domingo, 25 de octubre de 2009

Se acerca ese momento del año en que...

El otro día tuvimos en el instituto (idea de un compañero profesor de lengua y literatura) una iniciativa que me encantó y que, para qué engañarnos, acabó resultando todo un éxito (y una desgracia para mi agujereado bolsillo que últimamente sufre más que nunca).

Realizamos la feria del libro económico. Veréis, es la primera vez que estoy en un instituto rural y, la verdad, se diferencia en muchos aspectos de los institutos de ciudad, en la que enseñas a niños que lo tienen todo al alcance de la mano.

El instituto en el que estoy da cobijo a niños de varios pueblos de alrededor, pueblos algunos de poco más de mil habitantes. Todo esto supone un lío enorme, por ejemplo, a la hora de mandar las lecturas obligatorias (como dice mi amiga Pilar Galán, qué poco me gusta el adjetivo "obligatorio" después de la palabra "lectura". Es un oxímoron en toda regla) porque los niños no saben (o no tienen) dónde comprarlo.

Así que, en principio, debido a esa tesitura, decidimos que el pasado jueves (día, además, en el que hacíamos las reuniones con los padres) celebráramos en el instituto la feria del libro, con lo que los alumnos (y nosotros, y los padres, y todo el que quisiera) podía conseguir hasta un 25% de descuento en los libros que compraran, ayudados por el centro y por la única librería-papelería-bazar del pueblo.

Es increíble lo que cambian las cosas cuando cambias el contexto. Colocamos el stand en el rellano del centro y fuimos sacando, una a una, a las clases para que lo visitaran y se llevaran los libros que habían encargado a través de sus tutores. Pero no ocurrió solo eso. De pronto, al ver los libros (porque también había libros de lectura, de animales, de pasatiempos, de cocina... en fin, lo que comúnmente llamamos una librería, coño. También había un par de libros de sexo, que se vendieron. Uno de ellos lo compró un niño de 1º de ESO. Yo no soy nadie para meterme en las motivaciones extrínsecas, así que no hice ningún comentario. Los libros están para leerse, ¿no? Aunque no sea a dos manos) empezaron a mostrar curiosidad y, de hecho, muchos alumnos se llevaron libros "no obligatorios" e incluso se acercaban a la feria en los recreos para comprar, para ojear y hojear los libros y sugerirnos a los profesores que les mandáramos tal o cual libro para leer al año siguiente porque les había gustado o bien la portada, o la sinopsis o porque sí.

Decía Santo Tomás que uno no puede amar aquello que no conoce y creo que ese día se demostró su teoría. Ver a los niños emocionados y cogiendo los libros y curioseando e incluso comprándoselos fue, sin duda, de lo mejor que me ha pasado desde que llevo dando clase. Poco a poco, voy recuperando mi desgastada fe en la juventud.

Y voy recuperándome, y voy asentándome y voy colocando cajas y cuadros y estanterías y gastándome los cuartos, pero no me importa. Queda una semana y, un año más, lo pienso conseguir. Esta vez con la primera parte de El árbol de los secretos.

Se acerca el NaNoWriMo, señoras y señores (Ruth, pienso vigilarte de cerca y picarme contigo y lanzarte pullitas para que no decaigas). Pero ya hablaré de eso más adelante durante esta semana. Ahora hay que organizar, hacer esquemas, emocionarse y aplaudir de anticipación.

Me encanta noviembre.