miércoles, 31 de marzo de 2010

Cuando menos te lo esperas

Llevas preparando una excursión durante dos meses. Es la excursión de fin de etapa, primero de bachillerato. Sois tres profesores pero tú te encargaste de mirar las agencias, tus dos compañeros andan metidos en miles de cosas también aparte de la excursión.

Teóricamente nos vamos a Edimburgo. Destino elegido porque tú ya has estado varias veces y, puestos a llevar a veintiocho alumnos hormonados a algún sitio, mejor uno que ya conozcas y que controles. Los vuelos salen caros. Los hoteles, también. Te pasas prácticamente los dos meses de agencia de viajes en agencia de viajes buscando un presupuesto que os convenga. Finalmente lo encuentras. Prácticamente a tres semanas del viaje.

Recopilas del dinero, organizas a los niños, haces un planning, montas la excursión. Parece que todo va a salir, que todo el esfuerzo verá su resultado.

Y, entonces, a menos de una semana del viaje, te enteras de la bomba: huelga de la compañía aérea. Se han suspendido vuestros vuelos.

El terror te posee, te tiemblan las piernas, un sudor frío te recorre la espalda. ¿Qué hacer?

Decides ponerte el disfraz de padre coraje y acudes a la agencia, amenazas con no moverte de allí a menos que lo solucionen. También piensas que tampoco tienes por qué ponerte así, al fin y al cabo, las chicas de la agencia tan solo son la cara visible de todo lo que hay detrás, esa fiesta de burocracia infinita a la que en este país somos adictos.

Pero tú no te mueves. El terror a que veintiocho alumnos con su respectivo par de padres decida lincharte en las puertas del instituto puede más que tu educación refinada y tu empatía traicionera.

Termina la tarde sin que se solucione nada y al día siguiente es fiesta nacional. Nadie trabaja en España.

La noche la pasas en blanco, dando vueltas en la cama. Imaginas alternativas, universos paralelos en los que las excursiones no existen, en los que se viaja con tan solo un chasquido de dedos y, sobre todo, en los que tú no tienes estrés. Porque si antes pensabas que lo habías tenido, no tiene nada que ver con lo que sientes ahora: Ahora no tienes estrés, eres una montaña de estrés andante desde la punta de las orejas hasta los dedos de los pies. Rezumas nervios, tiemblas tensión.

Así que te levantas más temprano de lo habitual para ser un día de fiesta y, después de estar un buen rato mirando a la pared, te planteas si sería una buena idea empezar a comértela. Tu perrita, a fin de cuentas, parece ser adicta a la cal de la pintura. Quizá no sea tan mala idea comérsela. Es una manera tan buena como cualquier otra de pasar el rato.

Pero, en vez de eso, decides coger el teléfono y ponerte a llamar a diestro y siniestro a cualquiera que pueda solucionarte la papeleta. Por supuesto, las primeras llamadas no tienen éxito. En España nadie trabaja. Así que llamas a Inglaterra, directamente a la compañía aérea. Se lo explicas, les cuentas tu situación, no lloras porque tienes que estar concentrado en entender por teléfono ese endiablado acento británico al que no estás acostumbrado debido a las interminables horas de series de televisión norteamericana que te tragas casi diariamente sin ningún tipo de aderezo.

Y lo solucionas. O al menos eso parece. Solo queda que llame la agencia al lunes siguiente a primera hora, les de nosequé número y cambien los billetes. Solo queda eso para que lo emitan. Has hecho todo lo que has podido. Teóricamente ahora puedes descansar.

Pero es imposible.

Llega el lunes y no haces más que mirar al teléfono. Estás esperando la llamada de la agencia. Queda un día para el viaje y todavía no sabes si podréis iros o no. Les has dado la noticia a los alumnos esa misma mañana y la histeria se ha contagiado como un virus. Nadie escucha en clase, nadie atiende. Ni siquiera tú.

Entonces te llaman.

Pero no es la agencia.

Es un editor. De una editorial a la que tu agente había enviado una de tus novelas hacía unos meses. Te quedas mudo. Si había un día que no esperabas esa llamada, precisamente es el día que estás viviendo. Y entonces te lo confirma. Publicarán tu novela en la temporada de navidad. No te lo crees, le cuelgas, le explicas que tienes que ir a clase.

Después te llaman de la agencia de viajes: Te han conseguido los vuelos.

Entonces te sientas, comienzan a temblarte las piernas y cuando llegas a casa y le das la gran noticia a tu novia, te echas a llorar. No sabes si de la felicidad, de los nervios o por todo a la vez.

No es posible que todo suceda el mismo día.


Pero lo ha hecho.

Y eso que acabo de contar es lo que me ocurrió el lunes pasado, probablemente el día más surrealista que haya vivido hasta este momento.

Y, sí, tengo el placer de anunciaros que Ne Obliviscaris (No me olvides), mi cuarta novela, si todo sale bien, será publicada por Edelvives esta temporada de otoño, dentro de la colección Alandar. Esto es tan grande que no tengo palabras para expresarlo, ni tampoco tengo tiempo. Desde que he vuelto de la excursión (al final todo ha salido estupendamente, gracias) estoy mano a mano con el editor, prácticamente a un par de e-mails diarios, organizando nuestro plan de trabajo, planeando correcciones, mejorando estructuras y argumentos.

Esto marcha y yo no puedo estar más contento por que lo haga.

lunes, 1 de marzo de 2010

Pequeñas cosas

No soy economista, lo máximo que sé de dinero es lo que me cuesta llegar a fin de mes y lo que me gusta gastármelo (también sé un poco de recibos estratoféricos de gas natural, pero eso es otra historia), pero sé que estamos en crisis, nos lo repiten constantemente y yo me lo creo. Debemos de estarlo, yo qué sé.

