domingo, 31 de enero de 2010

Rocavarancolia

Cuando una novela está bien escrita, da igual que sea para jóvenes, que para adultos, que para niños que para ranas cojas con tutú rosa. Cuando una novela sabe lo que hace, lo que quiere conseguir y cómo hacerlo, te atrapa. Y punto.

Eso es lo que me ha pasado con La cosecha de Samhein, de José Antonio Cotrina. Estaba yo el sábado pasado haciendo la compra semanal (sí, también me alimento. ¡Sorpresa!) y me detuve en la sección de libros más para mirar que para comprarme algo (mi economía está muy enferma últimamente) pero lo vi allí colocado y me atrajo su portada porque soy así de superficial y porque no pude resistirme al misterioso texto de la contraportada:

¿Doce chicos que son trasladados a otro mundo donde, seguramente, vayan a morir?

¿Drama y angst de los buenos y aventuras?

Lo eché al carro.

Y es que, después de Kundera y de Nabokov, sinceramente, necesitaba algo que, por una parte, no me diera ganas de arrancarme la piel a tiras por lo que me estaba contando (soy muy empático y la novela de Kundera ha calado hondo) y, por otra, que no me hiciera pensar tanto (el libro de Nabokov es una joya, pero creo que la próxima vez que lo lea, lo haré en dosis pequeñas porque creo que me han faltado varias cosas por absorber).

Así que el libro de Cotrina parecía perfecto.

Y me alegro de haberlo hecho. Muchos de los libros que más me han gustado los he escogido así, por impulsos, sin saber casi nada, sin tener ni idea ni de su autor ni de por qué existe. Por un impulso.

La verdad es que empecé a leer la novela con la ceja alzada, así, como sentado en el sofá con un batín de seda y una pipa humeante à la prepotenté, pero en cuanto avancé en su trama, me tuve que dejar llevar. La novela estaba bien escrita. Y no solo eso: era original, nueva, diferente.

No puedo evitarlo, pero de un tiempo a esta parte leo con algo de deformación profesional, intentando fijarme no solo en lo que me cuentan sino también en cómo me lo cuentan y, claro, prestar atención a ese segundo elemento hace que yo mismo me arruine muchas veces la trama porque ya imagino lo que va a pasar. Pero no me importa. Aprendo. Y disfruto de otra manera. Si me gusta escribir, ¿qué le vamos a hacer? Todo acaba llevándome siempre al mismo sitio.

Pero esta novela me ha sorprendido. Por varias razones, además. La primera (y casi también la segunda porque está relacionada), los personajes. Están vivos. Desde la primera página. No es fácil plantar a once personajes casi de golpe y que sean reconocibles casi desde su primera aparición.

Chapeau
por Cotrina.

Y después están los otros personajes, los autóctonos de Rocanvarancolia, una corte de seres fantásticos que nada tienen que ver con algo que hubiera leído antes.

Chapeau
por Cotrina segunda parte.

Mezcla las acciones con una gran facilidad. Sabe de tiempos, de ritmos: Sabe contar, leche.

Y eso, hoy en día, teniendo ejemplos de pseudoescritoras extremeñas que no escriben de vampiros pero casi y que cometen las faltas de concordancia y de ortografía más grandes del planeta (hasta que el supuesto corrector editorial, después del ya tradicional sangrado de ojos, se las corrige) y a quien me gustaría decir que se dice "volcarse en" no "volcarse con", y perdón por el inciso lioso, pues es de agradecer, la verdad.

Y la segunda razón por la que me ha sorprendido es la trama. No nos engañemos: típico rito de iniciación, un protagonista que no se lo cree pero destinado a ser grande... tiene todos los tópicos que hacen falta en este tipo de novelas, pero hay algo que siempre busco y que he encontrado.

Veréis, cuando era pequeño y leía literatura juvenil, siempre me acababa dando mucha rabia terminarlos, porque sentía que, de alguna manera, me quedaba vacío y no sabía por qué. Después, con el tiempo y las canas, me acabé dando cuenta de que eso era por la trama, porque en estas novelas, los personajes no eran más que meras marionetas al servicio de la trama. Una trama muy interesante y apoteósica y rocambolesca y alucinante, pero nada nuevo sobre el horizonte. A mí, sobre lo que me gustaba leer, era sobre cómo esa trama afectaba a los personajes. Cómo sufrían, cómo la disfrutaban, cómo la sentían, en definitiva. Y muy pocas lo hacían.

Esa fue una de las motivaciones que me llevó a escribir Ne Obliviscaris (No me olvides), la novela de la que, hasta ahora, me siento más orgulloso. Yo quería saber qué había detrás. Qué se pasaba por la cabeza de los personajes ante lo que estaban viviendo, cómo lo enfrentaban, por qué no se rebelaban. O por qué se rebelaban. Quería saberlo todo de ellos, no de tal dios de hace veintemil siglos ni de cómo mataban al malo, por poner un ejemplo. Los personajes son humanos, coño. Y como tales tienen que comportarse. Si no, me quedo vacío.

