enseñanza que debía haber en una historia.
Expiación. Ian McEwan.

Presiento que la novela me va a gustar muchísimo (no vi la película a propósito para que me diera tiempo a leerla primero). Por lo pronto, la prosa de este hombrecito ya lo está haciendo independientemente de lo que me está contando.

sábado, 5 de abril de 2008

Después de la tempestad, pues viene la calma. ¿Qué si no?

Algo dolorido por las collejas virtuales traducidas en comentarios por la última entrada, Fer sale al escenario y saluda (los aplausos le ponen, así que ya sabéis). Le crujen los huesos. No es de extrañar. Ha recibido golpes. Pero de los buenos.

La verdad es que os tengo que decir que, tal y como os anunciaba en el título, el drama se me pasó al día siguiente. No sé qué tiene acostarse, dormir y despertarse, pero siempre me ha pasado que después de una noche, todo parece volver a su cauce y el Everest del día anterior se convierte en un mero granito en el culo que es molesto, sí, pero para el que tienes las armas necesarias. Que como muy bien decíais, para este ejemplar perteneciente al Himalaya debido al nivel de dramatismo de mis palabras, no era más que hacer lo que más me gusta hacer.

Además, que me salió de forma natural. En estos días escribí un cuento para el que llevaba casi un año atascado, corregí un par de cosas, pasé a limpio lo que escribí de Equilátero en Escocia (también me cagué en mis propios muertos porque no tenía ni idea de qué había escrito, mi letra en un avió resultó ser de lo más molesta e ininteligible. Así que más que pasar a limpio, reescribí fiándome de mi intuición. Porque esa es otra, se me había olvidado completamente qué quería decir cuando escribí lo que escribí, y eso que recuerdo perfectamente la sensación de excitación porque estaba inspirado y en el avión, ese receptáculo pequeño lleno de gente que pasa de ti y en el que estás un tiempo exacto, ni más ni menos, me entró un subidón de adrenalina que tuve que traducir en palabras, porque encajaba con la escena), hice un capítulo más (no, no os alegréis tanto, que los capítulos de la segunda parte, como quiero que parezcan a tiempo real, solo tienen una o dos páginas) y organicé lo que quiero hacer a partir de ahora.

Y eso sí que me dio adrenalina.

Me gusta el verano. Sí, soy una de esas personas extrañas a las que el verano no le recuerda a sábanas pegajosas y síndrome apático. No, a mí me recuerda a tardes enormes, a terracitas, a tinto de verano, a Tiempo con mayúsculas y a libertad. El verano me recuerda a mi infancia, a horas interminables de juegos diferentes, a mis primos, al pueblo de mis padres (en todo eso se basa Tormenta de verano, por cierto) y no es de extrañar que, siempre, en verano, lo que me apetezca es escribir algo infantil o juvenil. Tormenta surgió de la nada y acabé escribiéndolo en esos dos meses.

Como ya os he contado, la crisis del año pasado se resolvió a través de escribirla. Soy una persona dormilona. Bueno, no mucho, como dirían en una película que ya no me acuerdo: lo normal. Me gusta dormir, pero me gusta madrugar. Y recuerdo que cuando estaba escribiendo CarPa me despertaba sobresaltado, miraba el reloj y me levantaba temprano (bueno, a ver qué es temprano para vosotros, para mí, temprano es las nueve de la mañana de un sábado o de un día de vacaciones) para escribir. Esa sensación, la de un buen desayuno, un café cargado y la mañana entera, el tiempo por completo, en mis manos, para mí, para hacer lo que quería no tenía precio. Como comprado con la Master Card, vamos.

Pues eso me pasó el verano pasado. De pronto, con Tormenta, encontré la motivación para levantarme. Ese hormigueo en la planta de los pies, el cosquilleo en el estómago, esa sensación que hace que abras los ojos de golpe y digas: "tengo que levantarme" reprimiendo una carcajada de excitación.

Y el verano se acerca.

He encontrado una nueva motivación.

*Caution: (hot and sexy) Man at work*

(Postdata: Muchas, muchas gracias por vuestros comentarios, emails, visitas, empatía y catarsis varias. Si al día siguiente la montaña pareció un granito fue en gran parte por ellos. Y por las collejas virtuales, por supuesto. Si en el fondo, cuando digo que soy un masoca, lo digo con todas las letras. Supongo que fue por vuestras collejas por las que vomité la entrada y me quedé más ancho que Pancho. No dudéis en dármelas cuando creáis que las necesite porque realmente las necesitaré)

martes, 1 de abril de 2008

(no le hagáis caso al drama, mañana se me pasa)

Creo que una de las cosas que peor he podido hacer en mi vida es haber querido que me publicaran y encender el interruptor de la maquinaria que puso en marcha todo el proceso. Sí, sí, como lo oís. En este mes hace un año que tomé esa decisión, después de que CarPa estuviera descansando en el cajón dándome el calorcito que daba solo cuando me hacía sentir bien por el hecho de haberla hecho, por el hecho de que yo, un vago redomado, alguien que jamás terminaba nada, hubiera sido capaz de darle carpetazo.

Sin ningún temor a equivocarme puedo decir que hace un año era más feliz. Y no, no es que no haya tenido satisfacciones. A lo largo de este año, sí, vale, me he convencido de que quizá la novela merezca la pena, que cumple exactamente con mis pretensiones, que no eran en ningún momento hacer una obra maestra de la literatura contemporánea, sino, más bien, hacer que yo pasara el mejor de los ratos y que los que la leyeran lo pasaran también.