No soy economista pero tengo dos dedos de frente y sé de lo que hay que quitar y dónde hay que ponerlo. No sé si saldremos de esta, quizá mi mundo es muy reducido y estoy equivocado en mi argumentación, pero creo que si hay algo en lo que, precisamente ahora, hay que invertir más es en educación.

Y en educación de verdad, no en ordenadores para cada alumno, no en campañitas que salen en la tele, no en becas que luego no acaban siéndolo, no en palabras vacías sin significado (qué pena que una palabra llegue a perder su significado).

Es una pena que el presupuesto que Educación vaya a dedicar en esos ordenadores para los alumnos sea tan desorbitado. En serio, cuando me he enterado esta mañana, casi me desmayo. ¿De qué van a servir? ¿Realmente es una medida tan urgente? Por supuesto que no voy a hablar de esto porque no es el lugar y estoy convencido de que la mayoría (de los que me leen, de los que no me leen, de los que me hablan, de los que no me hablan) sabe tan bien como yo que un aparato así, por muy útil que sea, no es lo primero que uno tiene que ver cuando llega a un centro educativo.

Hay muchas formas mucho más baratas de educar.

Y lo que es más triste: baratas y efectivas.

Disminuyan las ratios, señores (una ratio es el número de alumnos que hay por clase), aumenten la plantilla de profesores, aumenten las horas de idiomas, separen de nuevo la lengua de la literatura y fomenten algo el esfuerzo. El esfuerzo es humano, si algo nos cuesta trabajo, nos motivamos, si lo conseguimos, sabemos que ha merecido la pena. Si no nos cuesta trabajo, mostramos la mitad de interés en la tarea. Hay que educar en el esfuerzo, hay que aprender a esforzarse. En la vida, nada es fácil.

No sé, esas son las que se me ocurren para empezar.

Invirtamos en cultura.

Es un momento difícil para entrar en el mercado laboral, muchos de mis exalumnos abandonaron los estudios porque ganaban más poniendo ladrillos o trabajando en una hamburguesería (comprendo que 1000 euros cuando tienes dieciséis años es mucho dinero) pero ahora ¿qué? Están en la puerta del instituto porque no tienen dónde ir. Ya no pueden entrar. Pero es como si nunca hubieran salido porque tampoco han tenido acceso a otro sitio. O se les ha echado. O se les ha denegado la entrada.

Los políticos venden humo. Todos, sin excepción.

Y mientras tanto, el futuro pueblo, el pueblo que nos va a dirigir, el que va a decidir, se está educando en cosas vacías, pasa por la vida de puntillas y no aprende. Y, si no aprende, no sabe. Y, si no sabe, no elige bien.

¿Realmente a alguien le beneficia esto? ¿Es positivo que nadie sepa nada, que nadie juzgue nada, que nadie opine de nada porque no sabe opinar, ni interpretar la realidad de ninguna de las maneras?

Supongo que no hay nadie que responda con un "sí" a la pregunta anterior. Mucho menos los políticos, mucho menos los ideólogos.

Pero, da igual, mientras se gastan millonadas en ordenadores portátiles, hoy he recibido una carta del Ministerio de Cultura en la que se niega a mi centro el poder formar parte de los "Encuentros literarios en Institutos de Educación Secundaria" a través del cual queríamos traer a un escritor para celebrar el día del libro dentro del Plan de Fomento para la lectura debido a, cito textualmente, "las medidas adoptadas en el nuevo plan de austeridad del Ministerio de Cultura".

(¡Qué bonitos quedan los nombres en las páginas web! ¿verdad? Porque otra cosa yo no veo... Nombres)

¿Me puede decir alguien en qué tienen que gastarse el dinero los de ese Ministerio si no es para este tipo de cosas? Porque yo es que no lo entiendo.

Pero, da igual, mientras en los periódicos salga que nos dan ordenadores, que hay subvenciones estupendas para todas las cineastas femeninas (porque eso es lo importante, que seas mujer, no que hagas buenas películas) todos contentos.

Y, mientras tanto, son estas pequeñas cosas que, a priori, no interesan a nadie y de las que nadie se entera, las que van sufriendo los verdaderos vaivenes de esta crisis tan manida y de nombre tan vacío que ya harta y por la que nadie hace nada en condiciones y por la que sufren siempre los mismos.

A veces, sinceramente, creo que lo que se pretende actualmente es la verdadera alienación.

Y esa palabra, por lo menos a mí, sí que me da miedo.

No hay nada peor que un pueblo sin conciencia.

(perdonad el tono de la entrada de hoy, es que ni la he pensado, la he vomitado tal cual la he sentido al recibir la famosa carta de rechazo. Seguramente haya ideas inconexas y sin razonar que no he sabido enlazar bien, amén de un tono naïve que seguro que echa para atrás.

Está claro que mis alumnos no se van a quedar sin escritor (mi centro, afortunadamente, tiene fondos de sobra) pero sinceramente da miedo que se esté llegando a estos extremos y que se esté recortando de lo único de lo que no hay que recortar mientras se debate largamente acerca de recortes para los que todo el mundo está más que de acuerdo. Porque, por supuesto, la feria del libro de Cáceres también ha sufrido un recorte presupuestario pero, vamos, tampoco creo que lo notemos mucho, más mierda de lo que era no puede ser...)

(Al menos, en la página del ministerio, podrían anunciar que hay recorte presupuestario y que ya no se realizan los encuentros literarios, ¿no? Ah, claro, que mejor ese tipo de cosas, las ocultamos, pero que salgan los números -seguramente, maquillados, que yo también he hecho estadísticas para un organismo público, que fui becario, pero no gilipollas- de los balances de otros años)