Pues eso lo logra Cotrina con una facilidad pasmosa. De hecho, creo que ese es el objetivo de la novela y lo que la hace diferente. Los personajes no están a disposición de la trama sino que parece que son ellos los que la mueven. La trama, en este caso, es la marioneta de los personajes. ¿Y no es eso, a fin de cuentas, la vida? Teóricamente somos nosotros los que la llevamos, no al revés.

Chapeau de nuevo por Cotrina.

Y finalmente está Lo Otro. Ese giro argumental hijoputa que hizo que me acordara de toda su familia cuando, después de hacer que odiara a un personaje, logró que le cogiera un cariño alucinante solo para... matarlo.

Hijoputismo en estado puro.

Me encanta.

(dos entradas casi seguidas. Ni yo me reconozco. Estarás contento, ¿eh, Chris?)


viernes, 29 de enero de 2010

Rosa

Conocí a Rosa hace ya unos cuantos años, así, por casualidad, en el taller literario del que fui alumno durante tres años, más por admiración y cariño hacia su escritora-profesora, por lo genial de los compañeros y por lo contento que salía de la clase cada vez que había reunión que por otra cosa.

Porque, no sé, siempre lo he dicho. Lo mejor de los talleres es la gente a la que conoces. y tengo que reconocer que yo he tenido mucha suerte. Pero mucha.

Una de estas personas es Rosa López Casero y a uno se le acaban las palabras para describirla (A lo mejor, si Jardiel Poncela la viera por la calle, le diría eso de "Usted tiene ojos de mujer fatal" y no le faltaría razón). Rosa siempre te motiva, siempre te anima a continuar, siempre tiene una pregunta capciosa, una respuesta misteriosa que invita a más preguntas y es una excepcional amiga y compañera.

Con una trayectoria envidiable adaptando clásicos para la editorial Everest y realizando material educativo, he tenido el placer de irla viendo crecer. Primero hacia la publicación de su primer libro de microrrelatos (La Nueva Caperucita, que está a punto de ver su segunda edición corregida y mejorada) y ahora hacia su primer ensayo (Coria, 1860-1960 de la mano de Amberley Ediciones), que fue presentado en sociedad el pasado Miércoles.

Creo que uno de los mejores placeres de la amistad es la de poder compartir los éxitos y Rosa tiene la capacidad de hacer que los suyos también sean los de sus amigos. Así que estoy convencido de que ella seguirá creciendo y nosotros con ella.

Porque, además, compartimos un par de proyectos en común que me hacen especial ilusión, pero como diría el Gran Ende, eso es otra historia y deberá ser contada en otra ocasión.

(he tenido un puto virus que me ha tenido agobiado todo el último mes. El famoso "virus de la doble tilde" y como uno es un poco talibán de la ortografía, eso de escribir sin tildes me daba urticaria y sangrado de ojo, así que me he abstenido de escribir, cosa que, por otra parte, me ha venido muy bien. Unas vacaciones siempre aligeran el alma de vez en cuando).

viernes, 8 de enero de 2010

2010

Hacía mucho que no me pasaba. Supongo que la cantidad de cambios que ha habido en mi vida (unidos al agotamiento que de ellos he acabado ganando) han tenido la culpa. Pero hacía varios meses que no me apetecía escribir.

Tengo un par de novelas en mente y, normalmente, cuando pienso en proyectos apenas empezados me suele entrar una especie de cosquilleo en el estómago y unas ganas idiotas de reír al pensar en la cantidad de horas que pasaré disfrutando (y sufriendo, claro) al ponerme a trabajar con ellos porque, para qué engañarnos, al escribir una novela, lo que se disfruta es el principio, cuando pones las primeras palabras, cuando pintas los primeros escenarios y cuando conoces a los personajes por primera vez. Después, lo de montar el puzzle, es mero sufrimiento.

Pues bien, cada vez que pensaba en mi par de proyectos, no había ilusión. Solo pereza, un poco de angustia y más pereza y falta de ganas.

Hasta hoy. No sé si es el 2010, que vuelve a empezar el curso y voy a dejar de tener tiempo (como si lo hubiera tenido durante las vacaciones) o si acaso es eso, la vuelta a la estabilidad lo que hace que vuelvan a surgir mis ganas de escribir.

Pero han surgido y aquí están.

Creo que esta es una de las cosas que le pido al 2010. No perder las ganas de escribir. Me quedaría completamente vacío si perdiera esa motivación.

Feliz 2010 a todos (No hace falta que sea día uno de enero para feRlicitarlo, ¿no? A fin de cuentas, yo os deseo muy felices días todos los ídems).

Nos leemos.

Y nos escribimos.