Sacar algo tan tuyo del cajón para dárselo a otros tiene algo de masoquista que no sabía que podía llegar a doler tanto. Supongo que la satisfacción también es proporcional. No sé. Supongo. Pero el rechazo es duro. En mi caso, tampoco ha habido tantos. Es más, conseguir agente literario en apenas unos meses se puede considerar un éxito, definitivamente es abrir una puerta importante, pero ¡ay, amigos! estáis leyendo a un reconocido intolerante a la incertidumbre.

Empezar en esto, sin tener ni idea, sin saber dónde te estás metiendo me hace sentir tan infantil e inmaduro que hasta me da vergüenza reconocerlo ahora. ¡Qué iluso, ¿no?! El mes de abril del año pasado fue, y no me avergüenza reconocerlo, horrible. Sobre todo porque me obsesioné. Sí, lo hice, lo reconozco. Actualizaba el correo casi con compulsión, pensaba que todo iba más rápido, hacía cuentas, contaba días, horas, intentaba ser políticamente correcto, me daba plazos, intentaba sobrevivir (sí, sí, no os riáis, que así de dramático lo viví yo). Llevaba mejor una negativa que el mero silencio. No lo entendía, en serio que no entendía qué costaba responder un correo electrónico. Y sigo sin entenderlo, la verdad. Para mí el respeto es muy importante y eso me parece una falta de respeto como un pino de grande, vamos.

Cuando empecé este blog, me propuse que lo último que os fuerais a encontrar aquí fuesen entradas como esta. Por varios motivos, para empezar. El primero porque esto es, al fin y al cabo, una ventana a tu mundo, ¿no? Esto es un modo de darse a conocer, nunca sabes quién puede estar leyéndolo y, bueno, no hay que ser muy avispado para darse cuenta que lo que menos vende es la publicidad negativa. Hablar de éxitos. No de fracasos.

En segundo lugar era porque no pegaban con la política del blog ni con mi forma de ver este mundo en circunstancias normales (que no son las de hoy). Soy una persona a la que, normalmente, le cuesta mucho tomarse las cosas en serio. Supongo que en parte eso ha sido causa de que muchas de las cosas que me he planteado (como los estudios o la oposición, por ejemplo) hayan salido sin que apenas me costaran trabajo. Soy irónico por naturaleza, me río de mí mismo, me río de ti, me río de cualquier cosa, soy ácido, no puedo evitarlo, pero me divierto mucho siéndolo.

Hasta que nos planteamos sacar del cajón mi novela.

Cojones, con la decisioncita.

Quizá es porque hasta ahora no he obtenido respuesta, pero si hace un año me hubieran dicho que hoy me iba a sentir así, creo que me lo habría evitado, que la vida no está pra disgustos autoimpuestos.

Hace una semana, cuando definitivamente supe que no había ganado el Barco de Vapor (como no tengo ni idea de cómo van estas cosas, la verdad, casi habría esperado que un helicóptero hubiera venido a buscarme a mi casa o algo así. Suena glamuroso, ¿eh?) pues no me afectó en absoluto. A ver, en fin, que sé perfectamente las características de mi novela, o que, en fin, como que no es muy fácil que ese tipo de premios se consigan a la primera. De hecho, no estoy afectado en absoluto por eso. Soy iluso pero no tanto, ¿eh?

Me ha afectado hoy, que paseando por algunos blogs que llevo visitando desde hace años me he enterado de que la autora de uno de ellos ha quedado finalista. Y no es lo mismo cuando ese tipo de cosas le pasan a gente que no conoces a que le ocurran a alguien a quien conoces, aunque solo sea por haber intercambiado unas líneas. Por lo menos para mí no es lo mismo. La entrada que ha escrito ella es la entrada que habría escrito yo. Por lo que he leído de ella a través de sus propias líneas y de líneas de otros, es una persona sorprendente (si no, no habría leído su blog desde hace tanto tiempo, por lo menos, cinco o seis años), ha alcanzado al cima de la publicidad, acaba de entrar en el mundo literario y ha ganado un premio interesante y quedado finalista en otro. Parece que con solo chasquear los dedos, lo tiene ahí, a huevo. Que seguramente no sea así, que seguramente, como en todos, hay mucho trabajo y muchas frustraciones detrás, pero, no sé, me ha dado mucha pena leer uno de sus párrafos del blog y que definiera con tanta precisión sensaciones que yo habría sentido. ¿Envidia? Posiblemente, quizá. Pero creo que no. Es más admiración, la sensación de que por mucho que lo intentes no vas a llegar, de que vas a seguir intentándolo porque eres así de masoca y de cabezón, y la certeza de que aun te queda mucho sufrimiento.

Es eso, el sufrimiento. Porque cuando quieres algo con todas tus fuerzas no te queda más remedio que sufrir.

(Y puede parecer que estoy obsesionado con publicar, o algo parecido, pero no es así. No voy a negar que no me importe, pero eso ha sido a posteriori, cuando tomé la decisión. Y tomé la decisión porque la obra en un cajón me parecía que estaba a medias, que no cumplía con su labor, me frustraba, el fin de escribir es que te lean, pues bien, sentía que no había cumplido ese fin. Supongo que es cuestión de tiempo, que dentro de equis meses, años, semanas, no sé qué, pasará algo, bueno o malo, y decidiré en consecuencia, pero mientras tanto, me cago en las consecuencias de la decisión que tomé hace un año. Y no pienso limpiarme el culo. Ea)